La gleba digital

Los algoritmos y el poder

 

En Davos, el Presidente desplegó en líneas generales el discurso del comentarista televisivo, diputado y candidato que fue Javier Milei; es decir, lo constitutivo de su pensamiento, que no se distingue por la coherencia: unas veces actúa según la saga ideologizada que recita, otras en sentido contrario. Después de su papelón en Suiza, se (des)ocupó de la salud y, más allá del seguidismo al Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cualquiera que se tome el trabajo de rescatar los discursos pandémicos del padre de Conan, no se sorprenderá con la renuncia del país a la Organización Mundial de la Salud que ahora impulsa; en cambio, que haya atacado a los homosexuales quien se considera expresión del más riguroso liberalismo es uno de los disparates que escuchamos diariamente. 

Sin embargo, el hombre que admira la inteligencia artificial (IA) pero ofende la inteligencia humana no está solo: en la marcha con la que una multitud rechazó el 1 del corriente mes aquella intervención en el pretencioso Foro Económico Mundial, pudimos ver a legisladores que han votado las principales leyes del proyecto político reaccionario en ejecución con discursos fuertemente críticos de lo que estaban votando. Los mismos diputados republicanos y antifascistas que el último miércoles votaron a favor de la proscripción de la dirigente política más importante de la Argentina, asunto trascendental para los grandes medios, que no se enteraron de que ese día se reanudaban las audiencias por el intento de magnicidio.

Sin perjuicio de otras consideraciones, tanto aquellos comportamientos de quien fue elegido Presidente democráticamente y ha realizado —nada más y nada menos que en un año de mandato— una sistemática tarea de destrucción de las capacidades nacionales y de las condiciones de vida de la mayoría de los argentinos, pero mantiene un considerable apoyo popular, como el desquicio parcial del sistema político cuya legitimidad formal no puede ser cuestionada hablan de una situación de crisis de la sociedad argentina que —entre otras cosas— no es seguro que haya dado por definitivamente resueltos ciertos debates, como muchos pensábamos. 

Hay que reconocer que la hondura de tales contradicciones trasladada al drama cotidiano está generando comentarios e incluso discusiones en farmacias, verdulerías y cafetines. En cambio, otras cuestiones de la misma importancia social, política y económica no están bajo la atención popular, tal el caso de la IA y aledaños: no debe sorprender, se trata de los llamados “intangibles”. 

 

 

Un mundo algorítmico

Se sabe que escenarios sociales y políticos como el someramente descripto tienen relación con lo que se conoce como la cuarta etapa de la Revolución Industrial, caracterizada por avances tecnológicos en distintos campos, como la robótica, inteligencia artificial, nanotecnología, computación cuántica, etc., que se aceleraron a partir de la segunda década del siglo en curso. Con razón se atribuye a las empresas conocidas como big tech —las tecnológicas más grandes o gigantes tecnológicos que controlan las principales redes sociales, entre otros sistemas— y fintech —que ofrecen servicios financieros a través de la tecnología informática— una incidencia determinante en las relaciones humanas en general, por lo que se las considera importantes (des)ordenadoras de las relaciones entre el capital y el trabajo y entre los grandes capitales y los Estados.

En lo que sigue trataré de aproximarme a la lógica de acumulación de las big tech y fintech y su incidencia social; en otras palabras, a cómo se han modificado las relaciones de poder social y político. En esta línea se verá que el enamoramiento ciego del Presidente por la IA y su impúdica relación como subalterno de Elon Musk, mientras ataca al CONICET y destruye los organismos de control estatal en un país donde es muy poco lo que puede esperarse del Poder Judicial, configuran un conjunto de factores con alto potencial gravoso para los intereses nacionales. 

 

 

Depredar y acumular

Economistas de distintas tendencias rechazan la tesis que sostiene que la información estaría en vías de convertirse en un modo de producción de valor: el heterodoxo Duncan Foley, por ejemplo, afirma que esta perspectiva es un “espejismo”, que los efectos de rendimiento creciente pueden dar lugar a la ilusión de que la producción de mercancías fundada en la información y el conocimiento puede crear valor sin ningún insumo fuera de la creatividad y el ingenio humano. Pero los creadores de conocimientos e información son seres humanos que tienen necesidad de comer, vestirse, tener un lugar para dormir, etc. En coincidencia, el marxista Cédric Durand afirma que la economía política de lo digital depende principalmente de la problemática de la renta, afirmación que es compartida por su colega neoliberal Jean Tirole, quien evoca un “maná digital” por analogía con el “maná petrolífero”, pero sin explicar su origen. Dicho sea de paso, la noción de renta en economía es un clásico en diferentes tradiciones.

Si se tiene en cuenta que la explotación del trabajo sigue desempeñando un rol central en la formación de una masa global de plusvalor, la especificidad actual reside en mecanismos de captura que permiten a estos grandes capitales alimentar sus ganancias por deducción de esa masa global, al mismo tiempo que se oculta su implicancia directa en la explotación mientras se desconectan de los procesos productivos: he aquí su carácter rentístico. Hay que recordar que la dinámica del capitalismo tiene por motor un imperativo de inversión ligado a la competencia en el mercado. Sin embargo, el auge de los intangibles choca con esa lógica clásica: los activos digitales y sus usuarios son inseparables, están unidos por una especie de soldadura virtual. Esta trabazón rompe la dinámica competitiva y ofrece a quienes controlan los intangibles una capacidad extraordinaria para apropiarse del valor sin comprometerse con la producción: es una relación de captura. De aquí que analistas del fenómeno consideren que la inversión no está orientada al desarrollo de las fuerzas productivas, sino al de las “fuerzas de depredación”. 

 

 

La dependencia

No es necesario ser un especialista para notar que las personas y las organizaciones aceptan deshacerse de sus datos a cambio de los efectos útiles que les suministran los algoritmos; es así como se forman redes en las que los fenómenos de intrusión y de desempeño algorítmico crecientes se retroalimentan recíprocamente. Es lo que en la jerga de Silicon Valley se llama “híperescala”. La red de usuarios interdependientes es clave: lo que constituye la potencia —y poder— de Google no es tanto la forma de utilización de los algoritmos como la coordinación entre servicios —Gmail, Google Maps, YouTube, Meet, etc.— y las complementariedades entre usuarios, lo que genera una gran rapidez de expansión, comparable a la de un virus biológico. 

La consecuencia de esta dinámica es que, al mismo tiempo que los servicios mejoran, se va fortaleciendo el vínculo de cada persona y cada organización con el universo controlado por la empresa; y viceversa, porque, a cambio del involucramiento creciente de cada uno, aumenta el rendimiento de los servicios digitales. Así, los servicios que nos venden estas empresas consisten esencialmente en convertir nuestra potencia colectiva en información adaptada y pertinente para cada uno y, de esa manera, en atar nuestra existencia a sus servicios. Lo mismo podría expresarse en estos términos: los grandes capitalistas de la actualidad valorizan los nudos que distribuyen la información, aumentando la calidad de esa información.     

Lo impactante de esta lógica es la rapidez con la que se aleja del principio de horizontalidad en el intercambio mercantil, supuesto teórico que debería regir entre agentes libres para cerrar una transacción. La repentina invasión de las aplicaciones es una manifestación contundente de la fortaleza del lazo que anuda las relaciones entre las existencias de los humanos y los ciberterritorios. La base de las relaciones de producción digital está dada por la dependencia de hombres, mujeres, jóvenes, adultos y organizaciones frente a estructuras que ejercen un control monopólico sobre datos y algoritmos. Cuando digo organizaciones, incluyo a los Estados.

Es cierto que para los usuarios la coerción no es absoluta. Uno siempre puede vivir al margen de los big data; claro, al costo más o menos acentuado de la marginación social. Algunos autores encuentran en esta situación cierta similitud con la de los campesinos medievales, que para liberarse de su servidumbre debían enfrentar los peligros de la fuga fuera del feudo e intentar una existencia aislada en un alodio, un terreno que perteneciera sólo a ellos en las fronteras del mundo conocido.

Para los productores, en cambio, la coerción es mayor: toda empresa o trabajador de plataforma se inscribe en un entorno digital que necesariamente recibe una parte de los datos surgidos de su actividad y que, a cambio, la sostiene. Por supuesto, queda la posibilidad de cambiar de “gleba”, pero los efectos de red y de aprendizaje son tales que, incluso cuando existe alguna alternativa —algo que no siempre ocurre— y si le fuera posible recuperar sus datos —lo que es todavía menos frecuente—, los elevados costos de transición constituyen una situación de encierro que disminuye fuertemente toda posibilidad de salida.

 

 

La cuestión política y económica

Aunque desde un punto de vista individual cualquiera podría decir “así como funciona, esto me resuelve muchos problemas”, estamos ante dispositivos que traen consecuencias políticas y económicas que conviene conocer.    

La situación de dependencia de los sujetos subalternos frente a la “gleba digital” es clave porque establece una dominación que implica una extraordinaria capacidad de los actores dominantes para captar el excedente económico y manipular cerebros. El modelo teórico que corresponde a esta configuración en la que dependencia y control del excedente van de la mano es el de la depredación; que explica la dinámica económica, el régimen de conflictividad social que caracteriza las relaciones de producción digital y las actitudes y decisiones políticas de personajes como Trump y Milei respecto de estos asuntos. 

En efecto, las expresiones de subordinación de Milei a Elon Musk y a otros actores del ramo, como Mark Zuckerberg —Facebook, Instagram, WhatsApp—, vinculadas a recursos estratégicos como el litio o digitales como los servicios de internet satelital, que desreguló con el DNU 70/2023  pensando —según sus palabras— en la empresa Starlink del sudafricano y en la IA, cuya introducción en el manejo del Estado anunció con bombos y platillos —Musk es propietario de xAI—, tienen por antecedente la reciente autorización del Presidente Trump a Musk para que accediera a información estatal sensible: el fiscal general del Estado de Nueva Jersey, Matthew Platkin, dijo el viernes 7 de febrero que Trump “ha permitido que un multimillonario que no fue elegido popularmente se infiltre en agencias federales clave y en sistemas que almacenan números de seguridad social, información bancaria y otros datos extremadamente sensibles para millones de personas”. Los fiscales generales de 19 Estados presentaron el asunto ante la Corte, cuestionando la decisión de Trump y del nuevo secretario del Tesoro, Scott Bessent.   

 

 

Por su parte, el juez federal del Distrito Sur de Nueva York, Paul A. Engelmayer, prohibió el acceso a los sistemas de pago y otros datos del Tesoro estadounidense a “todos los cargos políticos”, a “todos los agentes especiales del gobierno” y a “todos los empleados del gobierno asignados a un organismo externo” al  departamento financiero.   

Asimismo, una evaluación interna del Tesoro calificó el acceso del equipo del DOGE (Departamento de Eficiencia Gubernamental, por sus siglas en inglés) a los sistemas de pago federales como “la mayor amenaza interna a la que jamás se ha enfrentado la Oficina del Servicio Fiscal” (BFS, por sus siglas en inglés).

Tal vez por eso, han protestado los demócratas de la Comisión de Inteligencia del Senado: según los senadores, Musk y su equipo han obtenido acceso a sistemas informáticos que contienen información médica y financiera sobre millones de estadounidenses que podría ser delicada, así como información sobre nóminas federales, documentos secretos, información de socios de inteligencia extranjeros y las identidades de agentes encubiertos y fuentes de inteligencia. 

 

 

En defensa propia

La tarea urgente de los bloques de Unión por la Patria en el Congreso es impedir que Milei continúe con la entrega de llaves claves del Estado, en este caso a los Musk que están al acecho; desafío que debería estar por encima de cuestiones coyunturales, sean de orden nacional o provincial: no es casual que los Estados Unidos y el Reino Unido se hayan negado a firmar la declaración final que produjo el martes pasado una cumbre reunida en París, que promueve un desarrollo “ético” e “inclusivo” de la inteligencia artificial.  

La IA no es un sector más, es una tecnología de aplicación general que dará forma a todos los sectores de la economía. Eso significa que podría generar enormes beneficios o causar graves daños. Como suele ocurrir, analistas desprevenidos —o no— hablan de la IA como si se tratara de una tecnología neutra: subestiman su formidable poder económico y, por lo tanto, político —o no—. 

A los efectos preventivos el problema no consiste tanto en discutir si se regula o no la IA, sino en cómo configurar los mercados para la innovación de la IA; sería más efectivo actuar antes que regular o gravar después al sector: hay iniciativas en gestación, como la creación de un sistema de innovación descentralizado que sirva al conjunto social. La economista Mariana Mazzucato ha destacado que muchas tecnologías que utilizamos a diario surgieron como resultado de inversiones públicas: “¿Qué sería de Google sin la Internet financiada por DARPA (MdC., Defense Advanced Research Projects Agency: Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa de Estados Unidos)?, ¿qué sería de Uber sin el GPS financiado por la Marina estadounidense?, ¿qué sería de Apple sin la tecnología de pantalla táctil financiada por la CIA?”, etc. 

Pero resulta que los empresarios que se han beneficiado con estas inversiones públicas —además, en la mayoría de los casos evadiendo impuestos— utilizan ahora su poder político/económico no sólo para hacerse de talentos de las mismas instituciones públicas que hicieron posible su existencia y crecimiento, sino para desfinanciarlas. El mejor exponente de este parasitismo es Elon Musk, quien, al frente del ya mencionado DOGE, aboga por recortar los programas de financiación estatal que le permitieron a su fábrica de autos eléctricos Tesla beneficiarse con 4.900 millones de dólares en subvenciones públicas. Marcos Galperín, sos un poroto; volvé de Uruguay, te perdonamos.

La IA puede favorecer nuestras vidas de muchas maneras, desde una mejor producción de alimentos hasta mejores mecanismos de defensa frente a catástrofes naturales. Pero si no se aborda la naturaleza extractiva que hoy sustenta el desarrollo de modelos de IA y continúa la destrucción de las capacidades del sector público, la IA incrementará la dependencia nacional y las desigualdades sociales; riesgo que, como se deduce, es directamente proporcional a los avances por excluir de la escena política a CFK. 

 

 

 

 

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