Sortear la crisis hace necesario vivir por encima de nuestras posibilidades
Lo que importa de una crisis es la salida. La vuelta a la normalidad. El debate es por la clase de normalidad a la que arribaremos. Nadie ignora que en lo inmediato, para cualquier crisis, el tipo de salida que la trama política con peso de decisión logre congeniar y poner en práctica define sus consecuencias. Lo que queda. Lo que expurga. El gobierno, actor principal de la trama, apuesta a bajar el gasto global de la economía. La punta de lanza aguzada es la del gasto público. El argumento es romo porque se trata de un problema de dólares, no de pesos. En el reino de los enunciados vacuos, resulta un velo útil para arrebujar la profundización de la poda generalizada que viene practicando desde que asumió.
El gobierno actúa de esta forma porque entiende que su credibilidad y su reputación están en juego. Entiende bien. Es la transición. La de revertir el proceso de desarrollo centrado en el mercado interno en dirección hacia la factoría de bajos salarios. La crisis fue detonada por los cambios en los mercados globales. Pero el calado que alcance la crisis lo establecerá el grado en que el gobierno alcance ése, su objetivo estratégico, al que se subordinan los restantes. Que los encargados de instrumentar la meta perseguida se hayan manifestado poco y nada duchos, no veda la condición cardinal de la misma. Lo reaccionario no quita lo pródigo. La vuelta de la confianza que se le esfumó, significaría que subsanó las marcadas inconsistencias de la política económica que practica y que la causaron. O sea, que de una u otra manera logró hacerle pagar los platos rotos a los trabajadores y otros sectores del mercado interno.
Lo que le sofoca el espacio político al gobierno es el obstáculo para financiar vía deuda externa la desindustrialización sin que percuta en forma perceptible en los niveles de empleo y actividad de la economía. A mediados de los ’90 el nivel de empleo y de actividad caían fuertemente. Con el dólar sujetado por la convertibilidad y los precios quietos o ligeramente deflacionados, el nivel de la conciencia política daba para identificar un estado de no-crisis. Habrá que ver ahora con la inflación encabritada y la perspectiva alcista del dólar, qué recepta la conciencia política promedio y cómo actuarán las clases y sectores perjudicados.
El gatuperio y los gemelos
Entretanto, presionados por la crisis, algunos sectores de la coalición que sostiene al gobierno de forma tibia sugirieron que hay una alternativa al FMI. Diagnostican que el problema fue abrir poco inteligentemente la economía, y bajar el ahorro por aumento del consumo. La deuda externa fue para sostener la inversión. Proponen centrarse en las exportaciones. Recapitulando. La disputa es entre los que quieren bajar el gasto centrados en el déficit fiscal y los que buscan lo mismo pero por medio de convertir en superávit el actual déficit de cuenta corriente.
La pugna se encuadra en cuestión de los déficits gemelos. Refiere a una identidad contable proveniente de las cuentas externas e internas de la nación. Una vez que suceden las cosas (ex post, en la jerga de los economistas) se tiene que el déficit de cuenta corriente (a la derecha de la identidad) es idéntico (a la izquierda de la identidad) a lo que se llama la brecha privada, (ahorro menos inversión) más lo que se llama la brecha pública (impuestos menos gastos). Si hay déficit de cuenta corriente, un resultado negativo, debe registrase a la izquierda de esa identidad algún resultado negativo que lo explique. En la actualidad ese resultado negativo es el déficit fiscal. Los que junto al gobierno hacen hincapié en este último abusan ex ante (previo a que sucedan las cosa, en la jerga de los economistas) de esa identidad ex post. Suponen que la balanza de pagos acusa ajustes automáticos. Si baja el gasto interno a través de generar superávit fiscal, entonces hay dólares para pagar. Menores importaciones y mayores exportaciones, ambas como respuestas positivas a la deflación. Mera y peligrosa ilusión. Las exportaciones aumentan muy poco ante la baja de su precio (en jerga: son inelásticas). Las importaciones caen porque cae el empleo. Al final, terminamos más pobres y con más deuda, y con el pescado sin vender.
Los otros quieren hacer lo mismo pero volviendo superavitaria la cuenta corriente. Un poco más de administración del comercio y bajando los salarios mediante una bruta devaluación y que permanezcan ahí (no se sabe cómo), para intentar salir mediante el modelo exportador. Ni antes ni ahora el proteccionismo del mundo los disuade. La acentuada inelasticidad de las exportaciones, tampoco. Pero incluso si fuera un mundo abierto, que no lo es, la salida exportadora jamás procuraría el desarrollo porque su supuesta ventaja competitiva son los bajos salarios, es decir, la falta de mercado interno. Los salarios nunca podrían subir porque traban la dinámica de esta distopía.
Unos y otros tienen este punto en común: bajar los salarios como norte estratégico y acelerar su caída como llave maestra de salida de la crisis cuando se presenta, como ahora. Difieren en el método. En cuál de los dos gemelos es más apropiado para la faena. Adolfo Canitrot, coéquiper de Juan Sourrouille en el plan Austral, definió con claridad los puntos comunes que hacen a la actualidad de Cambiemos. Dice Canitrot que “si el salario real vigente es mayor que el de equilibrio aparece un déficit [en la cuenta corriente]”. Tal déficit “se corrige mediante el alza del tipo de cambio que determina, a la vez, una caída del salario real”. Además “el salario real no puede determinarse simplemente por un acuerdo entre trabajadores y empresas. Si este acuerdo es violatorio de la restricción externa, a juicio de los ahorristas y otros tenedores de activos, su vigencia va a estar sometida a las presiones alcistas del tipo de cambio y de la tasa de interés. Los operadores del mercado financiero poseen así un derecho de veto sobre las políticas de ingreso”. Es curioso que hasta el presente los de Cambiemos no le hayan hecho un monumento al finado Canitrot, que era capaz de teorizar lo que ellos simplemente hacen.
La apertura se evapora de la explicación de la crisis porque el gatuperio cree que la protección es responsable de que los salarios se salgan de quicio. Utilizan el artefacto conceptual de la protección efectiva. En este caso se toma en cuenta cómo percute la estructura arancelaria en el bien final y en los insumos para fabricarlo. Poner un arancel bajo a un reloj, y ninguno a las piezas, redunda en una gran protección efectiva que impide importarlo. Hacerlo acá es más caro, pero con el arancel termina siendo más barato. Por eso se la llama protección al valor agregado. Grosso modo, valor agregado es la suma de salarios y ganancias. Esa protección efectiva hace que aumenten los salarios, las ganancias y el gasto público más de lo que soporta el equilibrio de la balanza de pagos. Esto es falso de cabo a rabo. Los precios no determinan los salarios. Es al revés. Y, por otra parte, como indica uno de los autores de este enfoque, W.M. Corden, para curarse en salud, cuando los insumos enfrentan una demanda que no es sensible a los precios (inelástica), como es el caso en la realidad, “el concepto de protección efectiva desaparece en su más estricto sentido”.
En este reino de fantasía reaccionaria, ahondar la especialización agropecuaria y abrir la economía resulta necesario para que los salarios no estropeen la fiesta. El mismo Canitrot nos informa que “a los efectos de crecimiento del salario real en el largo plazo es más eficiente un incremento de la productividad en la agricultura de exportación que un aumento de la productividad del trabajo en la industria dedicada al mercado interno. Si se adopta la práctica de aumentar los salarios industriales de acuerdo con el aumento de la productividad del trabajo en la industria, mientras las exportaciones crecen a un ritmo menor, se crea un déficit de cuenta corriente exterior. Este déficit obliga a una devaluación que reduce el salario real”.
En el reino de fantasía reaccionaria la protección impide que la productividad de la agricultura determine los salarios nacionales. Al respecto Marx estableció que "la primera condición de la producción capitalista es que la propiedad de la tierra ya está arrancada de las manos de las masas". Cuando la tierra es libre, el sistema de salario no es una relación social dominante. Cuando hay salarios, es decir capitalismo, la renta capitalista absorbe toda mejora de la productividad y le impide que repercuta sobre los salarios. Así, hacer depender el nivel salarial de la productividad de la tierra no tiene sentido. Además los trabajadores industriales y sus sindicatos marcan el camino al alza salarial. Con lamentable retraso le siguen los del agro. Y si la productividad del campo es baja, no tiene por qué hacer caer los salarios industriales. Empujan los precios agropecuarios al alza. Así posibilitan que los salarios chacareros emparden a los industriales, en lugar de llevar los salarios industriales al nivel de los chacareros.
Encima
Los acólitos del gobierno afirman que, de última, la crisis es el castigo por haber pretendido vivir por encima de nuestras posibilidades. Humorada negrísima. De pésimo gusto. Al menos el 70 por ciento de los argentinos, desde diciembre de 2015, ven disminuir sus ingresos. Están viviendo por debajo de sus posibilidades. Vivir por encima de nuestras posibilidades implicaría que consumimos más en el pasado de lo que produjimos. Resulta que consumimos menos. La deuda es por haber producido por debajo de nuestras posibilidades a causa de la apertura. Amén, de que la cuenta corriente de la balanza de pagos incluye los servicios financieros que no pueden ser considerados como consumo.
Sin embargo, si cualquiera se puede endeudar por mera capitalización de los intereses, estos intereses no pueden devengarse sin deuda preexistente. De esto se deduce que los servicios actuales son el efecto de bienes y servicios reales recibidos como excedente en el pasado inmediato combinado con los que dejamos de producir. Como lo que talla en definitiva es la balanza comercial, se puede decir que un país que se endeuda es un país que vive o ha vivido por encima de sus posibilidades; según el concepto abusivo de los economistas liberales. Pero en nuestro caso, se generó más que nada por perseguir deliberadamente producir por debajo de nuestras posibilidades.
En rigor de verdad, lo único atendible y cierto es que hay que vivir por encima de nuestra producción efectiva. No hay otra. Por dos razones. Una, que en cualquier economía de mercado la producción efectiva es tendencialmente inferior a los recursos. Dos, debido a que la producción efectiva es una función creciente del tren de vida. Por lo tanto vivir por encima de la producción efectiva es la única manera de aumentarla, tanto al nivel de su producción potencial como del consumo efectivo correspondiente, y de equilibrar así el conjunto hacia arriba.
Sucede que la contradicción que diariamente debe resolver el capitalismo en la Argentina, y en donde sea, es que únicamente puede invertir en función creciente del consumo final. Dado un nivel de empleo, esto implica que el ahorro va en dirección contraria, declinante. Esto es matemáticamente imposible. La magnitud de la inversión conlleva la del ahorro. Pero es proporcional al consumo o sea en función decreciente del ahorro. La solución para movilizar o desmovilizar la reproducción ampliada extensiva proviene de movilizar o desmovilizar el nivel de empleo que está en barbecho. La aritmética del capitalismo es la de un mundo parado sobre su cabeza. Es verdad que la inversión es ex post igual al ahorro efectivo. El ahorro efectivo es la suma del ahorro voluntario y del involuntario. Entonces, para invertir al final es necesario que alguien, de una u otra manera, ahorre. Sin embargo, para impulsar las inversiones no es necesario que la gente ahorre por su propia voluntad. Es cuestión de que se vea obligada, en términos reales, a ahorrar como consecuencia del alza de los precios. Los precios suben porque suben los costos y éstos se empinan porque se marcha hacia el pleno empleo.
La prédica de la coalición gobernante y sus seguidores para sortear la crisis se resume en la idea de aumentar el ahorro (mucho menos consumo), como si ello fuera factible en la realidad del capitalismo para hacerlo crecer. Todo en nombre de un futuro mejor, tras el mal trago. Sus bases conceptuales son tan endebles como la habilidad de sus funcionarios. Nada bueno es de aguardar. La salida de la crisis tiene un solo grado de libertad: rehacer los ingresos de los argentinos. Es por la propia lógica de la inversión en el capitalismo real. Deuda, dólar, y el resto se arreglan en función de ese objetivo o la crisis amaga a desembocar en la factoría de bajos salarios. Y sería raro que sea sin violencia. La conciencia política del movimiento nacional queda así desafiada.
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