Sátira de salvajismo al estilo italiano: "Brancaleone en las cruzadas" (1970)
Brancaleone di Norcia, un dudoso caballero del Medioevo, se deja llevar por su heroico entusiasmo y decide organizar una expedición hacia Tierra Santa, al momento en manos de pueblos musulmanes que también la creían región de santidad. Esto era lo que se decía, al menos. Las noticias tardaban mucho en llegar.
De esta historia decide Mario Monicelli —el director— hacerse dueño y con la complicidad del histriónico Gassman, de sabiduría actoral apropiada al teatro, con gestos ampulosos y una gracia que se le cae de los bolsillos, garantizan carcajadas. Acompaña la aventura la muy bella Stefania Sandrelli y, para que podamos decir "un reparto de excelencia", el experimentado Adolfo Celi echa mano a su comodidad en el género.
Así como en el film anterior, que dio comienzo a esta saga, la marcha de nuestro héroe y su pequeñísima caravana se ve detenida cada vez que algún personaje de Monicelli se cruza en su camino. Estos son preferentemente mutilado, y todo tipo de enfermos, tuberculosos, leprosos de aquí y allá y sobretodo las brujas.
Toda una comparsa de seres que parecen padecer al dios que adoran. Va Brancaleone montado en su caballo, el indisciplinado Aquelante, y nuevamente en la historia el apabullante y permanente discurso de Zenón.
Monicelli se sirve de estos y algunos muñecos más para atraparnos con su rotunda ironía. Causan mucha gracia los principios del mercenario alemán que, ante peligros o conveniencias, cambia de bando rápidamente. Así también peregrina junto a ellos un hombrecito que arrastra un pesadísimo lastre y se somete a castigos él mismo.
La música completa con humor los títulos y muchas de las escenas. Una película ideal para un fin de semana en que la naturaleza se decide por la lluvia.
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