La única verdad

Aprehender y politizarnos

 

La ola de la derecha radical que azota las costas de Occidente encontró a la Argentina debilitada: con una economía fuertemente endeudada, un sistema político fragmentado y degradado, un Poder Judicial desquiciado, un movimiento obrero desmovilizado y la mayoría social sumida en una pobreza creciente y hastiada por sucesivas frustraciones. Este estado de cosas no podía dejar de afectar subjetividades: no es novedad que las emociones juegan un rol importante en toda comunidad política, que la razón no es el único motor de la política. Y se impuso Javier Milei.

Es notorio que la famosa “batalla cultural”, en la que el Presidente Javier Milei se ve a sí mismo como el héroe, es fundamentalmente una batalla por las emociones, aunque no irracional y menos improvisada. Milei hace política dándole a su militancia forma de furiosa antipolítica, acudiendo a afectos negativos a partir de planteos moralistas y mentirosos como “la gente de bien” contra “la casta”, acumuló adhesiones militando la antipolítica. Ahora sabemos que la palabra “casta” encierra a una mayoría, en términos estrictamente electorales: a todo aquel que sea diferente y, en particular, que se oponga a sus políticas anti-populares.

Diré muy poco más sobre el mileismo: ya lo han escudriñado numerosos analistas hasta dejar una sobreproducción de diagnósticos —a la que yo mismo he contribuido— que abarcan el fenómeno de la derecha extrema y sus causas. Son aportes necesarios pero no suficientes para derrotarla, que tendrán sentido político si son considerados señales —importantes—, pero no la brújula para recorrer el trayecto que tiene por delante el movimiento popular, esbozado en las protestas sociales, la resistencia de Cristina, del gobernador Kicillof, de una mayoría de legisladores de ambos bloques de UxP en el Congreso, sectores del movimiento obrero y otras organizaciones sociales; en contraste con la conducta de gobernadores, legisladores y dirigentes gremiales “peronistas” que piensan salvarse subordinándose a un gobierno que ataca a la Nación y castiga a la mayoría social en un proceso que será difícil de revertir.

Sin conjeturar sobre los motivos de los pragmáticos que eluden el debate —muchas veces en nombre de la unidad—, lo cierto es que esa concepción tuvo costosas consecuencias; por ejemplo, cuando se entronizó la consigna “volver mejores”, un llamado a la moderación que reflejó contradicciones de fondo con el kirchnerismo y que, si fue un déficit —por usar un término amable— en el ejercicio del gobierno, se está convirtiendo en actitud suicida en el ejercicio de la oposición.

Hago estas afirmaciones porque parece que quienes creyeron haber ganado la elección de 2019 en virtud de una unidad, sin debate, de inspiración moderada, y no por la influencia decisiva en la memoria social del legado de Néstor y Cristina, con la dura oposición al macrismo incluida, todavía no han asumido sus derrotas de 2021 y 2023: el gobierno de Alberto Fernández hizo de la moderación un culto, que en la práctica implicó desechar las políticas transformadoras del kirchnerismo, y obtuvo los resultados que hoy padecemos; sin embargo, integrantes del albertismo residual puro, como la diputada nacional Victoria Tolosa Paz, se permiten repetir una de las letanías incumplidas del poder, que sentencia el “fin de ciclo” del kirchnerismo y de la conducción de Cristina. No han comprendido que el conflicto político implica la existencia de un enemigo y que para derrotarlo hay que enfrentarlo, no acariciarlo, y para enfrentarlo es necesaria valentía, no genuflexión.

 

 

De la unidad, los hechos y las interpretaciones

Es oportuno prestar atención a las definiciones que dio Mao en dos de sus textos más conocidos [1], sobre las contradicciones en general y el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo. En pocas palabras, Mao dice que al enemigo se lo combate: “La contradicción es antagónica”, algo que el régimen siempre tuvo claro. En el campo propio, en cambio, “sintetizamos este método democrático de resolver las contradicciones en el seno del pueblo en la fórmula ‘unidad-crítica-unidad’, que, expresada en forma detallada, significa partir del deseo de unidad, resolver las contradicciones a través de la crítica o la lucha y alcanzar una nueva unidad”.

Trasladándonos a nuestra realidad, podemos decir que no es lo mismo la mera unidad para enfrentar una elección —unidad electoral— que la unidad para gobernar con autonomía la Nación —unidad política—. Sabemos que unidad electoral no implica unidad política; en cambio, la unidad política comprende la unidad electoral, y al alcanzarla mediante el intercambio con el pueblo adquiere un estatus pragmático/realista: ¿Qué vamos a hacer con la deuda externa?, ¿qué con los recursos naturales?, ¿qué con los derechos pisoteados?, etc. Las respuestas conformarían un programa que por definición sería el de los sectores populares en sentido amplio; en otras palabras, la unidad como garantía de una transformación social progresiva no puede sino basarse en la comunidad organizada dispuesta a emanciparse.

En los días que corren, dos hechos impactantes han dejado enseñanzas elocuentes: el drama de Bahía Blanca puso en acto a pura solidaridad el enorme potencial social que se mantenía aletargado, lo que sugiere que podría convertirse en energía política a partir del trabajo militante y de una representación coherente que ponga en línea discurso y acción.

Por otra parte, el drama de los jubilados y la recurrente respuesta represiva del gobierno, que esta semana mostró su creciente brutalidad cobrándose varios heridos —uno de ellos grave, el reportero gráfico Pablo Grillo, cuyo delito según la ministra Patricia “Pinocho” Bullrich es ser “militante kirchnerista”— y más de 100 detenidos, muchos de los cuales no participaban de la manifestación; también activaron la solidaridad de la afición futbolera —no de los “barrabravas”: la única barrabrava fue la anciana de 87 años que le pegó a un policía— unida por encima de rivalidades. La movilización fue numerosa y no tuvo mayor masividad porque el gobierno perfecciona las técnicas represivas: esta vez inició los ataques antes del horario de convocatoria, con lo que intimidó y dispersó a cientos de manifestantes. No obstante, las manifestaciones se prolongaron hasta después de la medianoche y llegaron a Plaza de Mayo.

Los jubilados, con la experiencia de los años, confirman con hechos que la defensa —y más aún la conquista— de derechos se hace luchando, no resignándose y menos sometiéndose.

Tal vez, el remedo de Luis XIV que preside la Argentina haya pensado L’État c’est moi cuando esta semana se autoautorizó a aumentar la deuda externa con el FMI. Podemos inferir que ese pensamiento no es nuevo, por eso ha podido vociferar sin que se le acomodara un pelo “amo ser el topo que destruye el Estado desde adentro”, aunque en realidad lo reconfigura como quieren sus mandantes: no hay plata para responder a la tragedia que vive Bahía Blanca y tampoco para los jubilados, sí para fortalecer el aparato policíaco y de las fuerzas de inseguridad y afines; este jueves se comunicó mediante el Boletín Oficial una reasignación de partidas presupuestarias dispuesta por el decreto 186/2025 que establece “reforzar el presupuesto vigente del Ministerio de Seguridad nacional”; también hay para sostener la fiesta financiera —que está en problemas— de Luis Caputo y sus amigos.

 

 

El cuadro se completa con el escándalo protagonizado por el oficialismo el miércoles en la Cámara de Diputados y su acoso a la jueza Karina Andrade —quien ordenó la liberación inmediata de los detenidos en la manifestación de ese día— porque es “camporista”, antecedente de tal gravedad que el ministro de Justicia Mariano “Defiendo Narcos” Cúneo Libarona está analizando denunciarla ante el Consejo de la Magistratura. En Diputados, durante una sesión que había avanzado en la normalización de comisiones que deberán tratar temas como la estafa con la $LIBRA, en el momento en que —con quórum reglamentario— el bloque de UxP propuso que las comisiones correspondientes trataran la derogación de las facultades extraordinarias otorgadas al Presidente por la llamada Ley Bases, legisladores oficialistas desalojaron violentamente a aliados para evitar que continuara la reunión, y el presidente de la Cámara la levantó; en criollo: “No me gusta el tema que va a tratarse, entonces termino con la sesión”. Por otra parte, el vocero Manuel Adorni no quiso estar al margen de las amenazas a la jueza Karina Andrade, que basó su decisión en la defensa de garantías constitucionales como el derecho a la protesta; es que con la liberación de los detenidos, la jueza rompió la estrategia de intimidación que supone un mensaje como este: “Si participás en una protesta, podrías ir presa/o unas cuantas semanas”.

Es admisible suponer que esta sucesión concentrada de episodios con escenarios en la calle, el Congreso y el ámbito judicial implica costos políticos para el gobierno, con efectos en una parte considerable de la población. Pero sería un error atribuirle una caída brusca del apoyo popular con que todavía cuenta, error que se agravaría si de lo ocurrido se dedujera que esos costos se convertirán sin escalas en respaldo a la representación opositora: para que el régimen no se suceda a sí mismo es imprescindible un arduo trabajo político.

 

 

Un pragmatismo transformador

Pocas veces como en nuestros días —con un Presidente sospechado de criptoestafador— se ve con claridad la necesidad de esclarecer qué hay detrás de las apariencias, los discursos y otras puestas en escena del poder.

Nadie cuestiona que Nicolás Maquiavelo fue un pragmático: los unos conociendo su obra, los otros haciéndose eco de tergiversaciones interpretativas. Pues bien, veamos qué hizo el consejero florentino a propósito del poder, según Antonio Gramsci, su lector más honesto y agudo —trabajo filológico mediante—. Es importante detenernos en esto porque quienes en otros tiempos desvirtuaron a Maquiavelo, hoy tienen retoños que desvirtúan a Gramsci; tal el caso del intelectual orgánico del mileismo, Agustín Laje, y del mismo Milei.

Lo importante para nosotros de la rehabilitación de Maquiavelo por Gramsci y de recuperar al revolucionario italiano para el debate por la unidad es que hace una reflexión sobre la noción maquiaveliana de "relaciones de fuerza" como idea central de un realismo de nuevo cuño. En los Cuadernos de la cárcel, es decir, en el proyecto de elaboración de una filosofía de la praxis, Maquiavelo es valorado por su reflexión sobre la política; pero no en el sentido de que el autor de El Príncipe haya elaborado una teoría, una filosofía o una metafísica, sino justamente porque no ha hecho nada de eso: Maquiavelo se planteó como tarea la necesidad de pensar la coyuntura política [2]; se propuso pensar según la célebre expresión del capítulo XV de El Príncipe, la “verità effetuale della cosa”, es decir, la verdad constituida en la coyuntura política actual en su apertura estratégica a las posibilidades de intervención, sin anticipación especulativa alguna: “Maquiavelo ha escrito libros de acción política inmediata, no escribió una utopía” [3].

Lo mismo que Marx y Maquiavelo, Gramsci no inventó el poder; lo puso por escrito haciéndolo conocido a quienes no tienen acceso a la comprensión de su naturaleza: difundió un realismo popular que permite educar políticamente a los sectores subalternos al proyectar luz sobre los modos a través de los cuales los sectores dominantes buscan asegurar sus posiciones de poder y conquistar otras nuevas. Que nuestros autores sean aprovechados por quienes dominan para mejorar sus técnicas no debe alejarnos de ellos, sino todo lo contrario: se descubren en sus obras formas posibles de un actuar contrahegemónico, que tiene en cuenta las opacidades de una realidad atravesada por relaciones de fuerza en distintos niveles y sugiere alternativas para modificarla al servicio de un proyecto nacional popular, justo lo que no hizo el gobierno anterior.

Por su parte, nuestra propia historia —maestra generosa— nos enseña que, en un contexto de alta complejidad que plantea interrogantes: ¿Qué intereses orientarán al capitalismo autóctono en el mediano plazo, los de los sectores populares o los del gran capital? ¿Es inevitable un cambio de régimen político y, en tal caso, nos dirigiremos hacia un retorno del autoritarismo o a una profundización de la democracia? Otro factor determinante en la suerte de los sectores vulnerados y capas medias es la disponibilidad o no de una conducción política inteligente, insobornable y experimentada.

Como se ve, es difícil exagerar la importancia práctica del debate, la politización y la conducción: debate para la unidad, politización popular para la participación y conducción para cohesionar y mantener el rumbo estratégico de un camino emancipador, que siempre será hostilizado por una derecha implacable en las prácticas de violencia material y simbólica, y hábil en la manipulación de las emociones.

 

 

[1] Mao Tse-tung. Sobre la contradicción, Obras escogidas de Mao Tse-tung. Pekín, 1968; y Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo, Obras escogidas de Mao Tse-tung, Pekín, 1977.
[2] Frosini, Fabio. Gramsci e la filosofía. Roma (2003).
[3] Gramsci, Antonio. Cuadernos de la cárcel, edición crítica del Instituto Gramsci a cargo de Valentino Gerratana.

 

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