Los medios de comunicación brindan acceso global a todos los niveles de conflicto del drama humano, desde el desencanto amoroso hasta el genocidio de un pueblo –o de aquellos a quienes se quiere hacer visibles o incluso invisibilizar–, llevados hasta la tranquilidad de los hogares. Actualmente, son instrumentos de comunicación con un alcance y poder de influencia muy amplios, ya que transmiten información escrita, hablada, en imágenes y en vídeo sobre acontecimientos ocurridos en cualquier punto del mundo y en tiempo real [1]. Los eventos se modulan para convertirse en noticias, y son entregadas en paquetes editados por empresas de noticias (generalmente privadas), que conforman lo que comúnmente se conoce como “medios”. A menudo su objetivo no es sólo informar, sino opinar definiendo lo normal y aceptable para provocar un comportamiento por parte del público.
La comunicación es parte de la esencia del orden biológico. Todos los seres vivos se comunican de alguna manera, porque de ello depende su existencia y reproducción. No es diferente con los seres humanos. La comunicación es lo que hace posible la vida social y política. La complementariedad de las dos definiciones aristotélicas, del ser humano como animal político y como animal dotado de palabra, llevó a Hannah Arendt a decir que la palabra era el límite de la política y que la violencia permanecía fuera de su alcance definicional [2]. Quizás, horrorizada por la brutal violencia de los campos de exterminio nazis, la filósofa no notó que el discurso también puede ser violento o estar semánticamente cargado de violencia. El insulto, la agresión verbal, el discurso airado en el Congreso, la amenaza política, la orden de fusilamiento, la declaración de guerra son algunos ejemplos.
En la antigua Grecia, las voluntades políticas se manifestaban en el Ágora a través del discurso, que expresaba la posición del votante griego en relación con cada decisión. En la democracia ateniense, cada griego representaba su propia voluntad política a través de su discurso. En las democracias burguesas, la voluntad y la palabra se transfirieron al representante, lo que llevó a Rousseau a decir que “el pueblo inglés piensa que es libre y se engaña: lo es solamente durante la elección de los miembros del Parlamento: tan pronto como éstos son elegidos, vuelve a ser esclavo, no es nada” [3]. En las democracias liberales contemporáneas, la palabra fue secuestrada por los medios de comunicación, que forman la opinión mayoritaria e influyen en las decisiones políticas; el pueblo ya no es libre ni siquiera para elegir a sus representantes. La percepción y, a través de ella, la voluntad política de los ciudadanos contemporáneos, está modulada por la información que reciben, que a su vez es monopolizada por los medios de comunicación concentrados. La última etapa evolutiva del deterioro de la comunicación son las redes sociales, burbujas de características identitarias donde todo es espejo y el “otro” no existe. Lo que se dice dentro de la burbuja es la verdad contra la cual conspiran “los que están fuera” de la burbuja. El “otro” está fuera de la burbuja, no hay diálogo con el extraño, el diferente con relación al cual se construye la identidad de la burbuja.
Con el secuestro del discurso como instrumento político y su concentración en unos pocos medios privados, los medios son capaces de modular la percepción de los ciudadanos mediando su relación con el mundo y sus problemas a través de información orientada a sus intereses. Nada más puede justificar el cambio estadístico de los votos en tan pocos días, normalmente justo antes de una votación, como ocurrió en Brasil con la elección de Collor de Melo en 1989 a través de los medios televisivos, el Brexit en 2020 a través de las redes sociales y, a través de los mismos medios, las movilizaciones de 2013 en Brasil, que abonaron el camino para el golpe contra la Presidenta Dilma y la sorpresa de la elección del Presidente Milei en 2023 en la Argentina [4].
Los cambios en los medios de comunicación reformatearon el discurso político. Desde la torre de Trajano y el oratorio en la tribuna, pasando por los recortes de periódicos escritos, las imágenes de televisión y las ondas de radio, hasta la compresión en bits de las redes y sus burbujas, los medios han ido reduciendo el tiempo disponible para la comunicación, y la verdad –que no se contenta con poco espacio– fue gradualmente sustituida por el mensaje emotivo, breve, directo y movilizador, aunque fuera falso [5]. La brevedad de las noticias y la frenética frecuencia con la que se emiten no nos permiten reflexionar sobre la información. Para Martin Heidegger, en la caída del “ser-ahí”, para su forma inauténtica, el habla, que articula el “Ser”, declina al “se dice” o al “oí decir” constitutivos de la “habladuría” del chismerío, de la misma manera que la curiosidad, como fuente de conocimiento, es sustituida por la prosaica “avidez de novedades” [6]. En la reducción comunicacional se sacrificó la verdad en favor de la inmediatez. Hoy vale más un slogan que un manual doctrinario, un símbolo o un gesto más que un largo discurso político. La búsqueda de una sensación breve e inmediata produce una ansiedad por la próxima “pantalla” del celular, que ha sido elevada a fuente de referencia de la “actualización” de la sociedad del desempeño.
Así como modulan la percepción política en el ámbito interno y en el internacional, también preparan la percepción de sociedades desinformadas para posicionarse frente a las contradicciones del mundo, los conflictos sociales que de ellas surgen y las guerras propuestas para resolverlos. Las agendas de las agencias de noticias se repiten en diferentes emisoras de todos los países para lograr la univocidad de la opinión pública nacional e internacional a favor de intereses normalmente contrarios a los de estas sociedades [7].
La opinión domesticada de los individuos en estas sociedades desinformadas está fertilizada con noticias necesariamente incompletas, cuando no falsas, que los inducen a amar sin desear y a odiar sin motivo. Se crea así el requisito psicosocial necesario y suficiente para percibir como amenaza al prójimo, justificar el aumento en los gastos de defensa y los preparativos para la guerra, e incluso morir enfrentando a quien ni siquiera se conoce por motivos que se ignoran. Pero, sobre todo, para legitimar la militarización de decisiones que deberían ser exclusivamente políticas, invirtiendo la máxima de Clemenceau: “La paz es demasiado peligrosa para dejarla en manos de civiles”.
Frases habituales, fielmente repetidas por las diferentes emisoras, que desenmascaran la posición de quienes deberían velar por la transmisión objetiva de la verdad, como referirse a la Autoridad Palestina democráticamente elegida como “grupo terrorista”, incluso en países cuyos gobiernos reconocen su legitimidad. O referirse al genocidio llevado a cabo por el Estado de Israel contra el pueblo palestino como “derecho de defensa”, derecho que no reconocen a Hamas, a pesar de ser un grupo armado defendiéndose de un invasor en su territorio ocupado. O cuando los locutores se refieren a la invasión rusa de Ucrania como “no provocada”, cuando conocen las reiteradas advertencias de Vladimir Putin sobre la percepción rusa de amenaza ante la expansión de la OTAN sobre sus fronteras. Los acontecimientos son recortados del entramado histórico y disecados causal y políticamente, lo que permite hipostasiar culpados y ocultar mandantes.
Las noticias llueven con una frecuencia y una fuerza que aturden. Son imágenes y palabras fuertemente emocionales que anulan el discernimiento. El exceso de información anula el conocimiento. La velocidad de las noticias impide reflexionar sobre ellas. Así, las sociedades nacionales e internacionales fueron conducidas a la disonancia cognitiva. Esto no se debió a un paso en falso, una fatalidad o una consecuencia no deseada: esto fue objetivamente buscado. La ignorancia de la sociedad es condición de posibilidad de la perpetuación de las contradicciones del capitalismo. La disonancia cognitiva es funcional a la lógica de acumulación del capital y por eso prevalece sobre el conocimiento y la reflexión. No hay tiempo para la contemplación, la sociedad contemporánea exige respuestas rápidas de sus empresarios/esclavos de sí mismos, que sólo pueden ser emocionales.
Esta sociedad contemporánea, llamada “del desempeño” [8], fertilizó el terreno para la cultura pasional de la extrema derecha, quizás el único movimiento ideológico en la actualidad que supo aprovechar los nuevos medios de comunicación y surfear en la disonancia cognitiva de la sociedad. La izquierda parece haber abandonado los valores que enmarcaban su ideología, sus ideas, sus utopías, para optar por una competencia electoral modulada por los medios homogeneizadores. La falta de utopías ha dejado a los seres humanos cognitivamente indefensos ante una realidad distópica, presentada teatralmente como una fatalidad por los medios de comunicación corporativos. Hoy, las sociedades desoladas deambulan como sonámbulas por un mundo que hace tiempo dejó de pertenecerles; sin capacidad para formular su futuro, observan, con ojos extasiados, su destino en el brillo de sus teléfonos móviles.
* El autor es doctor en Filosofía Política, profesor titular de Seguridad Internacional en el Programa de Postgrado en Relaciones Internacionales de la Universidad Estadual Paulista (UNESP). Fundador y líder del Grupo de Estudios de Defensa y Seguridad Internacional (GEDES).
[1] Véase de Virilio, Paul, La máquina de visión. Río de Janeiro: José Olympio Editora, 1994.
[2] Arendt, Hannah. De la Revolución. Brasilia: UnB Editora, 1988.
[3] Rousseau, J.J. El Contrato Social. Libro III, Capítulo XV.
[4] Vale la pena ver o volver a ver el documental británico Beyond Citizen Kane, dirigido por Simon Hartog.
[5] Byung-Chul Han. Infocracia. Digitalización y crisis de la democracia. Petrópolis: Ed. Vozes , 2022.
[6] Heidegger, Martín. El Ser y el Tiempo. México: Fondo de Cultura Económica, 1974.
[7] Periodista alemán Udo Ulfkottekotte. El periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ) confiesa que la CIA financia cursos para periodistas en todo el mundo y les paga para que mientan de acuerdo con los intereses estadounidenses. Los periodistas que se nieguen a reproducir esas mentiras son despedidos y no pueden ser contratados en otros periódicos.
[8] Byung-Chul Han. Sociedad de fatiga. Petrópolis: Ed. Vozes, 2022.
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