Las elefantas enloquecidas
atacan las aldeas
y arrancan los sarong
teñidos de colores brillantes
de las cuerdas donde se secan al sol
cuando el viento del Este los arremolina
como una tela de Sonia Delaunay.
Se impacientan con los géneros que flamean
como los toros bravos
esas gigantas azules,
ya sé, no son azules pero me gusta así.
Los veloces guardias forestales
les disparan dardos de sueño
pero están tan furiosas
que pisan a sus crías
y aplastan las chozas
y derriban las cercas.
Hasta agarraron a un uniformado
y lo arrojaron al aire retorcido
cayendo al polvo
como un muñeco ensangrentado;
ellas que eran tan mansas
y se desplazaban lentas
por las llanuras en fila (india)
triscando las hojitas más nuevas
de las ramas bajas
ahora galopan
(¿galopan las elefantas?
¡solamente acá galopan!)
para que todo tiemble,
para que todo retumbe,
para que todos sepan
que las elefantas están enojadas.
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