La maldición del populismo
La crisis de hegemonía mundial y el peligro de una nueva Guerra Fría con desenlace catastrófico
El conflicto y la cooperación, la dominación y la solidaridad, la exclusión y la inclusión han dejado huellas indelebles en las leyendas, los mitos, las religiones, la filosofía y las distintas expresiones del arte en la historia de la humanidad. Esas huellas apuntan a las entrañas de una grieta originaria por la que brota una melodía universal, cuyos ritmos y cadencias han variado según las culturas y el paso del tiempo.
Estudios arqueológicos muestran que en la antigua Mesopotamia el crédito cumplió un rol fundamental en la organización de las sociedades. Desde muy temprano, pues, la humanidad conoció el impacto destructivo de la acumulación de riqueza sin límite alguno, y de un interés compuesto que, creciendo exponencialmente, condenaba al endeudamiento ilimitado. De ahí que la avaricia y la usura han sido sancionadas de distinta manera en la Antigüedad, llegándose incluso a la cancelación periódica de cierto tipo de deudas.
Estos fenómenos también fueron objeto de discusión de la filosofía griega, encontrando Aristóteles que el endeudamiento ilimitado impregnaba los ciclos sucesivos y recurrentes de democracias, oligarquías y aristocracias que, según él, condensaban la historia de la humanidad. Tiempo después, Plutarco habría de sintetizar ese drama humano advirtiendo que la desigualdad entre los ricos y los pobres era la enfermedad más antigua y más letal que había aquejado a las Repúblicas. Al impregnar el ámbito de los símbolos y de las decisiones, la puja por abolir la desigualdad económica terminó destruyendo a las sociedades más avanzadas de la época.
Así, la confrontación entre acreedores y deudores hizo temblar los cimientos de las sociedades de la Antigüedad y fue el eje de la disputa política entre las elites y entre estas y los excluidos. La melodía de la grieta originaria se expresó en guerras donde el “pueblo” fue a la vez sujeto y objeto de la disputa por el poder. En momentos álgidos y fulminantes, este encontró voz propia para expresar su rechazo al despojo de tierras, bienes, trabajo y vida por un endeudamiento imposible de cancelar. En otros momentos, su voz terminó siendo utilizada por un sector de las elites para acaparar más poder político. Imponiendo su propio ritmo a la música emanada de la grieta originaria, este sector de las elites busco atenuar la desigualdad económica y social sin cambiar la estructura de poder que reproducía el endeudamiento ilimitado.
Desde aquel entonces, el mundo ha cambiado radicalmente. Hoy el endeudamiento ilimitado y la usura constituyen el imperativo categórico de las relaciones sociales, tanto a nivel local como geopolítico. Su capacidad de destrucción social e individual ha sido naturalizada por mecanismos de control social que instilan permanentemente, y de un modo abierto o subliminal, el deseo por acumular riqueza sin límite alguno y el miedo/odio al otro que, por su mera existencia, compite por la apropiación de los trofeos y amenaza la realización de ese deseo insaciable.
Este es un mundo donde un grupo de grandes monopolios maximiza ganancias y concentra poder en todos los ámbitos de la vida social. Su actividad corroe la credibilidad de las instituciones democráticas y agudiza los conflictos. Al proyectarlos al plano geopolítico genera una inestabilidad que pone en riesgo a la vida en el planeta. En este mundo turbulento, el populismo es un fenómeno maldito que amenaza al orden local y al geopolítico. Su existencia en un mundo integrado económica y políticamente a un nivel inédito en la historia de la humanidad, plantea la posibilidad de que los despojados y excluidos de este planeta impongan globalmente un nuevo ritmo a la melodía que emana de la grieta originaria.
Populismo y crisis de hegemonía mundial
Por estos días Henry Kissinger, ex secretario de Estado y ex Asesor de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, advirtió que la tensión creciente entre su país y China puede derivar en una Guerra Fría más peligrosa que todo lo que se ha conocido hasta ahora, pues “por primera vez en la historia de la humanidad, esta tiene la capacidad para extinguirse en un periodo finito en el tiempo”. Estando el poder nuclear asociado “a la alta tecnología y a la inteligencia artificial, “las máquinas pueden decidir en el combate militar”. Esta pérdida de control humano sobre la guerra nuclear obliga a la cooperación y el dialogo entre las potencias para impedir un desenlace terrorífico (zerohedge.com 4 5 2021).
Casi en paralelo, el Council on Foreign Relations (CFR) –poderoso think tank, integrante del Foro Económico Mundial– convocó a constituir un Comité de Consenso Global con el objetivo de prevenir una catástrofe mundial (the new concert of power, foreignpolicy.com 3 3 2021). Hoy los Estados Unidos han perdido “el dominio material y la influencia ideológica” ejercidos desde la Segunda Guerra Mundial. Esto ocurre en un contexto donde las democracias del mundo son amenazadas por el avance del populismo y de la “crítica iliberal” mientras China y Rusia “desafían la autoridad de Occidente”.
La falta de liderazgo mundial de los Estados Unidos durante la pandemia, y la imposibilidad de Joe Biden de resolver con su elección la polarización social del país, evidencian que en un contexto internacional caracterizado por una creciente multipolaridad ideológica las “prioridades domésticas” impiden la hegemonía norteamericana sobre el mundo. Las cadenas de valor global “integran irremediablemente a las economías nacionales y a los mercados financieros y ni los Estados Unidos ni China ni el resto del mundo podrán desacoplarse”. En este mundo, sólo un Consenso Global, al estilo del logrado en Europa en 1815, podrá frenar el avance del populismo y el creciente poder global de China y Rusia.
Este nuevo consenso implica para el CFR la constitución de un Comité Consultivo, informal pero con gran poder real, que ubicado por encima del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas pueda negociar directamente los conflictos entre las potencias. Este “diálogo estratégico directo” tiene que incluir a los Estados Unidos, Europa, India, Japón, Rusia y China, los que podrán invitar a las deliberaciones a representantes de las organizaciones regionales, como la OEA, etc., cuando sea necesario.
Crisis política norteamericana y populismo
El gobierno de Biden ha profundizado las sanciones económicas y políticas de la era Trump contra China y Rusia e intenta cooptar la retórica nacionalista del ex Presidente poniendo el énfasis en la restitución de la grandeza norteamericana perdida y en el esfuerzo por desacoplar la economía norteamericana de la china.
Esto ocurre en un país azotado por una creciente polarización económica, social y político-partidaria e inmerso en una “guerra cultural” que busca atar a los conflictos sociales con el chaleco de fuerza del conflicto racial (identity politics). El resultado es una tendencia a la generalización del odio y del miedo racial que busca oscurecer las causas estructurales de las divisiones sociales y el control creciente de un puñado de monopolios tecnológicos sobre las políticas implementadas y sobre el disenso social.
En su reciente discurso al Congreso, Biden puso énfasis en la herencia recibida: “Una nación en crisis… una casa incendiada… el abismo de la insurrección y de la autocracia”. Amenazado internamente por el “terrorismo de los supremacistas blancos”, el país tiene una infraestructura en decadencia y una economía que languidece. Frente a esta situación, la alternativa es reafirmar el desarrollo nacional y elegir “la esperanza al miedo, la verdad sobre las mentiras… y liderar al mundo nuevamente”. Con este objetivo, presentó un plan de inversiones en infraestructura y gasto social que, según él, es el mayor esfuerzo desde la época del Presidente Franklin Roosevelt. El objetivo es estimular a la producción y generar empleo local con inversiones financiadas con gravámenes impuestos al 1% de la población que, concentrando la riqueza del país, ha evadido impuestos de un modo sistemático y tiene hoy una carga impositiva inferior a la de las clases medias.
Su discurso con fuerte impronta populista difícilmente sea aceptado por los republicanos en el Congreso, a los que intenta dividir apelando directamente a buena parte de los votantes de Trump: los “deplorables” que viven en las zonas rurales y las regiones más pobres del país, el “precariado” de las grandes ciudades que subsiste con trabajos efímeros, y que hoy han sido desempleados por la pandemia. El plan –y el monto asignado a las inversiones anunciadas: 2 billones (trillions) de dólares que se suman al 1.9 billones (trillions) de dolores aprobados previamente como estímulo social– contrasta con la realidad de una economía crecientemente digitalizada y robotizada, con un enorme endeudamiento que encierra a la Reserva Federal en una trampa: la implosión de la deuda corporativa y el posible desencadenamiento de una crisis financiera internacional si no facilita liquidez monetaria y mantiene las tasas de interés bajas. Así en el último año el gobierno ha emitido 18 billones (trillions) de dólares, estimulando el endeudamiento y la especulación financiera generalizada, incluida la sustitución de la inversión productiva de las corporaciones por la compra de sus propias acciones (zerohedge.com, 12 4 2021, wh.gov 31 3 2021).
El discurso de Biden también refleja las presiones de los sectores progresistas del partido demócrata. Estos consideran al actual gobierno como “una puerta pero no el destino final”, sólo un paso en una dirección que deberá ser profundizada (newsy.com, 29 4 2021). Este discurso ocurre al mismo tiempo que repunta la protesta racial y la fuerte represión policial en los barrios negros. Esta situación ha llevado a la dirigencia de la organización BLM (Black Lives Matter), que lidera la protesta racial, a acusar al gobierno de enviar más equipo militar a los barrios negros de los que enviara Trump en su momento y de aterrorizar a la población negra con una intensidad que supera lo acontecido durante el gobierno anterior (twitter 20 4 2021, zerohedge.com 22 4 2021).
Mientras Biden apela con su discurso a los votantes de Trump, la censura a su expresión política, a la del ex Presidente y a cualquier crítica a la legitimidad de los últimos comicios, se intensifica tanto en los medios como en las redes sociales. Trump ha anunciado el próximo lanzamiento de una plataforma digital “independiente” y su posible candidatura para la próxima elección presidencial. Disputa, además, la conducción del partido republicano y se apresta a designar a sus candidatos en las próximas elecciones de medio término (zerohedge.com 4, 5 4/5 2021).
Pareciera entonces que el discurso populista de Biden trasciende a la presión de sus bases y se inscribe en una fuerte disputa con Trump por el control del mensaje “nacional y popular”. En esta disputa los monopolios tecnológicos juegan también un rol crucial: utilizan su control sobre el disenso social para imponer sus intereses en las decisiones que toma el gobierno norteamericano.
El virus del populismo
Mauricio Macri viajó a Miami esta semana, a pesar de saber que debía aislarse en cuarentena por haber estado en estrecho contacto con un diputado enfermo de Covid-19. Allí participó en un seminario sobre “defensa de las democracias en América Latina”. Recordando que el año pasado había dicho “que el coronavirus era menos peligroso que el populismo”, advirtió que “existe ahora una combinación más peligrosa aún: el populismo conduciendo una crisis sanitaria”. Su periplo y sus dichos muestran la total impunidad con la que miente y viola la ley: desde una cuarentena al Estado de Derecho. Esta impunidad no debiera sorprendernos, es adrede y forma parte de una ofensiva para desestabilizar al gobierno lo más pronto posible. Busca detonar a la realidad objetiva y convertirla en mil esquirlas subliminales que despiertan odio y miedo ante ese maldito populismo que quita bienes y libertades individuales. Esa peste y “ese pobrismo sucio y feo” les recuerda que el abismo de la muerte y la miseria acechan a la vuelta de la esquina.
Esta impunidad de Macri es también la que expresa una Corte Suprema que anula un decreto del Presidente a pesar de que su sentencia es contradictoria, insustancial e inmoral al condenar a los niños a un peligro del cual ella se protege arrepollándose con chancletas en la casa propia. El desaguisado de la sentencia es adrede. Más precisamente, es una advertencia mafiosa: el golpe institucional se ha desatado, el tiempo vuela y ellos son intocables. Forman parte de la matriz del Poder Real, cuyo cerebro está en la Embajada.
Lo mismo ocurre con los formadores de precios en todos los sectores de la economía que, como en otros momentos de la historia, desatan inflación de precios, desabastecimiento y corridas cambiarias para imponer sus intereses específicos a los gobiernos de turno.
Esta semana, sin embargo, ocurrió algo nuevo: CFK denunció el golpe institucional de la Corte, el Presidente denunció a la Corte por hacer campaña electoral a favor del macrismo y advirtió que no lo correrán con tapas de diarios y sentencias. A esto se agrega la intervención del gobernador Axel Kicillof pidiendo “mayor coordinación del Estado” para luchar contra la inflación, y la movilización del kirchnerismo para frenar el ajuste fiscal silencioso que el Ministro de Economía viene bordando, para también imponer el uso de los DEG (Derechos Especiales de Giro) para gastos de la pandemia.
Estos acontecimientos equivalen a trazar una raya en la arena, a dejar de ladrar y a mostrar los dientes ante la ofensiva. Con esto solo, sin embargo, no alcanza. Se necesita terminar con el ajuste y empoderar a los que votaron al Frente de Todos, haciéndolos participar de un modo organizado en las políticas que buscan terminar con la peste y el hambre. Pero para que sea posible es también necesario mostrar los dientes a nivel internacional denunciando la ilegitimidad de la deuda contraída con el FMI.
El país no está solo y se avecinan tiempos muy tormentosos. Es necesario movilizar la solidaridad internacional y no quedar atados de pies y manos al FMI, por más buenas intenciones que puedan tener sus funcionarios.
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