Las elecciones iraníes
¿Resultados predeterminados?
Anteayer, viernes 18, la elección presidencial en Irán fue un evento significativo para ese país, incluso si en los hechos no es su jefe de Estado sino el líder supremo quien tiene la última palabra en asuntos clave para la República Islámica. Tal, por ejemplo, es el caso de su política exterior. Aun así, la relevancia de esta elección para Irán, Oriente Medio y el mundo ha sido inversamente proporcional a la atención recibida por tales comicios en gran parte del orbe, Irán incluido (allí en razón del muy bajo nivel de participación anticipado).
Al igual que en elecciones previas, uno de los elementos a no ser perdido de vista es el hecho innegable de que, si bien cuestionada por ciertas minusvalías –faltas de libertad y justicia que no existen o son menos problemáticas en otras latitudes–, la República Islámica ha contado con gobiernos electos desde la caída de Reza Pahlevi, hace 42 años. Desde Abolhassan Banisadr (1980-1981), sus jefes de Estado no pudieron exceder un máximo de dos cadencias consecutivas, cuatrienales ellas. Esta no es una diferencia desdeñable, a ser pasada por alto. En particular, cuando se la compara con la situación imperante en distintos países mesorientales, vecinos inmediatos o más remotos de Irán. Los sistemas electorales en este segundo grupo han dado pie a la perpetuación en el poder de incumbentes con capacidad de convocatoria y recetario populista, que han desembocado en gobiernos electos crecientemente conducidos por autócratas. Otros de la misma región recurren a ejercicios electorales periódicos, con resultado casi predeterminado de antemano. Existen, por añadidura, países exentos de jefes de Estado elegidos por el voto popular. Sin ser los únicos, Israel y Turquía sobresalen entre la membresía del primer grupo, lo cual no ha sido óbice para que el aparato publicitario de Israel insista en proclamarlo como “oasis de democracia”, único en Oriente Medio. Quienes ven las cosas de esa manera también argumentan que “la República Islámica, por supuesto, no es una democracia” ya que “la autoridad última reside en figuras e instituciones no electas por los iraníes”. Aun así, naturalmente con sus limitaciones, no es ilegítimo pensar que Irán es la única democracia estable de un Golfo Pérsico donde la primacía la tienen los monarcas.
La importancia de dichas elecciones iraníes tiene que ver, entre otras razones, con que el país es hoy uno de varios actores de la intentada resurrección del acuerdo nuclear entre la República Islámica y varias potencias mundiales, oficialmente conocido como el Plan Conjunto de Acción Integral. Originalmente firmado en 2015, fue abandonado tres años después por Estados Unidos durante la presidencia de Donald Trump, lo cual trajo consigo la potenciación de las sanciones económicas que esmerilaron el nivel de aceptación del gobierno de Hassan Rohani. Y el entonces jefe de gobierno israelí, Benjamin (Bibi) Netanyahu, alardeó durante aquel que fue en última instancia un infructuoso intento suyo de permanecer como premier, que tal abandono estadounidense había devenido de la influencia hebrea en Washington en general, y en particular de aquella ejercida por él mismo sobre Trump.
El futuro de las negociaciones estadounidense-iraníes para concretar la revivificación del acuerdo nuclear estuvo visto en Irán como algo a ser alcanzado antes de esta elección presidencial, o bien antes de concluida la incumbencia de Rohani, a comienzos de agosto y, en su defecto, como algo a lograrse en el transcurso de la gestión del ganador de estos comicios. Desde hace tiempo se estuvo mencionando a Ebrahim Raisi, el conservador duro al frente del Poder Judicial del país, como probable ganador, algo dependiente de varios factores. Para ello, el sistema electoral requiere de Raisi la cosecha de no menos del 50%+1 de los votos, quedando habilitada una segunda vuelta entre los dos competidores más apoyados en la primera, de no haberse logrado allí ese resultado en la instancia inicial. Tal ballotage, por ejemplo, le permitió a un inesperado ministro de Cultura hacerse de la presidencia iraní en 1997.
No siempre desinteresadamente, lo anticipado para este ejercicio era un muy bajo nivel de participación, ello ilustrado por distintas mediciones de opinión. A escasos cuatro días de la elección, lo vaticinado era que no más de un 42% de los casi 60 millones de votantes potenciales tomaría parte en el ejercicio. Este resultado, dicho sea de paso, constituía una importante mejora respecto de la predicción de la semana anterior, cuando no excedía al 38% de los habilitados para votar. Sin embargo, según un sondeo online de un poco conocido Grupo de Análisis y Medición de Actitudes Iraníes, los que votarían anteayer no superarían el 25% de los habilitados para ello. Compárense tales resultados con los 41 millones de votos obtenidos por Rohani para su reelección (2017), cuando el total de empadronados rasguñaba los 51 millones y el nivel de participación alcanzó al 73%.
La razón de tan bajo nivel pronosticado de concurrencia a las urnas anteayer estaba vinculado con la percepción de Raisi como el favorito de los sectores más duros entre los conservadores de la República Islámica, también conocidos como principistas. En los años '80, Hossein Ali Montazeri ―vicelíder supremo, y en aquel entonces posible sucesor de Ruhollah Khomeini, hasta que una desinteligencia respecto de políticas gubernamentales que el primero consideraba que infringían ciertos derechos y libertades de los iraníes, inclinó supremacía de Ali Khamenei―, identificó a Raisi como uno de cuatro responsables de la ejecución de un cuantioso número de opositores. En su mayoría se trataba de gente de la Organización de los Muyahedines del Pueblo de Irán (MEK, su sigla en inglés), grupo proscripto en su país tras la muerte del Presidente Mohamad Ali Rajai, el primer ministro Mohamad Javad Bahonar, además de varios parlamentarios y otros iraníes, todos ellos víctimas de un atentado del MEK, lanzado a pocos meses de inaugurada la presidencia de Rajai (1981). Adicionalmente, la descalificación por el Consejo de Guardianes de una variedad de candidatos presidenciales ―tanto moderados y reformistas, como así también conservadores duros (también conocidos como principistas)―, generaron desinterés en la presente elección entre desilusionados votantes más pragmáticos, tal desinterés y desilusión provocados por una cada vez más inconfundible sensación de que los dados estaban decididamente cargados en contra de quienes no son parte del principismo.
Dos hechos sustentaban dicha impresión. Por un lado, sólo escasos siete de los 600 iraníes que aspiraban a ser considerados como candidatos para la jefatura de Estado fueron aprobados por el Consejo de Guardianes, influyente ente oficial conformado por doce miembros no electos, la mitad de ellos clérigos nombrados por el líder supremo, con el resto siendo juristas de distinta filiación política. Entre sus varias funciones, tal Consejo tiene a su cargo la validación de candidaturas para la presidencia y legislatura, así como para quienes integran la Asamblea de Expertos, con el mandato de sus integrantes ―principalmente, aunque no sólo, la elección del líder supremo―, extendiéndose por espacio de ocho años. Por el otro lado, está el hecho de que entre los siete a los que no se les denegó el visto bueno para competir, los conservadores duros más que doblaban en número a moderados y reformistas: en efecto, cinco de las siete candidaturas aprobadas fueron de principistas. Sumado a ello estaba el hecho de que el Frente Reformista, aglutinador de los grupos de tal inclinación, decidió abstenerse de endosar la candidatura de uno u otro de los dos no principistas con luz verde del Consejo de Guardianes.
Desde que tal Consejo se expidió, la brecha entre principistas y pragmáticos pareció angostarse en términos milimétricos, con dos candidatos decidiendo abandonar la carrera ―tal el caso del reformista Mohsen Mehralizadeh, un ex Vicepresidente durante la primera magistratura del reformista Mohamad Khatami (1997-2005), y de un conservador duro, Alireza Zakani―, con un tercero, Mohsen Rezaei, de pedigrí principista, indicando que podría hacer lo mismo. Tales bajas principistas se deben a los casi negligibles niveles de apoyo concitados por estos candidatos específicamente, así como a una hipótesis discutible según la cual la división del voto favorable al principismo incrementa las chances de de candidatos moderados, en este caso Abdolnaser Hemmati, ex jefe del Banco Central iraní que, según la agencia noticiosa Associated Press, habría anunciado que en caso de triunfar designaría al actual canciller, Mohamad Javad Zarif, como uno de sus Vicepresidentes, si no como ministro de Relaciones Exteriores.
Más allá de tales bajas, dos altamente destacados políticos próximos a Rohani―el ya aludido Zarif, así como un rechazado aspirante a la candidatura presidencial, Ali Larijani, ex líder de su legislatura y promotor del apoyo parlamentario al acuerdo nuclear logrado por Zarif en 2015, quien también se ha contado entre los asesores de Khamenei―, emitieron sendos llamamientos a participar en la elección. Naturalmente, tanto uno como el otro se abstuvieron de pronunciarse a favor de alguno de los contendientes. Larijani, cuya exclusión por el Consejo de Guardianes ya había sido criticada por Khamenei, se refirió a “formas erradas de hacer las cosas”, que esperaba que fuesen enmendadas para evitar seguir “minando la confianza popular”, e invocó la enseñanza coránica según la cual Alá no altera el derrotero de un pueblo a menos que su gente opte por actuar ella misma en pro de tal cambio. Por su parte, Zarif se centró en la participación popular como guardiana del interés nacional a escala global, y aceleradora de “la cancelación de sanciones” que afectan a la economía iraní, quedando así confirmado el fracaso de la política de apriete máximo impulsada por Trump. Cierto es que 48 horas antes de la elección, el líder supremo también hizo un llamado a participar, pero su mensaje difícilmente podía impactar sobre quienes se aferraban a la idea de quitarle legitimidad por vía de la no votación a un resultado favorable a Raisi.
En la medida en que la unilateral decisión estadounidense de incumplir con los compromisos contraídos en el acuerdo de 2015 impulsó a Teherán a apartarse de la implementación de su propio cumplimiento con algunas de las medidas acordadas, la cancelación de sanciones es para Teherán el primer paso a darse para que la República Islámica vuelva a implementar tales contralores concertados con Estados Unidos y aliados y socios suyos para que el programa nuclear iraní no se aparte de los fines pacíficos a los que el país está abocado desde 2003. Pero israelíes y saudíes, entre otros, son de quienes sospechan que, agotada la duración del acuerdo, los fines pacíficos se verían acompañados por la fabricación de armas nucleares.
Reiniciada en Viena poco más de una semana antes de la elección presidencial, tal negociación no podrá ser concluida antes de que Irán cuente con un nuevo gobierno encabezado por el flamante presidente electo. Tal lo vaticinado por el director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica ―Rafael Grossi (a partir de 2019)―, que también se refirió a la necesidad de contar con “voluntad política” por parte de todos para llegar a tal destino.
Si bien un ex secretario del Comité de Relaciones Exteriores del Supremo Consejo Nacional de Seguridad durante la presidencia de Khatami y actual especialista en asuntos nucleares de la Universidad de Princeton, Hossein Mousavian, escribió en días previos a la elección que “la mayor parte del público iraní hoy cree que la construcción de diálogo […] con Estados Unidos está condenada al fracaso”, en Teherán hay quienes creen poder aseverar que todos los candidatos presidenciales, Raisi incluido, están comprometidos con el éxito de las negociaciones nucleares, prefiriendo desentenderse de ellas vista la posibilidad de capitalizar tal logro por el gobierno del sucesor de Rohani. En el caso de Raisi ello fue intimado por Raisi en el tercero de los debates televisados de los siete candidatos cuando, dirigiéndose a quienes son ajenos al principismo, dijo: “Ustedes, caballeros, no pueden implementar el acuerdo nuclear. Debe ser implementado por un gobierno fuerte”.
Entre los iraníes que opinan de manera parecida están quienes han llegado a afirmar que hasta habrían habido comunicaciones iraníes en ese sentido, en alusión implícita a lo alegado en su momento sobre contactos entre las autoridades en Teherán y allegados a Ronald Reagan, a la sazón aspirante republicano a la presidencia de su país, para que la liberación de los 52 estadounidenses enclaustrados en su embajada en la capital iraní ―durante quince meses aproximadamente, a partir de la toma de esa representación diplomática a fines de 1979―, fuese uno de los primeros logros del gobierno de Reagan (1981-1989). A contramano de Raisi, empero, uno de los participantes en tales debates presidenciales, el principista Said Jalili, ex secretario del Supremo Consejo Nacional de Seguridad iraní (2007-2013), y principal negociador nuclear de su país durante la presidencia de Mahmud Ahmadinejad, mostró sus reservas a propósito de lo que se está negociando al decir que “la firma de acuerdos carece de utilidad alguna” para Irán, seguramente un nutriente para las expectativas reformistas de un principismo que apareciese dividido en esta elección.
Más allá del acuerdo nuclear, la trascendencia del ejercicio electoral deviene del hecho de que constituye una suerte de previa, más precisamente una antesala para la pulseada en preparación de distintos intervinientes en la Asamblea de Expertos que, ya se dijo, es el ente que, entre otras cosas, designa al líder supremo, para el eventual ejercicio de reemplazo del octogenario Ali Khamenei como supremo, puesto que ocupa desde la muerte de Khomeini en 1989. Otrora jefe de Estado (1981-1989) también, Khamenei es hoy por hoy hombre de avanzada edad con problemas de salud, y hay quienes hipotetizan que Raisi podría querer sucederlo como líder supremo, lo que impide que los interesados en el tema puedan descartar la necesidad de estar posicionados para tal reemplazo, de ser ello necesario en los próximos cuatro a ocho años de la presidencia del próximo incumbente.
Entretanto, Mousavian recomendaba en la pieza antes mencionada que Irán debía abocarse post-resurrección del acuerdo nuclear, a la cristalización de “un sistema de seguridad regional colectiva y cooperación” entre países del Golfo, idea bien recibida por la Unión Europea y el Reino Unido, además de China y Rusia. Dicho sistema, dijo Mousavian, sería apoyado por Kuwait, Omán y Qatar, además de Irak, “para asegurar una paz y seguridad sustentables”, siempre que además prospere el diálogo recientemente iniciado entre Irán y Arabia Saudí.
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