La insoportable levedad de no ser

Relaciones históricas entre la elite argentina y los Estados Unidos

 

La renuncia del Presidente de Estados Unidos, Joe Biden, a su candidatura por el Partido Demócrata a la reelección en las elecciones presidenciales de ese país del próximo 5 de noviembre del corriente año dejó al desnudo los sueños, ilusiones, deseos y/o falsas creencias de cierta dirigencia nacional de que el triunfo de uno u otro candidato favorece de alguna u otra manera a nuestro país. Desde María José Lubertino hace unos días, a Mauricio Macri, apostando al triunfo de la candidata demócrata Hillary Clinton en el 2016; hasta Gabriel Rubinstein, Javier Milei y Luis Caputo, que esperan que un triunfo del candidato republicano Donald Trump permita la llegada de dólares frescos para consumar el prometido levantamiento del cepo y una eventual dolarización.

Claramente, quien gobierne los destinos de la superpotencia estadounidense es relevante para la guerra en Ucrania, para el conflicto en Medio Oriente e impacta en todo el escenario internacional en el marco de una transición de hegemonía con la República Popular de China. En consecuencia, es claro que todo ello podrá tener también algún impacto en nuestro país en términos económicos, comerciales y políticos. Sin embargo, esto no debe interpretarse como que dicha elección resultará significativa para la definición de los lineamientos profundos de la política exterior de Estados Unidos para con la Argentina. Sin duda puede haber matices y/o mayor afinidad entre los futuros líderes de ambos países, pero históricamente no han surgido de esos los trazos gruesos del vínculo entre Washington y Buenos Aires.

Parafraseando a Lord Palmerston, Estados Unidos no tiene amigos, sino intereses; y estos han guiado los más de cien años de relaciones bilaterales. En definitiva, un futuro gobierno de los Estados Unidos accionará en el Fondo Monetario Internacional o de alguna otra manera en tanto sea funcional para dicho país.

Ahora bien, si lo anterior es cierto, si se sostiene que la política exterior estadounidense hacia nuestro país se ha mantenido mayormente constante, sí resulta interesante reflexionar sobre el viraje que la elite política, económica y social argentina ha realizado desde una posición de competencia/autonomía entre fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX a una postura de alineamiento con las preferencias estadounidenses en el escenario internacional, llegando a dejar de lado —como en el caso del actual gobierno— la prosecución de los intereses propios, los ideacionales, materiales, estratégicos e, incluso, los vitales.

 

 

El largo camino del querer ser al no ser

Ya hemos recordado en otra oportunidad a Juan B. Alberdi cuando sostuvo que los peligros para las repúblicas antes españolas provenían de los Estados Unidos. Esta visión atravesó la política exterior argentina hasta mediados del siglo XX, como ejemplificábamos en un artículo previo. Por ejemplo, y sintéticamente, Julio Argentina Roca, advirtiendo cierta tendencia al predominio de ese país en el hemisferio, o Roque Sáenz Peña, cuando afirmaba que los estadounidenses eran pocos dados a creer en la igualdad entre los Estados. Asimismo, los radicales Hipólito Yrigoyen, Arturo Illia, Arturo Frondizi y Raúl Alfonsín cuestionaron las injerencias estadounidenses en América Latina. Hasta los conservadores de la Década Infame defendieron los intereses de nuestro país frente a las presiones de la potencia en la Conferencia de Río de Janeiro de 1941. Obviamente, también el peronismo tuvo sus posiciones firmes en materia de política exterior: desde Juan Domingo Perón hasta Néstor Kirchner en la IV Cumbre de las Américas en Mar del Plata en el año 2004.

Estas posturas, que atravesaron todo el arco político de esas décadas, no estaban basadas en un mero nacionalismo ramplón, sino sustentadas en principios de política exterior —como el de no injerencia en los asuntos internos de otros Estados, entre otros— y en concretos intereses materiales. En efecto, Carlos Pellegrini sostenía a principios del siglo XX que “los Estados Unidos han querido establecer y organizar esta política con propósitos de prestigio e influencia propia y con ese objetivo han convocado y reunido a dos congresos panamericanos” [1].

Luego de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Estados Unidos desplegó asertivamente un conjunto de instrumentos de soft power hacia América Latina tales como el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR, 1947); la Junta Interamericana de Defensa (1949); el Programa de Ayuda Militar (1951), la Conferencia Naval Interamericana (1959); la Conferencia de Ejércitos Americanos (1960); el Sistema de Cooperación entre las Fuerzas Aéreas Americanas (1961); el Foreign Assistance Act (1968), la venta de armas/ideas y la oferta de cursos, entre otros, que permitieron “desarrollar la influencia militar en los países beneficiarios con una muy baja relación costo beneficio” [2].

A posteriori del golpe de Estado de 1955, estas iniciativas fueron obteniendo sus frutos en un suelo que había empezado a ser abonado por la Doctrina de Guerra Revolucionaria francesa (DGR) desde las aulas de la Escuela Superior de Guerra a partir del año 1956. Uno de los hitos claves fue la adhesión del dictador Juan Carlos Onganía (1966-1970) a la Doctrina de Seguridad Nacional. Esta, como relata Esteban Pontoriero, fue penetrando gradualmente la doctrina militar argentina y fue desplegada criminal y sistemáticamente contra la sociedad argentina durante la última dictadura (1976-1983).

Ahora bien, las señales de alineamiento con los Estados Unidos también surgieron gradualmente desde la Argentina durante esos años. En efecto, si bien el dictador Pedro Aramburu (1955-1958) ya había dado señales de acercamiento cuando tomó el primer préstamo del Fondo Monetario Internacional en 1957 por un total de 75 millones de dólares, la postura entre los militares en relación con la potencia estadounidense no era unívoca. Joseph Tulchin sostiene que si bien durante la dictadura de Juan Carlos Onganía (1966-1970) se defendía en la superficie “la necesidad de mantener una estrecha cooperación con los Estados Unidos” [3], persistían dentro de las Fuerzas Armadas actitudes hostiles hacia ese país. Incluso la última dictadura militar decidió no adherir al embargo de cereales declarado por el gobierno de Jimmy Carter (1977-1981) el 4 de enero de 1980 contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Pese a las presiones estadounidenses y al furioso anticomunismo, las cúpulas de las tres Fuerzas respaldaron la decisión de Jorge Videla y su ministro de Economía, José Martínez de Hoz [4].

La llegada de Carlos Menem a la presidencia en 1989 pareció fortalecer a aquellos sectores de las elites nacionales que buscaban un alineamiento pleno con los Estados Unidos. En 1990, el por entonces embajador argentino en Washington, Guido Di Tella, utilizó por primera vez la expresión “relaciones carnales”. En un reportaje radial, este funcionario sostuvo: “Nosotros queremos pertenecer al Club de Occidente. Yo quiero tener una relación cordial con los Estados Unidos y no queremos un amor platónico. Nosotros queremos un amor carnal con Estados, nos interesa porque podemos sacar un beneficio”. Aun en esta alocución puede apreciarse que la política de alineamiento automático estuvo atravesada no solo por una matriz de sistemas de creencias, sino también por necesidades materiales y por una correcta lectura del escenario mundial que terminaría por darle la razón al futuro canciller y a Carlos Escudé, cuando el 25 de diciembre de 1991 colapsara la Unión Soviética.

Incluso el gobierno de Mauricio Macri, como sostiene Luciano Anzelini, tuvo una actitud más pragmática en sus lineamientos de política exterior, donde intentó equilibrar la relación con los Estados Unidos y las relaciones económico-comerciales con China.

Javier Milei parece ser el ¿último? eslabón de este giro en una parte importante de la elite argentina: la renuncia a construir espacios de autonomía que permitan defender los intereses estratégicos propios; tanto los ideacionales, materiales, estratégicos e, incluso, los vitales.

Algunos rápidos ejemplos recientes:

  • El pasado mes de mayo, la Argentina votó en contra del ingreso de Palestina a las Naciones Unidas. Esta propuesta no vinculante fue aprobada por 143 votos a favor, 9 en contra y 25 abstenciones. Dicha resolución no vinculante ahora pasó a consideración del Consejo de Seguridad.
  • Nuestro país abandonó su tradicional postura de neutralidad, que se remonta a los gobiernos conservadores de la primera década del siglo XX, y se sumó al Grupo Rammstein de apoyo a Ucrania.
  • El pasado 12 de julio de 2024, la cuenta oficial de Twitter de las fuerzas ocupantes británicas en nuestras Islas Malvinas informó que “la Compañía de Infantería Roulement @CO2SCOTS ha completado recientemente un ejercicio en las Islas Malvinas. Trabajando en conjunto con la Fuerza de Defensa de las Islas Malvinas, Royal Navy, y Royal Air Force”. En efecto, la Compañía de Infantería Roulement del 2º Batallón del Real Regimiento de Escocia (2 SCOTS) realizó un adiestramiento conjunto con la Fuerza de Defensa asentada en las islas, la Royal Navy a través del patrullero HMS Forth y la Real Fuerza Aérea (RAF). Al cierre de este artículo, la Cancillería argentina no había condenado esos ejercicios como se había hecho hasta el año pasado.
  • Durante la última cumbre del MERCOSUR, realizada en la República del Paraguay, el documento final no incluyó ninguna mención al reclamo argentino por las islas del Atlántico Sur por primera vez desde 1996.
  • En el marco de la última cumbre del Comité Especial de Descolonización de Naciones Unidas (C24), el tradicional apoyo al reclamo argentino estuvo a punto de fracasar debido a que algunos países manifestaron su malestar con nuestro país por “el cambio de la política exterior argentina, la postura anti Agenda 2030 que enoja a los países caribeños que sufren el cambio climático y el alineamiento con Israel, especialmente el traslado de la embajada a Jerusalén, que aleja a los países árabes”. Al respecto, el representante argentino ante dicho organismo, Ricardo Lagorio, habría enviado un “cable secreto dirigido a Mondino en donde sostiene que “varios países disminuyeron su nivel de apoyo debido a decisiones de política exterior argentina en otros asuntos que los afectan directamente”. Asimismo, otras fuentes diplomáticas sostuvieron que “en África, Sierra Leona rompió el histórico consenso en la Unión Africana y defendió el derecho a la libre determinación de los isleños. Antigua y Barbuda rompió el consenso de la CARICOM al pedir por la autodeterminación de los isleños. Por primera vez desde su creación, la CELAC no apoyó como grupo regional a la Argentina. Lo mismo sucedió con el MERCOSUR”. En esta línea, tanto Timor Oriental como Fiji amenazaron con pedir que se agregue que se debía tener en cuenta los “deseos” de los isleños.

 

 

Colofón

Mientras la postura de competencia/autonomía de la elite de fines del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX fue casi unánime, basada no solo en los intereses materiales de la Argentina, sino también en la autopercepción de esa elite; en la actualidad —afortunadamente— no existe una única postura sobre cómo relacionarse con los Estados Unidos. En los últimos años pueden apreciarse miradas pragmáticas, de alineamiento automático, pero no se observan propuestas rupturistas.

En síntesis, nadie niega la relevancia de los factores sistémicos y de las propias acciones de los Estados Unidos hacia América Latina, en general, y hacia la Argentina, en particular, pero no podemos dejar de preguntarnos cómo de aquellos conservadores, radicales y peronistas (Alberdi, Roca, Roque Saénz Peña, Yrigoyen, Perón, Illia, Alfonsín, los Kirchner, entre otros), pasamos a que una parte de la elite política, económica y social grabe un spot con un camión de limones, rinda homenaje mansamente al Star Spangled Banner y afirme que Gran Bretaña es un inquilino en nuestras Islas Malvinas.

 

 

 

 

 

[1] Paradiso, José (1993). Debates y Trayectoria de la Política Exterior Argentina. Buenos Aires: GEL, p. 37.
[2] López, Ernesto (1987). Seguridad Nacional y Sedición Militar. Buenos Aires: Legasa, p. 60.
[3] Tulchin, Joseph (1990). La Argentina y los Estados Unidos. Historia de una desconfianza. Buenos Aires: Planeta.
[4] Russell, Roberto (1990), “El proceso de toma de decisiones en la política exterior argentina (1976-1989). En Russell, R. (Ed.). Política Exterior y Toma de Decisiones en América Latina. Buenos Aires: GEL, p. 33.

 

 

 

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