Cambios en la cúpula del Ejército, al estilo Cambiemos
El relevo del jefe del Ejército, Diego Suñer, y su reemplazo por el general de brigada Claudio Pasqualini, constituye una purga de los altos mandos apenas menor a la que realizó Néstor Kirchner en 2003, pero mucho más profunda de la que llevó a cabo Héctor J. Cámpora en 1973. Al designar al frente del Ejército a Jorge Carcagno, que era el general de división más moderno (según la jerga castrense, que no tiene que ver con la mentalidad de cada uno sino apenas con su orden de antigüedad en el escalafón), Campora mandó a retiro de un plumazo a nueve generales de división que habían formado la cúpula durante la dictadura de Alejandro Lanusse, entre quienes había figuras de gran peso político por su actuación durante los golpes y enfrentamientos entre bandos internos en la década anterior, como Alcides López Aufranc, Tomás Sánchez de Bustamante e Ibérico Saint Jean. Pese a la conmoción inicial, la nueva cúpula se subordinó al presidente y comandante en jefe, cuya desestabilización no provino de ese frente sino de la pugna entre bandos internos peronistas y de los recelos del ex presidente Juan D. Perón, quién temía de la relación trabada por uno de los coroneles de Cargagno, Juan Jaime Cesio, con los Montoneros. Treinta años después, la designación del general de brigada Roberto Bendini, obligó al retiro de 27 generales y una vez más afirmó la autoridad presidencial, sin consecuencias adversas. Cuando Kirchner le comunicó el nombre del nuevo jefe a su ministro de Defensa, José Pampuro tomó la lista con los primeros puestos del escalafón, fue bajando el dedo hasta el final y asombrado dijo:
—No hay ningún Bendini.
—Te falta una hoja, le respondió Kirchner, que había conocido a Bendini cuando era jefe de la brigada de Río Gallegos.
Si de alguien no se esperaba una purga militar es de Macrì, quien no tiene objeciones ideológicas a ninguna forma de autoritarismo con o sin uniforme. Esto implica por un lado que la subordinación al poder político establecida por el kirchnerismo es irreversible. Por otro, que el gobierno de los CEOs de las multinacionales y de los bancos no guarda temor ni reverencia por los militares. La sustitución de Suñer por Pasqualini forzaría el pase a retiro de 13 generales (el teniente general Suñer, tres generales de división y nueve de brigada, entre estos la primera generala, María Isabel Pansa). La designación de Suñer en enero de 2016 también supuso numerosos pases a retiro. La promoción de un buen número de jóvenes es también una forma de eliminar resistencias a los cambios que se planteen. Desde diciembre, el gobierno viene anunciando una reforma estructural de las Fuerzas Armadas, con acento en la tarea conjunta, la delegación en civiles y funcionarios de tareas burocráticas que hoy cumplen militares, la venta de tierras castrenses para fines lucrativos, como los campos de Remonta y Veterinaria en una de las zonas más caras de la Capital. Suñer no estaba de acuerdo con este apoderamiento de la caja de las fuerzas. Otro tanto ocurrió con el jefe de la Fuerza Aérea, brigadier Enrique Amrein, quien cuestionó el uso de la pista de la brigada aérea de Palomar como aeródromo para la línea de bajo costo Flybondi, de socios del vicejefe de gabinete Mario Quintana. El gobierno no le prestó la menor atención y siguió adelante como si nada.
Por eso se especula con que los cambios fortalecerán el rol del general Bari del Valle Sosa, quien no pasará a retiro pese a la promoción de un oficial más moderno, porque no está en la línea de mandos del Ejército sino en la jefatura del Estado Mayor Conjunto . Sosa es de la promoción 109 del Ejército, que egresó del Colegio Militar en 1978 y Pasqualini de la 113. De todos modos, la purga sí afectará al Comandante Operacional del Estado Mayor Conjunto, general Carlos Alfredo Pérez Aquino, principal apoyo de Sosa en el esfuerzo de la conjuntez, que es lo único rescatable en el proyecto oficial. Pérez Aquino, de la Promoción 111, fue Observador en Medio Oriente y Jefe de fuerza de tareas en Haiti y es conocido como un apasionado de los estudios estratégicos, por lo cual hubiera podido congeniar también con Pasqualini.
La venta de tierras ociosas del Ejército, o empleadas en tareas inapropiadas como el cultivo de soja, es un proyecto de la democracia argentina desde Alfonsín en adelante, siempre con la idea de obtener recursos para las fuerzas. En ese sentido, Macrì se inscribe en una tradición democrática y civil. El uso que vaya a dársele a esos recursos ya es otra cosa, y con este gobierno conviene no hacerse ilusiones. La diputada macrista Elisa Carrió, que pone la sal republicana en la levadura de negocios del macrismo, ya protestó por la venta de tierras y bienes del Ejército, apetecidos por los titanes de la Patria Contratista. Carrió sospecha también de la vinculación que sus fuentes atribuyen a Pasqualini con Aguad. El infante Pasqualini no sólo nació en La Calera, Córdoba, sino que desde 2016 comanda la Segunda División del Ejército, cuyo comando está en la ciudad de Córdoba. Es un intelectual, que entre otros destinos condujo la Escuela Superior de Guerra. Los ruidos reformistas no parecen mucho más que un pretexto para los negocios inmobiliarios. El Ejército continúa con la misma estructura de pirámide invertida, con exceso de generales y coroneles, lo que en buena medida afecta la esencia de la organización militar. Al asumir Macrì había 55 generales en actividad, más que en la última dictadura, por obra y gracia de César Milani, quien pagó lealtades con promociones. Una de ellas fue a Suñer, a quien designó a cargo de la administración financiera del Ejército. La limpieza de los últimos rincones con huellas de Milani también es citada como motivación posible del reemplazo.
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