Vivimos tiempos en que la sociedad está alzada en armas contra sí misma. “Todos contra todos” parece ser la consigna en el campo de batalla de las redes sociales. Este estado beligerante es profundizado por los creadores de grietas, falsos profetas que adoptan el vestuario necesario para cada ocasión.
Demetrios
Hábiles en capturar las voluntades de quienes engullen desesperadamente todo contenido vertido en sus redes sociales, saturan los corrales de sus patrones anónimos, que reducen su identidad a los números de sus cuentas bancarias. Observar el reparto de las riquezas revela la escena: la multitud distraída y timada discute las proclamas de los títeres sin ver al titiritero.
Nada nuevo hay debajo del sol. En la ciudad de Éfeso, allá por mediados de la década del 50 d.C., Pablo y sus compañeros soportaron una revuelta descomunal, acusados por una turba así descripta: “Entre tanto, en la reunión, unos gritaban una cosa y otros otra, porque la gente estaba alborotada y la mayor parte ni sabía para qué se habían reunido” (Hechos 19.32 DHH).
Tan confusa como en las manifestaciones de nuestros días, la mayoría ignoraba el motivo de su enojo y quienes creían saber por qué protestaban no se ponían de acuerdo. Presos en sus burbujas, sólo tienen oídos para los que dicen lo que les dijeron que deben pensar.
La usina de aquel levantamiento fue un tal Demetrio que, al ver peligrar “su negocio” de platería, fomentó el fervor religioso de la gente haciendo uso de un recurso de “lawfare” idéntico a los de nuestros días: denuncias falsas para desprestigiar a quienes son una amenaza. La muchedumbre reaccionó como era esperado; gritó sin parar el nombre de su deidad al enterarse que los acusados eran de otra religión: “Pero cuando le conocieron que era judío, todos a una voz gritaron casi por dos horas: ¡Grande es Diana de los efesios!” (Hechos 19.34 RV1960).
Es que cuando se grita es imposible escuchar, especialidad de títeres y titiriteros.
Los Demetrios actuales despliegan su enorme tropa entre el periodismo, la política, las y los economistas, “influencers” y demás partícipes necesarios, para defender sus ganancias a toda costa. Encuentran su campo orégano en las burbujas virtuales en que se encierran las personas a través de las redes sociales de acceso restringido y selectivo con el lema: ¡Escucho lo que quiero escuchar porque me dicen lo que yo creo! Así, se disponen a la batalla sin medir los daños que pueden provocar. Defienden a su verdugo con tal devoción que los lleva a inmolarse contagiándose en medio de una pandemia que niegan en forma irracional.
No te rompas la cabeza
Las disputas virtuales tienen una violencia inusitada, síntomas de grietas cargadas de ecos sostenidos.
Pero como “nada nuevo hay debajo del sol”, Pablo nos muestra que, una década después, el virus que antes había arrasado a Éfeso ahora contaminaba también a la Iglesia y, entonces, le advierte a Timoteo: “Si alguno enseña otra cosa… está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1ª a Timoteo 6.3-10 RV1960 abreviado).
La inmediatez en las respuestas y la falta de meditación en las razones y efectos de las contiendas lleva a muchos a enfervorizarse detrás de “Demetrios” actuales, artífices que acarician con literales mensajes fundamentalistas las posiciones exacerbadas; así logran una aprobación absoluta de sus proclamas y apoyo para sus intensiones: “Si tenemos poder, impondremos nuestra forma de creer y de vivir”.
Tal división no sólo destruye el amor fraternal sino que avanza sobre la sociedad en busca de nuevos pleitos que permitan demostrar “influencia y poder” para alcanzar prebendas que extravían. Avasallan todo respeto a la libertad intentando imponer sus dogmas como leyes y augurando castigos futuros si no se legisla conforme a sus doctrinas. Intentan por todos los medios limitar los derechos de quienes no aceptan los derechos adquiridos de quienes admiran y pretenden emular.
Estos “delirios acerca de cuestiones y contiendas de palabras que paren envidias, pleitos, insultos, malas sospechas y disputas necias” tientan a muchos a descender al barro de la pelea; sin embargo, Pablo nos aconseja: “apártate”, que en versión popular podría traducirse como “no te rompas la cabeza, discutir con ellos es como una enfermedad”.
Saltar la medianera
Ante esta “pandemia espiritual” de reyertas, abusos e intensiones soslayadas, propongo saltar la medianera. Del otro lado del muro existen personas que necesitan la pasión fraternal del amor al prójimo. Aquellos que ya no gritan, porque nadie los escucha, pero que esperan ansiosamente.
Ellas y ellos necesitan despejar sus dudas para romper las amarras que los ligan a la siniestra voluntad de sus captores y afirmarse en la verdadera libertad, uniéndose al pueblo con la certeza de que no estarán solos nunca más.
Es hora de dejar plantados a títeres y titiriteros.
Es hora de saltar la medianera para abrazar a todas y todos, dejando que el amor trabaje edificando puentes, tal como Pablo exalta al evocar la vida y obra de los hermanos de Tesalónica: “Los recordamos constantemente delante de nuestro Dios y Padre a causa de la obra realizada por su fe, el trabajo motivado por su amor, y la constancia sostenida por su esperanza en nuestro Señor Jesucristo” (1ª Tesalonicenses 1.3 NVI).
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