El pasado 28 de abril se celebraron elecciones generales en todo el territorio español para renovar la totalidad del parlamento e investir, así, al nuevo Presidente de gobierno.
La última encuesta oficial del Centro de Investigaciones Sociológicas auguraba un triunfo ajustado del socialismo. Sumado a los escaños de un Podemos en horas bajas, eso podía impedir un gobierno de coalición de las tres derechas: Partido Popular, Ciudadanos y Vox, similar al recientemente conformado en la Junta de Andalucía.
El ambiente de enardecimiento y de polarización previo a las elecciones no se recuerda en España quizá desde la primera victoria de Zapatero, tres días después de los atentados de Atocha, allá por 2004. No son pocos los y las analistas que encontraban en la victoria del Frente Popular de 1936 un antecedente similar por el encarnizamiento del eje izquierda-derecha.
Con una participación por encima del 75 por cinco, el PSOE alcanzó 123 escaños; el PP cayó hasta 66; Ciudadanos subió hasta a 57; Unidas Podemos bajó hasta 42 y Vox, el partido de ultraderecha, irrumpió con 24.
Los presentes resultados arrojan un mapa de fragmentación parlamentaria de múltiples y profundas causas, sin precedentes desde la transición democrática caracterizada hasta hace muy poco por el turnismo bipartidista de populares y socialistas.
Abocados a pactos, y sin mayorías absolutas claras ni coaliciones que alcancen la mitad más uno de los 350 escaños del parlamento, se inicia una larga etapa de negociaciones para formar gobierno. Tendrá su colofón en las elecciones municipales y europeas del 26 de mayo, cuando se dirima el poder territorial y el altavoz europeo. Hasta entonces todo es especulaciones.
Lo que sí queda claro es que el PSOE ostenta la iniciativa: la victoria refrenda, sin dudas, la gestión de Pedro Sánchez al frente de la Moncloa durante los últimos diez meses. La combinación de políticas sociales como salida final a la crisis con la propuesta de diálogo sin referéndum hacia el independentismo catalán han logrado posicionar al socialismo en el centro político del tablero. No es momento de anuncios que muevan ni un ápice el sentido de las encuestas. Un pacto con Unidas Podemos sería alimentar la polarización ideológica dándole vuelo a la derecha. Y un pacto con Ciudadanos alejaría a su base social de izquierda que ha vuelto al PSOE después de incursionar en Podemos. Para las bases del socialismo, un pacto con Albert Rivera de Ciudadanos sonaría a traición. No hay que olvidar que auparon a Sánchez al frente de una formación cuyo aparato, con Felipe Gonzalez y Alfonso Guerra a la cabeza, intentó apartarlo una y otra vez de la primera línea política. Por su parte, el independentismo catalán se ha mostrado proclive al diálogo con Sánchez a cambio de algún tipo de gesto hacia los presos políticos. Ellos están siendo juzgados durante estos días en la audiencia nacional por la declaración en suspenso de la independencia.
Desde Unidas Podemos se ha ofrecido un pacto de gobierno para apuntalar políticas de izquierda y para poner freno a la derecha más reaccionaria que encarnan Vox, Ciudadanos y un PP aznarista muy escorado a la derecha. Pablo Iglesias de Podemos logró frenar la sangría de votos con un notable desempeño en los tres debates televisados que tuvieron en vilo a media España. Sin embargo, desde la dirección nacional del partido saben que la propuesta de negociar un referéndum con garantías para resolver la cuestión catalana, que defiende Iglesias, les ha hecho perder mucho terreno en el resto del Estado, llegando incluso a poner en riesgo las llamadas alcaldías del cambio entre las que destacan Madrid y Barcelona. A Podemos se le echa el tiempo encima; la pérdida de poder territorial es la pérdida de fuerza en su negociación para cerrar un pacto con los socialistas, y esto Sánchez lo sabe de sobra.
Hacia la derecha del mapa político se sitúan los populares, Ciudadanos y Vox: tres partidos de idéntico origen, ninguna formación condenó al franquismo públicamente, y el grueso de sus dirigentes proviene de un Partido Popular que supo contenerlos a todos en los felices días del aznarismo: franquistas, conservadores-católicos y liberales. Sin embargo, la crisis catalana los separó, al menos de momento.
El Partido Popular de Pablo Casado desarrolló una campaña buscando hegemonizar el espacio de la derecha y perdió al votante de centro que suele intercambiar su voto entre PSOE y PP. Asimismo pagó electoralmente por los numerosos casos de corrupción que salieron a la luz en los últimos años y que involucraban a toda la primera línea de los populares. Desde la dirección del partido estudian un replanteamiento de la estrategia; distanciarse de Vox y reposicionarse en el centro-derecha ofreciéndose como única alternativa de oposición a un gobierno de izquierdas. Su fortaleza territorial sigue casi intacta y desde allí intentarán la reconstrucción del partido.
Albert Rivera fue otro de los ganadores del domingo pasado. Su formación se consolidó en todas las grandes ciudades y esperan poder capitalizar ese poder a la hora de negociar pactos puntuales para gobernar ayuntamientos y comunidades en las próximas municipales. La idea de una derecha liberal y europea atrae a un segmento de población joven que no se siente atraída por Podemos y que prefiere definirse como anti-ideológica. Cuenta con el apoyo de los grandes medios de comunicación y con las empresas del Ibex-35 que presionan para un pacto de Sánchez y Rivera. El eje de su discurso pasa por una recentralización de las autonomías y por la liberalización completa y absoluta del mercado de trabajo. Su política de mano dura con el independentismo le ha granjeado grandes apoyos en el electorado del PP y por allí también se explica el trasvase de electores de los populares. Su pragmatismo político le ha permitido pactar con PSOE, PP y con Vox a partes iguales, motivo por el cual, aunque ahora parezca imposible, podría acercarse a Sánchez si viera la oportunidad de monopolizar el voto de centro-derecha para fagocitar a Casado.
Cerrando el arco de la derecha encontramos a Vox y a su cabeza de lista, Santiago Abascal. Ex-militante del PP, reconvertido en adalid de la tradición y la unidad nacional. Vox es Abascal y la campaña de Abascal es de tono mesiánico. Se muestra hipermasculinizado y justiciero. Atrae a los sectores más reaccionarios del conservadurismo español (tradicionalistas, franquistas, monárquicos y neonazis). Su irrupción mediática se caracteriza por escenas bucólicas en zonas rurales, a caballo, en tractor e imaginando una España que ya no existe o que acaso nunca existió. De marcado discurso islamófobo, anti-inmigración, negacionista y anti-género, muy en línea con Trump, Salvini, Le Pen y Orban. Llevó su discurso público al guerracivilismo llegando incluso a parafrasear a Bolsonaro y a su política de armar a la población civil. Sus dos millones y medio de votos son sin duda un llamado de atención y su auge político dependerá de en qué medida el resto de formaciones democráticas sepan establecer el famoso cordón sanitario a su alrededor.
Las elecciones del 26 de mayo son la segunda vuelta. La derecha en su conjunto, aunque derrotada en diputados y senadores, suma más votos. Y eso, a la hora de configurar el poder territorial, será la clave de cualquier pacto de gobierno. Si Vox consigue pactos municipales seguirá creciendo con fuerza y entonces no habrá vuelta atrás. La clave de la izquierda estatal, en cambio, pasa por la movilización masiva, la activación y la articulación de los movimientos que surgieron al calor del 15-M y por la resolución del conflicto catalán y vasco en clave plurinacional.
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