Los humanos creemos tener una buena idea de lo que es el azar. Sí, el azar. Sin embargo (y por supuesto que yo estoy tan incluido como usted), tengo múltiples ejemplos para poner a prueba tal convicción.
En lugar de hacer una lista (de los ejemplos), prefiero contar una historia que leí en un libro llamado The Tiger That Isn’t [1], que en castellano sería (traducción libre mía) El tigre que no es tal”. Los autores son Michael Blastland y Andrew Dilnot. En alguna parte, antes del prólogo, hay una sugerencia que quisiera extraer. Dice así:
“Habría que darle a todo periodista una licencia ‘paga’ para que lea (y relea) El tigre que no es tal hasta que lo entienda”. En realidad dice algo ligeramente diferente pero conceptualmente es lo mismo. Y estoy hiperconvencido que es así, pero yo lo ampliaría hasta abarcarnos a todos, no solo a los periodistas, sino a toda la sociedad.
Quiero contar entonces el ejemplo que me llamó la atención.
Uno cree que estaría en condiciones de reconocer cuando un acontecimiento sucedió en forma azarosa, y por lo tanto, también cree que estaría en condiciones, frente a un evento, de reconocer cuando hay alguna causa que lo determinó. Sentimos una tentación imposible de resistir: buscar un patrón, una razón o ‘algo’ que lo determinó.
Varias veces, no muchas pero existen varios ejemplos, en donde efectivamente, somos capaces de encontrar el ‘tal’ patrón subyacente; pero en la abrumadora mayoría de los casos.... ¡no es así! Buscamos (y creemos haber encontrado) un cierto o supuesto orden, pero por más convencidos que estemos, en general no es así. Este es el ejemplo que ofrecen los autores.
Alrededor de la medianoche del 5 de noviembre del año 2003, en las afueras de un pueblito inglés que lleva el nombre de Wishaw, en el oeste de Midlands, una persona tenía in mente ‘cometer un crímen’, si hacía falta, convencido de que había justificadas razones para hacerlo.
Quienquiera que fuera esta persona, vino con un propósito muy determinado: llegó con el equipo necesario, incluidas unas grandes sogas que decididamente le harían falta.
Unos minutos más tarde, justo en el espacio que había entre los establos y el campo propiamente dicho, encontró un mástil, o un poste. Todos sabían que había estado allí por más de 10 años. Medía un poco más de 23 metros. Después de los primeros intentos para tumbarlo se tambaleó, y después —cuando ya no podía ofrecer más resistencia—, cayó estrepitosamente.
Estaba allí con un propósito determinado: emitía señales que servían para ofrecer telefonía celular en la zona. Justamente, cuando llegó al piso, interrumpió las comunicaciones. Habían pasado exactamente treinta minutos después de la medianoche.
La policía, cuando llegó, no pudo encontrar ningún testigo. Quizás tampoco quiso.
A la mañana, cuando operarios de la compañía de telefonía celular intentaban ‘reinstalarlo’, la gente del lugar se ocupó en que no lo pudieran hacer. Acusaron a la empresa, dijeron que los operarios trataban de invadir la propiedad privada. Desde ese momento, las personas que protestaban se organizaron en diferentes grupos para cubrir las 24 horas. Eso les daría garantía que ese mástil (o poste) no sería erigido allí nunca más. Y así sucedió. Hasta hoy.
¿Por qué? Si uno hace ‘centro’ en el poste, y traza (imaginariamente) un círculo con un radio de alrededor de 500 metros (cinco cuadras), allí vivían alrededor de 20 familias. Justamente, entre los integrantes de esas familias, se habían detectado nueve casos de personas con cáncer. ¿Cómo explicar tantos casos en un solo lugar si no fuera por los efectos (supuestamente) cancerígenos que se desprendían de las señales que emitía ese mástil?
Los habitantes de la villa podían tener razón. De hecho el mástil no fue repuesto, y es muy posible que nunca más sea erigido en ese lugar. Uno podría pensar que si en ese mismo lapso se hubieran cometido nueve crímenes, los lugareños tratarían de buscar una causa también. Cuando dos situaciones de este tipo suceden, es razonable pensar que tienen que tener alguna relación.
Pero eso no siempre es cierto. Podría ser que quienes vivían allí (o viven) estuvieran equivocados. Podría suceder que dos eventos inusuales que suceden simultáneamente no necesariamente estén vinculados, aunque nos cueste mucho trabajo aceptarlo. ¿De qué otra manera interpretar tantos casos de cáncer en un lugar tan pequeño si no fuera porque tiene que haber alguna razón que los haya generado? Si no era el mástil, entonces... ¿qué?
Es por eso que Blastland y Dilnot proponen pensar el siguiente ejemplo, y yo le propongo que lo haga.
Párese en una alfombra, pero una que no sea muy profunda. De todas formas, consiga una aspiradora porque después la va a necesitar. Lleve una lata grande (como las que usa para poner galletitas), pero en lugar de galletitas llénela con granos de arroz. Quítele la tapa y arroje hacia arriba, hacia el aire, todo el contenido. Trate de vaciar la lata en un solo gesto.
Como usted se da cuenta, lo que hizo fue crear una distribución ‘al azar’ de los granos de arroz, que justo cayeron sobre la alfombra en la que usted estaba paradx. Ahora, preste atención en cómo quedaron esparcidos por el piso. Lo más probable es que no estén distribuidos en forma uniforme. Es posible que haya lugares en donde haya pocos, otros donde haya muchos e incluso puede que haya dos tipos de lugares fácilmente distinguibles: espacios en donde ‘casi’ no cayó ningún grano y otros en donde se formó una ‘pila’ con muchos, ¿no es así?
Cuando se produce la aparición de muchos casos de cáncer o cuando emergen concentraciones que parecen (o son) inhabituales, uno –razonablemente- busca una explicación. ¿Por qué no la buscamos con el arroz? Imagine que cada grano de arroz es equivalente a un caso de cáncer que ‘toca’ a los lugares en donde vivimos.
En todo caso, el ejemplo muestra que abundantes concentraciones en determinadas zonas se producen por razones puramente aleatorias... ¡al azar!
Sin embargo, en el caso del arroz parece muy atendible y comprensible que el azar funcione de esa forma, pero en el caso del cáncer, ¡no! Los episodios de cáncer requieren una explicación mientras que los casos de arroz, no. Nos cuesta trabajo entender que ambos son subproductos del azar. Lo que sería verdaderamente extraño es que al haber arrojado al aire el arroz, se hubiera producido una distribución uniforme. Eso sí que sería raro. Lo que sucedió, no lo es. Pero cuando sucede con el cáncer, eso se nos torna inaceptable.
Un minuto y antes de avanzar: esto no significa que yo esté proponiendo en este artículo que cuando (o donde) hay aviones que rocían con sustancias tóxicas determinadas zonas, sustancias que terminan siendo cancerígenas, decía, no propongo que ignoremos o no investiguemos las consecuencias fatales que esos vuelos conllevan. No. No lo interprete así. Lo que sí quiero es advertir sobre la tendencia que tenemos los humanos en buscar teorías que ‘expliquen todo’, y cuando no las encontramos, entonces las buscamos en postes de teléfonos o en episodios místicos. Nada más que eso. El ‘azar’, nos guste o no, funciona de esa forma.
De la misma forma, con esta analogía no pretendo deducir o concluir equivalencias morales entre la distribución de granos de arroz y personas que tienen cáncer. Acépteme que tengo sensibilidad para detectar las diferencias. De hecho, cualquier persona que o bien padezca de cáncer o tenga un familiar, amigo, conocido con una enfermedad terminal, tiene todo el derecho en investigar las potenciales causas, pero la concentración de casos en una determinada zona no habilita para sacar conclusiones típicas de una teoría conspirativa. Los casos no se distribuirán en forma uniforme... y eso es todo lo que quería advertir.
Por otro lado, que sea ‘al azar’ no significa que no haya causas. De hecho, la posición del arroz dentro de la lata, si hay viento en el momento en el que la arrojo al aire, la fuerza de la mano que la arroja (y usted agregue acá las que quiere) tienen incidencia, obviamente. Los casos de cáncer, en este sentido, son equivalentes. Lo que sucede es que mientras en el caso del arroz nos parece totalmente natural, cuando sucede con personas y la distribución de una enfermedad nos resulta desconcertante y por lo tanto, funcionamos con una vara doble para juzgar o para emitir juicios. De hecho, la distribución la llamamos ‘misteriosa’ o ‘sospechosa’ o incluso ‘perversa’. ¿No es raro? Y una propuesta final: deberíamos estar un poco más alertas y esperar que este tipo de patrones aparezcan una y otra vez, y con frecuencia.
[1] La versión inglesa del libro se llama The Tiger that Isn’t, o sea El tigre que no es tal se puede bajar gratuitamente por internet acá:https://epdf.tips/the-tiger-that-isnt.html. Los autores son dos matemáticos británicos: Michael Blastland y Andrew Dilnot.
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