Como toda persona, yo tengo un núcleo de curiosidades, de temas que me atrapan. Me doy cuenta que es tendencioso y arbitrario, pero… ¿no nos pasa eso a todos? De todas formas, hay algunos que muy en particular me interesa entender, estudiar y después, cuando ‘creo que ya ‘entiendo un poco más lo que no entiendo”, quiero comunicarlo. Entre todos esos temas hay un subgrupo particular y son los temas que o bien contienen algún tipo de dilema ético, o bien aquellos en los que ‘no sé bien lo que pienso’, no sé qué opinión tengo.
Respecto de los dilemas éticos, entiendo que muchas veces me es muy difícil tomar posición. Una vez que me convenzo de que ya sé por qué elegí una respecto de otra, descubro que me cuesta trabajo seguir otorgándoles el mismo valor de verdad a los argumentos que la sostenían.
Yo sé que este principio es ambiguo, pero no se me ocurre ninguna otra forma de presentarlo que respete mi confusión interna. En todo caso, si pudiera, le propondría que se ponga usted en una situación cualquiera de su vida cotidiana, en donde se vea necesitada/o de tomar una decisión o elegir una posición, donde no esté claro cuál de las dos ‘partes’ (por definirlas de alguna forma, o ‘distinguirlas’ de alguna manera) es la correcta. No sé qué le sucede a usted, cuántas veces se ve enfrentado a situaciones de ese tipo, pero yo sí sé que a mí me interesa enfrentarme con ellas y empujarme a esa suerte de ‘abismo’ en donde tengo que optar… En algún sentido, es como estar viviendo lo desconocido, haciendo camino al andar.
Hay un ejemplo muy típico de esta última época y muy popular también, aunque no sé si lo que siga en este artículo merezca la equiparación. Pero quiero escribirlo igual. Suponga que usted es una persona que tiene que decidir cómo programar el software de un automóvil que se maneja solo, pero en una situación muy particular. Imagine que súbitamente, cuando el auto va circulando por una avenida o una calle, inesperadamente se le cruzara una persona en su trayectoria. Los sensores funcionan ‘a pleno’ y si el auto pudiera pensar diría: ‘No hay manera de que alcance a frenar antes de embestir al peatón’. Allí es donde un humano al volante, pero también el software que viene con el vehículo que se maneja solo, invitan a tomar una decisión: o bien el auto puede girar el volante hacia la derecha para evitar el choque o bien hacia la izquierda y chocar contra una pared. En ese mismo instante, esos mismos sensores le advierten que sobre la derecha hay dos personas paradas en la esquina esperando un colectivo y si gira hacia la izquierda, es verdad que chocará contra una pared, pero hay varias personas caminando por esa vereda. ¿Qué hacer? ¿Qué instrucción darle al vehículo? Usted, ¿qué haría? ¿Qué decisión aspira usted que tome el vehículo?
Por ejemplo: ¿deberían importar las edades aproximadas de las personas? ¿O el número de personas? ¿Importa que si la persona que cruza tiene 70 años (como yo, casi) o si entre las dos personas que esperan el colectivo hay un niño? ¿Y si fuera al revés? ¿Si el que cruza imprevistamente es un niño mientras que las dos personas que esperan el colectivo forman una pareja de casi 70 años cada uno? ¿Qué debería hacer el automóvil: matar un humano o dos? ¿O debería tener en cuenta las edades? Y naturalmente, lo mismo con las personas que están circulando en la vereda opuesta.
Como usted advierte, no hay UNA respuesta correcta y otra (u otras) incorrectas, pero lo que está claro también es que ALGUNA respuesta, ALGUNA decisión hay que tomar. Hay que programar el software que llevará el automóvil. Además, le sugiero que piense que no tomar ninguna decisión también ES tomar una decisión.
Por otro lado, cualquiera sea la determinación final, ¿quién va a decidir? ¿Los fabricantes del automóvil? ¿El conductor del vehículo? ¿Lo legislará el Congreso, con una ley?
Otra pregunta podría ser: ¿habrá que ubicar algún dispositivo que permita que el dueño del automóvil tome esa decisión cada día que maneja? Digo esto, porque otra opción podría ser “matarme yo, el conductor, o la persona que conduce”, estrellándose por ejemplo contra un árbol o una pared en lugar de atropellar a cualquier otro. Ahora bien, esta decisión: ¿la tomaría también si usted llevara algún acompañante en el auto? ¿Y si estuviera su hija? ¿O su madre? ¿No habría que regular desde el Estado qué deberíamos hacer en tanto que sociedad? ¿O le vamos a dejar ese lugar que deberían ocupar los legisladores a las compañías que fabrican automotores? Pregunto esto porque ciertamente en la Argentina puede que como sociedad, tengamos una preferencia diferente que la sociedad griega o portuguesa o irlandesa, por poner algunos ejemplos.
En fin: creo que se entiende bien en estos casos por qué no sé qué es lo que pienso, y no sé si usted tiene (o tendría) los mismos problemas que yo. Pero esta es la sociedad en la que estamos viviendo y son temas que más allá de las urgencias (no parece ser muy urgente tener que tomar una decisión de este tipo ahora), en algún momento tendremos que hacerlo… y estamos mucho más cerca de lo que parece, si no es que ya es demasiado tarde… pero ese sería otro debate.
¿Qué me motivó a presentar este problema aquí y ahora? Hace poco tiempo, en una situación muchísimo más banal que la anterior, me sentí en una suerte de encrucijada: ¡no sabía bien qué pensar! De a ratos me parecía claro que una de las opciones me dejaba más satisfecho y me sentía envalentonado para poder defenderla ante cualquier otra/o que pensase diferente. Pero después, con el intento (no siempre exitoso) de ponerme en el lugar de la otra persona, cuando leía otras opiniones o escuchaba otras discusiones, cuando tenía más tiempo para pensar o se me ocurría alguna otra idea, iba mutando, saltando de un lado a otro y buscando, si existiera, alguna posición intermedia.
Usted verá que en el caso que le voy a presentar ahora sí hay posiciones intermedias y no sé siquiera si estoy de acuerdo conmigo mismo, y siento que comparar ambas situaciones es un error. Pero bueno, lo escribo igual. Acá voy.
La historia es así. Pablo Prigioni, uno de los jugadores argentinos de básquet integrante de la famosa Generación Dorada, es ahora ayudante técnico de uno de los equipos de la NBA. Está trabajando en el otro equipo de New York, el que tiene su base en Brooklyn. Es un equipo que hasta hace poquito tiempo jugaba en Nueva Jersey, del otro lado del río Hudson pero que en el año 2014 se mudó a Brooklyn, y se convirtió en “Brooklyn Nets”.
Digo ‘el otro equipo’ porque el más famoso es el que juega de local desde que se fundó, nada menos que en el Madison Square Garden: los “New York Knicks”. Pero bueno, me desvié. Prigioni está recorriendo su primer año como entrenador después de haber abandonado la práctica activa del juego ‘casi’ al mismo tiempo que Manu Ginóbili y el Chapu Nocioni. Hace unos días, sobre finales de octubre de este año (2018), Pablo me envió un artículo periodístico que había sido publicado en Los Angeles, pero que ya tenía tracción en todo Estados Unidos: la sociedad que habían constituído ‘el otro’ equipo de Los Angeles (Los Angeles Clippers, en lugar de Los Angeles Lakers, que son los más reconocidos mundialmente) y una empresa de software muy conocida en el ambiente del básquet: Second Spectrum.
La NBA tiene 29 estadios en donde se juegan sus respectivos partidos. Esas 29 canchas tienen instaladas 6 cámaras en el techo, que van registrando (y almacenando) todo lo que sucede en la cancha. Es decir, registra todos los movimientos de los 10 jugadores, los tres árbitros y de la pelota. Por un momento, me voy a olvidar de los árbitros y solamente me voy a restringir a los 11 ‘puntos’: los 10 jugadores y la pelota. Piénselo así:
“¡Cada cámara saca 25 fotos POR SEGUNDO de esos 11 puntos!”
Eso significa, que POR MINUTO, hay un registro de lo que sucede en la cancha de 16.500 fotos.
TODA esa información es almacenada y permite (entre otras cosas), poder contestar algunas preguntas, desde las más obvias hasta las más complejas.
Si sigue leyendo, verá que acá abajo voy a exhibir una muestra sencilla y extremadamente breve de las que se me ocurrieron a mí.
Tomemos un jugador cualquiera que esté participando en la NBA, digamos Lebron James (foto principal). Voy a suponer que Lebron tiró al aro en un momento del segundo tiempo cuando estaban jugando contra Los Angeles Clippers y faltaba poco tiempo para que terminara el partido.
Los datos acumulados durante toda la temporada hasta ese momento, permitirían contestar estas preguntas:
- ¿A qué distancia estaba el rival más cercano Lebron en el momento en el que tiró?
- ¿Cuántos de esos tiros tomó Lebron cuando faltaban cinco minutos para terminar el partido en todos los otros partidos que jugó este año?
- ¿Y en los que jugó en su vida?
- ¿Cuántos de esos tiros embocó?
- ¿Cuántas veces en esa misma situación le pasó la pelota a un compañero?
- ¿Qué porcentaje de veces tiró comparado con las veces que la pasó?
- De las veces que tiró, ¿cuál fue el pico de elevación de la pelota en cada uno de ellos?
- ¿Importó la altura del rival que tuvo delante para que optara ‘pasarla o tirar’?
- ¿Qué porcentaje convirtió?
- ¿Cuál fue la mayor altura que tuvo que superar teniendo en cuenta el brazo estirado del rival que tuvo enfrente?
- ¿Importó en qué lugar de la cancha estaba Lebron, si fue a la izquierda, a la derecha o más cerca del centro?
- ¿Cómo era la distribución de sus compañeros en el momento en que estaba a punto de tirar?
- ¿Qué porcentaje de aciertos tuvo Lebron en todos los partidos anteriores que jugó (frente a ese equipo rival y/o a los jugadores que tuvo enfrente)?
- ¿Cómo hubiera variado el porcentaje de aciertos si Lebron se corría ligeramente, digamos 5 centímetros, hacia su derecha? ¿Y si iba hacia su izquierda o hacia delante? ¿En cuánto hubiera incidido su porcentaje de aciertos?
- Y puesto en otros términos, ¿qué porcentaje de aciertos tendrían esos compañeros que lo rodeaban en ese momento, si él les hubiera pasado la pelota en lugar de tomar el tiro?
Como usted advierte, las preguntas son ‘casi’ interminables y posiblemente la mayor parte de las respuestas sean de poca o cero utilidad. Pero lo impactante es que los datos existen y son accesibles. Y virtualmente no requieren de ningún esfuerzo humano, porque no es que hay que ‘tipear para ingresar los datos’ o ‘tipear para extraerlos’: las ‘máquinas hacen todo’.
Estos datos son distribuidos por la NBA a todos sus equipos… todos. Ninguno tiene ventaja sobre otro. Es cierto que hay algunos de esos mismos equipos que pagan un dinero extra para tener acceso a mayor información, pero eso es —en este contexto— un detalle menor.
Quiero hacer una pausa: si usted llegó hasta acá, debe estar pensando: ¿Y dónde está la ‘revolución’? O, si usted prefiere, ¿dónde está el dilema que cuesta tanto decidir o contestar? De hecho, estos datos existen desde hace casi un lustro. Téngame un instante de paciencia y ya verá.
La compañía que recolecta esos datos se llama Second Spectrum. Hace no mucho tiempo, a principios del año 2015, escuché una charla TED [1] que dio su presidente, Rajiv Maheswaran: “La Matemática detrás de los movimientos más salvajes en el básquet”. Hay una versión en castellano de la charla de manera que si le interesa el tema, le sugiero que no se la pierda.
Para hacer todo un poco más sencillo: lo que continúa sí que me interesa que lo siga, verá que es un aspecto muy interesante. Piense que cada vez que una de las cámaras que están instaladas en el techo saca una foto, es porque está registrando la posición TRIDIMENSIONAL de los 10 jugadores y la pelota. En lugar de poner jugadores y pelota, reemplácelos por puntos. Es decir, la foto permite distribuir ONCE ‘puntitos’ dentro de una caja de zapatos. ¿Por qué? Es que la cancha no es solamente bidimensional, no es solamente el piso. Para que todo este análisis tenga sentido, es esencial tener en cuenta las alturas, ya que hay un aro y no todos los jugadores miden lo mismo.
En algún sentido, esos 11 puntitos están ubicados en alguna parte de esa ‘caja de zapatos’ en la que se convierte la cancha prolongada hacia arriba, como si hubiera en alguna parte un ‘techo’. Esa altura se refiere no solo a la altura de los jugadores, sino también a los brazos extendidos y saltando, la posición del aro, la posición de la pelota (que obviamente viaja por el aire), y encima de todo, esos once puntitos… ¡se mueven! Van generando una especie de película. El programa que diseñó Second Spectrum almacena las posiciones de esos once puntitos y permite describir las trayectorias de todos ellos a medida que se está jugando el partido, y permite analizar las ‘relaciones’ que hay entre esos ‘puntitos’, cómo incide el movimiento de cada uno de ellos sobre el movimiento de los otros. Eso: se trata no solo de detectar y guardar dónde estuvo cada uno (de esos puntos), sino las ‘relaciones’ que hubo (y hay) entre cada uno de ellos. Ser capaz de descubrir qué movimientos de algunos puntitos generan movimientos de otros, es el atractivo de este particular juego. Y eso sucede en un tiempo determinado y con reglas bien escritas: las ‘reglas del juego’.
Ahora bien, a esta altura estaremos de acuerdo en que tenemos la tecnología para almacenar todos esos datos, pero entonces, las preguntas empiezan a llegar por otro lado: ¿para qué me sirve guardar toda esa información? ¿Qué hago con ella? ¿Cuáles son las verdaderas preguntas que yo querría poder contestar? ¿Quién las formula? ¿Cuáles son las preguntas ‘relevantes’, las que SÍ importa contestar?
Una vez mi querido amigo y matemático Carlos Sarraute me dijo:
“Es como entrar en una mina de oro, donde hay una montaña enorme de ‘piedritas’. Uno sabe que entre esas piedritas hay algunas, muy pocas, que son ‘pepitas’… Esas son las pepitas de oro. Todo bien pero: ¿cuáles son? ¿Dónde están? ¿Cómo las distingo de las piedritas comunes que no sirven para nada y solo están allí para hacer ‘ruido’?
Este es un caso bien típico pero me interesa hacer la distinción: en la vida, uno suele tener preguntas y la dificultad reside en encontrar las respuestas. En este caso, si un equipo fuera capaz de encontrar alguna pregunta que otro no supo formular, buscar y encontrar la respuesta no debería ser la parte más difícil. En esta situación, los roles están invertidos: la dificultad es qué preguntar en lugar de buscar qué contestar.
Pero aún más, y a este punto querría llegar, y por eso mi interés en titular este artículo como La Revolución. La sociedad entre Ballmer (Los Angeles Clippers) y Rajiv Maheswaran (Second Spectrum) es que ahora, quienes estén mirando un partido cualquiera de los Clippers, podrán ‘verlo’ usando esos mismos datos pero ¡en tiempo real![2] Es decir, usted puede estar hoy sentado en la cancha con su teléfono celular o su tableta, usar la aplicación oficial de Los Angeles Clippers (una app como las millones que hay en cualquiera de los sistemas operativos, tanto el de Apple o el de Android), y tener la oportunidad de seleccionar entre tres posibles MODOS.
Un modo es el de ‘modo jugador’, donde el espectador (usted, yo) puede ‘ver’ en su pantalla arriba de cada jugador, no solo su nombre sino un ‘numerito’ que va mutando a medida que el jugador se va moviendo por la cancha. Es decir, en la misma pantalla en donde usted está mirando el partido, aparecen todos los jugadores, los cuatro compañeros (compañeros de quien ‘lleva’ la pelota) y los cinco rivales, y el ‘numerito’ que acompaña el nombre va cambiando porque indica un porcentaje. Ese porcentaje marca ‘en tiempo real’ qué probabilidad de acierto habría si el jugador que lleva la pelota tirara al aro desde allí, desde la posición en donde se encuentra. Es por eso que ese ‘numerito’ se va modificando, es dinámico, porque como mide la probabilidad de lo que sucedería si tirara desde allí, si el jugador se corre o se mueve, entonces, es natural esperar que el número cambie o se modifique.
De la misma forma, y simultáneamente, los numeritos encima de los compañeros y rivales indican qué le convendría hacer al jugador que conduce el balón. ¿Le conviene darle la pelota a alguno de sus compañeros —que quizás tengan mejor porcentaje que él— o bien le conviene seguir corriendo con la pelota hacia delante o hacia alguno de los dos costados? Como el porcentaje también se modifica teniendo en cuenta el rival que enfrenta al que lleva la pelota, intentar cambiar de defensor es una estrategia muy utilizada en el básquet. Por lo tanto, los numeritos cambian en función de múltiples factores, los jugadores propios como los de la oposición.
Es decir, el programa le advierte qué probabilidad hay de que el rival que usted está enfrentando pueda ‘evitar’ que usted emboque, pero que si usted le pasara la pelota a algún otro compañero, el rival que lo está enfrentando a él tiene menos posibilidades de ‘defenderlo’ que el que lo ‘defiende’ a usted. O también le sugiere que intente cambiar de rival o de aprovechar que alguno de sus compañeros está siendo defendido por un jugador que ‘históricamente no lo puede detener’.
Esos números aparecen también en ‘verde’ o en ‘rojo’, indicándole que si está en ‘verde’, usted está mejor que su compañero, o al revés si es que aparece escrito en rojo. Y lo mismo sucede con los rivales, de acuerdo con su capacidad para defender.
Esta descripción se resuelve muchísimo más rápido si uno ‘mira’ 30 segundos de un partido [3]. Si usted observa el primer video de 30 segundos, entenderá más rápido de qué estoy hablando. La perspectiva que ofrece el programa es tener no sólo los porcentajes (que usé como ejemplo), sino también los diferentes ángulos posibles. En algún sentido, usted, yo, el espectador, nos transformamos en el director de cámaras. Usted decide desde qué lugar quiere ver el partido, sentado en la primera fila, detrás de alguno de los aros, en algún ángulo, o desde alguno de los tableros. Por otro lado, en el ‘modo jugador’, usted vería los porcentajes de los que le hablé, pero también hay un modo ‘director técnico’ (o coach), que sería observar ‘en tiempo real’ la jugada que diseñó el técnico de su equipo. La lista podría seguir y creo que a esta altura ya es más que suficiente.
Como usted se da cuenta, hemos llegado al punto en el que el partido se transforma en un ‘video-juego’. O si usted prefiere, nos estamos acercando al punto en donde la vida toda se está transformando en una suerte de ‘video-juego’.
Y acá llegué al punto donde hacer la pregunta que quiero formular desde que empecé a escribir este texto: ¿queremos que esto suceda?
Hagamos un pacto por un instante y supongamos que en algún momento se ‘hará justicia’ y habrá equidistribución de la riqueza en el mundo. Y no me refiero solamente a la riqueza material, sino también a la riqueza intelectual. En ese momento, TODOS deberíamos tener acceso al mismo tipo de información, educación, salud, tecnología… Dicho todo esto: usted… sí, usted… ¿querría ver un partido así? ¿Preferiría usar toda esta parafernalia tecnológica o preferiría ver una competencia como hemos hecho hasta acá?
Naturalmente, si la pregunta ofrece la opción, entonces cada uno tendrá el derecho de elegir y listo. Pero si en algún momento no hay más opción sino que ya hay alguno (o algunos) que terminaron eligiendo por nosotros… ¿Entonces? ¿Queremos eso? ¿Estamos mejor ahora o estamos peor?
Mi tentación es siempre decir que estamos mejor, o mejor dicho, yo estoy convencido de que estamos mejor [4], pero entiendo que hay mucha gente que no quiere este tipo de desarrollo, que lo siente como avasallante y sobre todo, que le quita —en este caso al deporte— la imprevisibilidad, el error, la fragilidad de tener que optar uno sin la asistencia de la multiplicidad de información que hoy en día se nos hace cada vez más accesible.
¿Habrá alguna posición que sea la acertada y otra la equivocada? ¿Quién se pondría en el papel de juez supremo para tomar una decisión final?
Está claro que esa persona no seré ni sería nunca yo. Todo lo que hago es presentar lo que hoy ya existe, y lo que usted leyó, es solo una de esas fotos, de las cuales hay casi 3 millones por partido. ¿Quién tiene razón? ¿Qué es mejor? O peor aún: ¿tiene siquiera sentido mi pregunta? ¿O todo esto ya está decidido y nosotros somos simples espectadores creyendo que nos dejan ser los directores de cámara? Usted… ¿qué piensa?
Apéndice 1
Los Angeles Clippers, como todas las franquicias de los deportes profesionales norteamericanos (salvo una), tienen un dueño (o dueños). Si sumamos los equipos que compiten en los cuatro deportes más importantes (fútbol, básquet, béisbol y hockey), hay, en total, 123. De estos 123, como escribí más arriba, hay solamente uno que funciona como los equipos en la Argentina: los socios son los ‘dueños’. Ese equipo tiene su estadio (y su vida) en una pequeña ciudad de Wisconsin, Green Bay, y el equipo se llama (como era esperable) Green Bay Packers, es decir, “Los Empacadores de Bahía Verde”, algo así como si fuera Bahía Blanca.
Por ese segundo equipo de Los Angeles, Los Angeles Clippers, su dueño, Steve Ballmer, pagó 2.000 millones de dólares. Lo quiero escribir de nuevo, porque parece imposible de creer, pero es así: 2.000.000.000 de dólares. Eso sucedió en el año 2014. Hasta allí Ballmer había sido el CEO de Microsoft (¿le suena?), compañía en la que ingresó en el año 1980, como empleado. Es fácil imaginar entonces que además de ser un multimillonario, es una persona muy interesada en la tecnología, y más específicamente en lo que se conoce con el nombre de Big Data.
Big Data es la forma de llamar a la acumulación de información que uno recoge en algún campo particular, y aprovecha para hacerlo la imponente capacidad de memoria que tenemos disponibles hoy. Para entender lo que sucede, piense cuánta memoria tiene hoy en su computadora o en su teléfono celular. Cada vez es más posible de guardar más datos, en lugares cada vez más pequeños y por otro lado, la velocidad de acceso a esos datos se ha incrementado en forma exponencial. Es una extraordinaria combinación: guardamos cada vez más (por no decir que ahora podemos guardar ‘casi’ todo) y tenemos la posibilidad de ‘buscar —y encontrar— lo que necesitamos, a una velocidad increíble de imaginar hace solo algunos años.
El problema entonces reside en: de todos estos datos que tenemos y que hemos acumulado/guardado, ¿cuáles son los valiosos? ¿Cuáles son los que nos tendrían que interesar? Es decir, tenemos todos los ingredientes, sabemos que están en alguna parte dentro de esa ‘pila’, sí, pero… ¿cuáles son y dónde están? Ese es el gran problema.
El artículo tiene que ver con el básquet, pero siéntase libre en extrapolarlo a cualquier deporte, si es profesional mejor, sobre todo si hay dinero en juego. Si no, no interesa tanto.
Apéndice 2
Todo esta ‘revolución’ es parte de lo que se llama realidad aumentada (augmented reality), máquinas que aprenden (machine learning), inteligencia artificial (artificial intelligence).
[1] https://www.ted.com/talks/rajiv_maheswaran_the_math_behind_basketball_s_wildest_moves
[2] Si bien escribo ‘tiempo real’, en la práctica por ahora hay una demora de dos minutos, pero tanto Ballmer como Maheswaran sostienen que en poco tiempo la reducirán a 10 segundos.
[3] https://www.clipperscourtvision.com/ en esta página hay varios videos, pero dedíquele tiempo en particular al primero.
[4] Siempre y cuando todos tengamos garantizados los mismos derechos.
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