Desde el inicio de su segundo mandato, Donald Trump ha desatado batallas en distintos frentes; confusas para algunos, contradictorias para otros. Se están cumpliendo ahora “los 100 días que estremecieron al mundo”, parafraseando el famoso libro del norteamericano John Reed sobre la Revolución Rusa de 1917.
El plan maestro es contener y ahogar el desarrollo de China con un cerco en todos los planos: económico, financiero, comercial, tecnológico, militar y comunicacional, lo que algunos llaman Guerra Mundial Híbrida y otros Guerra Fría 2.0. El cacareado objetivo de “Hacer América Grande Otra Vez” (Make America Great Again/MAGA) es más atractivo para el público que decir abiertamente “queremos ahogar el desarrollo de China porque creció demasiado y hace sombra al dominio imperial de Estados Unidos”. Las cosas por su nombre.
El presente es un nuevo capítulo del enfrentamiento de Estados Unidos con China. No es el primero ni será el último, por la sencilla razón de que –al margen de las distintas fracciones del capital, sus oposiciones parciales, sus distintas representaciones políticas y estilos personales– ese es el objetivo del gran capital norteamericano y mundial. La razón principal es que China no cumplió exactamente con todas las expectativas que hace más de 50 años imaginaron quienes protagonizaron los primeros contactos entre ambas potencias, que –Henry Kissinger y Chou en-lai mediante– llevaron al comunicado Mao-Nixon de 1972 con el reconocimiento expreso de que Taiwán pertenece a “una sola China”. Esa concesión fue para separar a la República Popular China de la Unión Soviética y acercarla a la órbita occidental. China es independiente de Estados Unidos porque su conducción política es independiente del gran capital chino, al que con su apoyo hizo crecer de la nada.
Todos los demás frentes abiertos, los distintos objetivos (parciales) así como los distintos capítulos de la saga aranceles, están subordinados a ese objetivo central. Puede que el plan parezca contradictorio, y lo es hasta cierto punto, hasta planificadamente contradictorio, añadiríamos. Tanto en lo planeado por Trump y su equipo como en aquello que emergió fuera de las previsiones. Son “daños colaterales” que se buscarán resolver –o no– a medida que vayan apareciendo.
Trump comenzó su segundo gobierno dejando de lado el manual de palabrerío hollywoodiense sobre la libertad y la democracia, y declaró abiertamente sus pretensiones imperialistas de consolidar su hegemonía mundial con la política del garrote. Comprar Groenlandia, anexar Canadá y retomar el Canal de Panamá es profundizar la hegemonía sobre el “Hemisferio Occidental” (el continente americano y su proyección norte en Groenlandia). Mata varios pájaros de un tiro, pero su plato fuerte está en repeler los avances de China en distintos países, comenzando por echar a la administración portuaria del Canal de Panamá, que tenía CK Hutchison de Hong Kong. Distintos países están recibiendo a los emisarios que ponen en blanco y negro qué es lo que esperan que eliminen de los intereses chinos. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, pasó un solo día por la Argentina haciendo declaraciones muy claras y haciéndose acompañar por personajes presentables y de los otros. Llegarán a Perú para redefinir las funciones de China en el puerto de Chancay. El hueso duro de roer son los fuertes lazos comerciales de Brasil con China, que ahora suplantan toda la exportación de soja que proveían los norteamericanos, además de otras materias primas, incluidos minerales.
A poco de asumir, Trump inició un diálogo con Putin buscando terminar rápidamente la guerra en Ucrania, aceptando la pérdida de hecho para ésta de los territorios ruso-parlantes ocupados por el ejército ruso. Aquí el objetivo no era terminar con la muerte de miles de soldados y civiles, y con la destrucción de Ucrania; era cerrar un conflicto perdido donde Estados Unidos está involucrado militarmente como coordinador real de las fuerzas de la OTAN, para concentrar su poderío militar en el cerco a China, apoyado en 300 bases en Asia-Pacífico. Sin embargo, el destrato a los países europeos ha dado alas al comediante Zelensky, que continúa una guerra perdida con el apoyo de palabra de Francia y Gran Bretaña, y el apoyo a regañadientes de casi todo el resto de Europa, prolongando el conflicto más allá de lo deseado por Trump. El interminable minué de cese de hostilidades a centrales eléctricas y las violaciones deliberadas de Ucrania buscan enojar a Trump, para que retome el apoyo militar más activamente. En el medio, los conductores políticos de Europa quedaron humillados como vasallos ante el mundo. Daño colateral a arreglar.
Las mismas intenciones están detrás del objetivo de terminar rápidamente –con el imprescindible apoyo militar norteamericano– el genocidio y la limpieza étnica en Gaza que llevan a cabo las fuerzas armadas del Estado de Israel. Al momento actual, las fuerzas israelíes están “arreando” a la población palestina remanente hacia el límite internacional, abriendo brechas para pasarlos al inhóspito desierto de Sinaí sin el acuerdo de Egipto. Para limitar este foco, Trump ha descartado abiertamente el pedido de Netanyahu de darle el apoyo logístico a las fuerzas israelíes para atacar los centros de desarrollo atómico en Irán.
La guerra de los aranceles
Este capítulo comenzó el 2 de abril. Desde el punto de vista de la teoría económica es una barrabasada sin sentido, pero Trump avanza no con lógica económica de la apertura comercial que ellos mismos consagraron con las reglas del comercio internacional que mantienen desde 1945, sino con la fuerza bruta del imperio militarmente dominante. Veamos cifras básicas sobre el comercio de China y Estados Unidos con el mundo y entre sí.
No disponemos de las exportaciones e importaciones de servicios para China o el resto del mundo para 2024, pero sí para Estados Unidos. Sumando mercancías y servicios, exportó U$D 4,8 billones e importó 5,9 billones, con un déficit de cuenta corriente de 1,1 billones. Ese déficit es la diferencia entre el gasto total de Estados Unidos en 2024 (U$D 30,1 billones) y su Producto Nacional (29 billones). Estados Unidos gasta más de lo que recauda y pide prestada la diferencia al resto del mundo, que usa el dólar como moneda de reserva. En otras épocas los bancos centrales acumulaban oro, ahora papeles sin otro respaldo que el poder imperial de Estados Unidos. Si quiere equilibrar su saldo comercial debería devaluar el dólar –encareciendo importaciones y abaratando exportaciones–, pero ello haría volar por el aire todo el aparato financiero del dominio norteamericano, basado en la estabilidad del dólar y su uso como reserva en el resto del mundo.
Reducir ese déficit comercial es la razón “oficial” que pretende justificar la guerra de aranceles. Inicialmente Estados Unidos impuso el 10% a la mayoría de los países y porcentajes mayores a otros: Vietnam 46%, China 34%, Taiwán 22%, India 26%, Corea del Sur 25%, Japón 24% y Unión Europea 20%, entre los importantes. Inmediatamente, la mayoría de los países fueron a solicitar la reconsideración de los aranceles, que se sumaban a los previos al 2 de abril. Según palabras de Trump, formaban una larga fila para “besar su culo”. Trump puso en pausa su decisión original para negociar estos derechos por 90 días, excepto con China, el único país que replicó con firmeza, imponiendo originariamente un 34% a sus importaciones de Estados Unidos. El tema escaló hasta el actual 245% para ciertos bienes chinos y 125% para los de Estados Unidos. Esto era el verdadero objetivo y China se había preparado para ello.
En el medio quedan las promesas de liberar las importaciones de China de celulares inteligentes, computadoras y sus partes –algo así como el 25% de las exportaciones de China a Estados Unidos– por el temor de que ello incremente en más del doble el precio al público de esos productos y a las empresas norteamericanas como Apple, con el efecto inflacionario y el consiguiente malestar de los compradores, jóvenes en su mayoría. La pausa de 90 días permitió recuperar parte de la espectacular caída de valor de las acciones en Estados Unidos –cerca de U$D 2 billones (trillion)– y la fuerte caída de los bonos de largo plazo del Tesoro norteamericano, serios factores de desestabilización económica que pueden terminar en una recesión en Estados Unidos. Lo último es el enfrentamiento con el presidente de la FED, el banco central norteamericano, para que baje la tasa de interés, lo que está haciendo caer el valor del dólar frente a las demás monedas y produciendo la estampida de los inversores. Como mínimo, Estados Unidos tendrá mayor inflación mucho antes de lograr que migren las empresas industriales a su territorio para “hacer Estados Unidos grande otra vez”. Como máximo, puede haber default de sus bonos del Tesoro: el caos financiero total. A Trump le encanta jugar con fuego y tirará de la cuerda tanto como pueda, pero cuidando que no se corte.
El costo para China será la caída drástica de sus exportaciones a Estados Unidos, por U$D 524.883 millones, que representan el 14,7% de sus exportaciones mundiales (en 2017 superaban el 20%). Pero a estas exportaciones directas hay que sumar las partes y componentes chinos que forman parte de las exportaciones de los diez importantes países de ASEAN (Indonesia 24% de aranceles, Filipinas 17%, Malasia 24%, Singapur 10%, Tailandia 36%, Vietnam 46%, Brunei Darussalam 24%, Camboya 49%, Laos 48% y Myanmar 44%), de México y de Canadá. También aprovechó Trump para apretar su cerco sobre el petróleo venezolano (la mayor reserva mundial comprobada del oro negro) y de Irán: todo país que compre o traslade petróleo de estos dos países recibirá el rayo de los cielos: aranceles a todos sus bienes exportados directa o indirectamente a Estados Unidos. ¿Las reglas internacionales del comercio? Te las debo, diría Macri.
Un punto central que complica a China son las negociaciones que viene llevando a cabo Estados Unidos con los países que van a “besar su culo”, por las demoledoras consecuencias de no negociar. Son los casos de México, aunque guarde las formas; de Canadá, que le retruca con un acuerdo de exportación de petróleo a China luego de que el de Estados Unidos cayó a cero; o del muy afectado Vietnam, que tuvo un superávit comercial de U$D 123.500 millones, una enormidad para su tamaño. Las negociaciones con Vietnam no pudieron satisfacer las expectativas de Xi Jinping en su reciente visita. El plato fuerte, sin embargo, lo manejó recientemente el Vicepresidente J. D. Vance en India, el principal país –por cantidad de habitantes– que potencialmente y a largo plazo quiere suplantar a China en exportaciones a Estados Unidos. Pasar de la histórica neutralidad a ser aliado de Estados Unidos es la condición para no recibir el 26% de aranceles. Sería un golpe a China y a Rusia.
Estados Unidos le aclaró a todos los países negociadores que les bajará los aranceles especiales (no el 10%, que queda fijo para todo el mundo, hasta ahora) si y sólo si reducen/cortan/aniquilan sus lazos comerciales con China en todas sus formas. Son tantas las limitaciones que –aun concediendo aquí y allá– siempre algo logrará Estados Unidos.
Conclusiones
Xi Jinping conoce estas negociaciones con quienes son sus socios comerciales, en especial ASEAN. No espera demasiado del dolorido rezongo europeo ante los norteamericanos, pues no sacarán los pies del plato. El resto ya lo vimos. A todos los efectos, China está sola. La situación sólo se puede minimizar con el aumento del consumo interno, la llamada “doble circulación”, aprovechando la capacidad financiera de expandir el gasto interno sin afectar el nivel de precios que oscilan entre la deflación y el 1% anual. Otro elemento central de esta estrategia es el apoyo a las nuevas tecnologías basadas en la IA, de las cuales DeepSeek es uno de los ejemplos brillantes. Cambios que están en sus primeros balbuceos.
A corto plazo, Estados Unidos tendrá más inflación y China menos ocupación industrial. Nadie saldrá indemne. El comercio mundial puede caer un 2%, con caídas de precios de commodities en general. El FMI pronostica (WEO, abril de 2025) tímidas reducciones sobre el crecimiento de 2024. Minimizar las consecuencias –no sólo económicas– para China o para Estados Unidos entra en el terreno del wishful thinking (ilusiones), y sólo hemos querido hacer un retrato de las consecuencias del Big Bang en los primeros minutos de existencia del Nuevo Universo. A ajustarse los cinturones.
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