1. Luján
Era la última parada para recargar energías. Comimos algo y alguien me presto un discman. Los últimos kilómetros de la caminata a Luján iban a ser con música. Puse play y sonó una base electrónica y la voz de Fito susurrando El amor después del amor.
Después de escucharlo quedé un poco confundido. ¿Era el mismo pibe oscuro que le decía buen día al lexotanil el que ahora gritaba nadie puede y nadie debe vivir, vivir sin amor, como si fuese el pastor Giménez?
¿Qué le había pasado?
No compré el disco que todos compraban como un gesto de inútil resistencia. No era fan de Fito pero la trilogía Ciudad, Ey y Tercer Mundo habían musicalizado mi adolescencia. Era el turno de despedirlo.
2. El sábado pasado
Por insistencia de Vero, que me decía que habla de nosotros, el sábado pasado decidí empezar a ver la serie sin muchas ganas. Un par de capítulos al menos, me dije.
Son las cuatro y cuarto de la mañana del domingo y tengo ganas de escribir sobre lo que acabo de ver. Se trata de una experiencia vital, no solo musical o visual.
No voy a hacer un análisis valorativo de la música ni de los discos de Fito. Ni siquiera de la serie. Ni estético, ni técnico. No sé si es buena o si es mala, ni si las actuaciones lo son. Para mí se trata de un hecho cultural y como tal quiero afrontar lo que hace con los que la vemos. Voy a ser más específico, quiero describir lo que hace con aquellos que fuimos adolescentes en los '80.
El amor después del amor se trata de un camino crecimiento, dolor y redención. Una historia de amores y ausencias. El amor de padre y de abuela, el amor de hijo, el amor a la música, a una mujer y a otra mujer, a los amigos, a un piano, enmarcados en un proceso de ausencias y pérdidas que se puede enfrentar precisamente con el amor.
Ahora bien, ¿qué me emocionó de la serie? ¿Qué hizo conmigo, que me generó esta necesidad de escribir?
Creo que a muchos nos recordó nuestros propios caminos de crecimiento, dolor y redención. Y nos hizo hurgar en lo que fueron los '80. Y lo que las canciones de Fito hicieron con nosotros. De eso se trata lo que sigue.
3. Mi vida es una hoja en blanco y un manojo de palabras
Nací en el 69. Con Kennedy ya muerto y el hombre viajando a esa luna televisada. Mi experiencia de la dictadura, como la de muchos adolescentes de entonces, se remonta a anécdotas familiares, como aquella que sufría todos los sábados por la tarde cuando mis padres nos llevaban a pasear en auto por la costanera de Azul, un lugar poblado de carteles que decían “Prohibido estacionar o detenerse, en caso de hacerlo un guardia abrirá fuego”. Claro, el regimiento que había tomado el ERP en 1974 estaba del otro lado del arroyo. Para ese chico de 8 años eso era la dictadura, el miedo a que se parara el coche.
Fue después de Malvinas que tomamos conciencia de lo que había pasado. Y fueron las canciones que empezaban a escucharse tras la prohibición de pasar música británica por las radios las que nos lo explicaban. Así conocimos, entre otros, a Gieco pidiéndole a Dios, a Charly pidiendo que no bombardeen Buenos Aires, a Porchetto pidiendo Algo de Paz, a Pedro y Pablo pidiendo por la bronca, a Piero pidiendo para el pueblo lo que es del pueblo y a Gieco y Porchetto juntos pidiendo Che pibe, vení, votá.
Todos pedían. Se iniciaba la primavera democrática. Y apareció Baglietto. Otro hippie, pensé. Primero la melancolía de Era en abril. Después la vitalidad de La vida es una moneda.
Mientras íbamos dándonos cuenta de lo que había pasado y escuchábamos, de a poco, de las denuncias y las desapariciones, mientras los trabajadores y sus organizaciones salían a la calle pidiendo democracia y recuperar sus derechos y salarios y mientras Alfonsín, el candidato radical, repetía como un mantra el preámbulo de la Constitución que habíamos memorizado en la escuela junto a los afiches de Somos la Vida, nosotros, los pibes de 13, necesitábamos enamorarnos de alguna esperanza.
La esperanza estaba en enterrar eso que los grandes habían hecho. Era lo único que sabíamos:
Solo se trata de vivir, esa es la historia.
A lo mejor resulta bien.
4. Yo vengo a ofrecer mi corazón
El primer Fito fue una consecuencia de sus años con Baglietto, pero convertido en un juglar esperanzador. Era más cercano a nosotros. Y en Del '63 sentí que contando su vida, me hablaba y nos hablaba:
¿Qué pasa en la tierra que el cielo cada vez es más chico?
El siglo se muere y no cambia más, está agonizando en cualquier hospital.
Nosotros tenemos la culpa y hay que solucionarlo.
Ese pibe de 20 años nos estaba empoderando en una época que esa palabra no existía. Descubríamos de qué se trataba la democracia. De un nosotros. De un compromiso. De acción.
Ese Fito trovador, musicalmente más cercano al folklore y los ritmos latinos, fue por más:
Dar media y vuelta y ver que pasa allá afuera, no todo el mundo tiene primaveras.
Para un pibe de pueblo de 14 años, esta invitación era revolucionaria. La democracia era salir de casa, era hurgar afuera, después de años de esconderse adentro.
Por eso nos conmueve la serie. Porque nos encontramos con el Fito que nos invitó a mirar más allá y a buscar soluciones. Cantando, nos cantaba. Cuarenta años después lo que importa no es lo que Fito hacía a los 20 años, sino lo que nosotros hacíamos con lo que Fito cantaba.
Todo sintetizado en esa especie de chacarera en la que:
Hablo de países y de esperanzas,
Hablo por la vida, hablo por la nada,
Hablo de cambiar esta, nuestra casa,
De cambiarla, por cambiar nomás,
Quien dijo que todo está perdido.
Yo vengo a ofrecer mi corazón es uno de los himnos que nos explican la primavera democrática, los sueños, las esperanzas, la libertad.
5. En esta puta ciudad
Hay otro Fito que nos interpela. Así como el primero lo hace con nuestro compromiso democrático, hay uno que nos enfrenta con el dolor en Ciudad de pobres corazones. Quizás hoy, cuarenta años después, muchos cargamos con dolores similares a los que enfrentó Fito a los 22. Que así despidió a su padre:
Lo pensó dos veces y se marchó
Como un frutilla en su corazón,
Me dejó unos discos en el placard,
Un reloj de plata y un samurai.
Y allí va, parte del aire, en libertad.
Y que después expuso sus llagas frente a los crímenes de las abuelas.
Ese Fito maldito invade nuestras memorias. Nuestros dolores adolescentes, amores y desamores, vacíos y búsquedas, represiones y goces y nuestras propias pérdidas:
Ya que no hay regreso, ya que no hay salida,
Quiero que me digan como parar
Y nos invitó a pasear por el vacío existencialista en nuestros dormitorios:
Y ahora que me vengan a buscar. No creo que lo puedan soportar.
Solo vivir, solo vivir, solo vivir.
Entonces yo me quedo acá, bailando hasta que se vaya la noche.
Mientras en los boliches disfrutábamos de Soda, Virus y Los Twist, el baile con Fito era denso y oscuro.
¿Qué nos conmueve de este Fito exacerbado, casi fuera de control?
No solo su capacidad de contar la muerte y el dolor, sino que nos recuerda nuestros primeros coqueteos con la noche y los vicios, aquellas búsquedas de sentido:
Buen día lexotanil, buen día señora, buen día doctor,
Maldito sea tu amor, tu inmenso reino y tu ansiado dolor.
Nuestros quiebres están ahí, entre los intersticios de esas canciones oscuras. Y mirando la serie no hacemos más que traerlos. Y recordarlos:
No se pasa el tiempo, al menos para mí,
Ya tomé pastillas y sigo sin dormir.
Miro a los costados y nada que amarrar
Ya no existen lazos, alguien hizo track, track, track
6. Cada vez que pienso en vos, fue amor
El tercer tema de la serie de esos primeros 10 años es el amor. Y su contracara, el desamor. Entre el pedido desesperado de Dale alegría a mi corazón / Es lo único que te pido al menos hoy, afuera se irán la pena y el dolor, y la imagen de La veo cruzar, cruzando un bosque / La veo alejándose de mí, se va vislumbrando lo que se plasma en Dame un talismán de Ey y Fue amor de Tercer Mundo.
Dormir nena, te hace bien
Te aseguro que será mejor,
Dormir por lo menos hoy
Hace unos días que no ves el sol
Salgamos a caminar
Yo conozco un bar en la estación
Salgamos sin querer volver
Que ya extraño aquella sensación.
En Tercer Mundo ya le canta al pasado:
Yo podría haberlo hecho mejor
Yo intuía que esto mi amor se rompía y esto es siempre así
La verdad es que todo fue tan extraño, tan extraño al fin
Vos buscando el polvo de Dios, yo bebía para irme de aquí
Vos querías verme feliz, yo quería verte revivir.
Cada vez que pienso en vos, fue amor.
Cuarenta años después escuchar estas canciones no hace más que revivir la colección de fracasos que fuimos acumulando desde la adolescencia, que seguramente fueron más que los éxitos. ¿Quién no canta hoy Fue amor pensando en aquellos años juveniles de noviazgos tóxicos y noches de angustia? Eso también nos remueve ver la serie, escuchar los vacíos amorosos de Fito hablando de los nuestros. O los nuestros cantados por Fito. Todos fuimos el Fito o la Fabiana de otra o de otros. Aunque lo hayamos olvidado.
7. Las luces siempre encienden en el alma
Todos sabíamos cómo iba a terminar la serie. Y todos esperábamos ese momento en que el éxito llega. No el éxito de un disco (que lo fue), sino como un acto de sanación. Antes de empezar a verla, conocíamos el camino: un chico rosarino sensible y autodidacta viene a Buenos Aires esperanzado e ilusionado con Baglietto, en tres años termina tocando con Charly y Spinetta, saca sus primeros discos, toca el cielo con las manos, se hunde en el dolor y la muerte, tiene una historia de amor y desamor y, finalmente, sobreviviente, llega a la redención cuando encuentra el amor después del amor.
Todos sabíamos de qué se trataba y sin embargo la vimos igual y nos seguimos emocionando.
Hoy Fito está haciendo la gira por los treinta años de El amor después del amor. No fui a verlo. Ya les conté. Demasiada luz, primavera y flores en esas canciones para este melómano que andaba buscando sentidos aún por las noches de Buenos Aires. Quizás, a partir de la serie, empiece a entender algunas cosas y deje de ver a Fito como a aquel que había musicalizado mi juventud y que, al enamorarse, se alejó de lo que yo estaba viviendo; y trate, así, de asimilar que el Fito oscuro, desesperado y maldito encontró un camino de salida. ¿Por qué no podría hacerlo?
Cuarenta años después también puedo aceptar que el amor nos golpea a todos, que era cuestión de esperar “la ilusión de una calle al final y después del amor nunca nada es igual”. Y que se trataba solo de una cuestión de tiempos, nada más. Porque el disco, además, redescubro hoy, no es solo una oda romántica, sino que nos deja señales de que se trata de un camino duro que no olvida.
En las huellas de muchas canciones están los rastros de los períodos difíciles y la superación:
Llego la muerte un día y arrasó con todo, todo y fue un fuerte vendaval
Algo de vos llega hasta mí.
Después vinieron días de misterio y frio como casi todos los demás
Lo bueno que tenemos dentro es una luz que no dejaré escapar
(Tumbas de la gloria.)
El ángel de la soledad, protege, lava y cura este mal. Él no me abandonará.
(La rueda mágica.)
Y al final del disco, con un rock bastante simplón, Fito hace un pequeño relato esperanzador para quienes nos estábamos alejando de él.
Quiero salir, quiero vivir,
Quiero dejar una suerte de señal,
Si un corazón triste pudo ver la luz
Si hice más liviano el peso de tu cruz
Nada más me importa en esta vida.
(A rodar mi vida.)
Y quizás pueda comprender la luminosidad del disco, después de tanta oscuridad.
8. Afuera los pibes de la ciudad creo que no sueñan más
Con El amor después del amor, el éxito, el reconocimiento y el amor de Cecilia Roth termina la serie. Ahora bien, hasta ahora hice un recorrido de lo que fue haciendo a través de sus canciones con una generación.
La serie no dejó de interpelarnos. En las tres dimensiones que encarnó Fito en sus canciones y que ya abordamos: el compromiso, el dolor y el amor. No habló de nosotros, nos habló a nosotros. Le puso palabras y música a nuestros sentimientos. Cantando, nos cantó. Como en el caso de la película Argentina 1985, no tiene sentido debatir sobre la rigurosidad histórica. Esta es otra cara, de las tantas que existirían, que tienen nuestros relatos de los '80. Lo importante es lo que hicieron con nosotros aquellas historias durante aquellos años y qué hacen ahora.
Sin embargo hay algo que deliberadamente no aparece en la serie.
No me gusta decir qué es lo que lo que falta. No soy quién para hacerlo. Simplemente no está. Que está en la memoria de quienes fuimos adolescentes en aquellos años, pero en la serie no es explícito.
Se trata del contexto político que intenté describir. El compromiso político y las letras contestatarias de aquellas primeras canciones, la esperanza y las ilusiones que transmitían, fueron producto de la primavera democrática, pero en la serie no hay alusión a ello.
Los vaivenes políticos de los '80 construyeron las distintas canciones de Fito. Y en la serie eso no está.
Fito fue uno de los protagonista del multitudinario festival de tres días que conmemoró los 5 años de democracia en la Avenida 9 de Julio y Libertador, junto a Luis Alberto Spinetta, Soda Stéreo, Paralamas y Charly. Y así como fue una de las voces de la primavera democrática, fue también quien nos mostró el lento proceso durante el cual que perdimos la ilusión.
En Ey y Tercer Mundo, la crisis económica y social y la desesperanza se hacen muy explícitas. Quizás la más dura crítica a la situación imperante está en el diálogo entre dos canciones: 11 y 6 había sido una oda al amor de los chicos de la calle en Giros de 1985, en el contexto de la primavera democrática:
Durante un mes vendieron rosas en la Paz,
Presiento que no importaba nada más.
Miren todos ellos solos pueden más que el amor
Y son más fuertes que el Olimpo.
En El chico de la tapa, que abre Tercer Mundo, el protagonista, solo 5 años después, es descripto de una manera mucho más dura:
El chico de la tapa ayer vendía flores en Corrientes,
Después perdió a su chica en una sala en algún hospital
Y hoy amablemente y con una gran sonrisa en los dientes,
Te para en la calle y si no le das te manda a guardar.
Hace algunos años pateaba la calle, haciendo La Paz y vendiendo postales
El mundo está lleno de hijos de puta, no voy a morir de amor.
Su madre esta de yiro y sus hermanos bebiendo en el bar.
No voy a morir de amor, no, no, no.
En la canción que da título al disco, vuelve a aparecer la cuestión:
Afuera los pibes en la ciudad, creo que no sueñan no sueñan más,
Yo no quiero dólares, Bunge y Born,
Nena vuelvo a casa a soñar con vos y en casa te grito me hundo, me hundo, me hundo.
Y nadie sabe cómo vine a parar yo al Tercer Mundo.
Fito graba el disco sin expectativas y se va del país. Como lo hizo Andrés Calamaro después de grabar Nadie sale vivo de aquí. El aire era irrespirable, no solo por las experiencias personales sino por la crisis, la salida intempestuosa de Alfonsín y los primeros años erráticos del gobierno de Menem, que, precisamente, nos prometía sacarnos del Tercer Mundo, dolarización de por medio:
Pueden vender un país y estar del lado de Dios.
Ni un anarquista, ni un doctor, ni Stubrin ni el gobernador
Te solucionan los problemas
La gente busca una razón yo estoy buscando un rock and roll
Que me sacuda la cabeza.
Que la primavera democrática terminara con levantamientos carapintadas, hiperinflación y la pérdida de la ilusión de cambiar algo es parte del contexto en el que Fito desarrolla su obra de finales de los '80 y eso en la serie no está. No es una crítica, sino una descripción de algo que pudiera haber ayudado a comprender más aún el momento.
Uno de los primeros recorridos por la historia del rock de los '80 es Corazones en llamas de Laura Ramos y Cynthia Lejbowicz, escrito a principios de los '90. El libro es un relato cautivante que tiene una particularidad: en el pie de cada página las autoras describen los eventos sociopolíticos que se sucedían mientras la historia del rock se desarrollaba.
Creo que, centrada, como citamos al principio, en múltiples historias de amor, la serie no explicita este contexto y pierde la necesaria politicidad que todo relato sobre los '80 lleva implícita.
Sin embargo, para aquellos que no pudimos obviarlo porque ese contexto formó parte de nuestra adolescencia, la serie nos interpela de un modo peculiar.
Quizás algunos recordemos nuestra ingenuidad de que la salida democrática iba a encontrar respuestas a los problemas que nos dejaron los genocidas.
Seguramente recordemos esa energía poderosa que nos movía a militar o a creer que todo podía ser cambiado para mejor en democracia.
También nos interpelan esas zonas oscuras de Fito, nuestros '80 existencialistas, experimentando en búsquedas interiores, a veces sin límites y otras veces coqueteando con la autodestrucción. Y vernos hoy como sobrevivientes.
Quizás nos conmueva esa desesperada búsqueda personal de redención ante el dolor y la muerte que, por parte de Fito, fue contemporánea a la búsqueda de justicia ante el dolor y la muerte de toda una sociedad bajo los pañuelos de Madres y Abuelas.
Y seguramente también nos conmueva la resiliencia para superarlo y encontrar la redención en el amor. Y nos duela que los juicios a los comandantes no hayan tenido un final feliz, punto final, obediencia debida e incomprensibles indultos mediante.
Por eso puede ser vista como un complemento de Argentina, 1985. Se trata de construir caminos de salida y redención. De sanación. La serie se centra en el camino personal de Fito y no hace hincapié en el camino de la sociedad. Argentina, 1985 va por eso. Y nosotros no podemos obviarlo. Porque no podemos separarlos.
Fito supo explicar ese camino de redención personal en Dejarlas partir, una canción biográfica del disco posterior a El amor después del amor, Circo Beat:
Cada punta del lazo que une la muerte y el cenit
Quiero dejarlas partir, creo que viven en mi
La ilusión de una calle al final y después del amor nunca nada es igual
No podía dejarlo pasar, todo lo que hemos hechos fue para quebrar
Si pudiera explicar, lo hice para quebrar, lo hice para quebrarme a mí.
Y la sociedad pudo redimir algo de aquellos años difíciles, años después con la derogación de las leyes de punto final y obediencia debida, la declaración de inconstitucionalidad de los indultos, la reapertura de los juicios y las condenas a los genocidas.
9. Fito después de Fito
Quiero terminar buscando hurgar en el contexto actual. Como dije, la serie no solo nos interpela a los jóvenes de los '80, sino que lo hace ahora, cuando se supone que estamos más maduros, con menos pelos y algunas canas, sobre lo que sus canciones hicieron y lo que aún hacen con nosotros.
Podemos quedarnos con que fue el soundtrack de nuestra juventud, pero estamos en 2023. En un contexto en el que por un lado las ideas retrógradas, conservadoras y negacionistas nos rodean (hace unos días un militar retirado alabó el estoicismo con el que los genocidas cumplen las penas que les impuso la Justicia, apelando una vez mas a la teoría de los dos demonios) y por otro lado, convivimos con quienes quieren reflotar las ideas del neoliberalismo de mercado, en la que el eje sean los individuos y no el colectivo social.
Ayudados por un contexto de crisis económica e inflación que desesperanza, de manera similar a la de los años en los que Fito decidió irse a España, y rodeados por el descreimiento y los problemas de gobernabilidad que afectan a todos los sectores políticos, la serie nos interpela como sobrevivientes de aquellos '80.
¿Dónde quedaron los sueños y las ilusiones de cambiar el mundo?
¿Dónde guardamos la idea de que solo en democracia y entre todos podíamos enfrentar los problemas que nos aquejan?
¿Dónde quedaron los pibes que pedíamos democracia en las plazas de los pueblos de todo el país en una casi olvidada Semana Santa?
¿Dónde quedaron aquellos que dijimos Nunca Más a los proyectos autoritarios, negacionistas, que hoy amenazan con romper el consenso democrático que supimos construir hace 40 años?
Como Argentina, 1985, la serie nos habla de hoy. Entra en nuestras memorias para recuperarlas. Entra en nuestros pasados para decirnos que no todos los pasados son pasados, sino que algunos tienen ganas de volver a ser futuro. Un futuro que ya vivimos. Y que no queremos.
¿Dónde están los que éramos?
¿Seguimos siendo los que creíamos que había que dar media vuelta y ver qué pasa afuera?
No tengo respuestas.
Son las preguntas que me deja la serie y que, horas después de haberla visto de corrido, rondan mi cabeza.
¿Nos animamos a mirarnos de manera crítica pensando en que aquel joven ochentoso quizás nos critique?
Empecé escribiendo lleno de preguntas y encontré pocas respuestas.
Nos emocionamos con los temas que volvió a traer la serie, el compromiso, el dolor, la muerte y el amor. Pero creo que lo principal hoy no es lo que pasó en los '80 sino qué hacemos hoy con aquel compromiso que nos guió.
La serie es un espejo que nos sirve para celebrar haber superado el dolor y las pérdidas como lo hizo Fito. Nos sirve para celebrar la superación y la resiliencia nuestra y la de él. Su redención y quizás la nuestra.
Pero que principalmente nos debe servir para reencontrarnos con aquellos sueños que hoy deberíamos poder reconstruir. Porque están inconclusos, agonizando en cualquier hospital. Porque el chico de la tapa que vendía flores en La Paz ya debe estar muerto, y no por amor. No siempre crecer es cambiar, también es recordar lo que la vida mundana nos hace olvidar.
Con más canas, pero con las mismas ganas que teníamos cuando éramos adolescentes, y aunque la primavera democrática hoy parezca un otoño, debemos animarnos a preguntar, una vez más, quien dijo que todo está perdido.
Y salir a ofrecer el corazón.
--------------------------------
Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí