La paz, estúpido

Dislates de una política exterior alejada de su mejor tradición diplomática

 

Hace dos semanas exhortábamos a las segundas y terceras líneas del gobierno a que hicieran todo lo que estuviese a su alcance para que la política exterior argentina recobrara su curso racional de coincidencias básicas. Se les pedía un poco de aquella prudencia realista que muchos de estos funcionarios, al impartir clases universitarias o escribir columnas de opinión, pregonan como atributo básico de dicha corriente de las Relaciones Internacionales.

Es evidente que el soft power de los sueldos en divisas para quienes desempeñan funciones político-diplomáticas en el exterior, o el estatus de funcionarios de alto rango para analistas acostumbrados a grises oficinas castrenses, han tenido su “efecto Zitarrosa”. Sus credenciales realistas se han dado vuelta como la taba. Cientos de papers y análisis estratégicos arrasados —para emplear el término de un sociólogo de gran influencia sobre la corriente realista como Max Weber— por la racionalidad material [1] del cuarteto compuesto por Javier Milei, su hermana Karina, Diana Mondino y Luis Petri. En tiempos libertarios, el coaching ontológico, el tarotismo, los médiums espirituales y los expertos conservadores en familia se han llevado puestos a la diplomacia profesional y al asesoramiento experto de politólogos, economistas e internacionalistas. Sería relativamente simpática la descripción si no estuvieran en juego cuestiones tan delicadas como la tradición pacifista y neutralista de la política exterior argentina. Sin embargo, en el momento actual, aun los temas más sensibles de la geopolítica global terminan siendo fagocitados por un improvisado elenco de gobierno que amenaza con llevar a la Argentina a los umbrales mismos de la guerra.

 

Guerra en formato Ramstein

Los últimos días han sido fecundos en cuanto a las desmesuras de nuestra política exterior y de defensa. El 11 de junio se conoció, a través de Román Lejtman, un plan del dúo Mondino-Petri para respaldar el esfuerzo bélico de Ucrania contra Rusia. Se trata de la decisión de enviar a Volodímir Zelensky cinco aviones Super Etendard que están inutilizados, por el embargo que aplica Gran Bretaña como consecuencia de la guerra del Atlántico Sur (1982). Los cazabombarderos de origen francés, adquiridos por Macri en 2019, se encuentran fuera de servicio en la base Espora por la imposibilidad de adquirir elementos críticos para la eyección del asiento del piloto en caso de emergencia. Semejante negligencia en la compra consta en un informe de auditoría de la SIGEN y hoy lo admiten los mismos medios que apoyaban a Macri. Según Lejtman: “Macri los adquirió sabiendo que se quedarían en tierra: Londres jamás concedería la autorización para activar esas naves”. Con este antecedente, vale preguntarse seriamente respecto de lo que han advertido diversas fuentes —desde periodistas como Roberto García, hasta analistas como Sergio Eissa o Hernán Longoni— sobre las limitaciones de empleo de los F-16 si Washington considerara que sus intereses, o los de sus socios históricos, estuvieran en riesgo.

Lejtman señala que “el plan del Gobierno tiene un bypass para superar el embargo británico y permitir que Ucrania acceda a las naves de guerra (…) Argentina haría con Francia una permuta: los Super Etendard por otros pertrechos militares —drones o helicópteros— (…) y la administración de Emmanuel Macron se haría cargo de poner los nuevos cartuchos a los asientos eyectores para que las naves estén en condiciones de combatir contra Rusia”. A esto se agrega la versión que echó a correr Martín Dinatale del Cronista: “En estos días se supo que habría tratativas para la entrega de tanques TAM de fabricación argentina a Alemania para ser tercerizados a Kiev”.

El mismo día que se conocía esta información, y mientras Petri se encontraba en Italia, su colaborador directo, el secretario de Asuntos Internacionales y ex analista de la Armada, Juan Battaleme, visitaba la Comisión de Defensa Nacional de Diputados. Según Roberto López: “Battaleme sostuvo que (…) ‘si Argentina no quiere meterse en un conflicto, no lo va a hacer’. Al mismo tiempo, indicó que en Ucrania la única misión que llevaría a cabo nuestro país iba a ser de índole humanitaria”.

El “mensaje humanitario” fue ratificado dos días después por Petri, al anunciar el ingreso de Argentina al Grupo de Contacto de Defensa de Ucrania (Grupo Ramstein) y agradecer la bienvenida del secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, y del ministro de Defensa ucraniano, Rustem Umiérov. Lo sorprendente es que la promesa de ayuda humanitaria que agita Petri no aparece entre las misiones esenciales del grupo. Como describe Rosendo Fraga: “El Grupo Ramstein coordina, a nivel de los ministros de Defensa de la OTAN y sus aliados, las acciones concretas para apoyar militarmente a Ucrania en la guerra con Rusia”. Lo integraron inicialmente los 30 países de la OTAN más Finlandia y Suecia, naciones que posteriormente se sumaron a la alianza atlántica. El grupo cuenta actualmente con 57 miembros. De Latinoamérica, sólo Colombia —único país de la región que es “socio global” de la OTAN— estuvo en las primeras reuniones, pero su participación fue suspendida tras el triunfo de Gustavo Petro en 2022.

 

El muñeco de torta con el jefe del Pentágono, Lloyd Austin. Ministerio de Defensa.

 

La decisión de sumarse a Ramstein se concreta en un momento controversial. Desde abril, la OTAN —según Fraga— pretende quitarle a Washington el control de la entrega de armas a Ucrania, frente al temor de que Donald Trump gane las presidenciales en noviembre y suspenda la asistencia militar. Por otra parte, el compromiso argentino con el grupo, en un escenario geopolítico en donde nuestro país no tiene ningún interés vital en juego, se da en un contexto de avance de la ofensiva rusa, cuyas fuerzas se proyectan decisivamente sobre el óblast de Járkov, la segunda ciudad de Ucrania.

El “compromiso” de Milei con la paz, anudado paradojalmente a través de un grupo de asistencia militar, se completó el 15 de junio con su participación en la denominada Cumbre Global por la Paz en Bürgenstock (Suiza). Allí el libertario —rodeado de su equipo de élite en temas de seguridad internacional— mantuvo una bilateral con Zelensky. Esta devaluada cumbre —que a diferencia de las históricas conferencias de paz en que las partes en conflicto convergen para poner fin a las hostilidades— tuvo la particularidad de que Rusia no fue invitada. Asimismo, en otro dato relevante, cabe señalar que entre los países que no suscribieron la declaración final se cuentan Brasil, India y Sudáfrica, que junto a Rusia y China conforman el grupo BRICS. Tampoco lo hizo México, nación de histórico compromiso diplomático con la paz mundial.

 

La reunión entre los actores devenidos presidentes de la Argentina y Ucrania.

 

 

La Escuela inglesa

La “conducción” de asuntos internacionales del Ministerio de Defensa ha tenido, en la citada exposición de su secretario del área, un momento de flagrante subordinación intelectual. Manifestando que está haciendo un esfuerzo por mejorar la posición relativa de la Argentina en la cuestión Malvinas, lo cierto es que sus iniciativas mantienen el espíritu de sus textos académicos. Pétreamente reacio a hablar de “enclave colonial” (como sostiene la Directiva de Política de Defensa Nacional 2021), el funcionario prefiere el eufemismo “diferendo territorial irresuelto”, a la vez que considera necesario recrear el viejo camino de la seducción con Londres. Por supuesto, también a contramano de la vigente DPDN 2021, Battaleme considera —apoyándose en el respaldo conceptual del ex banquero de inversiones del First Boston Corporation y del Citibank, Felipe de la Balze— que “no hay margen para realizar acciones que comprometan la seguridad hemisférica ni tampoco espacio para incorporar capacidades militares o realizar acciones que sean percibidas como desafíos a las pautas del orden de seguridad hemisféricas establecidas por Estados Unidos” [2].  La solitaria opción argentina por Ramstein pareciera ser la desembocadura natural de funcionarios con esta mirada aquiescente.

En lugar del embelesamiento que profesan con Estados Unidos, el Reino Unido y la OTAN, los funcionarios políticos de Cancillería y Defensa deberían realizar una atenta lectura de los autores de la Escuela inglesa de las Relaciones Internacionales. Tal vez el origen british de estos académicos resulte seductor para descubrir que hay otro camino alternativo a la asistencia militar a Ucrania.

Se trata de un conjunto de intelectuales nucleados en Gran Bretaña entre las décadas de 1960 y 1980 —Herbert Butterfield, Wight, Bull, Watson y Howard—, notablemente influidos por la filosofía política y  jurídica de Hugo Grocio (1583-1645). Más cerca en el tiempo, destaca en esta corriente el influjo del realista Edward H. Carr (1892-1982), quien además fue miembro de la delegación británica en la Conferencia de Paz de París en 1919.

Lo que caracteriza a los autores de la Escuela inglesa es una concepción grociana, que pone un peso definitorio en las posibilidades de construir una “sociedad internacional” [3] basada en reglas e instituciones. América Latina —sostiene Arie Kacowicz— ha superado con éxito la prueba de la sociedad internacional, convirtiéndose en un caso de “sociedad internacional de carácter regional” [4]. Nuestra región, en general, y la política exterior argentina, en particular, destacan por su amplia trayectoria de contribuciones específicas a la “sociedad internacional” en cuestiones tan diversas como:

  • a) el respeto por el principio de soberanía estatal y sus derivaciones;
  • b) la resolución pacífica de controversias internacionales;
  • c) el control de armamentos;
  • d) las medidas de construcción de confianza mutua;
  • e) los esquemas de seguridad colectiva; y
  • f) las iniciativas políticas de carácter multilateral con implicancias en la seguridad regional.

La combinación de “falsa consciencia” y “etnocentrismo invertido” que domina a los académico-funcionarios de la Cancillería y del Ministerio de Defensa les torna dificultoso reparar en las propias contribuciones a la “sociedad internacional”. Por ende, no logran visibilizar en nuestra tradición diplomática lo mucho que podemos ofrecer en términos de experiencias para la paz. Como resultado, no se les ocurre ninguna otra salida que no sea abrazar al grupo Ramstein.

Uno de los principales éxitos de nuestra región es justamente su relativa paz interestatal. Hay que remontarse casi un siglo o más para encontrar los últimos enfrentamientos a gran escala, como la Guerra de la Triple Alianza (1864-70) o la Guerra del Chaco (1932-35). Esta “zona de paz” no ha sido el resultado –como lo demuestra David Mares– de una ausencia de tensiones interestatales, sino del recurso sostenido a los mecanismos formales e informales de resolución de disputas (por cierto, mecanismos que no estuvieron en el menú de opciones ni antes ni durante la guerra de Ucrania). Desde luego, también ha sido un interés de Estados Unidos que no proliferaran conflictos interestatales en su área de influencia natural. Por otro lado, en esta parte del mundo se cristalizó la primera área libre de armas nucleares, y las dos naciones más desarrolladas en capacidades de este tipo –Argentina y Brasil– han forjado el único sistema reconocido de verificación del compromiso mutuo al uso pacífico de la energía nuclear (ABACC).

 

La neutralidad: esa cosa tan argentina

 

Bobbio, Matteucci y Pasquino, en su clásico Diccionario de política, definen a la neutralidad como una “condición jurídica” propia de “los estados que permanecen ajenos a un conflicto bélico existente entre dos o más estados”. En línea con la centralidad que detenta el Derecho Positivo como institución de la “sociedad internacional” para la Escuela Inglesa, se puede afirmar que, al adoptar una conducta neutral, un estado se compromete a respetar un conjunto de prácticas legales relacionadas al estatus de neutralidad. La Argentina tiene una extensa trayectoria en este terreno.

En efecto, es posible identificar en la neutralidad una constante de nuestra política exterior que se remonta a los gobiernos conservadores de fines del siglo XIX y principios del XX. Posteriormente, durante el gobierno de Victorino de la Plaza (1914-1916) se declaró la neutralidad frente a la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Dicha postura fue ratificada por el primer gobierno radical de Hipólito Yrigoyen (1916-1922), situación que no se modificó pese al ingreso de los Estados Unidos en la contienda en 1917. Cuando la Argentina fue invitada a participar en 1919 de la Sociedad de Naciones, Yrigoyen condicionó su presencia a que no fueran excluidos los derrotados, lo cual no fue aceptado por las naciones triunfadoras. Esta situación se repitió durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), cuando el gobierno de Roberto M. Ortiz (1938-1942) mantuvo la neutralidad. Dicho posicionamiento, a su vez, fue ratificado por Ramón S. Castillo (1942-1943) y por los gobiernos sucesivos hasta casi el final de la guerra en 1945, cuando Washington puso como condición para que la Argentina fuera miembro fundador de la ONU que se le declarara la guerra al Eje. Esta firme tradición diplomática fue un elemento contribuyente, incluso, para que el canciller Carlos Saavedra Lamas (1932-1938) fuera premiado con el Nobel de la Paz en 1936. Es este “consenso básico” de nuestra política exterior el que está siendo puesto en entredicho por Javier Milei.

James Carville, estratega de Bill Clinton en 1992, acuñó la frase “La economía, estúpido”. Así, sin verbo alguno, figuraba en un cartel que colgó en las oficinas de campaña de Little Rock (Arkansas). Clinton, candidato demócrata a la Casa Blanca, enfrentaba a George Bush padre, que buscaba su reelección. Bush venía de liderar una coalición formada por una treintena de países durante la Guerra del Golfo (1990-1991) y tenía niveles de aprobación superiores al 80%. Pero la economía se hundía y la recomendación de Carville surtió efecto. Clinton insistió sobre la profunda recesión económica y ganó la contienda electoral.

Una notable contribución realizarían los funcionarios de segundas y terceras líneas si colgaran carteles en los despachos ministeriales de Cancillería y Defensa con la frase “La paz, estúpido”. Clinton no tomó aquel consejo de Carville como una irreverencia, sino como la llave para el éxito electoral. Hoy la Argentina necesita de consejeros que tengan la valentía intelectual de contradecir a los máximos decisores. Todavía estamos a tiempo de evitar males mayores.

 

* El autor es doctor en Ciencias Sociales (UBA). Profesor de Relaciones Internacionales (UBA, UTDT, UNDEF, UNQ, UNSAM).

 

[1] La racionalidad material en Weber supone la existencia de criterios subjetivos que orientan las acciones políticas del individuo, pero que no dicen nada sobre la conveniencia social de las acciones y de su respectiva justicia o injusticia.
[2] La DPDN 2021 es, por el contrario, contundente: “La persistente presencia militar, ilegítima e ilegal del Reino Unido (…) en las Islas Malvinas (…) y los espacios marítimos e insulares correspondientes obliga a tomar los recaudos de planificación de capacidades, despliegue y organización acordes por parte de nuestro sistema de Defensa”.
[3] El más notable autor de esta corriente, el australiano Hedley Bull (1932-1985), señala que la sociedad internacional refiere a “un grupo de Estados que, conscientes de ciertos intereses y valores comunes, forman una sociedad internacional en el sentido en que se entienden obligados por un conjunto de normas en sus relaciones con otros, y comparten el funcionamiento de instituciones comunes”. Ver Bull, Hedley (1977). The Anarchical Society. A Study of Order in World Politics, New York: Columbia University Press, p. 13.
[4] Kacowicz, Arie (2005). “Latin America as an International Society: a Grotian Variation of Regional Order and Community”. Puente@Europa, Obreal/Eularo, Año 3, Nro. 2.

 

 

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