Hace muchos años, Liliana Herrero me habló de Remo Pignoni, de cuya existencia no había oído hablar. Me pasó un casette con tanta fritura como música, que bastó para deslumbrarme. Cuando Cristina Banegas mostró que a los 70 sigue siendo la mejor anfitriona de Buenos Aires, le pedí a Liliana que escribiera una nota sobre Pignoni, para que ustedes también lo conocieran. Cual reina batata me dijo que no se animaba. Sin achicarme le pregunté quién podía hacerlo y sin dudar me dijo que Ernesto Snajer, ese gran guitarrista que la ha acompañado en algunos recitales.
No sólo eso, al día siguiente me escribió que habia hablado con Ernesto, que aceptaba con gusto y menos de una semana después de la idea, Ernesto me mandó esta nota hermosa y el link a los temas de Pignoni que no paran de sonar en mis parlantes y espero que también en los de ustedes. Aunque esta secuencia haga pensar que estamos en Alemania, la música es nuestra, nuestra, nuestra.
Remo Pignoni. El habitante del universo
Por Ernesto Snajer
Aunque se lo ocultaba a mis amigos, el tango y el folklore me gustaron desde chico. Pero no tenía el deseo de tocar o escuchar discos de esos estilos, porque no me terminaban de convencer; de alguna forma sentía que era música para otro tipo de gente (más vieja, sospechaba). Eso nunca me sucedía con el rock ni con el jazz.
Al igual que muchos compañeros, asociaba folklore con disfraces de gaucho, actos de colegio y maestras de música que se enojaban si les decíamos que queríamos cantar canciones del rock argentino.
La relación con el tango cambió totalmente cuando descubrí a Piazzolla. Mi amor por las raíces y los orígenes del género se dio a través de Astor. Él fue el punto de partida para aprender a disfrutar esas músicas maravillosas. Investigar acerca de sus propias influencias y formación, me hizo conocer a una cantidad de músicos geniales.
Y entonces sucedió. Encontré la obra de Remo Pignoni, gracias a la recomendación del gran pianista Hernán Lugano, y produjo en mí lo mismo que me había sucedido con el tango y Piazzolla, pero esta vez con la música folklórica argentina.
Desde el primer compás de Esto que estoy cantando, entendí que estaba ante una revelación que cambiaría mi percepción acerca del folklore. Se podía tocar música nativa y rockearla. No tenía que ser aburrida o tocada por músicos clásicos con inquietudes populares, ni tenía que disfrazarme de algo que no era.
Absolutamente todo en la música de Remo me cautivó.
Al principio la disfrutaba sin hacer ningún análisis. Solamente la escuchaba todos los días, durante horas. Me llegaba mucho esa manera lírica y melódica de tocar que a la vez era muy potente.
Con el tiempo, y luego de indagar un poco más, Hernán me explicó lo que hasta el día de hoy más me llama la atención: las obras de Remo respetaban la forma tradicional de los géneros; en su música no había proyección, ni aires ni sugerencias: zambas y chacareras iban derechitas como en una clase de folklore de club de barrio, y podían bailarse como un tema de Los Chalchaleros con la diferencia de que lo que sonaba, remitía a otro planeta distinto, no sonaba acartonado. Y con una personalidad enorme.
Muchísimo antes de los tiempos de las listas de reproducción en las plataformas digitales, junto a mis amigos armábamos cassettes con distintos autores, y en ellos convivían sin conflictos Bill Evans, Spinetta, Pat Metheny, Los Beatles y Charly García con las canciones de Remo. Él hablaba el mismo idioma. Su música era definidamente argentina, pero con un sonido universal.
Al igual que Piazzolla, Remo fue el mejor intérprete de su obra. Tenía una polenta tremenda para tocar. Los pasajes rápidos eran clarísimos y rítmicamente era un huracán. Parecía que tocaba el bombo en vez del piano.
Algunos clásicos lo han tocado muy bien, sin dudas. Pero sus propias interpretaciones son inigualables. El disco doble De lo que tengo, es la obra de música argentina más bella que escuché en mi vida.
Cuando Remo escribía folklore argentino jugaba de local. Esa era la música que lo conmovía y se nota al escucharlo.
Era un melodista increíble. Su manera de armonizar denota que había escuchado e interpretado muchísima música de otros grandes autores del mundo, no solo argentinos. Conocía bien otros planetas. De hecho algunas composiciones tienen marcas precisas de esas influencias. Pero siempre con su sello, que es la impronta rítmica que aparece hasta cuando las melodías eran enmarañadas. Ni siquiera cuando en alguna cueca el tiempo era muy veloz, perdía la elegancia. Parecía un equilibrista y manejaba las velocidades como un piloto de formula uno. Con vértigo pero siempre controlado.
También compuso y tocó maravillosamente tangos y milongas. Pero da la sensación, al escuchar sus grabaciones, que zambas, chacareras, cuecas y vidalas eran su lugar preferido en el mundo.
La obra de Remo es amplia, y aunque no la grabó completa, tenemos la suerte de que existan varios registros además del mencionado De lo que tengo. Ese repertorio maravilloso es un legado eterno para quienes aman la música y el arte que trasciende momentos y modas. Y que no pierde vigencia sino que se acrecienta con el paso del tiempo.
El nombre de Remo Pignoni no es más familiar para los argentinos, porque este hombre de costumbres sencillas siempre se resistió a mudarse de su Rafaela querida o tal vez, por la mezquindad de ciertas personas que podrían haber contribuido a difundir su obra como lo merecía.
Ahora nada de eso importa. Lo único importante es que la música de Remo existe, y que a muchos nos hizo más felices.
https://www.youtube.com/watch?v=EshxhlfNDso
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