La escena musical en cuarentena
Desigualdades, precarización y difícil acceso a la reconversión digital en los espacios independientes.
La semana pasada el Quilmes Rock hizo su festival por streaming de YouTube y cada músicx tocó desde su casa. Cultura de Nación puso en marcha la realización de piezas audiovisuales para sus redes sociales con músicxs de todo el país interpretando sus canciones, y contrató a artistas para que hicieran recitales desde sus canales de YouTube. El Club Atlético Fernández Fierro lanzó un ciclo pago de conciertos digitales vía una plataforma donde se pudo depositar un abono solidario. Estas son algunas de las estrategias que planteó la industria de la música desde que todas las actividades se paralizaron. Sin embargo, las trabajadoras de la cultura, en especial de la música, quedan vulnerables en una cadena de precarización industrial. Si los efectos de la crisis también tienen un sesgo de género, la parálisis laboral por la pandemia mostró la frágil situación (económica, no de lucha y fuerza) del circuito de las músicas, los espacios amigxs, y la cadena de trabajadoras autónomas de la música.
“La desazón es compartida por todo el sector cultural”, dice Lisa Kerner, agitadora cultural y fundadora de Casa Brandon, un espacio valioso e ineludible para las artes y lxs artistas LGBTIQ+. El aislamiento social y preventivo por la pandemia del coronavirus obligó a que todos los centros culturales y clubes de música cierren sus puertas, y a que lxs músicxs no puedan hacer más shows en vivo. A partir de ahí, toda una cadena de trabajo quedó interrumpida y a la deriva, por el carácter autónomo, autogestivo y precarizado del circuito musical.
Los eslabones que se van agregando a la cadena son productorxs, managers, agentes de prensa, stages, técnicxs de las luces y del sonido, salas de ensayo, transportes, aquellxs que atienden la puerta y cortan el ticket, lxs seguridad, maquilladorxs, vestuaristas, fotógrafxs, entre otrxs, que vieron interrumpidos sus ingresos.
De un momento para el otro, #QuedateEnCasa fue un bombardeo de información y propuestas que parece no tener fin, ni producir plata, ni sentido al corto plazo.
La guitarrista, compositora y productora Lucy Patané estuvo activa en las redes durante el aislamiento, pero lo usó como espacio de debate y vinculación con sus colegas. “Estoy en constante comunicación con las músicas que tocan en mi banda, con mi manager, con mis amigas compañeras músicas, y estamos debatiendo cuáles son las herramientas que hay, cuáles son las que podríamos probar aplicar, cómo es que reacciona el público ante estas nuevas alternativas y qué de eso me dan ganas a mí”. A ella, particularmente, los vivos de Instagram no le gustan porque se escucha mal y la imagen se corta o no tiene buena calidad. “Me pregunto por qué los estamos haciendo, ¿por miedo a desaparecer? Todo va muy rápido, además veo chats de conversaciones que tuvimos en marzo y ya es muy distinto a lo que estamos hablando hoy. Pasa muy rápido y todo es nuevo a la vez”.
Las shows en vivo eran su principal fuente de ingresos, porque ella no da clases, pero usó este tiempo de aislamiento para avanzar en proyectos pendientes, o que normalmente le destinaría otro tiempo, como el de la producción de música para una película de ficción y un documental.
Otra que aprovechó el momento es Miss Bolivia, que ya tenía previsto parar dos meses para preproducir su próximo disco, el sucesor a su exitoso Pantera. Sin embargo, el golpe del parate lo siente en su estructura, que es grande. “Mi mayor ingreso proviene de la música y de las presentaciones en vivo”, dice consultada por LATFEM. El temprano y abrupto cese de las actividades culturales y el pronóstico incierto de reactivación para los espectáculos en vivo con público son un desaliento muy grande, “hay toda una cadena de trabajo y muchxs trabajadorxs de esta cadena que quedan sin recursos. La economía de toda la industria, comercial e independiente, se ve afectada, y creo que va a ser necesario pensar en nuevos formatos y productos culturales que puedan de algún modo reactivar el sector y la circulación en la música”.
El impacto se siente, sobre todo, en lxs profesionales autónomos que trabajan brindando servicios a lxs músicxs. Erica Santos, una agente de prensa de larga trayectoria, dice que lo que propone el Covid-19 “es un gran sinceramiento de las caducas formas de producción y la posibilidad de repensar qué industria cultural queremos ser en el futuro cercano”. La parálisis en el sector es total, porque al no haber shows no hay noticia, por “la imposibilidad de generar material nuevo y de calidad que amerite salir a difundir, ya que no todos lxs artistas tienen los recursos en sus propias casas para hacer obra”, y porque el oficio de agente de prensa cambió en los últimos años, enfocado ahora en la producción de contenido digital, “pero no todxs lxs artistas entienden el mundo de las pantallas donde vivimos”. El sector, que se compone en su amplísima mayoría de profesionales mujeres y feminidades, se empezó a organizar en una flamante Asociación de Agentes de Prensa.
Los espacios en pausa
Las salas de música y los espacios culturales están atravesando un momento crítico: sin poder abrir, sin recibir ingresos, quieren sostener no sólo a sus trabajadores, también deben afrontar el pago de sus alquileres y servicios.
El Bar de Kowalski en Almagro dice que los dos sectores que más resienten este parate son el cultural y el gastronómico, y ellxs son parte de ambos. Cuando se dispuso la cuarentena obligatoria se repartieron la mercadería entre todxs, armaron redes de contención y crearon estrategias para seguir adelante. Coni, Sandra y Agustina, quienes llevan adelante el espacio, están craneando una reconversión de sus contenidos culturales a través de lo digital, “pero entendiendo que no podemos apuntar a los mismos contenidos, ni horarios de transmisión, ni esperar que el público sea el mismo: todo cambió. No sabemos si esto será un nuevo cambio de paradigma, pero lo que sí sabemos es que están cambiando las costumbres de las personas. Ante eso estamos aprendiendo cómo relacionarnos con la tecnología nuevamente y cómo y qué comunicar. La sobrecomunicación a veces empeora las cosas y causa ansiedad”.
En el barrio de San Telmo, el hermoso teatro del Espacio Xirgu Untref está cerrado desde hace 50 días. Las butacas sin público y el escenario sin artistas. Eve Vega, su programadora artística, dice que la situación es menos grave para el staff porque sus contratos son a través de la Universidad Nacional Tres de Febrero, pero el problema son aquellxs técnicxs que facturan por hora y jornada trabajada. El teatro es reconocido por ser uno de los pocos en contar con un equipo técnico de mujeres. “La proyección es muy difícil, la situación es muy dinámica, la situación va cambiando semana a semana y nuestros pensamientos también. Ahora por lo menos sabemos que hasta julio no vamos a poder ir al Xirgu a trabajar, tal vez en agosto se pueda empezar a hacer contenido sin público, y ojalá los últimos meses del año podamos hacer algo, por lo menos, a un 50% de la capacidad de la sala”, dice en sus planes más ideales.
Lo que el Xirgu está ideando es contenido propio para sus redes, y alojar a quienes quieran producir en ese espacio, aún sin saber cómo monetizar esas producciones. “Por otro lado me interesa hacer unos laboratorios para el 2021, tomando como referencia el que iba a comenzar de Silvio Lang, para que músicas y artistas electrónicas tengan este espacio y nuestro acompañamiento técnico para ensayar y estrenar obra acá”.
Lo que más necesitan los espacios culturales es obtener la autorización para volver a los lugares, así pueden aprovechar el tiempo en hacer mantenimiento y arreglos que estaban postergados por el trajín cotidiano. En una segunda instancia, todxs piden ser habilitados para hacer producciones online con pocas trabajadoras y así poder hacer shows desde las salas y streamearlas, con entradas virtuales pagas.
Esa precarización hace difícil sostener los espacios cuando no hay resto para afrontar estas eventualidades. “Además, no tenemos una dinámica comercial. No pensamos la producción cultural como un bien de lucro sino más bien como un fin social, entonces somos espacios muy vulnerables”.
La respuesta de los Estados
Ante la pandemia, las carteras de Cultura estuvieron trabajando en articular beneficios para el área. En las últimas semanas salieron varios fondos como Puntos de Cultura, el Fondo Desarrollar, ambos del Ministerio nacional, la Beca Sostener Cultura del Fondo Nacional de las Artes, la Convocatoria de Fomento Solidario 2020 del INAMU, el Fondo Metropolitano del Gobierno de la Ciudad, entre otros.
Entre Nación, Provincia de Buenos Aires y Ciudad de Buenos Aires, entre otras provincias del país, se está trabajando en la recepción de propuestas y se prevé, según LATFEM pudo averiguar, que pronto se llegue a la confección de protocolos para que cada distrito vuelva a su actividad. No hay un único criterio, porque se implementará de acuerdo a las especificidades de cada lugar, pero se discute con los actores de la cultural.
Según varias fuentes, MECA, que es una organización que nuclea a centros culturales de la Ciudad, está por presentar una propuesta, así como ya lo hizo CLUMVI, la cámara de clubes de música en vivo, o como las recomendaciones que está circulando AADET, la asociación de teatros comerciales de la avenida Corrientes. También ACMMA, que es la asociación de managers, está trabajando en la creación de una propuesta.
Por su parte, la provincia de Buenos Aires hizo una feria virtual de música independiente llamada FINDE edición Música desde el 14 al 17 de mayo, con charlas, conferencias, capacitaciones, entrevistas y vivos musicales, a través de www.finde.gba.gob.ar
Las acciones parecen pocas cuando lxs trabajadorxs, sobre todo las mujeres, lesbianas, trans, no bonaries e intersexuales de la cultura están en una situación tan crítica, sin recibir ingresos hace dos meses y con la certidumbre de que las actividades con público serán las últimas que se permitirán.
Spotify y las plataformas
Al frenarse toda actividad, lo que quedó en evidencia es lo poco que cobran lxs artistas por la reproducción de su trabajo online. Lucy Patané comenzó un debate en su Facebook por los centavos que recaudó por ese ítem, que es el medio por el más se consume (escucha) la mayor cantidad de música.
“Deja en claro que la música no es una industria todavía, hay una resistencia a profesionalizarse, y queda al descubierto la poca información que hay respecto a estos ingresos por streaming. Es una zona gris, nadie sabe quién regula esto”, le dijo a LATFEM.
A grandes rasgos, Spotify sólo le paga a “sus proveedores” con lo que recibe de sus usuarios Premium, que son la amplia minoría y publicidad. La cadena también es grande acá: por un lado le paga a los compositores de la música y letristas a través de las sociedades de derechos de autores y compositores, es decir SADAIC, que también retiene cierto porcentaje. También paga los derechos de grabación, que pueden ser a sellos independientes o discográficas multinacionales que, por supuesto, se quedan con un porcentaje. Además, los artistas y sus sellos cobran mediante un distribuidor digital encargado de subirlo a Spotify, quien, por supuesto, se queda también con un porcentaje. Lo que le termina llegando a un artista por cada stream es de $ 0,006 por reproducción.
Entonces, después de una larga cadena, lxs artistas cobran lo recaudado en derecho de autor y compositor a través de SADAIC y las regalías de venta por tienda digitales por tiendas digitales que define el monto por escucha con Spotify mediante acuerdos colectivos que firman los organismos recaudadores como LatinAutor.
Andrea Álvarez, la baterista y percusionista de discos importantísimos como Canción Animal de Soda Stereo y compositora de sus propios discos, dice que “no fue necesario una pandemia para saber que los porcentajes de lxs músicxs son bajísimos”. Se queja de que las discusiones en las redes sociales apuntan al trabajo de AADI (derecho de intérprete) y de SADAIC, “pero nadie se involucra en eso. Somos muy pocos lxs músicxs que tratamos de participar”. Lo que ella denuncia en sus intervenciones es que a veces productorxs y las salas de concierto no hacen la declaración de la música que sonó por noche para ahorrarse costos, cuando en realidad eso impacta en lo que cobran lxs músicxs. “Nadie quiere pagar cuando hacés un show, pero después todxs quieren cobrar. Y no son impuestos, son derechos adquiridos”.
Además señala que ni Spotify ni YouTube son lugares horizontales, donde se distribuye la música de manera ecuánime entre lxs artistas. “Como hacían antes las disquerías, que ponían los discos en determinados lugares para que se vean más, se destaquen, es lo mismo en las plataformas”.
Sin embargo, hay algunas que tienen un ratio más beneficioso para lxs artistas, como son Napster, Tidal y Apple Music, aunque no son tan conocidas y populares porque no tienen un desarrollo de las tiendas en el país. Bandcamp, por ejemplo, destina el 85% de lo recaudado a lxs artistas y en varios momentos de la cuarentena hizo jornadas donde todo lo que se recaudó —por depósito, no por reproducción— fue a lxs artistas.
La RIIA, que es la asociación de discográficas de Estados Unidos, dijo que en 2019 el consumo de música por streaming creció como nunca, y que representa el 80% de la recaudación de la industria musical. Esto incluye Spotify, YouTube y todas las otras plataformas de reproducción.
“Hay que informarse y hay que entender que esos lugares dentro de CAPIF (productores fonográficos), SADAIC y AADI hay que ocuparlos. Supongo que el paso a seguir es exigir un mejor convenio para mejorar lo que pagan las plataformas”, concluye Lucy.
El viernes 15 de mayo, como respuesta —un poco tardía— a los festivales que ya se hicieron, SADAIC lanzó nuevas tarifas de recaudación para autores y compositores en la transmisión de recitales, conciertos, festivales o similares en el entorno digital. El mismo porcentaje (12%) que cobra de los boliches cuando pasan una canción, de la radio, cuando suena en la tele, ahora lo cobrará de quien organice un streaming. Si está organizado por una marca o institución, las cifras a abonar son de $250.000. Si bien lo que recaude SADAIC es un derecho de lxs autores y compositores, en situación de pandemia y parálisis laboral puede perjudicar seriamente a los centros culturales, lxs artistas independientes y autogestivos que están intentando tener algún ingreso a través de los contenidos digitales. Todavía falta que se abra el debate acerca de la regulación del entorno digital, para crear estrategias que tengan como objetivo aumentar los porcentajes de cobro por stream a Spotify o YouTube, los dos peces gordos de la reproducción digital.
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Foto: Sol Avena
Nota publicada en LatFem.org--------------------------------
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