La misma piedra

El político conquistado, el súper ministro y la legitimación del fraude de Macri con el FMI

 

En el inicio de Gladiador, película estrenada en el año 2000, Ridley Scott ofrece una escena memorable que ilustra el poderío militar y la temible logística de las legiones romanas. El ejército al mando del general Máximo Décimo Meridio (interpretado por Russell Crowe) enfrenta a las tribus germánicas cerca de Vindonoba, asentamiento romano que luego se transformaría en Viena, capital de otro imperio.

El emperador Marco Aurelio asiste a la batalla, que considera fundamental. Una victoria pondría fin a una de las guerras más sangrientas, en los confines del imperio. Máximo y Quinto, su lugarteniente, esperan el regreso del jinete que enviaron a pedirle la rendición a los germanos. La respuesta de sus enemigos es contundente: mientras el líder germano arroja la cabeza del emisario al barro, sus guerreros lo vitorean e insultan a los invasores. Conforman una tropa tan valiente como caótica que no parece tener chance alguna frente a la ordenada formación romana.

“La gente debería saber cuándo la conquistan”, opina Quinto, con una mezcla de asombro y fastidio. “¿Lo sabrías tú, Quinto? ¿Lo sabría yo?”, le responde Máximo, en una de las mejores réplicas de la película.

¿Los germanos deberían haber sabido que ya estaban conquistados y evitar así un enfrentamiento inútil, que pagaron con sus vidas? No dar una batalla cuya victoria no esté garantizada parece un enunciado con cierto sentido común. De hecho, fue el estandarte del gobierno de Alberto Fernández, quien prefirió no dar ninguna antes de correr el riesgo de perder alguna. Pero tal vez la respuesta no sea tan simple. Presentar batalla fue una constante de los germanos, un pueblo cuya bravura fue destacada incluso por Julio César unos 250 años antes de Marco Aurelio. Podemos imaginar que esa obstinación los definió como pueblo, a la vez que fue desgastando a sus rivales romanos, prefigurando su caída final, tres siglos más tarde. Por supuesto, son sólo conjeturas.

En todo caso, la idea del conquistado ignorante de su condición es interesante y tiene, además, un paradigma opuesto: quien, sin haber sido conquistado, considera que lo fue. En política es un paradigma que se repite y se traduce en una especie de profecía autocumplida: a fuerza de considerarse derrotado, un espacio político termina por dejar de defender las ideas que fueron alguna vez su razón de ser.

En la Argentina, el golpe de Estado cívico-militar de 1976 logró consolidar una notable hegemonía política y social: el neoliberalismo. Como suele señalar el sociólogo Artemio López, hasta la aparición inesperada de Néstor Kirchner, el PJ fue –junto a la UCR– el partido del ajuste neoliberal. En los ‘90, la discusión política en nuestro país había sido jibarizada y, salvo honrosas excepciones, se había cristalizado en el honestismo. Una doctrina que Martín Caparrós definió como “la tristeza más insistente de la democracia argentina: la idea de que cualquier análisis debe basarse en la pregunta criminal: quiénes roban, quiénes no roban”. Se trataba de reemplazar el análisis político por la denuncia penal y el debate económico por la encuesta judicial.

Los grandes partidos populares, como el radicalismo y el peronismo, aceptaron con fatalismo haber sido conquistados y consideraron que la economía era una ciencia oscura que era menester dejar en manos de “técnicos”, es decir economistas serios desprovistos de las taras de la política. En las elecciones de 1999 no debatimos sobre modelos económicos, salarios, jubilaciones, desarrollo o inversión, sino sobre declaraciones juradas de funcionarios, sospechosas pistas de aterrizaje o automóviles veloces pagados con fondos federales.

De esa jibarización de la política nos rescataron Néstor y CFK. Durante los doce años de sus gobiernos, volvimos a hablar de modelos económicos y dejamos de lado otro resabio de los ‘90: el súper ministro de Economía que sabe más que el propio Presidente y que, de ser el representante del gobierno ante los organismos internacionales, se transforma en el embajador de esos organismos en el gobierno.

Con la presidencia de Alberto Fernández volvimos a padecer aquella doble calamidad: el fatalismo del político conquistado y su corolario, el súper ministro de Economía. El caso paradigmático fue el préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI) negociado por Mauricio Macri. Al asumir, Fernández designó a Carlos Zannini, Procurador del Tesoro, como querellante en la causa: “Sabemos que ese crédito fue otorgado para favorecer la campaña presidencial de Mauricio Macri. Eso fue una administración fraudulenta y una malversación de caudales públicas como nunca antes habíamos registrado”, afirmó.

Sin embargo, apenas dos años después, el súper ministro Martín Guzmán envió la renegociación de ese mismo acuerdo fraudulento al Congreso para su aprobación, otorgándole la legitimidad que Macri no había conseguido.

 

El entonces ministro Martín Guzmán y la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva.

 

 

El Presidente de los Pies de Ninfa se acaba de otorgar la potestad de tomar nueva deuda con el FMI a través de un decreto de necesidad y urgencia. No tuvo en cuenta la ley que impulsó el ministro Guzmán en 2021 y que establece entre otras cuestiones que “todo programa de financiamiento u operación de crédito público” acordado con el FMI, así como también “cualquier ampliación de los montos de esos programas u operaciones”, requieren aprobación del Congreso.

En una entrevista con elDiarioAR, Martín Guzmán afirmó: “Si este endeudamiento se concreta, habrá que plantear políticamente su ilegitimidad (...) Si el FMI vuelve a jugar políticamente, no hay más margen”. El ex ministro de Economía de Alberto Fernández advirtió que eludir al Congreso vulnera no sólo la ley argentina, sino también las propias reglas del FMI, y sostuvo que, si el préstamo se concreta en estas condiciones, será necesario discutirlo desde un plano político, no legal.

Es loable que el ex funcionario haya descubierto el valor de la política, y lamentable que no haya transitado ese camino con el préstamo anterior, tan ilegítimo como el actual. Según la denuncia de la Oficina Anticorrupción del 12 de marzo de 2021, basada en el Informe de la SIGEN de la misma fecha, Mauricio Macri (Presidente), Nicolás Dujovne (ministro de Economía), Luis Caputo (ministro de Finanzas y presidente del Banco Central), Federico Sturzenegger y Guido Sandleris (ambos presidentes del Banco Central) habrían incurrido en varios delitos graves: abuso de autoridad y violación de los deberes de los funcionarios públicos, malversación de caudales públicos y defraudación por administración infiel.

La denuncia destaca que el incumplimiento de los requisitos legales fue la forma mediante la cual se materializó el fraude, porque dar intervención al Congreso o requerir los informes y dictámenes previos exigidos por la normativa hubiera impedido contraer el préstamo en los términos planteados o lo habría demorado hasta poner en riesgo la consumación de la operatoria de carry trade (bicicleta financiera).

Por último, la denuncia solo imputa a ex funcionarios públicos argentinos pero, respecto del FMI, aclara que “la decisión de suscribir con urgencia y a como diera lugar el mayor empréstito otorgado por el FMI en su historia” se benefició con “la correspondiente complacencia de éste tanto en la concesión como en la supervisión de su cumplimiento, lo que no corresponde ni es factible juzgar aquí”.

Por supuesto, la causa duerme la modorra de los justos en el juzgado de María Eugenia Capuchetti, quien no ha considerado útil citar a indagatoria a ninguno de los denunciados. La velocidad de la investigación es aún menor que la de la causa por el intento de asesinato contra CFK, llevada con parsimonia por la misma jueza.

Sin embargo, eso no es lo más grave. Nadie espera algo del cardumen de operadores aterciopelados que insistimos en llamar Justicia Federal, pero sí esperamos más de la política, en particular cuando se trata del espacio kirchnerista. Alberto Fernández se sintió tan conquistado por el enemigo que eligió a un ministro más afín a los intereses del organismo de crédito internacional que a los de la Argentina. El préstamo otorgado a Macri fue explícitamente político y debía ser rechazado en el mismo plano, pero Guzmán llevó la discusión hacia los aspectos puramente técnicos. Nos endeudan por razones políticas y contestamos con el manual de procedimientos.

De haber impulsado la causa, tal vez no estaríamos condenados a tropezar nuevamente con piedras como Luis Caputo, el Timbero con la Tuya, o Sturzenegger. Cuando un político o incluso un espacio son colonizados, significa que ve muros o impedimentos donde no necesariamente los hay. Al descreer de la política y abrazar la alucinación de un saber económico supuestamente técnico, descree de su propia potencia para mejorar la realidad de las mayorías, la única obligación de todo gobernante.

Parafraseando a Quinto, la gente debería saber cuándo se deja conquistar.

 

 

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