El Covid pasará, el proteccionismo no
El emprendedurismo y la salida exportadora como taras ideológicas en la difícil coyuntura
La aguda caída del producto bruto y el consiguiente aumento de la pobreza con la pandemia haciendo de las suyas, son parte de las preocupaciones coyunturales en su máxima expresión. Una cuestión a tener en cuenta es que dichas preocupaciones en el plano de las tendencias estructurales tienen como marco de referencia viejas taras que hacen al carácter afirmativo de la cultura; en este caso, del estancamiento. Las taras generalmente expresadas con lamentación o muestras exageradas de espanto, o sea: jeremiadas, son un refugio cómodo para seguir como siempre mientras se maldice como ahora. Los intereses bien entendidos del movimiento nacional imponen la superación de esas taras, entre las cuales por su frecuentación y actualidad resulta conveniente diseccionar dos: el emprendedurismo y la salida exportadora. Si ir a fondo con la política de sustitución de importaciones —denominación alternativa del proceso de desarrollo— no se percibe como una necesidad ineludible e impostergable, se debe al reinado de esas y otras taras por el estilo. Curiosamente al tratar de identificar el origen ideológico de estas taras aparece en el ropero el fantasma de Pierre-Joseph Proudhon, el social cristiano luego anarquista sobre cuyas inconsecuencias alertó Karl Marx a mediados del siglo XIX.
En los ataques al bienestar de la clase trabajadora argentina —esto es, al nivel de sus salarios y a la regulación laboral equilibradora de una relación ontológicamente asimétrica— la invocación que se hace una y otra vez es en nombre de liberar la fuerza de la destrucción creativa de los emprendedores. Eso ya está indicando que hay algo que no anda bien, dado que los que más agitan el slogan son los grandes señores de la ensalada de la intermediación en el comercio de materias primas, las finanzas y los servicios públicos, que no se caracterizan precisamente por hacer de la innovación el núcleo de su comportamiento, más bien directamente lo contrario.
El working paper “Los orígenes de los superricos: base de datos con las características de los multimillonarios” de febrero de 2016 —de Caroline Freund y Sarah Oliver, investigadoras del think tank conservador Peterson Institute— desnuda la razón más factible de ese comportamiento. En 2014 los que habían heredado el mango de la sartén en el mundo significaban 30,4%, el 69,6% la habían conseguido por sus talentos. Los puntos de referencia indican que Latinoamérica el 49% eran herederos y 19,3% fundadores de las empresas, en la Argentina el 80% herederos y cero fundadores de empresas, en los Estados Unidos el 29 y 32,1% y en Japón 18,5 y 63% respectivamente. La comparación sugiere que al ser los herederos de una clase empresarial que desde 1976 prosperó estropeándoles la vida a los trabajadores, sus fervores innovadores no son otra cosa que una estrategia discursiva para encubrir los reales ejes de su comportamiento, que es el de conservar todo como está y conseguir subsidios.
Comercio Internacional
Un estudio del McKinsey Global Institute fechado el 06/08/2020 titulado “Riesgo, adaptación y reequilibrio en las cadenas globales de valor” comienza señalando que “desde el año 2000, el valor de los bienes intermedios comercializados a nivel mundial se ha triplicado, llegando a más de 10 billones de dólares anuales”. Las empresas que se embarcaron en esa estrategia “lograron mejoras en indicadores tales como niveles de inventario, entregas completas a tiempo y plazos de entrega más cortos”. Pero “ahora están operando en un mundo donde las interrupciones ocurren con regularidad. Haciendo un promedio de todas las industrias, las empresas ahora pueden esperar que las interrupciones de la cadena de producción que duren un mes o más ocurran cada 3,7 años, y que los eventos más severos tengan un costo financiero importante”. Se refieren a los problemas que genera el cambio climático y por sobre todo a los provenientes de disputas comerciales, aranceles más altos e incertidumbre geopolítica creciente. El estudio traza los caminos de retorno a los mercados de origen que, enuncia, ocurrirá de ahora en más. Esta paquidérmica reorganización de la producción mundial en el estudio se calcula que compromete del 16 al 26 % del comercio mundial, con un valor de entre 2,9 y 4,6 billones de dólares.
El análisis de McKinsey ve en los Estados Unidos el neto ganador de este proceso y desde que se publicó viene haciendo bastante ruido. Entre otros es citado por Eduardo Porter del New York Times (28/09/2020), para apuntalar los argumentos que desenvuelve en la columna sugerentemente titulada: Trump, Biden y el Made in U.S.A.: mismo estribillo, con notas diferentes. Para Porter está claro que este entendimiento común a Trump y Biden está para remodelar la economía global, lo que lleva a afirmar al columnista del Times que “no importa quién gane en noviembre, la política económica durante los próximos años tendrá como objetivo proteger el empleo estadounidense del outsourcing (subcontratación en el exterior) impulsada por empleadores que buscan menores costos laborales y recuperar un punto de apoyo en industrias que Estados Unidos había dado por perdidas”.
A este estado de situación se agrega que la Organización Mundial de Comercio (OMC) ya recorre el camino de los recuerdos de las épocas en que tallaba el multilateralismo. Durante la segunda semana de septiembre, un panel de solución de controversias de la OMC falló en contra de los aranceles de la administración Trump sobre China. El Representante de Comercio de los Estados Unidos, Robert Lighthizer, criticó el fallo y dijo que era una prueba más de que "la OMC es completamente inadecuada para detener las prácticas tecnológicas nocivas de China". Prometió que el gobierno "no permitirá que China use la OMC para aprovecharse de los trabajadores, empresas, agricultores y ganaderos estadounidenses". Y dado que la administración Trump ha neutralizado la corte de apelaciones de la OMC al bloquear nuevos nombramientos, puede ignorar el fallo sin consecuencias.
El horno de la economía mundial no estaba para bollos antes que se desate la pandemia. Con la infección rebrotada y el Producto Bruto por el piso, cartón lleno. La infección pasara, el proteccionismo no. Y esto otra vez pone en jaque a esa idea que suele campear en el movimiento nacional de la salida exportadora. Siendo estructuralmente mala, pues condena a un bajo nivel de vida a los trabajadores, la coyuntura y sus perspectivas no le dan ningún margen aun a sus más tercos partidarios.
Proudhon entre nosotros
Muchas de las inconsecuencias, retrancas, desazones en la actualidad del comportamiento político de distintos sectores del movimiento nacional recuerdan al examen de la visión de Pierre-Joseph Proudhon que hizo Karl Marx en Miseria de la filosofía. No es ajena a esa asimilación de la actualidad argentina a ese pasado galo que el historiador y economista Henry Denis inscriba a Proudhon como fruto de la corriente que siguió en Francia a la revolución de 1830, en la que se originó un socialismo de inspiración cristiana. Denis apunta que esta corriente estaba alentada por el ideal de que “es preciso cambiar la sociedad para conformarla al principio cristiano de la fraternidad”. Subraya que es una concepción poco original, venía de hace siglos (por caso, la enunció el santo de los políticos: Tomás Moro) pero que distinguía a estos socialistas de los otros socialistas. Más de uno de estos socialistas de sesgo cristiano fueron condenados por la propia iglesia y aislados de la feligresía, aunque jugaron un papel importante en la revolución de 1848. En los años que siguieron al fracaso de la Segunda República se convirtió en el escritor de mayor influencia en el movimiento obrero francés.
En el ensayo de Proudhon Acerca de la justicia en la revolución y en la Iglesia (1858) se expresa con más claridad lo que Marx venía combatiendo desde hacía más de una década. En esa obra Proudhon define que “sólo las ideas hacen la historia […] El progreso es, ante todo, un fenómeno de orden moral […] Existe necesariamente progreso […] porque el reino de la justicia se extiende sin cesar”. De suerte tal que es el derecho lo que vertebra su programa político puesto que desde la toma de la Bastilla (1789) está articulando las relaciones humanas. La fidelidad a ese enfoque se ve muy bien plasmada en la obra póstuma de Proudhon (murió en 1865) Acerca de la capacidad de las clases obreras, en la que subraya Denis que el autor considera “que no es necesario conceder a los trabajadores el derecho de coalición y el de la huelga, porque es […] la libre competencia […] la mejor garantía del salario justo”.
Marx atacó con el ensayo Miseria de la filosofía de 1847 la obra de Proudhon de 1846 Sistema de las contradicciones económicas o filosofía de la miseria. En el capítulo segundo, titulado La metafísica de la economía política, en la cuarta “Observación” de las siete que hace sobre el plexo analítico del social-cristiano francés, Marx señala que para Proudhon “cada categoría económica tiene dos lados, uno bueno y otro malo. Considera las categorías como el pequeño burgués considera a las grandes figuras históricas: Napoleón es un gran hombre; ha hecho mucho bien, pero también ha hecho mucho mal […] El lado bueno y el lado malo, la ventaja y el inconveniente, tomados en conjunto, forman según Proudhon la contradicción inherente a cada categoría económica […] Problema a resolver: conservar el lado bueno, eliminando el malo […] Toma la primera categoría que le viene a mano y le atribuye arbitrariamente la propiedad de suprimir los inconvenientes de la categoría que trata de depurar […] Encontrar la verdad completa […] la fórmula sintética que destruye la contradicción: he aquí el problema que debe resolver el genio social. Y he aquí también por qué […] ese mismo genio social [no consiguió] una fórmula sintética”.
Redondea entonces Marx puntualizando que “el bien, el bien supremo, el verdadero fin práctico, es para él la igualdad. ¿Y por qué el genio social prefiere la igualdad a la desigualdad, a la fraternidad, al catolicismo o a cualquier otro principio? […] porque la igualdad es el ideal del señor Proudhon […] En adelante el lado bueno de cada relación económica es el que afirma la igualdad, y el lado malo, el que la niega y afirma la desigualdad”. A la luz de los análisis citados, tal parece que Pierre-Joseph Proudhon esté presente y firme entre nosotros cuando por ejemplo se reprocha con amargura que los aumentos de salarios llevan a aumentos de precios que son los que los pagan y no a una erosión de la ganancia de los empresarios. Acerca de la situación harto tensionada del mercado cambiario, días pasados un economista, aplicando las enseñanzas de Michal Kalecki, advertía que los empresarios (y los especuladores) nunca invierten como clase. Entonces entender las presiones cambiarias como una respuesta política del orden establecido al gobierno es un error y lleva a librar una disputa imaginaria, que de antemano está perdida y desgasta. Es muy proudhoniano tal proceder, el de engañarse con que se puede ir con el corazón y que no respondan con el bolsillo; y encima, para completar el yerro, suponer que actúan con un interés superior que los lleva a sincronizarse a una banda de piratas en la que están todos contra sí y el dólar contra todos. Si no se concibe la existencia de un lado bueno y conveniente, tal comportamiento sería inconsistente a los fines alienados que se propone.
Proteccionismo
Respecto de la división internacional del trabajo, Marx cita a Proudhon empeñado en encontrar “la nueva combinación que suprima los inconvenientes de la división, conservando a la par sus efectos útiles”. No hay que descartar que nuestros proudhonianos no traten por todos los medios de aferrarse a este esquema para que siga vigente su afán pro exportador anti sustitución de importaciones. Verdad, el proteccionismo tiene bien ganada mala fama. Pero si no hay que hacer de necesidad virtud, tampoco olvidarse de que el librecambio es un juego que por ahora no nos compete. La sustitución de importaciones necesita la protección y por largo tiempo, durante el cual los productos que en su seno se generen, sería anormal que no fueran caros y malos. Es eso o la nada misma de la pobreza que hoy por hoy nos está visitando con todo.
Los argumentos contra esta estrategia son universales e independiente del grado de desarrollo del país que se trate. Por ejemplo, distintos estudios del Federal Reserve Bank of New York calculan que a cada familia norteamericana el proteccionismo de Trump le costó en 2019 entre 900 y 1.000 dólares anuales. O sea, suben los precios internos y pierden ese poder de compra. Lo irritante y molesto de estos análisis es que suponen que los ingresos de esas familias son fijos. A mediados de septiembre, la Oficina del Censo de los Estados Unidos informó que el ingreso familiar promedio en 2019 creció un 6,8%, el mayor aumento anual desde que se llevan registros. Vale la pena destacar que los trabajadores de bajos ingresos y las minorías se beneficiaron de un crecimiento más rápido y un sector laboral más saludable. El ingreso medio real de los hogares en Estados Unidos el año pasado aumentó en 4.379 dólares, lo que totaliza 68.709 dólares. En dólares, esto es casi un 50% más que durante los ocho años de la presidencia de Barack Obama. Los prósperos se beneficiaron el año pasado de un mercado bursátil en alza, como lo hicieron durante la mayor parte de los años de Obama. La realidad es que el proteccionismo de Trump ayudó a ganar 3.400 dólares anuales netos por familia aunque no se sepa en qué medida, ante el desinterés de estudiar el fenómeno. Si queremos derrotar la pobreza y la falta de perspectivas, más que buscarle el lado bueno a la división internacional del trabajo (como si lo tuviera), vale dar con un programa político que encare las contradicciones de nuestra sociedad cuya síntesis está en poner en marcha de una vez por todas la sustitución de importaciones para materializar los salarios al alza.
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