La epopeya
La erradicación de la extrema pobreza en la Argentina es posible
El fallecido ex miembro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Carlos Fayt, repetía una y otra vez que “los hechos son sagrados, las opiniones son libres”. Desconozco si efectivamente él era el autor de esa frase o si la tomó prestada, pero no tengo dudas de que encierra una verdad incontrastable: se puede opinar lo que cada uno quiera sobre un hecho, pero eso no cambiará las cuestiones objetivas inherentes a él. Algo similar ocurre cuando opinamos en base a prejuicios y sin conocimiento real de los hechos. El diccionario de la Real Academia Española define al prejuicio como la “opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”.
Esta situación adquiere especial relevancia cuando se trata de temas políticos y sociales. Por lo general, por prejuicios ideológicos, en esos casos nos privamos de analizar, valorar y eventualmente poner en práctica experiencias que podrían ayudar a mejorar la vida de millones de personas.
Toda mi generación creció y se formó rodeada de prejuicios, creados al amparo de una feroz publicidad acerca del fantasma del comunismo. La variante china no fue la excepción. Para mi generación, “los chinos” eran algo así como pequeños autómatas que hacían y deshacían, según lo determinara el poder de un malvado buró político. Pasaron los años y aquellos vilipendiados chinos transformaron un país de más de 1.400 millones de habitantes hasta darse el lujo de declararlo libre de pobreza extrema, con la cual convivían alrededor de mil millones de personas.
China es hoy una potencia económica, política, social y cultural, mientras América Latina sigue siendo el continente más desigual de la tierra, con más del 50% de su población en estado de pobreza extrema. Nuestro país, si bien con algunos números un poco mejores que muchos otros de la región, no escapa a esa lógica de desigualdad, pobreza y marginalidad. Una situación paupérrima que convive con fortunas descomunales, llenas de groseras prerrogativas impositivas y con una brutal maquinaria mediática y propagandística que no cesa en defender esos privilegios.
En mi obsesión por analizar alternativas que ayuden a combatir la pobreza, me topé con el documento “Servir al pueblo: la erradicación de la extrema pobreza en China”, publicado por el Instituto Tricontinental de Investigación Social en julio de 2021. En dos notas previas de El Cohete a la Luna, sucintamente describí la idea y la metodología aplicada en China para erradicar la pobreza extrema. Asimismo, descubrí que hay algunas diferencias, pero también líneas en común entre lo que sucede con la pobreza en nuestro país y lo ocurrido en China:
- La primera diferencia es que la pobreza estructural en nuestro país es centralmente urbana, mientras que en China era de origen rural.
- Nuestro país tiene mayormente una misma identidad cultural e idiomática (excepto en algunos pueblos originarios), mientras que en China conviven infinidad de culturas y dialectos diferentes.
- Mientras que nuestro país tiene una muy baja densidad poblacional –16 habitantes por kilómetro cuadrado–, China tiene casi nueve veces más: 140 habitantes por kilómetro cuadrado.
- Nuestro país tiene grandes llanuras con una cadena montañosa lateral, mientras que China tiene una geografía totalmente irregular.
- Pero quizás la mayor diferencia sea que China se basa en lo colectivo, mientras que nuestra sociedad es extremadamente individualista, muchas veces con una exaltación de la “meritocracia”.
A pesar de esas diferencias, existen varias cuestiones que podemos utilizar de esa experiencia:
- La primera de ellas es que repartir dinero entre la población no es perjudicial para la economía. Lejos de ello, impulsa la demanda, mejora la recaudación y potencia la producción de bienes y servicios. Por lo tanto, genera nuevos empleos que mejoran la situación económica y social.
- Repartir dinero entre la población, lejos de generar “vagos”, como pontifican los sectores concentrados de la economía en nuestro país, dignifica al trabajador y lo impulsa a conseguir empleo. Quizás esta sea una de las grandes enseñanzas de China.
- Proveer a la población de los alimentos y de la vestimenta necesaria para evitar necesidades alimentarias y evitar la discriminación por el modo de vestir son herramientas que revalorizan al ser humano.
- Que todos los beneficios estén en armonía con las realidades de cada región y respeten las identidades culturales refuerzan la identidad nacional.
- La planificación de las obras públicas y privadas, el desarrollo de un sistema desconcentrado de salud y el acceso irrestricto a la educación pública deben complementar cualquier esquema de lucha contra la pobreza extrema.
Nuestro país podría beneficiarse y mucho de la experiencia china para combatir la pobreza, claro que hay que desprenderse de los prejuicios a los que hacía referencia al inicio de esta nota. Esto significa que debemos usar lo que es compatible con nuestra identidad social, económica y cultural.
China capacitó a cientos de miles de personas para efectuar un mapa de la pobreza, relevar a cada persona en estado de necesidad y valorar su situación, no sólo en cuanto a sus necesidades básicas, sino también a su situación habitacional y a su relación con la sociedad que lo rodea. Luego, toda la información fue comparada con los datos de los que se disponía y finalmente se supo, a ciencia cierta, cuántos pobres había, dónde se encontraban y cuáles eran sus necesidades. Esta es una idea que fácilmente podría ser aplicada en nuestro país. Para ello tenemos dos herramientas de enorme poder: las municipalidades, con su poder de inmediatez, y alrededor de un millón de beneficiarios de planes sociales.
Las municipalidades son la semilla de la democracia cuasi-directa: es allí donde los ciudadanos confluyen en primera instancia, por lo tanto tienen un conocimiento básico de las necesidades de la comunidad. A su vez, los beneficiarios de planes sociales son quienes más conocen el “campo y sus necesidades”. Por ello, si uniéramos estos y otros recursos, se podría tranquilamente crear un consejo federal de combate contra la pobreza que se encargue de hacer el relevamiento al estilo chino.
Una vez ordenada centralmente la distribución de los recursos a partir del relevamiento inicial realizado, se podría transformar a los beneficiarios de planes sociales en los acompañantes de aquellas personas que lo necesiten, de manera similar al modelo chino. Esto permitiría mantener un diálogo de necesidades entre las personas que lo requieran y el programa.
Hay que inducir al sector privado a realizar sus inversiones en los lugares de asentamiento de la población que demanda trabajo, mejorando la performance logística de las empresas. Además, en lugar de otorgarles privilegios impositivos, se deben realizar las obras públicas necesarias que mejoren la competitividad empresarial.
A esta altura, el lector estará pensando que es un plan demasiado ambicioso y costoso, imposible de ser costeado por un Estado pobre. A este planteo, lo primero que corresponde responder es que China, en peores condiciones que nosotros, lo logró. Pero en nuestro país tendríamos que avanzar en dos cuestiones que siempre creí que son los frenos que nos detienen en la construcción de una sociedad equitativa y solidaria.
La primera es que hay que romper con los privilegios de los poderosos. Desde 1993, cuando se implementó un régimen de disminución de las contribuciones patronales, lejos de haber hecho el menor atisbo de recomponerlas, se ha ido profundizando día a día una política nefasta, que atenta contra la distribución equitativa del ingreso. En ello, año a año, se van 3% del PBI que los empresarios transforman en ganancia y que las grandes empresas fugan. El mejor ejemplo de ello es cuando se aplicó por primera vez la disminución de las contribuciones. El argumento que las justificaba era la mejora en el nivel de empleo que dicha baja conllevaría, sin embargo, el desempleo creció como nunca antes. Pero como si no alcanzara con la disminución de las contribuciones patronales, en nuestro país rige un sistema de privilegios impositivos que alcanza (según cifras del Ministerio de Economía de 2021) al 2,65% del PBI. Es decir, ambos privilegios impositivos alcanzan el 5,65% del PBI, una cifra cercana a los 2 billones de pesos. Por ende, para aplicar y financiar un programa de estas características, los recursos alcanzan con holgura.
La segunda cuestión es que un programa como el aplicado en China, y cualquiera de esas condiciones que se apliquen en el mundo en vías de desarrollo, requieren un gran compromiso de los sectores populares. Es absurdo pretender que los sectores del llamado poder real, principales beneficiarios del status quo, acepten formar parte de esta transformación. Por el contrario, opondrán y oponen de antemano cualquier atisbo de una justa distribución del ingreso. Por ello, es imprescindible lograr la unidad de los sectores populares, una planificación ordenada y una conducción férrea que mantenga el rumbo. En definitiva, se requiere la construcción de una gran epopeya nacional.
Lo invito a pensar en que los sectores del privilegio fueron los más difíciles de batir cuando logramos la independencia, pero se logró. Cuando nacimos como nación, la independencia parecía imposible de alcanzar con una diferencia de hombres y armas en favor del colonizador y el apoyo a la corona por parte de los sectores de poder, pero se logró. A principios del siglo XX, la democracia también parecía imposible de alcanzar, pero la unidad popular lo consiguió y así tuvimos el voto secreto y obligatorio. Cuando Perón y Evita aplicaron las medidas sociales, todos creían que era imposible, sin embargo, aún hoy gozamos de aquellos derechos. Ante cada dictadura militar, la unidad de los sectores populares devolvió a los militares a los cuarteles. Cuando Alfonsín ordenó el Juicio a las Juntas, todos creyeron que estaba loco, pero lo logró. Finalmente, cuando Néstor y Cristina Kirchner pusieron la mira en la ampliación de derechos, pudieron plasmar la transformación social más importante de los últimos tiempos.
Estos son sólo algunos ejemplos de las muchas epopeyas que realizamos los argentinos. La herramienta siempre fue la unidad de los sectores populares, ya que los del poder real siempre estuvieron del otro lado, por lo que no podría esperarse una excepción al respecto. Esta es la oportunidad de demostrarnos, una vez más, que estamos en condiciones de plantearnos la más bella de las epopeyas: construir una sociedad solidaria, con equidad y amor.
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