Un hombre increpa al presidente Macri cuando sale de la Casa del Niño en Florencio Varela: "¿Sabés que estás en uno de los barrios más pobres de Florencio Varela y te venís a refugiar ahí? Acá estamos todos cagados de hambre". El hecho se convierte en noticia. Un medio dice que el hombre es “un reconocido militante kirchnerista de la zona” y desde el gobierno afirman que “es un militante de Pereyra (un ex−intendente)” y que “estuvo todo armado”. Otro medio lo entrevista y el hombre, que en su casa sostiene un merendero, asegura que fue por casualidad que se encontró con la presencia de Macri ya que nadie sabía que iba a andar por allá. También le preguntan qué le hubiera pedido al Presidente si le hubiera escuchado, y dice que le pediría el puente que necesitan para poder pasar al otro lado del arroyo porque cuando llueve sube hasta un metro y medio y ya ha causado la muerte de cuatro vecinos: “Del otro lado tenemos todo”, refiere en relación a escuelas, comercios y colectivos.
El barrio se llama El Molino, en la localidad San Juan de Florencio Varela. El arroyo Las Piedras es la frontera con Quilmes y separa al barrio de la parte alta. Un periodista hace una visita y muestra imágenes de la zona. Una veintena de familias vive en viviendas precarias expuestas a las inundaciones de un arroyo que se tapa de basura. Un puente que permite el paso de vehículos queda tapado cuando suben las aguas y por eso los vecinos han levantado una pasarela tratando de mantener el paso a pie. Pero en las crecidas grandes la pasarela también queda tapada y el barrio aislado. Hoy la ONG Ingeniería sin Fronteras trabaja en el proyecto de un puente como integración territorial. Reviso varias notas anteriores que reflejaron los problemas de ese barrio, y al ampliar mi información el sentido de la noticia me resulta más claro: se trata de la grieta que desborda desigualdades y de un puente que quiere repararlas.
Un puente en construcción
En 1989, cuando Uruguay se disponía a realizar una consulta impulsada por la Comisión Nacional pro Referéndum contra la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, buscando revocar la Ley de 1986 conocida como "Ley de impunidad" para las violaciones cometidas por la dictadura uruguaya, el periodista Jorge Lanata publicó en el diario Página/12 una nota titulada “La grieta”.
Después de algunas referencias a represores y víctimas del terrorismo de Estado, y de aludir a la Alemania nazi y la resistencia francesa, quiebra abruptamente el relato: “'¿Cómo le llaman ustedes?', me dice hace unas semanas un periodista francés. 'Grieta', deletrea. 'Esta sociedad tiene una grieta. También nosotros tenemos una grieta allá. Es una grieta casi imposible de cerrar'”.
Inmediatamente después escribe: “Hoy Uruguay construye un puente”. Y pasa a describir el entusiasmo colectivo por la posible derogación de la ley de impunidad: “Tal vez se pierda el referéndum. Tal vez se instale la grieta y el puente se ubique a pocos centímetros del abismo (…) Los uruguayos, lenta y silenciosamente construyen un puente”.
Apostasía y deconstrucción
Veinticuatro años después, aquella grieta entre el terrorismo de Estado y el respeto de la dignidad humana que el puente de las democracias respetuosas de los derechos humanos debía salvar, se convertiría para ese periodista en una grieta entre “la República” y “la ruta del dinero K”, “la corrupción”, “los chorros”, “los atropellos”, y “la propaganda” del populismo kirchnerista y “los K”, pero ahora sin puente alguno.
El 10 de agosto de 2013, una nota del diario Clarín titulada “La Grieta” se ocupaba de aclarar regresivamente la transposición del término que hacía desaparecer la figura del puente como un camino de progreso moral hacia el futuro: “El nuevo sentido de la Grieta reconoce su antecedente más importante en la división intuida y promovida por el general Perón en su primer gobierno: familias divididas, amigos que dejaron de serlo, bandos en pugna; aquello duró más de treinta años”. La nueva grieta era el nuevo peronismo de “los K”.
En el borramiento de esa retórica sin diferencias entre una dictadura genocida y un gobierno democrático, para Lanata “el negacionismo K” de su corrupción resulta comparable al negacionismo por la dictadura de sus crímenes. En ese marco, no caben límites a la estigmatización y la discriminación por ideas políticas, ni se da lugar a la presunción de inocencia, las pruebas y el debido proceso en los procedimientos de justicia, o a la verdad y la libertad de prensa en el periodismo. Y poco importan los puentes Memoria, Verdad y Justicia, o el negacionismo del terrorismo de Estado.
Con esa retórica minimizante hasta la ocultación del papel de los grupos concentrados de poder en la construcción de una República corporativa y autoritaria, y en el imposible ocultamiento de las injusticias del actual gobierno, ese periodista hoy declara con la autocontradicción de sus contrasentidos: “La grieta sólo se cierra con justicia”. Una negación de la negación que nada tiene que ver con las leyes de la dialéctica.
De los subhumanos
El hombre que increpó al presidente Macri fue descalificado por algunos medios de la nueva grieta por tratarse de un militante kirchnerista, o sea “un K”. Con esto, el puente que reclamaba para salvar la grieta del arroyo Las Piedras y sus catástrofes, no resultaba más que “algo armado” por “un militante”. Y toda injusticia por la que pudiera reclamar no merecía ser atendida.
La denominación “es un K” (u otra comparable) reduce así a toda persona a un estereotipo moral con la atribución arbitraria de señas de identidad que conducen a conductas discriminatorias y violentas. Es el estigma de una visión del otro que apela a un cierto tipo de la cualidad de “subhumano”. Es esa visión la que llevó a la tortura de la maestra de Moreno, y que en su extremo encierra el potencial de considerar al otro como “una vida indigna de ser vivida”.
Quizá algunos periodistas y medios de información sepan, o puedan llegar a saber, de qué tratan estos términos y en qué tipo de grieta fueron utilizados. Si es así, quizá podrán darse cuenta de la importancia del uso del lenguaje mediático-político para la vida cotidiana. Y quizá puedan darse cuenta también de las responsabilidades que este uso implica.
Hacia el futuro
En 1930 el poeta Hart Crane publicó el poema The Bridge, cuyo tema era el Puente de Brooklyn, en el que Crane veía un símbolo de unión entre pasado y futuro y entre Europa y el Nuevo Continente. Cuarenta años después, el oncólogo Van Rensselaer Potter —también norteamericano— publicó el libro Bioética: un puente hacia el futuro (Bioethics: A Bridge to the Future). Potter proponía entonces un campo de estudios que pudiera enlazar “las dos culturas” que Charles Snow había señalado como incomunicadas entre sí (ciencias naturales y ciencias humanas), y ampliaba al medio ambiente el enlace de ese puente para evitar la catástrofe ecológica.
Durante muchos años se creyó que Potter había acuñado el término “bioética”, pero después se supo que había sido un teólogo protestante alemán –Fritz Jahr— el que primero lo había utilizado. Y lo había hecho en una publicación de unos pocos años antes al surgimiento del nazismo: Bio-Ethik (1927). Lo que Jahr proponía con el término, viendo acaso lo que en el mundo se estaba gestando, era también una suerte de “puente” entre lo viviente: humanos, animales y plantas.
Esa recurrente propuesta de puentes entre las especies, y entre las ciencias y el medio ambiente, vinieron a postular la necesidad de una nueva ética para la supervivencia de la humanidad. Esas ideas se fueron entrelazando con el nuevo derecho internacional de los derechos humanos para construir los puentes que cada derecho vino a tender entre cada persona y los demás individuos, la sociedad y el Estado.
Desde el origen de la filosofía, el derecho y la política, la idea de grieta se redujo a la noción de lo injusto, así como la justicia del dar a cada uno lo suyo se reflejó en la igualdad equilibrada de los dos brazos de la balanza. También en ese origen, Sócrates desnudó la retórica engañosa de los sofistas que pretendían enseñar a los atenienses qué cosa era la justicia. Y en la injusticia de las desigualdades que hoy padecen millones de argentinos, la machacona grieta de la sofística mediática acompaña la condena de poblaciones enteras a la persistencia sin reclamos de los desbordes de desigualdad.
Esas falacias de los medios concentrados reproducen una y otra vez el deseo global del neoliberalismo de naturalizar la división de la realidad social en ricos y pobres. Todo reclamo de un puente de distribución equitativa de la riqueza es reducido por el estigma de la infamia al deber de silencio de los explotados. Pero desde la más lejana antigüedad, el reclamo de puentes de justicia ha sido la letra de la historia. Y siempre ha sido sólo cuestión de tiempo el construirlos.
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