La tragedia palestina
Los factores israelíes que frustran la solución política propugnada por la comunidad internacional
El sociólogo español Luis Miller en su reciente libro Polarizados (Deusto) ha intentado explicar el fenómeno de la polarización afectiva que atraviesa nuestras sociedades, señalando como responsable al tribalismo que es consustancial a la naturaleza humana. En su ensayo explica que “los humanos evolucionamos en un contexto de intenso conflicto entre grupos, y eso ha equipado nuestra mente con la tendencia a favorecer y ser leales a nuestro grupo y hostiles a los grupos con los que competimos”. Una vez que se ha establecido una línea divisoria entre pueblos o en el interior de un mismo país, el conflicto está servido. “La línea nos permite construir identidades, y la identidad es una de las mayores fuerzas motivadoras del ser humano; permite poner en marcha mecanismos psicológicos que han evolucionado durante millones de años, dando lugar al tribalismo y los conflictos más enconados de la historia”. Añade que el cerebro humano lleva centenares de miles de años entrenándose para ello, de modo que es muy difícil conservar la imparcialidad y sustraerse a la dinámica generada por los conflictos. El cerebro que se prepara para la lucha o la huida, se ve impulsado por fuerzas inconscientes que anidan en el sistema límbico y que establece asociaciones entre eventos que se suceden de forma simultánea. Las amígdalas situadas en el lado derecho del cerebro almacenan la experiencia afectiva que se tuvo en un momento determinado y reaccionan con intenso enfado cuando la persona observa que su comunidad ha sido agredida. El deseo de venganza es tan intenso que provoca una suerte de enceguecimiento en busca de una reparación compensatoria inmediata. Esta breve explicación psicológica no permite avanzar demasiado en la comprensión de los conflictos políticos como el que enfrenta a palestinos e israelíes en Gaza, pero sirve para descartar que estemos ante “animales humanos”. El impulso irracional que lleva a un miliciano de Hamás a disparar a mansalva sobre jóvenes israelíes que participan de un concierto al aire libre es tan humano como el impulso irracional que lleva al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu a ordenar el bombardeo y destrucción de barrios enteros de viviendas y hospitales en la franja de Gaza, privando de agua y comida a sus habitantes. Ambos actores cometen con su accionar crímenes de guerra susceptibles de ser sancionados por el Tribunal Penal Internacional.
Las raíces del conflicto
La única manera de encontrar alguna explicación a un conflicto tan enrevesado como el que atraviesa los territorios de Israel y Palestina es indagar en sus orígenes, tratando de desenredar la madeja que se ha ido enmarañando por la incapacidad de las sucesivas generaciones en abordarlo respetando el Derecho Internacional. Bajo las limitaciones que tiene hacerlo en una breve nota, se puede tomar como punto de partida el fenómeno de la expansión del colonialismo europeo en el siglo XIX, es decir la creación de nuevas naciones de tez blanca a partir del desplazamiento de los pueblos originarios. Como señala el historiador israelí Ilan Pappé en Los diez mitos de Israel (Ed. Akal), “esas nuevas naciones solo podían crearse si los colonos empleaban dos lógicas: la lógica de la eliminación –deshaciéndose por todos los medios posibles, incluido el genocidio, de los pueblos indígenas– y la lógica de la deshumanización –considerando a los no europeos como inferiores, que por lo tanto no merecían los mismos derechos que los colonos”. De este modo se dieron procesos similares en África, en Asia y en Medio Oriente. En el caso de Sudáfrica las dos lógicas anteriormente señaladas dieron origen al sistema de apartheid establecido en 1948, el mismo año que tuvo lugar la limpieza étnica en Palestina, ejecutada por el movimiento sionista que buscaban instalar un hogar nacional para los judíos que habían sufrido los pogroms en Europa y el genocidio nazi. De este modo, añade Pappé, “después de la Segunda Guerra Mundial se permitió que el sionismo se convirtiera en un proyecto colonialista en un momento en que el mundo civilizado rechazaba el colonialismo, porque la creación de un Estado judío ofrecía a Europa, y en particular a Alemania, una salida fácil a los peores excesos del antisemitismo nunca vistos”. Como acontece con toda empresa colonial, fue acompañada de una narrativa que justificaba a ojos de los ocupantes la acción de ocupación emprendida. Para el sionismo, Israel es la misma tierra prometida por Dios a Abraham en la Biblia y que existió hasta el 70 d.C. cuando los romanos demolieron el Templo. Cabe consignar aquí que el historiador israelí Shlomo Sand ha desmontado en La invención de la Tierra de Israel (Ed. Akal) ese mito, cuestionando la tesis del éxodo judío porque los romanos nunca deportaron a pueblos enteros. Sand considera que los palestinos actuales, posteriormente islamizados, son los verdaderos descendientes de los pobladores judíos que asistieron a la destrucción del Templo por los romanos.
En 1947 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Resolución 181 que establecía una división de la región de Palestina para crear dos Estados, uno judío y otro palestino, con un área que incluía a Jerusalén y Belén bajo control internacional. A la población árabe –que representaba el 67% del total, 1.250.000 habitantes– le fue adjudicado el 46% del territorio y a los colonos judíos –que representaban el 33% de la población, 600.000 habitantes– el 54%. El diseño de los dos nuevos Estados era tan irregular que solo se le podía haber ocurrido al Dr. Frankenstein. Ahora bien, haciendo abstracción de esa extraña resolución votada por una mayoría exigua –en la que la Argentina se abstuvo– cabe preguntarse qué ha podido suceder para que transcurridos 75 años tengamos un Estado judío consolidado que en guerras sucesivas ha conquistado el 77% del territorio original mientras que el Estado palestino sigue situado en un limbo. A partir de 1948 Israel ganó sucesivas guerras, lo que le ha permitido ampliar su territorio, incluido el oeste de Jerusalén, y establecer ilegalmente 600.000 colonos en el territorio de Cisjordania. En su investigación titulada La limpieza étnica de Palestina (Ed. Crítica), Ilan Pappé relata que en 1948, con el nombre de Plan Dalet, la Haganá (ejército de los colonos judíos) destruyó 531 aldeas palestinas, provocando el desplazamiento forzado de 800.000 habitantes que debieron refugiarse en Jordania, Líbano y Gaza. En definitiva, como señala Pappé, lo único cierto es que desde su nacimiento la estrategia del Estado de Israel ha consistido en quedarse con la mayor cantidad posible de Palestina y con la menor cantidad posible de palestinos.
Factores que impiden una solución
Son tres los factores más relevantes que han frustrado la solución propugnada por la comunidad internacional de formación de un Estado palestino para equilibrar la situación geoestratégica en la región. Por un lado, la obsesiva búsqueda de seguridad de Israel, que lleva a una intervención permanente en los conflictos internos de los países vecinos para fragmentarlos o reducir su capacidad militar. Por ejemplo, los profesores norteamericanos John Mearsheimer y Stephen Walt –que su ensayo El lobby judío (Ed. Taurus) se declaran “pro-israelíes”– no tienen reparos en opinar que la guerra de Irak “se debió, al menos en parte, a un deseo de aumentar la seguridad de Israel”. Por otra parte, son notorios los esfuerzos que viene haciendo Israel para resolver por la vía militar el conflicto con Irán acerca del derecho al uso pacífico de la energía nuclear.
Otro factor que dificulta la resolución pacífica del conflicto palestino-israelí es el deseo del gobierno de Israel de preservar a toda costa el carácter judío de su Estado. Un escritor judío progresista como Amos Oz, que se muestra preocupado por “los palestinos diariamente oprimidos, asediados, humillados, que pasan hambre y privaciones a causa del cruel gobierno militar israelí” (Contra el fanatismo, Ed. Siruela) es defensor de dos Estados para dar solución a un problema “no ya por razones morales sino incluso por razones egoístas de seguridad para Israel”, dado que “si no hay solución para esta gente, Israel no tendrá paz ni tranquilidad por muchos acuerdos a los que llegue con sus vecinos”. Sin embargo, considera que Israel no puede admitir a esa gente en grandes cantidades, porque “si lo hace nunca más será Israel”. De este modo, debido al propósito de conservar la pureza étnica, se renuncia implícitamente a la idea de un Israel laico, donde puedan convivir en el futuro, en igualdad de derechos, todas las etnias, culturas y religiones. Un compromiso que fue establecido en la declaración constitutiva del Estado de Israel cuando se dice que “(Israel) asegurará una total igualdad de derechos sociales y políticos a todos sus habitantes sin tener en cuenta su religión, raza o género”.
El tercer factor que dificulta una solución política es la persistente violación por parte del Estado de Israel del Derecho Internacional y la falta de acatamiento a las resoluciones de las Naciones Unidas. Amparado en su poderío militar, permanece indiferente ante las condenas internacionales y viola los derechos de las personas que permanecen en los territorios ocupados. El gobierno israelí ha anunciado que no tiene intención de acatar la resolución 2334/2016 del Consejo de Seguridad de la ONU, que condena los asentamientos judíos en Cisjordania, mientras permanece todavía sin cumplir la resolución 242/1967, que ordena el retiro de Israel de los territorios palestinos ocupados durante la Guerra de los Seis Días, o la resolución 194/1948, que pide el retorno de todos los refugiados palestinos a sus tierras. Actualmente se estima en 5,9 millones los refugiados palestinos situados en campamentos en Siria, Líbano, Jordania y otros países que están a la espera del retorno a los lugares de los que fueron expulsados. En opinión de algunos expertos, existe una constante en los sucesivos gobiernos israelíes consistente en forzar un “traslado suave”, es decir una emigración en masa de los palestinos a cualquier otro lugar del mundo. Este deseo es explícito en los partidos de la derecha ultra religiosa que proclaman abiertamente la anexión de los palestinos de los territorios históricos de Judea y Samaria (actualmente Cisjordania). En los pactos de coalición firmados en diciembre de 2022 por Benjamín Netanyahu, líder de Likud, y sus socios de otros cinco partidos de la extrema derecha supremacista judía y ultraortodoxos, se contempla la anexión de la Cisjordania ocupada. En el documento firmado con Sionismo Religioso, Netanyahu se compromete a anexar Cisjordania al afirmar que la “soberanía israelí se extenderá a Judea y Samaria” aunque se añade que la medida estará sujeta a la “ponderación de los intereses nacionales e internacionales de Israel” a criterio del Primer Ministro. La base de votantes de Sionismo Religioso, liderado por Bezalel Smotrich; y de Poder Judío, de Itamar Ben Gvir, está en gran medida conformada por colonos –ellos mismos lo son– defensores de la anexión total.
El régimen de apartheid
En opinión de la experta en relaciones internacionales Virginia Tilley, la solución de dos Estados, que es la iniciativa alentada por la diplomacia internacional, ha quedado obsoleta como solución práctica dado que los asentamientos judíos han reducido el territorio palestino a un residuo demasiado pequeño para sostener una sociedad nacional viable. Por lo tanto, en el libro Palestina/Israel: un país, un Estado (Ed. Akal) considera que la única solución viable consiste en el establecimiento de un Estado binacional entre el Mediterráneo y el Jordán. Obviamente, las políticas belicistas que buscan la derrota del enemigo, tanto de Hamás como de Netanyahu, conspiran contra ese objetivo. Además esta solución demandaría convertir a Israel en un Estado laico, democrático y étnicamente neutro, lo que pese a la simplicidad del enunciado es algo tremendamente complejo. En los medios occidentales es habitual la afirmación de que “Israel es el único Estado democrático de la región”. Sin embargo, no puede otorgarse la categoría de democracia plena a un Estado que legitima un sistema de apartheid. En Israel existe un sistema jurídico de segregación étnico-religioso entre los judíos israelíes y la minoría palestina del país. Las leyes israelíes establecen un sistema de ciudadanía jerarquizado, que garantiza derechos especiales a los nacionales judíos (con respecto al acceso y uso de la tierra, el alojamiento y la educación) que se les niega a los ciudadanos israelíes que no son judíos. El Tribunal Supremo Israelí ha sostenido la legalidad de este sistema que legitima la nacionalidad judía frente a la ciudadanía israelí. En el año 2018 el Parlamento israelí –Knesset– aprobó la controvertida Ley del Estado-Nación, que define oficialmente a Israel como el “hogar nacional del pueblo judío”, establece el hebreo como única lengua nacional y afirma que “el derecho a ejercer la autodeterminación nacional en el Estado de Israel es exclusivo del pueblo judío”. Un estudio amplio y muy bien fundamentado del sistema de apartheid vigente actualmente en Israel, redactado por Amnistía Internacional, se puede leer aquí.
Actualmente Gaza viene sufriendo los bombardeos constantes de la aviación israelí con la destrucción de barrios enteros de viviendas como modo de evitar que vuelvan a ser habitadas. Según la ONU, los ataques ya han dañado o destruido la cuarta parte de las viviendas de la Franja. Para el Presidente de Egipto, Abdelfatá al Sisi, el ataque contra el hospital Al Ahli de Gaza fue más allá de “una acción militar contra Hamás” y forma parte de una política de “limpieza étnica (…) para expulsar a los palestinos de su tierra”, en concreto a través de la frontera egipcia. Según las declaraciones del ex fiscal del Tribunal Penal Internacional Luis Moreno Ocampo en la Radio Nacional Española, el asedio que sufre la población de Gaza –a la que se le priva de agua, electricidad y alimentos– y los bombardeos a la población civil son un delito de genocidio. Por otra parte, pocos medios han informado que el estallido de violencia en Gaza ha venido precedido del incremento de las agresiones de los colonos judíos contra la población palestina de Cisjordania. Se estima que 200 palestinos, entre ellos 40 menores, han muerto en Cisjordania a manos de colonos o soldados israelíes solo desde enero de 2023. La población palestina sufre en este territorio el derribo de viviendas o la expulsión de sus casas y los arrestos arbitrarios. Actualmente son alrededor de 6.000 los palestinos que están también secuestrados en prisión bajo detención administrativa, es decir recluidos indefinidamente sin enfrentar juicios ni cargos en Israel. En este clima, donde el rol de las Naciones Unidas aparece totalmente desdibujado por el protagonismo de Estados Unidos, es difícil imaginar alguna solución diplomática en el corto plazo. Pero igualmente resulta difícil imaginar que la situación de enorme injusticia que recae sobre el pueblo palestino pueda prolongarse eternamente.
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