La parábola de la carne y los otarios
La prohibición no merece objeciones si es parte de la estrategia para el mercado mundial
El episodio alrededor de la prohibición de exportar carne vacuna llama a preguntarse qué gata parida estará agazapada aguardando la resolución de las ecuaciones del sistema político argentino, dada la seria posibilidad de comprometer la marcha de la democracia con las peripecias que demanda preservar el orden. Es que ningún buen prospecto se aprecia del dudoso espectáculo que tiene, por un lado, a los liberales dando manija al argumento vacuo y vocinglero de “medida populista” y, por el otro, a los que apoyan la prohibición ensayando una defensa que emana un inconfundible miasma funcional a la retracción de los salarios. El hambre reaccionaria se juntó con las ganas de comer de los conservadores populares.
Por fuera de los que sospechan del lobby de los grandes consorcios exportadores, en dirección al alentador abordaje racional, están los críticos leales de la medida. Pueden ser tipificados en dos grupos.
El primero es el de los que entienden que es un paliativo de corto plazo, pero postulan que sería mejor colocar retenciones. Dentro de esta categoría hay dos variantes. Los que no ven mayores problemas en establecerlas y aquellos que, pese a sugerir que es lo mejor, se escudan en el argumento de que para ponerlas en marcha no hay condiciones políticas, como si estas se compraran en el supermercado. Curioso y sorprendente. Es como si apostaran a que hay condiciones políticas para seguir estropeando el salario. Para timoratos, por decir lo menos, son bastantes distraídos.
En el otro grupo se cuentan los que la impugnaron esgrimiendo las consecuencias de mediano plazo que la prohibición trae aparejadas, las cuales –por correctas que sean sus previsiones– no centran el debate en el núcleo del asunto, que es el de la alimentación virtuosa para todo el pueblo argentino. Alcanzar esa meta implica que el consumo de carne roja –por cuestiones de salud– debe ir por debajo de sus estándares históricos. Pero eso es el largo plazo. A cortísimo plazo la medida de prohibir las exportaciones para atender el mercado interno no debería levantar mayores objeciones si forma parte de un dispositivo que en su despliegue posterior se hace cargo estratégicamente de los avatares del mercado mundial de carne. Para ello habría que atender una muy correcta intuición enunciada en su momento por Juan Domingo Perón sobre el poder de compra de los salarios.
Mercado mundial
En el panorama de 2020 del mercado global de todo tipo de carnes (ave, cerdo, vaca, cordero) hecho por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) que fue publicado en marzo pasado, se informa que la producción mundial de estas variedades se mantuvo estable, ya que el aumento de la producción de carne de aves compensó la disminución de la carne de bovino y porcino. Impulsado por la sólida demanda del este de Asia, el comercio mundial de carne de cerdo aumentó, mientras que el comercio de carne de bovino y ovino disminuyó debido a una demanda débil y una oferta limitada. Los precios internacionales del conjunto de carnes medidos por el índice de precios respectivo que calcula la FAO lo llevaron a un valor de 95,5 puntos en 2020, lo que implica una disminución de 4,5 % con respecto a 2019, reflejando caídas de precios en todos los tipos de carne. Para la FAO, esto traduce el exceso de oferta exportable en medio de reducciones generalizadas de las importaciones frenadas por la cuarentena, de unos 14 de los 20 principales países importadores de todo tipo de carnes debido a las limitaciones que impuso la pandemia. Como resultado, el proceso desembocó en que –aunque aumentaron poco en 2020– las importaciones mundiales de carne se incrementaron, impulsadas por la escalada interanual de las importaciones de China, que crecieron un 57,6 %.
Específicamente sobre la carne de vaca, según la FAO, la producción mundial de carne de bovino en 2020 se estima en 71,4 millones de toneladas, un 1,4 % menos que en 2019. Aunque en medio de esta módica caída, explicada por la pandemia, la producción se expandió sobriamente en algunos países por el aumento de las importaciones mundiales, incluidos la Argentina, China y México, y se mantuvo estable en otros como los Estados Unidos de América y la Federación Rusa. En la Argentina, el organismo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) indica que durante 2020 aumentó la matanza, la capacidad y los volúmenes de almacenamiento en frío.
Las exportaciones mundiales totales de carne de bovino en 2020 cayeron 1,3% respecto de 2019, aunque China, los Estados Unidos y Canadá importaron más carne de bovino en 2020. China importó un 25,5% más que en 2019 debido al déficit nacional en la producción de carne de bovino y de porcino. En consonancia con la contracción del comercio mundial, varios exportadores a gran escala experimentaron menores volúmenes de exportación, incluidos Australia, India, Estados Unidos y Uruguay. A pesar de un entorno comercial desafiante, las exportaciones de Brasil, la Argentina, Paraguay, Federación Rusa, México, Bielorrusia, Colombia y Sudáfrica subieron. La variación positiva es atribuida a la fuerte demanda de China. La FAO estima que los precios de la carne de bovino, en dólares por tonelada en promedio para todos los exportadores, disminuyeron de 5.361 en 2019 a 5.285 en 2020, una leve caída del 1,4 %.
Por su parte, de acuerdo a las proyecciones del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA) dadas a conocer el 9 de abril pasado, la producción mundial de carne vacuna aumentará casi un 2% en 2021 respecto de 2020, ya que la producción en Canadá, India y los Estados Unidos se recupera después del Covid-19. Se espera que la producción de Brasil sea mayor, fortalecida por la demanda interna y de exportación, particularmente de China, ya que continúa enfrentando un déficit de carne de cerdo. USDA pronostica que las exportaciones mundiales en 2021 aumentarán un poco más del 2% respecto de 2020 en razón de que Brasil, India y las exportaciones estadounidenses compensarán con creces las caídas de la Argentina, Australia y Nueva Zelanda.
En consonancia con los números de la FAO sobre 2020, USDA pronosticó para nuestro país, antes de estas medidas de prohibición, una caída del 4% en 2021 en la producción cárnica, del 3,5% en el consumo interno, del 6% en las exportaciones y del 1,5% del stock ganadero, todos respecto de los valores de 2020. Con estos datos en la mano, los que critican la medida señalando que ahonda el lado negativo del ciclo ganadero (mayor liquidación de vientres: o sea pan para hoy, hambre para mañana) deberían, al menos, advertir que el ciclo estaba lanzado desde antes. También que el tema es un tanto más complejo (lo que no significa intratable) de lo que sus lineales filípicas parecen dar a entender.
A todo esto, estudios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y también de la FAO, señalan que China alcanzó el pico de consumo de carne de cerdo en 2014 y para los Estados Unidos y la Unión Europea el año pasado de cuarentena marcó el pico en el consumo de todo tipo de carnes. Hay que considerar que China, con un séptimo de la población mundial, consume casi un tercio de la producción global de todo tipo de carnes. Los otros dos mastodontes suman casi un séptimo de la población mundial y consumen casi todo lo otro. De ahora en más se espera que estructuralmente baje el consumo mundial de carne. El envejecimiento y declinación poblacional de los tres y el menor consumo de carne que implica una dieta más saludable se suman para trazarle la dirección a la tendencia bajista. Además, los sustitutos de la carne y la leche derivados de vegetales no paran de avanzar en volumen e inversiones.
Don Juan
Más allá de los méritos o los defectos de la prohibición momentánea de las exportaciones de carne vacuna, los datos de la FAO, el USDA y la OCDE ponen en tela de juicio la rutina de concebir las perspectivas del mercado mundial como si nada fuera a cambiar y todo fueran oportunidades de crecimiento ofrecidas por el escenario global y –entonces– este tipo de medidas son ruinosas por naturaleza. A propósito de la carne, una muy lúcida intuición de Juan Perón demuestra lo fatuo de esa mirada intoxicada con la idea de que el mercado interno es un escollo. Esa perspicacia que Perón desenvolvió en sus clases dictadas en la Escuela Superior Peronista durante 1951, recolectadas en el ensayo titulado Conducción Política, indica de forma bastante precisa cómo se sirve al interés de los trabajadores.
Relata Don Juan que “los otros días llegó un otario –de los tantos otarios que hay– y me dijo: ‘Vea, la carne está muy cara’. Le contesté: ‘¿Cuánto está valiendo la carne?’ ‘Vea, en el mercado está a $1,50 y $1,75 el kilo vivo, lo que representa $2,50 el kilo’. Le pregunté: ‘¿Qué le parece a usted?’ Y me contestó: ‘Hay que bajar el precio, ponerle un tope para que no suba más, porque si no la gente no podrá comer más carne’. Le dije: ‘¿Qué le parece si subimos los salarios en lugar de bajar el precio de la carne?’ Agregó: ‘Y... la inflación; se establece una carrera y uno no puede saber dónde para’. Entonces le manifesté: ‘¿No cree usted que hoy nos defendemos con la carne? ¿No se da cuenta que si bajo el precio de la carne aquí, los ingleses me lo bajan allá? Prefiero pagar salarios más altos, aunque se desvalorice el peso, pero a los ingleses les cobro $2,50’. (…) Es decir que hay gente que todavía no sabe que la economía interna es una y la internacional es otra y que la ganancia la tenemos que sacar de la economía internacional para vivir bien, cualquiera sea el método que empleemos”.
Paradójicamente, un importante número de herederos actuales de la ideas de Don Juan aducen que eso de aumentar los salarios era posible en 1951, cuando formábamos precios internacionales por nuestra significación en el mercado mundial. Pero ahora, rondando el 7% de las exportaciones mundiales, se nos dice: “Somos tomadores de precio”. Con esa afirmación se quiere expresar que, digamos a 5.285 dólares la tonelada de carne (precio de 2020 según FAO), podemos exportar la producción que queramos. Por arriba de eso, con un precio internacional impulsado al alza por el aumento de los salarios nacionales, no podemos vender nada. Realzan que sería más conveniente –por ser más barato– importar. No deja de ser irónico que una categoría tan neoclásica como la de “tomador de precios” sea reivindicada por analistas que sostienen que son los costos los que determinan los precios (los neoclásicos dicen que es a la inversa) y –el colmo de la paradoja– al mismo tiempo señalan enfáticamente con toda corrección que las exportaciones son insensibles a las devaluaciones.
Ya el hecho de que la FAO, el USDA, la OCDE, o el organismo multilateral que sea, tenga que recurrir a índices de precios para las exportaciones (en este caso cárnicas) para sacar un promedio de los mismos, indica con claridad que no hay un solo precio sino toda una gama de precios a tomar en más o en menos. Que la demanda no esté ligada a un precio único de la carne es lo que concilia el costo autónomo del salario tal como lo planteo Perón con una demanda también autónoma. De manera que formular la disyuntiva de si es o no tomador de precios resulta un sinsentido propio de los que le buscan el pelo al huevo a fin de fundamentar que las transformaciones sociales por deseables que fueren no son practicables.
En una economía mundial caracterizada por la inmovilidad internacional del trabajo –la inmigración no mueve el amperímetro para que las personas al ir por salarios más altos desde los países de salarios bajos, estos últimos se vean en la necesidad de subirlos para no quedarse sin trabajadores– y la rigidez a corto plazo de las técnicas y especializaciones, el aumento del consumo promedio de carne que supone el incremento de los salarios, conforme la hipótesis de Perón, es totalmente posible. Funcionan favorablemente a ese objetivo: 1) Los términos del intercambio (precio de las exportaciones versus el de las importaciones) con el equilibrio de la balanza comercial, y 2) La disminución del volumen de las exportaciones con la preservación de un nivel dado de empleo.
Dar al resto del mundo menos carne que antes por la misma contrapartida o una mayor incluso, representa una operación excelente a nivel de las cuentas externas. Nos permite ganar tanto en los términos de intercambio como en la balanza comercial, por efecto de que el porcentaje del aumento del precio a causa del aumento de los salarios repercute de forma muy menor en bajar las cantidades. El nivel de empleo en el sector se preserva –sin ello, la ganancia a título de los términos del intercambio no desemboca en una ganancia neta del ingreso nacional– porque el excedente de producción provocado por la disminución, por más pequeña que sea, del volumen de las exportaciones lo compran los argentinos, dedicando para eso los aumentos salariales. Este efecto compensador de la elasticidad ingreso de la demanda (así se llama técnicamente a la relación entre los porcentajes del aumento de compras con el porcentaje del aumento del ingreso) está ausente en el análisis tradicional neoclásico y el de los muchachos y muchachas peronistas que le buscan el pelo al huevo, ya que el ingreso es considerado, en ambos casos, implícitamente constante. Todo sea por conservar las cosas como están y procurar que sigan siendo pobres como siempre pero que coman asado, así el equilibrio político es conservado.
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