LA PANDEMIA DE LA INSANIA
Realidades de la violencia post-Covid, desde la ciudad de Nueva York
“Toda guerra es un síntoma del fracaso del hombre como animal pensante”.
John Steinbeck
“No debes ser víctima, no debes ser victimario, pero por encima de todo, no debes ser sólo un espectador”.
Yehuda Bauer
La fantasía que siempre ha aterrorizado a los neoyorkinos, un ataque en el subterráneo, se materializó esta semana en Brooklyn. La noticia me llegó mientras escribía sobre la sensación de violencia que se siente en el aire. Nueva York jamás fue un remanso, pero las cosas han cambiado. No sólo aquí, sino en todo el país y en el planeta, que sufre por primera vez en décadas la amenaza de una guerra nuclear. La pandemia, ese momento histórico aburrido y gris que destruyó vidas y economías mientras tantos de nosotros mirábamos pantallas, fue opaca. Ahora que podríamos estar celebrando su aparente retirada, parece haber comenzado otra pandemia, la de la insania. De la agresión sorda e invisible del Covid pasamos a las fotos de cadáveres a todo color. ¡Pow! ¡Bang! Como en un cómic de Batman, la humanidad se entrega a la extemporaneidad de la violencia física. Sólo que ahora no luchamos contra un virus. Luchamos entre nosotros.
El episodio de la cachetada de Will Smith en la entrega de los premios Oscar fue sólo un símbolo de una crispación que se expresa a diario en el país. Algunas estadísticas hablan por sí mismas: según el New York Times, en los primeros tres meses de este año los tiroteos en la ciudad subieron de 260 a 296 comparados con el primer trimestre del año pasado. El 2021 marcó la mayor cantidad de asesinatos en 10 años. El número de crímenes “de importancia” ha subido un 47% desde 2019, según información de la ciudad, incluyendo un 54% más de robos y 22% más de violaciones. Esto no sucede sólo en Nueva York, Hay ciudades, como Houston y Filadelfia, que reportan números relativos aún más alarmantes.
Durante 2021 las peleas de tránsito han causado en el país más de 700 muertes, un récord que ilustra esa sensación de violencia en el aire que describo. A nivel anecdótico, sufrí un par de agresiones, algo que no me había sucedido en décadas. Una mujer en el subte, que me vio leyendo en español, me conminó a que vuelva “al lugar de donde salí”, y un orador callejero afroamericano me increpó porque mis ancestros asesinaron a los suyos. Esto no es casual: en la ciudad se produjeron 131 incidentes raciales contra asiáticos en 2021, mientras se reportaron 28 en 2020 y tres en 2019. La Liga Anti-Difamación reportó en 2022 unos 1200 incidentes de antisemitismo en Estados Unidos, una suba del 10% con respecto al año anterior. Parecía que la pandemia había otorgado a la humanidad un positivo momento de reflexión, pero evidentemente ha dejado algo que apela a nuestras reacciones más primitivas y miserables.
El nuevo alcalde de Nueva York, Eric Adams, un afro-americano de cercana relación con la institución policial, promete a diario revertir el actual estado de cosas y también dar una respuesta a los miles de sin techo que viven a la intemperie o en los subtes. Su administración se encuentra en una sartén caliente: la frase “Quítenle los fondos a la policía” es un slogan prominente de la organización Black Lives Matter, la punta de lanza de la lucha anti-racista. El problema racial (que implosionó durante los disturbios de 2020), el de las minorías de género, el desmantelamiento de fondos de la policía y la defensa del aborto legal (hoy en jaque), son los temas que están al centro de una batalla cultural que continúa dividiendo al país.
Las franjas conservadoras están en modo resistencia, reclamando con los tapones de punta la protección de los valores tradicionales y el apoyo al cuerpo policial. Los medios y las redes son el territorio de esta guerra, favoreciendo la réplica de los llamados berrinches performáticos (una moda perfeccionada por Trump que ha creado escuela) y llenando los bolsillos a los talking heads (presentadores de televisión) que se descargan con más bronca e impetuosidad. La ira está en la calle, pero también en las pantallas, en una retroalimentación de provocaciones e insultos que también los argentinos sufren.
La violencia ha crecido junto a los trastornos psicológicos. Tomando el caso de los más jóvenes como ejemplo, el Grupo de Servicios Preventivos del país acaba de proponer que el testeo por ansiedad y depresión a niños de 8 años en adelante sea rutina médica, debido a la prevalencia actual de estos trastornos que, según la jefatura de la salud pública del país, se han duplicado entre los adolescentes. Esta tendencia precede a la pandemia: ya en 2019, 1 de cada 3 estudiantes secundarios reportaron síntomas de depresión, un 40% más que en 2009. El Covid no inventó el problema, pero parece haberlo profundizado de manera significativa: según The Guardian, se estima que se sumaron, a nivel global, 76 millones más de casos de ansiedad y 53 millones de casos de depresión. En ciudades como Nueva York, donde fueron progresivamente desmantelados los servicios de salud mental, el impacto es evidente.
En YouTube podemos ver los videos subidos por prophet oftruth88. Se trata de Frank James, el acusado por el ataque en la estación de subte de Brooklyn. De manera muy articulada, James alega que el sistema de salud mental estadounidense, que lo trató por stress post-traumático, lo volvió inimaginablemente más peligroso. En su delirio insulta a blancos, negros, hispanos y homosexuales, pero entre sus parrafadas delirantes llaman la atención algunas frases que resuenan: “Se necesita un reset de fábrica de la humanidad, somos animales de granja esclavos, salvajes y feroces. Hay que pagar por lo que se ha hecho, desde la matanza de los indígenas a la esclavitud. Nos merecemos que nos arrasen. Estamos dañados. No hay salida, la única solución es la autodestrucción”. Fuerte, eh.
Entre las noticias de la guerra en Ucrania que copan los titulares aparecen dos de índole doméstica que me llaman la atención: la inflación pasó del 1.8 % en 2019 a 8.5 % en estos días. Upa. Me pregunto cuánta leña al fuego de la ira podrá agregar este fertilizante del despojo y la frustración. También leo que más de 43.500 puentes en Estados Unidos están suficientemente deteriorados como para ser considerados en “deficiencia estructural”. Pienso que siempre hay quien los dinamita y quien los construye. Hoy se trata de otros puentes, los que tenemos que apuntalar, los vínculos que necesitamos cuidar, la sanidad que debemos preservar, las provocaciones que hay que ignorar. Hoy más que nunca, hay que estar despierto para no ser parte de la pandemia de la insania. Con la del Covid hemos tenido más que suficiente.
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