La aprobación el último jueves de la denominada Ley Fundamental del Estado Judío supone la degradación de la ciudadanía plena para quienes no poseen la identidad hebrea. La legislación aprobada en el congreso unicameral israelí (denominado Kneset) legitima jurídicamente la segregación fáctica que se instituye dentro del territorio israelí desde hace decenios, e impone nuevas condiciones de avasallamiento sobre los habitantes de los territorios ocupados (militarmente) de Palestina. La norma busca consolidar los privilegios (ya consagrados de hecho) que disfrutan los ciudadanos de ascendencia judía por sobre otros colectivos, que representan –dentro del territorio israelí— un 20 por ciento de la población (entre Beduinos, Drusos y árabes musulmanes).
Israel nunca aprobó una Constitución Nacional pero esta norma, aprobada el último jueves, es asimilable a esa trascendente arquitectura jurídica. Fue aprobada por mayoría simple de 62 votos contra 55 en contra y dos abstenciones. Su objetivo prioritario es la imposición de la preeminencia judía sobre cualquier otro componente étnico, lingüístico y/o confesional. Los votos mayoritarios que aprobaron la ley supremacista fueron aportados por la alianza que agrupa a los sectores de derecha junto con los religiosos ortodoxos, liderados por el premier Bibi Netanyahu.
La ofensiva de estos sectores ha sido empoderada por el presidente Donald Trump, quien recientemente buscó legitimar la anexión de Jerusalén oriental a través de la instalación de su embajada en esa ciudad. La normativa no sólo identifica al Estado con una identidad específica de sus habitantes (segregando a quienes no la poseen) sino que anula el árabe como idioma oficial, postulado como tal desde la propia declaración de independencia de Israel, en 1948. Legitima, además, la prohibición de que árabes musulmanes puedan acceder a comprar propiedades dentro de conglomerados definidos como hebreos.
El segregacionismo aparece como la continuidad de recurrentes políticas persecutorias que se expresan en diferentes espacios sociales. El último 16 de julio el congreso se expidió contra la posibilidad de que grupos pacifistas –conformados por judíos y musulmanes—entre ellos Breaking the Silence, puedan sensibilizar en las escuelas sobre abusos del ejército en los territorios ocupados de Palestina. Dos días después, el gobierno prohibió –por exigencia de los religiosos fundamentalistas— que los ciudadanos homosexuales puedan convertirse en padres a partir de gestación de embriones en cuerpos subrogados. El 19 de julio se detuvo a un rabino independiente (de la jerarquía local) por no someterse a los mandatos de la ortodoxia. Y el 20 de julio, Netanyahu recibió con pompa –en Jerusalén— al premier húngaro, Viktor Orbán, el máximo exponente de la derecha neonazi europea. El último 25 de julio, por presiones del entorno del Likud, fue despedido el dibujante del Jerusalén Post, Avi Katz, por caracterizar a Bibi Netanyahu y a sus acólitos en el formato zoológico que se encabeza esta nota.
Uno de los máximos promotores de la normativa segregacionista, el diputado de derecha Avi Dichter, expresó con claridad el motivo de la norma: “Sancionamos esta ley para evitar que Israel sea un país para todos sus ciudadanos”. Solo uno de los diputados de la derecha no acompañó el proyecto: el hijo del ex primer ministro Menajen Beguin (Beny), quien advirtió que “el patriotismo no se demuestra cuando se impone por sobre los derechos humanos. Ese patriotismo se deteriora y se convierte en nacionalismo”. (Otorgándole asó al término “nacionalista” un carácter fascista). Por su parte, el líder de la bancada laborista, Isaac Herzog –hijo de Jaim, ex presidente de Israel— consideró que la aprobación destruye “el principio de igualdad” y supone un descrédito inaudito de Israel ante la comunidad internacional. Los cuestionamientos han empezado a emanar, incluso, de sectores conservadores, como el caso del presidente del Congreso Judío Mundial, Ronald Lauder, quien, en una nota en el New York Times referida al debate de la ley segregacionista, afirmó: “Si las cosas continúan como hasta ahora, Israel tendrá que hacer una difícil elección: conceder plenos derechos a los palestinos y dejar de ser un Estado exclusivamente judío o rescindírselos por completo y dejar de ser una democracia”. El jueves pasado la derecha israelí eligió la última opción.
Uno de los sectores que repudiaron la ley –los congresistas integrantes de la Alianza Conjunta (que agrupa a israelíes judíos antisionistas, musulmanes y árabes laicos)— advirtió a través de uno de sus voceros, el diputado comunista Yusef Jabarin, que el consentimiento con la normativa supone “una clara discriminación étnica hacia los ciudadanos árabes de Israel”. Otro de los diputados árabes, Issawi Frej (del partido progresista Meretz) cuestionó la terminología segregacionista utilizada y fue expulsado de la sala de la Knesset (parlamento israelí). Por su parte, el legislador Ayman Odeh enarboló una bandera negra. Mientras pronunciaba su alegato rompió una copia del proyecto y —junto a militantes del grupo Paz Ahora— definió la iniciativa como la “legalización del apartheid”. Todos ellos fueron conminados a abandonar la sala de sesiones. La integrante del Comité Ejecutivo de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Hanan Ashrawi, expresó en un comunicado oficial que el proyecto de Estado-nación judío “otorga licencia a la discriminación, la limpieza étnica y el sectarismo a expensas del pueblo palestino”.
La modificación del status de ciudadanía pretende utilizar al resto de los judíos del mundo como forma de apoyatura intangible de complicidad. Sin embargo, esta política no parece haber sido muy efectiva dado que muchos colectivos identitarios judíos –dentro y fuera de Israel— han repudiado abiertamente la ley segregacionista y han condenado el apartheid que promueve. A nivel local, el Llamamiento Argentino Judío se ha expedido reiteradamente ante los diferentes ejercicios represivos contra los palestinos y —en referencia a la ignominiosa ley segregacionista— tomó como propias los variados posicionamientos efectuados por los escritores judeo-israelíes Guideon Levy y Hamira Haas. [1] Esta última, en un valiente artículo publicado en el diario israelí Haaretz, el último 18 de julio profetizó: “Llegará el día en que la línea de crédito del Holocausto se agote. Llegará el día en que los líderes del colonialismo judío israelí serán enjuiciados. Llegará el día. Y aquellos que hoy muestran una (decreciente) tolerancia hacia nosotros debido a Auschwitz, por un lado; nuestra industria de guerra e inteligencia por el otro; y nuestra blancura relativa por el otro, se cansarán. (…) Simplemente no podemos saber si sucederá después de un horrible derramamiento de sangre, o antes de eso. Cuanto antes llegue ese día, mejor será para todos nosotros”.[2]
Entrega del Premio Nacional de Música a Daniel Barenboim, el 9 de mayo de 2004.
[2]. https://bit.ly/2zQlevt y http://rebelion.org/noticia.php?id=244565
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