La nave de los locos
Con políticas escalonadas el país no sale del pozo donde nos dejó Macri
El viejo truco del Imperio
Con una ceremonia militarizada como nunca antes asumió Joe Biden. En la región latinoamericana se festeja la derrota del trumpismo con el mismo grado de escepticismo con que se prevé un cambio de política en esos países. La crisis que generó el ajustado triunfo demócrata, en el marco de una de las elecciones más concurridas de la historia americana, muestra una contradicción no resuelta que sigue latiendo y promete estallar de alguna manera.
Los discursos políticos pueden engañar a mucha gente, pero mandar a centenas de miles a la muerte por causa de una pandemia ninguneada termina por no resistir el análisis. La hegemonía americana ha llegado a su punto más crítico y esta crisis política no se ha de resolver con buenas intenciones y proclamas de unidad. La mortandad humana extendida por todo el planeta, con la aceleración de contagios compitiendo con la vacunación masiva, se va convirtiendo en el tema dominante pese a los negacionismos sistemáticos impulsados desde los monopolios informativos.
No es lo mismo hacer propaganda por un mal candidato que vender la muerte misma. Como en la guerra, la conciencia de la muerte cercana se convierte en dominante por encima de todas las otras razones. La crisis social, el estancamiento económico y las luchas por la igualdad racial han calado muy hondo en la sociedad americana con una fuerte polarización y el resurgimiento de supremacistas organizados dispuestos a la acción directa. Esta situación no se resuelve súbitamente y hace prever que en el futuro inmediato los Estados Unidos se verán ocupados en resolver su crisis interna y eso permita condiciones para el fortalecimiento de experiencias nacionales y regionales similares a las de principios de este siglo más acá de sus fronteras.
De acá no se va nadie
Si le creemos al griego Nicos Poulantzas, el Estado no sería un espejo de las relaciones sociales de producción sino que es relativamente autónomo y sólo así puede concentrar el rol de regulador del orden social del régimen. Entender las formas del Estado y sus instituciones sirve para comprender la capacidad propia de sus mecanismos, contradicciones y fallos.
En el Estado de la actualidad, el concepto de Gobierno abarca organismos y personas a los que institucionalmente les está derivado por el pueblo –o quienes se arroguen su representación– el ejercicio del poder. Dejando de lado las formas degeneradas como la oligarquía o la demagogia, excluyendo de suyo las tiranías, la democracia formal representativa como forma de gobierno, su política, el régimen, el sistema de gobierno, comprenden un conjunto que podemos denominar teoría del Estado o, burguesamente hablando, derecho constitucional. Parecido pero distinto a la política.
“Seamos realistas, pidamos lo imposible”. Grandes problemas exigen imperiosas soluciones para dotar al país de soluciones de fondo. Los objetivos de la clase trabajadora y pobladores sumergidos en la pobreza, o casi –todo ello en paralelo con las necesidades urgentes– reclaman el concurso de todas las fuerzas que integraron el frente electoral que ganó las elecciones en el ya lejano 2019. Todavía más: hacerlo junto con otros espacios que pueden aportar a la lucha contra los diversos y camaleónicos formatos económicos y corporativos de quienes detentan el verdadero poder.
Los actores con protagonismo productivo, carga sindical o territorial y social deben aportar a la creación de empleo, la recuperación productiva y la reducción de la pobreza. Pero no en silencio. Para encontrar una salida sustentable políticamente, que contenga los intereses y las soluciones para los sectores más vulnerables, urge retomar la senda convocada por Alberto Fernández cuando invitó a la ciudadanía militante a reclamar ante diferencias o errores. Pasando por el difícil desfiladero de no darle pasto a la oposición cerril de la derecha ni plantar la bandera del “hasta aquí llegué”.
En ese mar encrespado navega la Argentina, con sus lógicas políticas domésticas repetidas una y otra vez hasta el infinito sin ofrecer un nuevo proyecto que recree la esperanza. Una derecha cerril y desenfrenada que sólo sabe de matanzas y represión jugada a dinamitar al gobierno que se impuso por voluntad de las mayorías y que sin dudas volverá a hacerlo en estas elecciones de medio término. Una clase media oscilante y confundida que reclama soluciones económicas sin atreverse a bancar políticas que afecten los intereses más concentrados y un movimiento obrero que aparece con elementos de una nueva generación de trabajadores que transitaron desde el ajuste macrista al aislamiento en plena pandemia, sin encontrar la forma de articular una política para el conjunto de la clase trabajadora.
Laburantes vacunados pero no reconocidos
A cada intento de organizarse por abajo desde la solidaridad con los que luchan vienen las respuestas de arriba buscando pretextos para dividir y seguir manteniendo privilegios personales y negocios de los pocos que representan al conjunto. Si algo mostró la pandemia es la fragilidad del sistema de salud. Tanto la pública como la privada y el sistema de obras sociales sindicales evidenciaron sus limitaciones y desafían al conjunto a reordenar los abundantes recursos que se destinan al cuidado y su aplicación en cada situación.
Cerca del 9% de la masa salarial de los trabajadores registrados se destina a las obras sociales, el 10% de esa masa a los programas especiales y altas complejidades. Ese es el botín que disputan un puñado de dirigentes nacionales, subordinando los programas reivindicativos frente a los gobiernos de turno en función de obtener ese beneficio. Eso explica la virulenta reacción a los dichos de CFK en el balance a un año de gestión de gobierno.
Los trabajadores de la salud que fueron la vanguardia humana frente a la peste no logran que se reconozca su rol irreemplazable y siguen padeciendo los bajos salarios de los gobiernos, de las clínicas y sanatorios y de los dirigentes sindicales que los emplean. Con los mismos recursos de que se dispone se puede lograr un sistema mucho más eficiente e igualitario. El cuerpo de los trabajadores esenciales es el último elemento a considerar en las decisiones políticas. Los negacionistas de la oposición y los oportunistas del gobierno lanzan consignas sin ninguna garantía para la salud de los que se exponen. Clases presenciales como sea y docentes como obstáculo para lograrlo es de un reduccionismo cercano al desprecio. Hay funcionarios que no funcionan y otros que funcionan para atrás.
Dejar la salud de la población y la producción de remedios en manos de las grandes empresas es lo mismo que pedirle al zorro que cuide a las gallinas. En la post-pandemia deberíamos aspirar a que la atención médica y la industria farmacéutica pasen a ser actividades manejadas por empresas estatales.
El futuro del gobierno nacional y el del movimiento sindical recorren el mismo calendario. No le alcanza al Presidente con un sindicalismo complaciente que no genere conflictos, porque el frente de tormenta viene del lado del poder económico concentrado. Para ganar elecciones alcanzaría con impedir la división de los sectores que le dieron la victoria. Para llevar adelante las transformaciones que permitan sustentar un proyecto político transformador necesita un movimiento obrero unido y comprometido con dicho proyecto. La presente cúpula sindical, especuladora, no lo garantiza.
África mía
La Nación, el reservorio ideológico de la más rancia oligarquía, acaba de descubrir un fenómeno de africanización del Conurbano (sic). Redes sociales estalladas de indignación tratando de explicar lo discriminatorio y racista del análisis pasaron por alto lo inmanente de esta clase parasitaria que nos domina. Los africanos no son de ahora. Cuando la asamblea del año '13 otorgó la libertad de vientres dio un paso fundamental para terminar con la esclavitud. Las guerras de la independencia hicieron lo suyo y la población afrodescendiente quedó cerca de la extinción. Los nuevos inmigrantes generan el mismo sentimiento y los convierten en el símbolo de lo detestable. El Conurbano con su composición de pobreza y su adhesión histórica al peronismo ocupa ese espacio de desprecio y de peligro. Orgullo nacional debería generar el desprecio de los eternos colonizadores de las potencias de turno.
Cuando el origen provinciano no alcanza para lograr impacto en la discriminación se apela a los orígenes continentales para calificar al diferente. Los “cabecitas negras” se han incorporado al acervo cultural y ya no generan el violento rechazo. Por eso africanizar el Conurbano es la nueva modalidad para definir el territorio a excluir. Formado al calor de la primera industrialización peronista, padeció todas las consecuencias de las ráfagas de ajustes de los ‘90 y hoy es un conglomerado que supera en población a cualquier otra provincia. Pintarlo de negro es el comienzo de una campaña racista en pleno desarrollo.
El comienzo de la vacunación masiva puede ser el momento para arrancar con “la nueva normalidad”. Tironeado por la presión anticuarentena, el gobierno puede utilizar esta energía para lograr un fuerte impulso a la actividad productiva. En un año electoral donde los discursos políticos invitan al olvido, es una buena oportunidad para recrear los viejos congresos de la producción y sentar a la mesa del acuerdo a los empresarios nacionales que dependen del mercado interno (que a su vez es hijo del consumo popular) para establecer equilibrios entre precios, tarifas, salarios y una sólida política desmonopolizadora para sacar a los formadores de precios del monopolio de sus caprichos.
Juntos, pero no revueltos
Con una perspectiva independiente desde el punto de vista de los más golpeados por la crisis y la pandemia, la lucha de los salarios por ganarle a la inflación apenas gasta pólvora en paritarias que se firman y se desvanecen en el corto plazo. La inflación galopante llevó a las grandes empresas formadoras de precios millonarios aportes estatales que hubieran servido para poner en marcha el aparato productivo.
Todas las medidas peronistas “contra el agio y la especulación” mencionadas por Cristina en su libro Sinceramente carecen de un sustento en el sistema legal que Alberto pondera. Otra vez la reforma judicial en el tapete. Cuando Juan Perón en 1953 hizo “tronar el escarmiento”, la detención de “agiotistas” y “contreras” no frenó la embestida patronal. El “exceso de consumo” ubicó el ahorro desde 1952 como tema central en el escenario, con la capacidad de cumplir un papel central. Muy distinto es el marco de pandemia. De aquel apotegma “se vende lo que sobra” al lockout patronal del campo por el maíz hay un largo trecho.
La actual Ley de Abastecimiento se usó en el marco de una emergencia pero tiene farragosos límites en el contexto de una secretaría que vació casi todas las áreas de control y de la poca colaboración de gremios, municipios y provincias. A pocos metros de la recta electoral, la funcionaria Paula Español no alcanza a moderar los desbordes de los formadores de precios con su diezmado ejército de inspectores con escaso respaldo de la artillería legal. Los trabajadores de ATE, minoría en ese sector ante el mayoritario UPCN, ven con desazón que la política gremial se basa en cadenas de favores y no en participación directa de los gremios en una política de Estado.
Español y su equipo de jóvenes entusiastas necesitan un arsenal de controles y sanciones contra los especuladores que siempre hacen su agosto cuando la economía se desmadra. No es con políticas escalonadas como el Presidente Alberto Fernández sacará al país del pozo profundo donde lo dejó Mauricio Macri. Se impone un programa en todos los terrenos y un campo popular movilizado para romper la inercia.
Con la reglamentación de la ley de teletrabajo y su gusto a arena entre los dientes, el debate en el sindicalismo comprometido con los trabajadores y el gobierno popular promete ser muy ruidoso, Una vez más el movimiento de los trabajadores se verá obligado a contrapesar las imposiciones de los poderosos que operan por dentro y por fuera del gobierno.
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