Adelanto de “Operación Vallese: Barraza, el hombre detrás de la historia" de Pablo Waisberg
El Cohete A la Luna presenta en exclusiva este adelanto de un libro que cuenta dos historias paralelas: la investigación del crimen de Felipe Vallese, delegado gremial y militante de la Resistencia Peronista, secuestrado y desaparecido por la Policía Bonaerense; y el amor entre el periodista Pedro Barraza y el fotógrafo Carlos Laham, que se definían como parte de la agrupación Putos Peronistas. La historia también puede verse como la búsqueda de continuidades entre Rodolfo Walsh y una nueva generación de periodistas.
Operación Vallese: Barraza, el hombre detrás de la historia es un título editado por el Colectivo de Trabajadoras y Trabajadores de Prensa (CTP), una de las organizaciones que forma parte del nuevo Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBa). Waisberg trabajó en las agencias Noticias Argentinas y Télam, los diarios Buenos Aires Herald, El País (Madrid), Tiempo Argentino, Página 12, Perfil y BAE Negocios; las revistas Caras y Caretas, Crisis, Le Monde Diplomatique, Rolling Stone y Veintitrés. Fue prosecretario de redacción de la agencia Infojus Noticias. Es coautor de los libros La ley y las armas, Biografía de Rodolfo Ortega Peña (2007), Firmenich (2010), La Tablada, A vencer o morir, la última batalla de la guerrilla argentina (2013) y La Noche de las Corbatas (2016).
El arroyo
Pedro Leopoldo Barraza y Carlos Ernesto Laham ya no son lo que eran. Sus cuerpos están tirados en un predio municipal de Villa Soldati, sobre la avenida 27 de Febrero. Pedro tiene 36 años y 25 orificios de bala, muchos de ellos en la cabeza; lo ametrallaron. También le dispararon con una escopeta, a corta distancia. Lo van a tener que velar a cajón cerrado.
Carlos casi llega a cumplir 21 años y le metieron 55 balazos. Una cinta adhesiva le cubre la mirada. Dentro de unos días va a aparecer un comunicado firmado por la Triple A junto a su DNI, que confirmará quiénes fueron los matadores. “SEPA EL PUEBLO ARGENTINO!!!!!! La organización ALIANZA ANTICOMUNISTA ARGENTINA tiene una trayectoria de Patria y Hogar, todo ello iluminado por nuestro Señor Jesucristo”, dirá el primer párrafo del texto, en el que prometerán proteger “a los verdaderos PATRIOTAS” de los “BOLCHES ASESINOS”. Pero ahora los acaba de encontrar el empleado de vigilancia de la mañana, que salió a recorrer el descampado como hace cada día que toma la guardia. Todavía no son las 8 del domingo 13 de octubre de 1974.
Pedro y Carlos hubieran preferido morir abrazados pero no pudieron elegir. Sus cuerpos están tirados a cincuenta metros del Arroyo Cildáñez, que atraviesa toda la Ciudad de Buenos Aires. Llega desde el conurbano y entra por el barrio de Mataderos. Lo cruza y al salir hace un codo pronunciado. Después se va casi en línea recta hasta Villa Soldati.
Cuarenta o cincuenta años antes, ese hilo de agua turbia se ganó un apodo: Arroyo de la Sangre. Hacía honor a los litros de sangre y desechos de todo tipo de origen vacuno que, por orden de sus patrones, arrojaban los trabajadores de los mataderos.
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Resistentes
Pedro fue perdiendo su antiperonismo poco a poco; se acercó a los grupos de la Resistencia Peronista y terminó frecuentando las filas de Andrés Framini. Eran los peronistas post golpe del '55, que se habían hecho fuertes en los márgenes de los barrios y los sindicatos. No tenían apoyo estatal sino todo lo contrario: eran ninguneados, perseguidos, encarcelados, torturados. Pedían la vuelta del General, hacían pequeños atentados y habían empezado a cuestionar con una furia creciente las prácticas del máximo pope sindical, Augusto Timoteo Vandor, que iba tomando el camino de la conciliación que lo llevaría a proponer el “peronismo sin Perón”.
Todos ellos enfrentaban, de la manera que podían, las distintas medidas implementadas por Frondizi tras la ruptura del acuerdo con Perón, que iban del Plan Conintes —que declaró un escenario de Conmoción Interna del Estado— a los Consejos Especiales de Guerra, que se conformaron para enjuiciar a militantes políticos y sindicales. La aplicación de medidas represivas crecientes iba en línea con lo que pedía el Ejército, que había elaborado un informe que incluía más de mil atentados con cargas explosivas, un centenar de incendios de vagones ferroviarios y plantas industriales y casi quinientos actos de sabotaje a vías férreas y torres de alta tensión, entre otros.
Entre los jóvenes resistentes también andaba Felipe Vallese. Era delegado en una metalúrgica y formaba parte del Grupo Insurrección, que era una de las tantas agrupaciones que conformaban la JP. A la cabeza estaban Alberto “Pocho” Rearte, Julio Bortnik y “Bechi” Fortunato y dirigían a otros quince militantes. Cerca de ellos andaba Barraza.
Ese grupo, que lideraba “Pocho”, planificó una acción para “recuperar armas” en poder de las fuerzas de seguridad que luego se volvería mítica: el asalto al puesto de la Aeronáutica en Ezeiza, en 1960. Fue el resultado de un trabajo político en Ciudad Evita, en el partido bonaerense de La Matanza, que le abrió la puerta de uno de los vecinos. La operación se había planificado en el Sindicato de Farmacia, que dirigía Jorge Di Pascuale y era uno de los gremios donde habían hecho pie los peronistas rebeldes.
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Operación Vallese
Felipe Vallese caminaba con las manos en los bolsillos de su campera de cuero negra. Iba por Canalejas rumbo a Caracas al 900, en Flores, donde estaba la metalúrgica TEA. Hacía unos minutos había salido de su casa. Tenía la suerte de vivir cerca del trabajo, donde era delegado sindical por la UOM. Lo habían elegido a los pocos meses de ingresar. Le quedaban unas siete cuadras hasta llegar a la fábrica y faltaba menos de una hora para la medianoche del 23 de agosto de 1962. Hacía frío.
En la esquina de Trelles sintió como media docena de tipos se le iba encima. Estaban todos de civil. Desde el café de la esquina, dos jóvenes escucharon gritos, se asomaron y vieron que varios hombres luchaban contra un tipo solo, que se aferraba a un árbol. Reconocieron a Vallese y fueron corriendo.
A Felipe le pegaron un culatazo en la cabeza y lo metieron en una camioneta.
Los dos parroquianos llegaron hasta el lugar y, a punta de pistola, los frenó en seco uno de los secuestradores.
—Rajen muchachos; esto no es para ustedes.
En paralelo, otra banda policial asaltó la casa donde vivía e hicieron otras siete detenciones ilegales. No había orden judicial. Llevaban las pistolas cebadas y sin seguro. Era suficiente.
Eran los tiras de la Unidad Regional de San Martín. Buscaban a “Pocho” Rearte. Le habían adjudicado un tiroteo en el que murieron dos policías en julio de 1962 y querían encontrarlo: Vallese fue torturado durante nueve días pero no soltó una sola palabra sobre “Pocho”, su amigo de la infancia, con el que había pateado pelotas de trapo en Plaza Irlanda.
Después de las torturas lo desaparecieron y la reacción de los grupos juveniles del peronismo fue inmediata. Barraza fue parte de ese dispositivo y tomó en sus manos la tarea de reconstruir paso a paso lo que había ocurrido con Vallese: detalló el operativo policial, develó los objetivos y fue señalando a los responsables. Sus notas aparecieron en varias entregas en 18 de Marzo, el semanario de Valotta, cuyo nombre recordaba la fecha del triunfo electoral de Framini, que el 18 de marzo de 1962 fue elegido gobernador en la provincia de Buenos Aires pero nunca llegó a asumir porque las elecciones fueron desconocidas por Frondizi. Ese semanario fue cerrado y Valotta sacó uno nuevo, que se llamó Compañero, en el que se terminó de contar la historia de Vallese.
“¿Qué hicieron con Vallese?”, fue el principal título de tapa del número 9, del 12 de febrero de 1963. Lo ilustraron con una foto enorme de Felipe junto a su hermano y su padre, y anunciaron: “Abrimos una investigación. La indiferencia oficial ha dejado de serlo: ahora es directamente complicidad con quienes lo secuestraron, torturaron —¿asesinaron?— a Felipe Vallese”. El objetivo era claro: “Romper el cerco de silencio de la prensa al servicio de las minorías y descorrer el velo que pretendió ocultar hasta ahora EL INFIERNO DE FELIPE VALLESE”. Tenía 22 años.
Toda la investigación fue confirmada en el expediente judicial, que se abrió recién seis meses después. También se convirtió en la médula del libro que publicó la UOM para el tercer aniversario del crimen, elaborado por los abogados Eduardo Luis Duhalde y Rodolfo Ortega Peña, que integraban el equipo legal del sindicato metalúrgico. Su publicación poco tenía de casual: en 1965 el vandorismo había mostrado su otra cara ante las masas peronistas, el “peronismo sin Perón”, que juntaba más desconfianza que otra cosa.
“Le pedíamos constantemente que redactara toda la serie desde algún lugar más o menos escondido —Tigre, por ejemplo, donde creo que Rodolfo Walsh escribió Operación Masacre— y nos la fuera haciendo llegar a través de algún contacto. Pero no había nada que hacer. Entregaba cada artículo siempre a último momento, transformando su proclamada cobardía en un acto de verdadera osadía”, relata Horacio Eichelbaum, que también había hecho un camino hacia el peronismo y para ese momento era director de Compañero.
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Putos peronistas
La provocación fue uno de los puntos de unión entre Carlos y Pedro. “Los dos eran profunda y naturalmente transgresores. Pedro con amplificador y escenografía. Carlitos sin hablar y casi transparente. Y transgredían no sólo porque se definían como integrantes de la agrupación Putos Peronistas, sino porque denunciaban (Pedro denunciaba) y se cagaban en la hipocresía de la moral y los códigos burgueses, en los que por condición original estaban insertos”, describe Virginia.
Esa broma no era menor. Sumaban esa ficticia organización homosexual a cada uno de los frentes de masas que tenía la Tendencia Revolucionaria del peronismo: sindical, villero, estudiantil, femenino y político. Esa estructura, con forma de movimiento, fue quedando bajo el ala de la unificación entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Montoneros, que terminó apropiándose del nombre de la Tendencia, donde se reunieron la JP de las Regionales, la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), la Juventud Universitaria Peronista (JUP), la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), el Movimiento Villero Peronista y la Agrupación Evita.
Mientras la relación con Carlitos empezaba a crecer, Pedro iba dejando la militancia en tercer lugar y buscaba la forma de ganarse la vida. Así llegó al diario La Opinión, donde escribió una crítica sobre Astrología Esotérica (Secretos Develados), el libro de José López Rega. “Algunos aficionados a la astrología han dejado trascender su interés especial por reeditar lo que consideran una de las obras locales más importantes”, se burló Barraza, desde la primera línea publicada el 12 de noviembre de 1971. Dos párrafos más abajo lo rebautizó como “El Astrólogo”. Un eufemismo.
De las 737 páginas del libro eligió unas líneas sobre el Zodíaco Musical: “¡El auge del TANGO fue organizado ocultamente, para que un PUEBLO lleno de ESENCIA DE VIDA, vital en su energía, actuara con más lentitud y su mente no alcanzara etapas superiores para las cuales había nacido y estaba predestinado!”
Pero más allá del tono burlón, evitó golpear sobre la figura de Perón. “En los medios políticos es ‘vox populi’ que el secretario privado de Juan Perón —señor López Rega— no sólo es astrólogo sino que pertenece a una secta espiritista a la cual estaría adscripta también la tercera esposa del ex presidente, señora Isabel Martínez de Perón. Sin embargo, Perón no participa, dicen sus allegados, de ninguno de estos ritos, ni es demasiado fervoroso de la astrología, salvo en lo que contiene como nota de humor”.
Pedro seguía boyando entre los militantes revolucionarios, la bohemia de la calle Corrientes y el psicoanálisis. “Una de sus obsesiones era el psicoanálisis. Se analizaba con Jaime Rojas Bermúdez. Tenían una gran relación. Rojas Bermúdez venía de dar clases de España. Tenía consultorio en Coronel Díaz y Santa Fe. Pedro ganaba diez mangos y se gastaba doce en psicoanálisis”, dice uno de sus amigos.
La tensión con la militancia de la época era constante. Pedro estaba un poco de regreso de eso, como cansado, como en otra sintonía, y su declamación sobre la homosexualidad y la marihuana no hacía pie entre los jóvenes revolucionarios. Tal vez su pasado en la JP de los años de la Resistencia le daba cierta espalda política, pero no había lugar ni para putos ni para fumones en las organizaciones políticas que se proponían cambiar las bases de la sociedad.
“Un día, al salir de una reunión en su casa, fuimos a un bar con Pietragalla y el Betta, que estaban por entrar en Montoneros, y decían que Pedro estaba ‘como que se había quebrado’ porque había sacado un porro y lo fumó ahí”, ejemplifica Carlos Eichelbaum. Horacio Pietragalla sería uno de los dirigentes de Montoneros que participaría del "Operativo Dorrego", en el que la Juventud Peronista trabajó codo a codo con el Ejército en tareas comunitarias. Leonardo Bettanin asumiría como diputado nacional del Frente Justicialista de Liberación (Frejuli) tras la renuncia de los ocho legisladores de la JP que se negaron a votar el endurecimiento del Código Penal impulsado por Perón, en marzo de 1974.
El noviazgo entre Pedro y Carlos fue tomando más forma y a principios de 1973 se fueron a vivir juntos a la cúpula del edificio de Lavalle y Suipacha. “Era una habitación circular y la pintaron de negro, como si fuera un globo. Un día se despertaron con un arma en la cabeza por una denuncia de los vecinos. Era la Federal. El chiste es que tenían porro en el frasco de yerba y nunca se lo encontraron”, sonríe Virginia.
Les encantaba fumar porro. Una de las jodas que solían hacer era fumar y salir a andar por la ciudad con el jeep Mehari de Pedro, que seguía siendo un desastre al volante como en los días del “Párela Barraza”, que inmortalizó el gallego. Iban a la bajada de San Juan y 9 de Julio y se lanzaban con el auto.
Junto con esa relación un tanto clandestina, que Carlos quería blanquear en su familia, hizo sus primeros trabajos como fotógrafo para la agencia de publicidad de José Miguel Buzeta —que había sido uno de los organizadores de la campaña electoral de Framini de 1962— y cubrió una parte de la campaña presidencial de Héctor Cámpora. Era, en los hechos, el comienzo de su vida como adulto: pareja, convivencia y trabajo.
Vio pasar la primavera camporista, la llegada de Perón al gobierno y la tensión de la Juventud Peronista con el General, por el que habían desplegado la campaña de “Luche y vuelve”. En esos pocos meses, la correlación de fuerzas y las posiciones políticas habían cambiado. Muchos amigos pasaron al otro bando y viceversa. La disputa por el tipo de país y por la forma de llevarlo adelante volvía a hacer crujir al peronismo.
El 1ro. de julio murió Perón. Carlitos estaba con su hermana, Pedro y Carlos Eichelbaum. Escuchaban la radio y veían la televisión para estar al tanto del curso de las cosas. De pronto, Carlitos llevó a Virginia a una habitación y le contó llorando que estaba en pareja con Pedro. Lloraba porque sus padres no aceptarían eso y él quería vivir ese amor sin ocultarlo.
A fin de mes mataron a Ortega Peña, que había asumido como diputado del Frejuli junto a Bettanin tras la crisis de Montoneros con Perón, que incluyó la renuncia de ocho legisladores de la JP. Fue el primer crimen que la Triple A reivindicó como propio y Pedro dijo que tenía miedo por cómo se estaba poniendo la cosa, aunque ninguno de ellos era un jetón de la política. Ese fue el análisis que hicieron. Pero más allá de sus percepciones, la Alianza Anticomunista Argentina empezaba a ampliar sus blancos: entre julio y septiembre produciría 220 atentados —casi tres por día—, 60 asesinatos —uno cada 19 horas—, 44 heridos graves y 20 secuestros — uno cada 48 horas.
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