La terra trema
Una dinámica regional con potencial para desencadenar radicales transformaciones
“Ese fue su compromiso, no fueron hombres de la comodidad, al contrario, vinieron a este mundo a incomodar, a incomodar a los poderosos, a incomodar a los poderes establecidos, a desafiar las reglas… Vinieron a encender el fuego, no a apagarlo. Pero a encender los buenos fuegos, los fuegos de la igualdad, los fuegos del pueblo, no los fuegos que incendiaron otros, que incendiaron pueblos con sirenas y represión… Esos son los fuegos que tenemos que mantener encendidos, con la militancia, con la gestión, con gobernar, por el pueblo y para el pueblo”. Estas palabras, que corresponden a Cristina Fernández, fueron pronunciadas el 4 de mayo de 2015, a cinco años de la elección de Néstor Kirchner como Secretario General de UNASUR, como evocación de la lideresa a su compañero y predecesor y a Hugo Chávez.
La cita recobra una vigencia política de urgente actualidad. Porque de haber continuado la construcción de la nueva institucionalidad de América Latina, en la que unidad política se expresaba en la UNASUR y la CELAC, hubiera habido una enérgica y activa respuesta de esa institucionalidad ante el intento de desconocer el triunfo del profesor Pedro Castillo a la presidencia de Perú, por parte de una oligarquía que alineó a todo un sistema político detrás de una fuerza que simboliza la herencia de una brutal dictadura que desorganizó una Nación por medio de la represión y el terror.
Pese a la paralización y la política de liquidación de la institucionalidad nueva y latinoamericanista que habían iniciado Chávez, Lula, Morales, Mujica, Correa y Kirchner, su espíritu permanece. Ha sido muy acertada la felicitación que el Presidente Alberto Fernández le hiciera a Castillo, porque no se trató de un acto protocolar, sino de una actitud necesaria para impulsar el cumplimiento de la voluntad popular amenazada.
La llegada a Perú de un Presidente valiente, dirigente de los trabajadores de la educación, integrante de las organizaciones sociales campesinas, que logró expresar al Perú profundo, amplía una dinámica regional de América Latina que tiene la potencialidad para desencadenar radicales transformaciones. Hoy Chile luego de batallas populares que se extendieron en tiempo y espacio se encamina a un cambio constitucional y la probable elección de un gobierno popular. En Colombia se transita un creciente papel de la movilización callejera que emula lo ocurrido en Chile y jaquea la continuidad del régimen terrorista de los Uribe-Duque. Estos tres países transitaban políticas y patrones económicos ajenos a la emergencia de procesos transformadores que recorrieron otras naciones del continente en los primeros quince años del milenio.
Chile, Perú y Colombia vienen de largos períodos de construcción de desigualdad social, reprimarización de sus economías y adhesión obediente a las políticas indicadas desde los centros del poder mundial. Sus economía organizadas con la política económica de metas de inflación que exige la no dominancia fiscal, subordinando la actividad económica estatal y el gasto social al objetivo de combatir la inflación, tuvieron como condición el establecimiento de una tasa de desempleo que no la acelere, o sea, que fuese lo suficientemente alta como para evitar la lucha de los trabajadores por mejores salarios.
Hoy en América del Sur, el proyecto de la financiarización se desarticula en los países del Pacífico que habían quedado al margen de la ola transformadora, mientras gobierna el Frente de Todos en Argentina, el MAS en Bolivia y el chavismo en Venezuela. Las condiciones de recrear la Unidad Latinoamericana y abrir otra etapa para el renacimiento de los proyectos del Banco del Sur, del Fondo del Sur, del régimen de intercambio en monedas propias, del Sucre y hasta un mercado de títulos de la región, vuelve a tener vigencia. La era Bolsonaro parece contar con poco tiempo de vida y hay esperanza de que Lula retorne a liderar el país más grande de la región. Nada está resuelto, todo está en conflicto, pero el período de cinco años en donde el neoliberalismo pareció retornar para largo tiempo ha concluido.
Decía la actual Vicepresidenta en un discurso pronunciado el 9 de enero de 2013, cuando recibió en Mar del Plata a la Fragata Libertad (también editado por Colihue en el libro Cristina Fernández de Kirchner, una política exterior soberana, 2019) que “muchos de los que por ahí decían que teníamos que hocicar, que arrodillarnos eran precisamente los que habían endeudado a la Argentina. Porque los fondos buitre no aparecen por casualidad, hay una historia de muchas décadas en la República Argentina, una historia de endeudamiento feroz, que operó sobre la desindustrialización, sobre la desocupación, sobre el hambre del pueblo”. Antes que sobreviniera la complicidad Cambiemos-FMI para someter al país al exorbitante endeudamiento con el FMI, Cristina Fernández recordaba que “los dos mayores períodos de endeudamiento… se registraron entre 1978 y 1983 y entre 1991 y 2001, unos producto de la apertura y la liberalización de la economía y también de una reforma financiera que comenzó a cambiar el perfil productivo de la Argentina y también de un gran endeudamiento de empresas privadas”. Recordando cuando Argentina también fue adormecida por el liberalismo neo.
El maestro y la Unidad Latinoamericana
Dos proyectos nacionales enfrentan como alternativa los países de América Latina. Castillo se expresa en la misma vereda que la lideresa del Frente de Todos, como escribe Lautaro Rivara en Lecciones de un Maestro (Revista La Tinta, 11 de junio de 2021). “Castillo no suavizó consigna alguna ni maquilló su programa, como parecen demandar los manuales tácitos de las candidaturas cada vez más descafeinadas, centristas, tecnocráticas y liberalizadas que proliferan en la región. Aunque con diferencias de tono, y visiblemente más cómodo oficiando de anfitrión, Castillo habló de referéndum constituyente; denostó frente a su rival las esterilizaciones forzosas bajo la dictadura de Alberto Fujimori; puso sobre el tapete la necesidad de una (segunda) reforma agraria que, a la vez, complete y rectifique la de Velasco Alvarado; propuso políticas económicas de industrialización soberana; habló de la necesidad de poner coto a las corporaciones y de la necesaria reapropiación de la renta minera y agraria; manifestó el inicio de una coordinación geopolítica con Rusia y otras naciones para la obtención de vacunas; y se refirió en extenso a la lucha anticorrupción —quizás una de las principales demandas populares del Perú—, pero no para cazar corruptos de poca monta ni hacerle el caldo gordo al lawfare, sino a través de una cruzada que comience por arriba. Un programa, en suma, nacionalista radical, industrialista, soberanista y popular, entroncado en la propia historia del Perú, cuya última referencia de bienestar y 'progreso' para la inmensa mayoría de la población fue el gobierno militar nacionalista de Velasco Alvarado entre los años 1968 y 1975”.
Esos dos proyectos nacionales antagónicos se enlazan en dos paradigmas de integración opuestos. Uno es el que se expresa liderado por la OEA, y que diera origen al prácticamente extinto Grupo de Lima: es el del panamericanismo. En cambio, el que se ideó bajo la lógica del UNASUR y la CELAC es el de la Unidad Latinoamericana. El primero es el de los que, como expresa Cristina Fernández, pregonan arrodillarse y hocicar ante el poder de los fondos especulativos y las finanzas globales concentradas, en cambio el segundo es el de los que vinieron a incomodar a los poderosos.
Hace casi un siglo escribía Mariátegui que “el panamericanismo… no goza del favor de los intelectuales. Cuenta sólo con algunas simpatías larvadas. Su existencia es exclusivamente diplomática. La más lerda perspicacia descubre fácilmente en el panamericanismo una túnica del imperialismo norteamericano. El panamericanismo no se manifiesta como el ideal Continente, se manifiesta más bien inequívocamente, como un ideal natural del imperio yanki. (Antes de una gran Democracia, como les gusta calificarlos a sus apologistas de estas latitudes, los Estados Unidos constituyen un gran Imperio). Pero el panamericanismo borda su propaganda sobre una sólida malla de intereses… La moneda, la técnica, las máquinas y las mercaderías norteamericanas predominan más cada día en las economías del Centro y del Sur [del Continente]…Los intereses económicos y políticos le asegurarán, poco a poco, la adhesión o al menos la sumisión, de la mayor parte de los intelectuales". En ese texto titulado El iberoamericanismo y el panamericanismo ( J. Mariátegui, Textos Básicos, FCE, 1991), más adelante, caracteriza al iberoamericanismo como sustentado “en los sentimientos y tradiciones” y remata: “El panamericanismo se apoya en los intereses del orden burgués, el iberoamericanismo debe apoyarse en las muchedumbres que trabajan por crear un orden nuevo”.
En estas horas la disputa entre los dos proyectos se despliega en Perú, donde la legítima expresión de Castillo es la que ha de confluir con el Proyecto de Unidad Latinoamericana, mientras la violación de la Constitución que intentan las derechas se alinearía con la lógica panamericanista. Fuego popular irreverente o sumisión obediente.
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