La otra brecha

Los cuatro años de bacheo policial que expandieron la brecha securitaria

 

En nuestra última nota para El Cohete a la Luna dijimos que una de las estrategias del gobierno consistía en convertir a la seguridad en la vidriera de la política, tratando de desplazar la cuestión social por la cuestión policial. En esa dirección fueron los anuncios falopa de las carteras de Seguridad, pero también las medidas de muchos intendentes oficialistas que se dedicaron todos estos años a hacer bacheo policial. En aquella nota manifestábamos nuestras dudas sobre la apuesta y agregamos: La seguridad no vota. La seguridad puede modificar el humor de los ciudadanos, sobre todo cuando los grandes medios periodísticos comerciales  eligen leer toda la realidad a través de un hecho aislado, pero en las coyunturas presidenciales —está visto y vuelto a comprobar con las elecciones del domingo pasado— terminan pesando más otras cuestiones. No lo entendió Sergio Berni en 2015 y tampoco ahora Patricia Bullrich y Cristian Ritondo. Para decirlo con un cliché: la gente vota con el bolsillo.

Ahora bien, el punto es que las performances de seguridad de estos años tampoco fueron exitosas. Si se piensa la gestión del macrismo con las estadísticas en la mano, nos daremos cuenta enseguida de que no pudieron hacer retroceder el delito callejero. Y no vamos a repetir acá que ello se debe al aumento de la pobreza y la marginalidad. Desconfiamos de las interpretaciones economicistas que cargan el delito a las necesidades insatisfechas. (“Tengo hambre, entonces robo”.) Esta interpretación está teñida de prejuicios hacia los sectores populares. La pobreza, y lo hemos dicho varias veces también en El Cohete, puede generar muchas cosas, entre otras, que los ciudadanos se organicen y peleen por sus derechos. No hay fatalidad. Si el delito aumentó estos años me atrevería a decir, muy rápidamente, que además de la marginación y la brecha social, jugaron otros factores que tienen que ver directamente con la propia política de seguridad implementada por Cambiemos, a saber: el hostigamiento policial, la estigmatización vecinal alentada desde el gobierno con la famosa grieta, el encarcelamiento masivo preventivo, la informalización de las economías reguladas por las violencias policiales. Políticas que le agregaron más malestar a la vida cotidiana de muchos actores que estaban viviendo dificultades económicas. Vaya por caso la figura del narcovillero, mentada por este gobierno a través de las puestas en escena con sobreactuados operativos policiales de asalto a las villas y saturación policial, o con la multiplicación de retenes en las principales arterias que compartimentaron más aún a los pobres en sus barrios. Todas estas medidas generaron bronca entre sus habitantes, no solamente entre los más jóvenes. Los ciudadanos que viven en esos barrios saben que esos operativos y las declaraciones de sus funcionarios, lejos de resolver los problemas, terminan no solo generando malentendidos al interior de los mismos, sino que sobre-estigmatizan a todos sus residentes, dejándolos en situaciones cada vez más desfavorables.

El bacheo policial forma parte del típico bacheo electoral. Pero en materia de seguridad la gestión de Bullrich en la Nación y de Ritondo en la Provincia de Buenos Aires, desde el comienzo, se dedicaron a tapar agujeros. Nunca hubo un Plan de Seguridad, mucho menos un diagnóstico previo o procesual. Ni siquiera los datos porcentuales que citaban fueron publicados y explicados alguna vez. Hubo mucha improvisación y sobreactuación financiada con un presupuesto que continuó creciendo a medida que ajustaban las otras áreas del Estado. Por eso, después de cuatro años estamos en condiciones de concluir que no solamente no sabían nada o muy poco sobre estos temas sino que, y como consecuencia de la militada ignorancia, al gobierno que viene le va a dejar, también en esta área, las cosas más difíciles de lo que ellos las encontraron en su momento. Cambiemos se dedicó a remar coyunturas calientes con medidas secretadas y focalizadas a requerimiento de parte. Acá las partes fueron la embajada de los Estados Unidos pero también la gente como uno, es decir, los vecinos alertas que viven en las zonas residenciales o barrios pudientes.

Y la misma performance adoptó Cambiemos en las gestiones locales. En todos estos años, los intendentes oficialistas se dedicaron a tapar agujeros disponiendo más cámaras de vigilancia, más policías, más patrulleros, más armas, más luces led en las zonas sobreaseguradas, es decir, en aquellos barrios donde los vecinos y comerciantes ya habían dispuesto cámaras o contratado distintos servicios de vigilancia privada. De esa manera, la seguridad confirmaba las desigualdades y ampliaba la brecha securitaria existente. Quiero decir, las desigualdades económicas se tradujeron también en desigualdades securitarias. Acaso por eso mismo, los sectores más pobres, que quedaron desprotegidos por el gobierno, continuaron siendo las principales víctimas del ventajeo y el delito callejero. Delitos que ni siquiera pudieron ser tramitados ante el sistema judicial o canalizados por los ministerios de seguridad. No sólo porque aquellos sectores tuvieron cada vez más dificultades para acceder a la justicia —toda vez que el macrismo ha desfinanciado los programas que se crearon en años anteriores para achicar la brecha judicial—, sino porque los policías continuaban ganándose la desconfianza ciudadana, estaban ausentes o llegaban tarde ante cada requerimiento vecinal. La desidia policial tiene muchos factores que escapan a este artículo. Basta decir lo siguiente: la pereza policial es la expresión de la enemistad manifiesta que gran parte de las policías mantienen con las poblaciones que viven en estos barrios, que se vuelve intolerancia porque a través del hostigamiento muchos policías tienen la oportunidad de sentirse alguien con autoridad y poder. Pero también, la desidia es la convicción que tienen muchos policías de que por más que concurran oportunamente ante cada llamado, nunca podrán hacer demasiado. Los policías sospechan íntimamente que el delito callejero no depende de sus intervenciones exitosas y además no tienen la bola de cristal para saber dónde se producirá el próximo atraco. El delito de los pobres no es un tema policial, es un tema social que el gobierno policializa para que, o bien sean los mismos policías quienes ejerzan castigos preventivos o anticipados –con todos los riesgos que para ellos también implica (terminar sumariados, acovachados en alguna ciudad perdida o presos y sin trabajo)—, o bien se lo pasen a los agentes judiciales para que neutralicen la pobreza y la bronca juvenil a través de la contención cautelar.

En segundo lugar, el bacheo policial se sostiene en el prudencialismo o la cultura de la prevención reclamada por la vecinocracia, avivada por esta demagogia política. Los vecinos alertas creen que es mejor prevenir que curar. Eso puede servir para la salud pero en materia de seguridad las cosas resultan más complejas. Al contrario: el prudencialismo, esto es, las políticas de Tolerancia Cero y Mano Dura, contribuyen a recrear las condiciones para sentirnos cada vez más inseguros toda vez que generan malentendidos entre los diferentes actores sociales. Concretamente: el hecho de disponer tres policías más de consigna en una esquina no hará retroceder el delito callejero. Lo único que se logrará con ello será correrlo de lugar. Y lo mismo sucede con las cámaras de vigilancia: ¿cuántas veces vimos que las cámaras captaban el momento de una fechoría? Hace rato que dejaron de ser artefactos disuasivos. No digo que estas medidas no sean importantes porque contribuyen a que nos sintamos más seguros. La sensación de inseguridad no es un problema ficticio sino real toda vez que modifica las maneras de estar en el barrio, de transitar por la ciudad, constriñendo nuestro universo de relaciones, modificando los horarios, etc. Pero no es lo mismo sentirse-seguros que estar-seguros o tranquilos. No hay que confundir la inseguridad subjetiva con la inseguridad objetiva. Los funcionarios del macrismo cuando no podían, no querían o no sabían cómo encarar el problema del delito callejero, se dedicaron a operar en el terreno de las subjetividades, modificando las representaciones. En otras palabras, escondieron el delito debajo de la alfombra. Puede ser que con más policías en la calle, con más camaritas de vigilancia y más luces led nos sintamos más seguros, pero difícilmente iban a hacer retroceder este tipo de conflictividades sociales que tanto nos preocupan. El delito no es una sensación, y el gobierno creyó durante estos cuatro años que con más presupuesto para Seguridad, inflando la cuestión policial, haciendo bacheo policial iba a resolver los problemas y, por añadidura, les iba a alcanzar para ganar las próximas elecciones.

Punto y aparte merece el delito de los poderosos. Siguiendo las ideas del criminólogo italiano Vicenzo Ruggiero, podemos decir que la persecución de la evasión impositiva, el tráfico ilegal de granos, la fuga de divisas, el blanqueo de capitales de dudosa procedencia, las quiebras fraudulentas fueron una gran materia pendiente. Este agujero negro solo se pudo tapar con blindaje judicial, con la pereza intelectual de muchos periodistas financiados por grandes empresas y, sobre todo, sobrerepresentando el delito de los pobres. Si el presupuesto de seguridad se lo llevaron las policías de proximidad, eso quiere decir que se estaba dando vía libre para que los ricos continúen con sus ilegalismos. Se sabe: no hay capital sin crimen, en el neoliberalismo la expansión del capital por desposesión necesita desfinanciar todas aquellas agencias encargadas de investigar estas tramas ilegales. No es casual entonces que durante estos cuatro años el macrismo se haya dedicado a perseguir a los ladrones de telefonía celular o a los consumidores de drogas ilegalizadas antes que a los grandes evasores, blanqueadores, fugadores que orbitan en torno al mundo del tráfico ilegal de granos, los fideicomisos y desarrollos inmobiliarios y la especulación financiera. En definitiva, el hiperactivismo que el macrismo dedicó al bacheo policial es directamente proporcional al descompromiso para investigar los ilegalismos de las elites. La invisibilización del delito de los ricos necesitaba de la construcción de chivos expiatorios y la sobrerrepresentación del delito de los pobres, es decir, de mucho bacheo policial.

 

  • El collage que acompaña la nota fue realizado por la comunicadora y artista platense Rocío Téves.
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