LA SERENA INTENSIDAD
La música que escuché mientras escribía
El domingo pasado, cuando quise pispear los comentarios de los lectores del Cohete para una edición de las más fuertes que hicimos, no tenía conexión a Internet. Limpié la casa, me bañé, regué las plantas y, como no se restablecía, llamé al proveedor. Luego de esperar que la computadora agotara todas las opciones y me pusiera con una operadora humana, ya un poco aturdido por la musiquita de fondo que te indica que estás conectado con algún punto del planeta Tierra, recibí un informe tranquilizador: habían ubicado el problema, en un nodo a una cuadra de casa y antes de las cuatro de la tarde el servicio estaría reconectado. Cuando volví a llamar a las 16.30, me dijeron que seguían trabajando y que lo resolverían el mismo día.
Recién el lunes al mediodía todo volvió a su quicio. Nunca mejor aplicada la expresión, porque un domingo de cuarentena sin conexión desquicia a cualquier blanquito bien sucedido de clase media y lo ayuda a imaginar otras realidades menos felices. Entre llamado y llamado a la compañía estuve leyendo un interesantísimo libro de la filósofa y politóloga Wendy Brown que me regaló Sergio Palazzo sobre el carácter destructivo del neoliberalismo para los elementos básicos de la democracia (El pueblo sin atributos. La secreta revolución del neoliberalismo) y buceando en mi desordenada discoteca para buscar la música que acompañaría ese día atípico, como un adicto capaz de fumarse la yerba del mate.
Luego de una relectura creativa del curso de Foucault de 1978 y 1979 sobre la razón neoliberal, Brown avanza varias décadas y señala que en el Sur esa racionalidad política en la que coexisten desregulación y control, y por la cual se desvanecen las ideas de justicia, inclusión e igualdad y hasta la misma noción de pueblo y participación colectiva en la vida pública, fue impuesta de modo violento. En cambio, en el mundo euroatlántico se dio de modo más sutil, mediante transformaciones del discurso, de la ley, del sujeto, mediante el poder blando (penosa traducción del soft power inglés), no el duro. Como consecuencia, "el neoliberalismo se ha enraizado de modo más profundo en los sujetos y en el lenguaje, en las prácticas ordinarias y en la conciencia. También esto lo vuelve más difícil de entender y de articular, lo que quizá ofrece una razón por la que el neoliberalismo ha encontrado mayor resistencia en, por decir algo, América Latina durante las últimas décadas, que en Estados Unidos o Gran Bretaña". Esta visión sobre la reducción de todos los aspectos de la vida a la economía, de la académica de Berkeley, escrita en 2017, el año en que Macrì se impuso en las elecciones de medio término, es útil para valorar mejor la resistencia popular que condujo a su derrota en las elecciones de hace seis meses. Fue una enorme victoria popular, no sólo sobre un gobierno de incompetentes lanzados al saqueo, sino sobre una constelación ideológica que en todo el mundo, como dice Brown, no sólo venció al comunismo: también está derrotando a la democracia.
Entre capítulo y capítulo de un libro denso, encontré un CD sin cubierta, que sólo decía The John Lewis Piano. Después de escucharlo diez veces, en cuanto se restableció la civilización virtual busqué sus datos básicos. Lo impactante es que fue grabado en 1957, a los 37 años de Lewis y muestra una madurez que yo pensaba que había alcanzado recién después del Modern Jazz Quartet, cuando grabó los dos exquisitos volúmenes de Evolution, en 1999 y 2000. Uno de los mayores privilegios de mi vida fue escuchar su último recital, en el Lincoln Center, poco antes de su muerte, a los 80 años, en marzo de 2001. La convertibilidad produjo el absurdo de que una pieza de hotel y una entrada para ese show único, ¡costaran lo mismo o menos que un día de hotel y una comida en un paradero en la arena de Pinamar ! Dependía del gusto de cada uno qué elegir.
¿Te acordás cuando escribí que el modelo de Menem y Cavallo estaba haciendo agua mineral Perrier?
Contra la discriminación y el desprecio que padecieron en Estados Unidos, muchos músicos de piel negra se refugiaron en una ilusión de nobleza hecha con palabras, como el Duque Duke Ellington, los Condes Earl Hines y Count Basie, el Rey King Oliver, el Sir Richard Hanna o el Príncipe antiguamente conocido como Prince. Ellington era un obsesivo del cuidado de su aspecto y sus modales, como le había inculcado su madre. Uno de los discos solistas de John Lewis se llama Elegance. Lo era en forma superlativa, dentro y fuera del escenario, pero con una sobriedad moldeada en sus largos años de residencia en una villa italiana frente al mar. Muy alto, fornido, con el pelo cano cortado al ras y un smoking impecable me hizo entender la frase de Barenboim, de que la música está hecha de silencio.
Primero escuchá las pistas que conseguí del disco de 1957 y después, parte de lo que grabó casi medio siglo después. Transmite la serena intensidad de una vida dedicada a crear belleza como pocos lo han logrado frente a un piano. Y eligió simbolizarlo con una modesta choza en la nieve, que ilustra su portada.
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