La casa fantasma
El hallazgo de la quinta donde estuvieron secuestrados los curas jesuitas Yorio y Jalics
No tengo ninguna duda. Ninguna: esa es la casa, dice Alejandra Éboli. Y es lo primero que dice apenas ve la imagen. Alguna vez le pregunté a mi papá cómo fue posible que nos hubiese llevado ahí. ¡¿Cómo era posible que fuera tan perverso?! ¿Por qué? Y él, nada. Cara de póker.
Alejandra es la hija de Miguel Ángel Rodríguez, alias Castro Cisneros, destinado al Grupo de Tareas de la ESMA. Contador como Jorge Rádice, es posible que haya sido quien lo sucedió desde fines de 1979. En la historia de la ESMA su nombre comenzó a ser conocido a partir del llamado Informe Basterra, el cada vez más extraordinario documento presentado por el sobreviviente, testigo y querellante Víctor Basterra en 1984, con la primera identificación fotográfica de los asesinos del infierno.
El lunes 22, El Sueco Carlos Lordkipanidse declaró en el Juicio ESMA IV. Lordkipanidse es sobreviviente de la ESMA. Ese día aportó la dirección específica de una de las quintas buscadas desde hace más de 40 años: una casa ubicada en la calle General Ricchieri 1325 de la localidad de Don Torcuato, esquina Camacuá. Al parecer allí estuvieron secuestrados los curas jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics en 1976: esa esquina aparece mencionada en la denuncia de Yorio ante la CONADEP en 1984 y luego en la declaración de Emilio Mignone en el Juicio a las Juntas. Yorio escuchó que la nombraban como "Villa Capucha". Pero hasta ahora nadie la había ubicado. Y durante un tiempo se creyó que había sido demolida. Lordkipanidse ahora dio la dirección, presentó ante el tribunal un sobre papel madera con fotos, pero también brindó la posibilidad de pensar que esa casa estuvo activa desde 1976 hasta 1979 por lo menos: una fecha que conecta a los sacerdotes, su propio paso por el lugar y las visitas de las hijas de uno de los genocidas, una vuelta inesperada de la historia al otro lado del espejo.
"Yo era chica, tenía 8 años, pero tengo recuerdos", dice Alejandra. "Esa casa, esa quinta, es donde íbamos nosotros con mi familia: mis hermanas, mi papá, mi mamá y yo". Las salidas se hacían en plan de esparcimiento aunque la nombraban como una quinta que pertenecía al trabajo del padre. Un lugar donde alguna vez también vieron a Massera.
"La casa tenía una pileta, y me quedó bastante marcada. Al principio con un recuerdo lindo. Solíamos divertirnos, pero me acuerdo que era un lugar raro, por llamarlo de alguna manera. Algunas veces, tal vez dos veces después de estar ahí durante el fin de semana disfrutando en familia, de golpe a las dos de la mañana nos despertaron a los gritos, nos subieron a un auto y tuvimos que volver. Me acuerdo que había una casa a la que no se podía entrar, con las ventanas siempre cerradas. Eran dos casas o una casa de caseros y otra casa. Y esa puerta por la que nunca podíamos entrar. Me acuerdo que una vez entré, estaba muy oscuro. Recuerdo eso. Entrar y que alguien en la puerta, no sé si un guardia, nos saque y nos rete".
Alejandra habla de niños. No porque los haya visto, sino por un reproche que escuchó de parte de su madre hacia su padre en una discusión matrimonial. “Cuando me puse a leer la causa, todo el tiempo aparecen menciones a lugares como quintas: en Pacheco o Del Viso, pero yo estaba convencida que se hablaba de la quinta de Don Torcuato”.
Aquí la entrevista del programa Oral y Público de Radio La Retaguardia.
Una búsqueda de 40 años
El planeta del terror de la ESMA siempre funcionó con satélites. Las quintas eran uno de esos anexos. Uno de los largos brazos del centro clandestino, como los entendió la fiscal Mercedes Soiza Reilly durante la investigación del tercer tramo del juicio. Y hay varias quintas mencionadas en la causa. Una en Pacheco, cerca de la Ford. Otra en Tortuguitas o Del Viso. Otra en Panamericana y Thames, desde donde operó el Servicio de Inteligencia Naval. Hay menciones a una quinta en La Plata. Y también a la quinta de Don Torcuato, con la presencia de los sacerdotes secuestrados.
Orlando Yorio y Francisco Jalics fueron capturados el 23 de mayo de 1976. El 25 de mayo oyeron una celebración oficial por la que supieron que estaban en la ESMA. Pocos días después, bajaron a Yorio y lo introdujeron en un auto. La denuncia ante la CONADEP dice lo siguiente: Luego de un trayecto de diez o quince minutos, el coche entra a un lugar con árboles y nos detenemos muy cerca de la entrada, todavía escuchaba ruidos de la autopista, lo subieron por una escalera y lo metieron en un lugar donde oyó una tos que puede reconocer: era del padre Jalics.
La pieza donde permanecieron estaba en un altillo como de techo de tejas, con una ventana amplia y cerrada. Los curas evaluaron el recorrido y entendieron que habían salido de la ESMA por Acceso Norte y estaban a unos veinte minutos, cerca del Acceso o de la General Paz. Durante los días siguientes comieron y fueron viendo a ocho carceleros en el lugar con turnos de cuatro y cuatro, dos veces por semana. Permanecieron allí hasta el 23 de octubre. Entendieron que no había mucho movimiento, pero a veces venía gente y había reuniones, las conversaciones eran propias de oficiales. Las compras las hacía la gente de la casa, pero a veces llegaba una camioneta con provisiones. En el lugar no torturaban, pero pasaron otros presos, no mucha cantidad, dijo Yorio, dos o tres, por los ruidos. También notó la visita de lo que creyó que eran familiares de detenidos porque se explicaban algunas reglas. Y había una pileta de natación. Con el calor la llenaron y oía que se bañaban.
Yorio había sido profesor en el Colegio Máximo de San Miguel, ubicado a unos trece kilómetros. Y había trabajado en Torcuato. Por eso, dijo, conocía los sonidos del lugar, sobre todo las calandrias. Al comienzo oyó a alguien al teléfono decir la dirección de Camacuá y Ricchieri. Y dijo que alguna vez fue una chica, y le escuchó decir que los muchachos acá en Torcuato... O sea, dijo, ya no dudaba que estaba en Torcuato.
Años más tarde, el juzgado de Sergio Torres salió a buscar ese lugar pero siguió un dato errado. La hermana de Yorio, Graciela, estaba convencida de que había ido con su hermano hasta el lugar varias veces para reconocerlo, pero la última vez habían visto la casa demolida. Lo recordó en el juicio ESMA Unificada, durante su declaración de abril de 2013. Pero es posible que hayan ido a otra dirección porque en el juicio ella mencionó las esquinas de Camacuá y Buenos Aires.
“Mi hermano ubicaba perfectamente (la casa) por varias razones”, explicó. “Sus carceleros los hacían llenar la boleta del Prode, y ahí figuraba el nombre de la agencia y decía Don Torcuato. El pan tenía una bolsita con la dirección de una panadería. Cerca o enfrente escuchaban ruido de botellas en cajones metálicos y también porque algunas noches los carceleros llamaban a mujeres para pasar la noche y por teléfono daban la dirección, casi estoy segura de que era Camacuá y Buenos Aires".
Durante los últimos cuatro años, la Asociación de Ex Detenidos Desparecidos (AEDD) estuvo buscando la casa. Recién la localizó el último año. Cuando la ubicaron, revisaron las declaraciones del juicio y entendieron que había alguien que también había estado para esa época. Y fueron a buscarlo. “A veces tenemos que ocupar roles que superan el de un simple testigo”, dijo Lordkipanidse el lunes durante su declaración ante el TOF 5.
Aníbal Carlos Prado Mariña vive en España. Había mencionado la casa en la declaración del 12 de septiembre de 2013. En 1976 era colimba. Hacía el servicio militar en la ESMA. Fue secuestrado el 13 de julio de 1976 con Sergio Tarnopolsky y otros cuatro colimbas, buscados porque los marinos estaban convencidos de que habían planificado un atentado. Sergio militaba en Montoneros y hacía la conscripción en la oficina de Ceremonial, Vigilancia y Seguridad a cargo del Tigre Acosta, jefe de Inteligencia del Grupo de Tareas 3.3.2. Sus datos nutrieron el primer informe que dio a conocer el funcionamiento de la ESMA en 1976. A Prado lo secuestraron durante un día de franco. Vivía en Martínez. Uno de los jefes del GT lo llamó para decirle que vuelva. Regresó. Le pusieron una capucha y volvieron a sacarlo. Durante el juicio habló del traslado a una casa con olor a perfume de sacerdotes. Si todo coincide, para la época estaban Yorio y Jalics en ese mismo lugar.
—¿Qué pasa después de la curva y el auto que lo lleva a Zona Norte? —le preguntó Pablo Llonto durante aquel juicio.
—Por los datos que cerré en aquel momento, yendo en un Torino por Panamericana, habíamos alcanzado un área que podía ser Pacheco. Ahí nos apartamos de la ruta, doblamos a la derecha y después a la izquierda: o sea pasamos por debajo de la ruta, o por arriba, no sé, y anduvimos unos 300 metros más –respondió Prado.
La Panamericana en ese momento estaba rodeada de grandes jardines. Los cruces estaban a nivel marcados con algunas rotondas.
"Entramos a un sitio, ingresamos a un lugar donde otra vez me bajan del coche y me ingresan en una casa donde me acuestan en una cama —dijo—. Y ahí me dejan. Había una custodia. Luego, a medida que fue avanzando el día y las horas, escuché algunas voces como de un picadito de fútbol. Alguien me trajo un sándwich, me hacía algunas preguntas, yo contesté. Me quiso tranquilizar. Puso la mano en la panza. Y dijo: No te preocupes, si vos no tenés nada que ver, vas a salir".
Al ir al baño, identificó el olor con el que estaba familiarizado. "Por toda mi experiencia de monaguillo, en el Ateneo de la Juventud, en campamentos con sacerdotes o los salesianos, en fin, tres o cuatro colegios religiosos. Y el clergiman —dijo sobre el cuello que usan los curas— olía de una forma especial, o los curas que lo usaban olían, o era la sarga que usaban. Y yo, en ese momento, percibo que hay otra presencia, otra persona y era ese olor inconfundible que sólo se daba en los ámbitos de gente de la Iglesia".
Prado volvió al lugar en agosto de este año, acompañado por otros sobrevivientes. Cuando llegó al cruce de la Panamericana, les pidió a sus compañeros llegar sin indicaciones porque como era de la zona, esas eses que había hecho el coche en 1976 todavía las tenía frescas y guardaba el recorrido en la memoria. Finalmente llegó, todo coincidía.
Doblando la esquina, encontró todo como abandonado, con una maraña medio selvática. Y allí observó entre las marañas una cancela de hierro con dos pilares y una farola muy abandonada y antigua absorbida por la vegetación.
“Creo que eso era parte de una estructura, un portón de hierro de evidente gran solidez porque aún hay grandes bisagras”, dice ahora convencido de que esa es la puerta por la que lo metieron a la casa. Una puerta distinta a la que se encuentra a unos metros de allí, también sobre la calle Ricchieri, donde está el portón principal de la quinta.
"Yo calculé que habíamos andado 150 o 200 metros por camino de tierra o de pozos. Hoy el camino está afirmado con cemento, pero la distancia es la misma", dice. Menciona el auto y la sensación de haber estado sobre un camino de piedras pequeñas. Y al mirar hacia arriba, descubrió los viejos postigos porque cuando lo dejaron en la habitación se sacó el antifaz y logró observar a la media docena de personas que jugaban en el parque.
Aquí la entrevista del programa Oral y Público de Radio La Retaguardia.
Prado declaró la dirección en el juzgado de Torres. El juzgado hizo una identificación. Tomó fotografías. Y pidió el registro dominial de la propiedad a La Plata con los antecedentes de los propietarios desde 1976. Hasta ahora encontraron sólo una transferencia de propiedad durante el período de la dictadura. Y están pidiendo escrituras para terminar de cerrar el cuadro: quieren entender si durante esas operaciones aparecen indicios extraños, como la presencia de apoderados que actúan en nombre de personas en ausencia, como sucedió en otros casos, entre ellos la isla El Silencio, el lugar al que trasladaron a los prisioneros de la ESMA en 1979, vendida por el Arzobispado de Buenos Aires a una persona que en ese momento estaba secuestrada en la ESMA.
Pero la historia no termina ahí. Otra serie de datos de la causa también ubican quinta y distrito. Prado estuvo en julio de 1976. Graciela García fue secuestrada en octubre. También la llevaron a una quinta, muy fina dijo en su declaración, y también agregó que le dijeron que ahí habían estado Yorio y Jalics. Graciela sabe que tiene cada parte del interior de esa casa guardada como una foto en su cabeza. Intacta. Desde las escaleras de una balconada ubicada sobre el living, vio descender al Tigre Acosta como si bajara del cielo. Era la primera vez que lo veía. Aún ahora es capaz de escuchar esa voz. Ella fue una de las personas que también habló de esa quinta durante el segundo tramo de la ESMA.
“Me subieron a un auto y cuando paró me dijeron que me tabicara. Manejaba Dante, uno de los mellizos García Velazco”. El auto se metió en una suerte de garaje cerrado. Cuando llegaron observó una mesa tendida con música de Los Olimareños, la canción del Che Guevara. Mencionó al Rata, por Antonio Pernías y al Duque, Francis William Whamond. También había otros prisioneros. "Nos sentaron a comer como si no pasara nada —dijo—, y los verdes, que eran los mismos que nos pegaban, nos servían la comida: digo esto, porque es una marca de las características que toda la ESMA tuvo hasta el final, la brutalidad, y a su vez, esta perversión, como si fuera todo normal". A la tarde, mientras no podía creer lo que veía, quedó sentada sin hablar en un living muy grande. Tenía una balconada arriba y cuartos. De un cuarto sale una persona, baja la escalera y se presenta como el Capitán Arriaga. Era Acosta, dijo. Ahí empieza uno de sus habituales discursos sobre el pensamiento occidental y cristiano, de Platón y, por supuesto, cuando terminó, nos volvieron a poner las esposas —porque creo que nunca nos sacaron los grilletes—, nos metieron adentro de un auto y volvimos a la ESMA.
En las declaraciones también hay otros testimonios. El Sueco menciona la presencia en esa quinta de Rolando Ramón Pisarello y María Milesi, una pareja secuestrada en diciembre de 1977. Ambos tomaron una foto en esa casa con su hijo, una foto que el Sueco vio más tarde en la ESMA y reconoció como el lugar donde también estuvo él.
Ahora la justicia debe reconstruir la historia. Y qué hacía el marino Rodríguez en ese lugar. Cuál fue su rol en 1979. Y por qué existía esa siniestra presencia familiar. La fiscalía pidió para él prisión perpetua en el último juicio. Pero en noviembre de 2017, el TOF 5 lo condenó a 8 años de prisión. Cuando Alejandra escuchó esa sentencia quedó temblando. Estaba en los tribunales de Comodoro Py, del lado de afuera, entre los organismos de derechos humanos, militantes, sobrevivientes y familiares. Esa noche tuvo que salir corriendo a la casa a sacar sus cosas, convencida de que iban a liberarlo, lo que efectivamente sucedió.
El Sueco le pidió al Tribunal Oral Federal 5 una inspección ocular en la casa. Lo mismo había hecho cuando se sentó a declarar el primer testimonio del Juicio ESMA Unificado, pero con la casa ubicada en la isla El Silencio en el Tigre. El Tribunal sabe que en este caso procesalmente está cubierto porque la investigación avanza en el juzgado y porque a diferencia de lo que ocurrió con El Silencio, la quinta no aparece como hecho del juicio. Sin embargo, también sabe que puede hacer esa inspección, porque el Sueco dice que fue llevado a la quinta, entre otros, por Carlos Mario Castelvi, sentado ahora en el juicio como acusado por primera vez. Conoció su nombre al ver el Informe Basterra: será importante seguir el testimonio de Basterra en este tramo. Tiene cita el 17 de diciembre.
De regreso al pasado de Bergoglio
Cuando abandonó el tribunal, el Sueco se quedó pensando en la casa. En Yorio y Jalics. En lo que hablaron o pudieron decir. Está seguro que cuando los liberaron los dos hablaron con el superior de la Compañía de Jesús. Le hablaron del lugar, y de los prisioneros. El superior era Jorge Bergoglio. Yorio lo dijo ante la CONADEP. Y Bergoglio también se lo dijo a Luis Zamora cuando prestó declaración testimonial en el marco de la causa ESMA. Una respuesta que tuvo sabor a poco, y todavía lo sigue teniendo.
Durante su incómoda testimonial en el segundo tramo del juicio ESMA, el hoy Papa Francisco tuvo varios cruces picantes con Luis Zamora, abogado querellante en esa instancia. Este es solo uno de esos tramos. E incluye a quien todavía integra el Tribunal, Daniel Obligado.
Zamora: Dentro de lo que le informaron los padres Francisco Jalics y Orlando Yorio, ¿le dijeron que habían estado en un lugar solos o era un lugar donde había otras personas?
Bergoglio: Había otras personas, pero tengo la impresión que ellos estaban en un apartamento, en un lugar, en un apartado solos, por lo que me dijeron. Hablaron que sentían voces de personas, o sea, era un lugar donde había varias personas. Pero ellos por lo que me dijeron, creo que estaban en un apartamento solos.
Z: Es decir, después de salir Yorio y Jalics ellos tenían la certeza de que quedaban personas secuestradas en ese lugar.
B: Sí, sí.
Z: Y por las vidas de esas personas, ¿no pensaron? ¿Usted no pensó en hacer una denuncia inmediata?
B: Las hicimos todas, como acabo de decir, vía eclesiástica.
Z: ¿Y por qué no legal si era un delito?
B: Porque por disciplina preferimos hacerlas todas juntas a través de la vía eclesiástica.
Obligado: Y en ese caso, ¿quien debía tomar la decisión de hacer la denuncia judicial?. Usted le informaba al superior, ¿al superior de la Orden? ¿Y este era quién debía decidir lo que iba a la justicia o lo que enviaban los abogados a la justicia? ¿Es así?
B: Sí.
Luego de un corto cuarto intermedio retomaron el diálogo, aún público en YouTube.
Z: Señor Bergoglio, ¿cómo es el trámite interno al que usted recurrió para trasmitir lo que había sabido de boca de Yorio y Jalics? Al trámite interno, me refiero al trámite dentro de la Iglesia Católica.
B: Realmente al señor Arzobispo, cuando tenía que viajar a Roma, informé en detalle al padre General de todo eso y a la Compañía de Jesús en las diversas reuniones que íbamos teniendo les informaba de todo. Les informaba de todo a la Provincia Argentina.
Z: ¿Usted sabe si en este caso en particular o en general con casos similares había una decisión de no hacer público lo que ustedes conocían o iban conociendo, o incluso sufrían?
B: No, no sé.
Z: ¿Como el caso de Angelelli y otros?
B: No sé.
Z: ¿No supo que hubiera una decisión?
O: Ya dijo que no... En todo caso, reformule la pregunta.
….....................
Z: ¿Sabe qué hicieron las jerarquías a las cuales les informó?
B: No.
Z: Lo que usted les informó incluyó todo lo que le habían contado Yorio y Jalics, de la existencia de un Centro clandestino de detención, de la ESMA. ¿Incluyó el trato al que fueron sometidos él y otras personas? ¿Le informó a las jerarquías esto?
B: Sí.
La historia de la casa nos transporta de manera inevitable hasta aquella declaración: ese día el juzgado se mudó al arzobispado.
Nunca digas nunca
Víctor Basterra forma parte del equipo del programa radial Oral Y Público de Radio La Retaguardia. Allí se hicieron parte de las entrevistas de esta nota, una investigación conjunta de El Cohete a la Luna y La Retaguardia. En la emisión del jueves pasado, Víctor y Alejandra Éboli volvieron a cruzarse como lo habían hecho otra vez. Para Alejandra, Basterra no sólo ha sido una presencia permanente desde que abrió el placard de su padre.
—La verdad en algún momento se sabe —le dice Basterra en la entrevista—. Y ella es testigo de la verdad.
Cuando todo parece que va a terminar, Alejandra retoma la palabra.
—Pero quiero decir que tuve una gran ayuda para abrir los ojos —le dice—: y no me voy a cansar de decirlo. Lo más valioso que tiene una persona es su identidad. Y si no hubiese sido por Víctor, realmente yo hoy no sabría quién soy, ni tendría la dimensión de las cosas que viví en su justa medida.
Cuando alguna vez, dijo ella, le habló a su padre de la casa, él le dijo que estaba tranquilo.
—Los datos del expediente están mal.
Me dijo que estaba mal la dirección. Que nunca iban a encontrarla.
Todo indica que Rodríguez se equivocó. Como la Justicia se equivocó con él al dejarlo libre.
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