La ópera de los tres tercios

Alternativas para el acuerdo político que haga efectiva la salida de la crisis argentina

 

Habrá que ver hasta dónde los electores que concurran en medio de la pandemia a las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) de este domingo pondrán al descubierto con su voto que ciertos comportamientos y actitudes de grandes e importantes sectores de la clase dirigente argentina lleva a caracterizarlos de forma inequívoca como curiosidades antropológicas. Estas curiosidades antropológicas respecto del endeudamiento externo de volumen desorbitado que generaron, por donde se filtra la asimetría del poder mundial –esencialmente conservador del estado de cosas pues los favorece–, es propio que intenten esquivar las responsabilidades políticas que les caben. La idea es no pagar los platos rotos para seguir haciendo más de lo mismo porque otra cosa no les interesa, no quieren y ni saben hacer.

Estos bichos raros afirman que es lo mismo endeudarse en dólares que en pesos, que en realidad lo que está mal es tomar deuda y eso porque se gasta más de lo que se debería, es decir por el déficit fiscal. Ergo, sin déficit fiscal no habría deuda externa. Si tuvieron que endeudarse fue a su pesar, por encontrar fuertes resistencias populistas en bajar el gasto público. Tanto como su crudo cinismo, las barrabasadas de estos silogismos son tupidas y tienen un argumento en común que les sirve de muletilla a las curiosidades antropológicas: el dinero es fungible. Encontrarle la punta al ovillo a esta alegación –la que tampoco logra convencer, entre otros, a los del mercado blue– lleva a trazar su perfil netamente disparatado. A su vez, en su refutación se perfilan las posibilidades argentinas para salir del marasmo al menor costo y lo más rápido posible.

Es paradójico que los mismos bichos raros que una y otra vez manifiestan que la gran estrategia argentina pasa por aumentar las exportaciones se refugien en el criterio de la igualdad entre el peso argentino y la moneda mundial que es el dólar. Si los pesos fueran iguales que los dólares ¿qué sentido tendría tal fervor exportador? Por otra parte, si por un instante se admite que es necesario endeudarse en dólares para hacerle frente al déficit fiscal, esa sería una táctica para defender las reservas en esa divisa en poder del Banco Central. Pero ni aún en esa situación y aceptando todos los criterios enunciados y sostenidos por las curiosidades antropológicas se justifica que el monto del endeudamiento cubra el déficit fiscal. Supongamos que el déficit fiscal fue 2% del PIB y eso llevara por un efecto multiplicación del PIB de 2 a un crecimiento del PIB del 4%. Bajo estas circunstancias hipotéticas la demanda de dólares se incrementaría en poco más que medio punto del PIB porque eso es lo que aumentarían las importaciones a raíz del crecimiento del producto, que por cierto se pagan en dólares.

El diccionario indica que hay dos tipos de bienes muebles fungibles: aquellos de los que no puede hacerse el uso adecuado a su naturaleza sin consumirlos y aquellos otros en reemplazo de los cuales se admite legalmente otro tanto de igual calidad. Este segundo caso viene a ser el que esgrimen los mentores de la igualdad peso-dólar. Legalmente las deudas tomadas en dólares se pagan en dólares y las deudas en pesos, en pesos. Punto. No son lo mismo. En consecuencia, el peso respecto del dólar no es fungible y viceversa. Tener que andar aclarando que de noche está oscuro, el agua moja y el fuego quema dice lo que tiene que decir sobre el absurdo que campea en la actualidad de esta faceta del debate público, propagado por las curiosidades antropológicas.

 

 

Transferencia

Para hacerle frente a la pesada carga del endeudamiento externo, es obvio que hacen falta dólares, y los dólares o salen de la refinanciación o –si se paga la deuda– de exportar más de lo que se importa, es decir del superávit comercial. Esto nos dice que de fondo siempre las transferencias entre países son reales (esto es: implican flujos de bienes reales), de financieras tienen la apariencia. A propósito, las circunstancias actuales sugieren volver a revisar el episodio de la indemnización alemana de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) que dio lugar a lo que desde entonces se conoce como el problema de la transferencia. Este asunto del problema de la transferencia es el denominador común en la periferia, cuyo seguro destino de su endeudamiento externo es el default según la experiencia histórica. De acuerdo a los datos de las investigaciones más sólidas en este campo, desde 1950 hasta ahora hubo más de 600 defaults soberanos, más o menos a razón de 8 por año. A partir de la perspectiva que aporta el pasado del problema de la transferencia, una vuelta por algunos aspectos de la coyuntura mundial proporciona elementos que permiten hacerse una idea acerca de las alternativas disponibles para el acuerdo político que haga efectiva la salida de la crisis argentina. Naturalmente, de suceder será después de que las fuerzas en danza se cuenten las costillas en las elecciones legislativas de noviembre.

Las indemnizaciones de los que perdieron una guerra a los que la ganaron no eran infrecuentes en el pasado. Las hubo en territorio europeo en 1570, en 1586 y en 1613 entre otras cuantas. Más adelante en el tiempo, Francia auxiliada financieramente por nuestra bien conocida banca inglesa Baring les pagó reparaciones de guerra a los aliados victoriosos sobre Napoleón. Pero con el capitalismo ya casi maduro el problema acerca del pago de reparaciones por parte de Alemania a los aliados después de la Primera Guerra Mundial enfrentó a la economía directamente con la necesidad de analizar las transferencias. Se llama problema de la transferencia porque las reservas en poder del banco central y los flujos en dólares de corto plazo que deben ser transferidos para cancelar deudas de largos plazo y erogar importaciones inmediatas son muy menores respecto de esos pasivos, lo cual los hace impagables.

Revisando la historia desde 1570, lo que iguala estos episodios aquí y allá es el criterio político más frecuente que preside las salidas de las crisis que acontecen por causa del problema de la transferencia. Con algunas pocas excepciones, en todo tiempo y espacio el síntoma común que primó fue el de la clase despiadada y necia de ahorrar sobre el hambre y la sed de los argentinos enunciada por el presidente Nicolás Avellaneda el 1º de mayo de 1876 en su discurso de apertura del año legislativo, para hacerle saber a todo el mundo que la malaria por la que se atravesaba por el fuerte endeudamiento de la época no sería obstáculo para pagarlo.

La controversia que desata este criterio perenne se reflejó en el debate académico. Lord Keynes advertía que desde el punto de vista político hacerle pagar a Alemania las reparaciones de la Primera Guerra (1914-1918) llevaría a más crisis. En la vereda de enfrente, el economista sueco Bertil Ohlin (muy influyente en esa época) decía que aumentar las exportaciones bajando el gasto interno era técnicamente posible. Allá por 1950, cuando se reabrió luego de la guerra la posibilidad de que los países tomaran deuda externa, dos pesos pesados del análisis económico ortodoxo como Jacob Viner en la Universidad de Chicago (fue el fundador de la llamada Escuela de Chicago) y Fritz Machlup en la de Princeton sostenían (para refutar a Keynes) que la cuenta corriente de la balanza de pagos (exportaciones menos importaciones más el saldo positivo o negativo de lo que se cobra desde y paga hacia el exterior por intereses y dividendos) es altamente maleable y fácilmente adaptable a cualquier dirección y cantidad de capital que pueda surgir. La gran prueba que esgrimían era justamente que Alemania continúo pagando las reparaciones a los aliados después de que la entrada de fondos privados a ese país se frenara a mediados de 1928, desarrollando un superávit de exportación para producir las divisas necesarias para pagar las reparaciones, incluso en las deprimidas circunstancias de 1930 y la primera mitad de 1931.

El enorme desempleo que se produjo en esta etapa y que le abrió el camino al gobierno a los nazis no mellaba la argumentación de que el equilibrio en la balanza de pagos era un concepto puramente económico sin contenido político. (Vaya ironía, Machlup emigró a los Estados Unidos desde Austria, perseguido por los nazis). Informa el que fuera el internacionalista más reconocido del MIT, Charles Kindleberger, que “hacia el final de su vida, Machlup (murió en 1983) se retractó por completo de sus puntos de vista anteriores y admitió que transferir la fuga de capitales o las reparaciones al extranjero mediante una deflación rigurosa podría generar una tensión tan severa en una economía al punto de poner en peligro la estabilidad social y política”. Más vale tarde que nunca.

 

 

Fuego y cenizas

Donde hubo fuego, cenizas quedan ¡Y qué cenizas! El historiador inglés Adam Tooze, en su newsletter Chartbook Nº 3 (08/09/2021), comenta que si bien es probable que las economías avanzadas, en promedio, hayan regresado a los niveles de crecimiento pre-pandémico para 2022, no ocurre lo mismo con el resto del mundo. Subraya Tooze que “este hiato medido contra los niveles pre-crisis refleja la pandemia en curso en muchos países más pobres, la falta de vacunación integral, el impacto asimétrico de las medidas pandémicas en economías con grandes sectores turísticos y grandes mercados laborales informales, y su relativa incapacidad para proporcionar estímulos fiscales y monetarios a gran escala”. Señala que “las medidas de alivio de la deuda externa han sido irrisorias. La Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda (DSSI, por su sigla en inglés), que ahora se ha extendido hasta fines de 2021, ha entregado, según el Banco Mundial, no más de 5.000 millones de dólares de alivio a 40 países elegibles”.

El DSSI no incluye al Banco Mundial, el principal prestamista multilateral para los países de bajos ingresos. El Banco Mundial apoya la implementación pero no ofrece concesiones bajo la iniciativa. Tooze explica que el Banco Mundial no participa de la DSSI porque teme que las agencias calificadoras le hagan perder su calificación AAA. Cita una columna del Financial Times en la que se pone de relieve que “un estudio de 2019 de Riccardo Settimo, del Banco de Italia, concluyó que cuatro Bancos Multilaterales de Desarrollo (el Banco Mundial, el Banco Asiático de Desarrollo, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Africano de Desarrollo) podrían más que triplicar su capacidad de préstamo disponible de 415.000 millones de dólares a 1,3 billones de dólares si aumentaran moderadamente su ratio de apalancamiento y optaran por una calificación crediticia AA + en su lugar”. No va a llegar ni fácil ni pronto, si es que llega, la decisión política de los países desarrollados de que el Banco Mundial –del cual son sus principales accionistas– no dependa de esta manera de los mercados internacionales de capital para obtener financiación.

Esta insólita circunstancia del Banco Mundial es otra muestra –pero importante– de qué esperar de un mundo especificado por el desarrollo desigual. Asimismo, marca el camino que debe seguir la Argentina en una economía internacional cuyo proteccionismo parece ir fuertemente en aumento. La mayoría de una clase dirigente que es consciente de sus responsabilidades convendrá que para salir de la crisis hace falta un fuerte acuerdo político que permita rehacer el sistema de precios, atajar la inflación y poner en caja al dólar. Si el acuerdo va en serio será el puntapié para la integración nacional, dado que su grado de seriedad lo da su empeño en mejorar la distribución del ingreso. Si es para no hacer olas, habiendo caído tanto, un poco de suba se percibe como mejora. Podrá durar otros 4/8 años, según venga el sector externo y los naipes con el FMI. Será un entendimiento que desemboque en 1/3 de la población adentro del siglo XXI, 1/3 afuera asistido y 1/3 medio adentro y medio afuera. Mientras el movimiento nacional mire para otro lado, y los que pierden se la banquen, podrá funcionar, aunque sólo sea estable en apariencia. Es que los dólares para hacerle frente a la cuestión de la transferencia deben salir sí o sí de la sustitución de importaciones, porque los déficits comerciales argentinos provienen de una sociedad que no se resigna a perder los ingresos que se le volvieron esquivos desde que las curiosidades antropológicas deshicieron la base industrial conseguida, a fuerza de apertura, deuda externa y represión.

La apuesta a que las mayorías se resignen es grande e histórica entre las curiosidades antropológicas. Que sean tan brutos y poco refinados para desconocer el presente como historia del problema de las transferencias y las profundas contradicciones de un sistema monetario mundial provenientes de que la moneda de un país funge de medio de cambio internacional y ese país no tiene en lo más mínimo en cuenta la circulación global del dólar, sólo le interesa la interna, señala que el acuerdo político en ciernes debe cerrarles el paso. De lo contrario puede suceder que impongan agenda como en su momento la impusieron con la convertibilidad. Los ingleses se desligaron de la libra del oro en 1931 porque no podían aguantar más. Nixon desligó el dólar del oro en 1971 por iguales razones. Estos piojos resucitados de las curiosidades antropológicas querían seguir con la convertibilidad de puro macho. Qué ridículos. Las curiosidades antropológicas son un caso serio. Son esencialmente peligrosas.

 

 

 

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