La prisionera política Milagro Sala es una afrenta de la democracia argentina, igual que los otros presos políticos. Los barrotes que se interponen entre Sala y la libertad tienen como causa haber impulsado y liderado el avance de los de abajo. Es lo que hace en su caso específico muy difícil, sino imposible, digerir que el grueso de la dirigencia con responsabilidades políticas y gubernamentales parezca aceptar su encarcelamiento, como se acepta la humedad o el soplar del viento. ¿Cuál es el mensaje? El de tranquilizar al orden establecido sobre la creciente inequidad que cotiza al alza.
Incluso, que el gobierno argentino haya designado al gobernador jujeño, Gerardo Morales (carcelero de la señora Sala) para recibir nada menos que al premier chino Xi Jinping en el G-20, no puede entenderse de otra forma que no sea la de la intención del oficialismo de que todo el mundo tome nota del firme compromiso con la dinámica represiva de una administración que está pronta a infligirle el daño que haga falta a sus ciudadanos, con tal de evitar el default cuya necesidad generó. Que algún negocio ande colado por ahí es para que la necesidad no desengañe a la virtud.
La tarea formidable que hizo Sala en materia de urbanización y otras acciones como medios para la igualdad (la razón de fondo por la que está bajo arresto), se encuentra documentada en el ensayo “La libertad no es un Milagro”, del director del Cohete, con la colaboración de Alejandra Dandan y Eli Gómez Alcorta. De lo que inoculó como actitud política, a la que ningún barrote finalmente puede interponerse, también se observan un par de interesantes indicios en la postura sostenida por Alejandro Garfagnini en el debate con Fernando Navarro, que el Cohete puso a consideración pública, video mediante, en la edición del 18/11/2018 con el título “Asistencialismo y Política”. Garfagnini asumió la coordinación de la asediada Túpac Amaru, tras el encarcelamiento de Sala. Navarro, junto con Emilio Pérsico, son los referentes del Movimiento Evita, actualmente orbitando en la CTEP.
Garfagnini y Navarro concordaron en algunos puntos y en otros mostraron una marcada disidencia. Ante la insistencia de Garfagnini de que los compañeros necesitan trabajo formal y sindicatos, Navarro le respondió: “De eso olvidate. Esa es otra discusión. Si vos pensás que la economía del mercado, el consumo y el capitalismo van a resolver el problema de millones de desocupados y de trabajadores de la economía popular, estamos en el horno”. Garfagnini inquirió a Navarro sobre los fundamentos de semejante negativa. “Porque no pasa en ninguna parte del mundo. Porque no hay más una economía hegemonizada por la renta industrial. Hay una economía de mercado hegemonizada por la renta financiera”, le contestó Navarro.
Y por esa situación, según Navarro le argumentó a Garfagnini, “vos podes crecer cien años en la Argentina al 10% y vas a tener la misma cantidad de trabajadores informales que si crecieras a un punto o menos dos. Van a estar mucho mejor, van a ser pobres mejores, obvio, pero de los sectores medios y medios altos van a estar a un siglo. Van a vivir en casas bárbaras con asfalto y desagües con los mutantes y la contaminación. Los otros van a vivir allá, 1500 kilómetros arriba, en estaciones espaciales”. A partir de esas premisas, Navarro juzga que “esto se resuelve si vos cambias el paradigma de la distribución de la riqueza, si democratizás la economía, si la nacionalizás, si a la economía popular la ponés en valor. Tenés 30%, 35-40% se habla ahora, de trabajadores informales, muchos son trabajadores en negro o ilegales de la economía de mercado, 10-15% quizás, el resto no; el resto son laburantes que se inventaron el laburo”.
Socialmente satisfactorio
Para desentrañar lo que hay en el fondo del debate es menester considerar el alcance de las relaciones sociales de producción, que son relaciones de derechos sobre el producto social y no existen ni en la sociedad primitiva ni en una sociedad sin clases en general. En términos históricos como conceptuales, son anteriores a todo. En el capitalismo, esto se debe a que el salario es el primer precio que establece la disputa política (los restantes se fijan a partir de ahí). Por otra parte, estas relaciones técnicas del proceso material de producción forman parte integrante de las fuerzas productivas (seres humanos y máquinas). Las relaciones de producción existen en toda sociedad sea esta de clases o no. De manera que no pertenecen a las relaciones sociales de producción.
El prolegómeno conceptual resulta útil para advertir que Navarro confunde la noción de desarrollo con aquella de desarrollo socialmente satisfactorio, que sólo considera factible alcanzar a partir de una transformación de las relaciones sociales de producción sin ninguna referencia a las relaciones de producción. Refugiarse en esa tautología es lo que lo lleva a perder pie en vista de los tercos hechos de la realidad concreta.
Cuando Navarro recrea el guión de la película Elysium protagonizada por Matt Damon, (“[…] van a vivir allá, 1500 kilómetros arriba, en estaciones espaciales”), alude a que el consumo de la elite y la marginación de las mayorías populares en los países poco desarrollados de la actualidad continuará por siempre. Pasa por alto que en las etapas históricas análogas, lo esencial de la actividad económica de los países actualmente desarrollados giraba casi exclusivamente alrededor de las especias, los metales preciosos, los tapices, la ebanistería, etc., lo cual concernía a una ínfima minoría de la población. Eso no impidió el desarrollo capitalista antes y no tiene por qué impedirlo ahora. El sistema perdió pelos, pero no mañas. Las TV sin tubo de 28 pulgadas que ahora andan bien por debajo de los 1.000 dólares, en 1995 salieron al mercado a 15.000. Si deflactamos, la diferencia se agrava. Además, que el mercado interno argentino esté afligido coyunturalmente por el gatomacrismo no debe hacer perder de vista ni su importancia ni su potencial.
El viaje al espacio de Navarro se imbrica con la proyección de que, aunque la Argentina crezca al 10% anual cien años, el panorama va a cambiar poco y nada. Pero más allá del muy desaforado ejemplo numérico con el que quiso estremecer en una discusión que merece antes que nada serenidad, debería tenerse en cuenta que, por definición, a la noción de desarrollo le va adosada una distribución más equitativa de los ingresos. Históricamente, y a largo plazo, los niveles de crecimiento más elevados van acompañados siempre de un amplio proceso de igualación. Esa igualación y la extensión del mercado interno que la acompaña, inducen y alimentan el proceso de crecimiento y desarrollo y permiten ir traspasando umbrales. Garfagnini está en lo cierto: para que eso sea posible se necesitan formalización y sindicatos.
Navarro no se rinde y atribuye la imposibilidad del desarrollo a una supuesta hegemonía de la renta financiera sobre la industrial. Acá cae en la hipótesis de la financiarización, que da para dudar, y en dos apreciaciones tan extendidas como poco felices. Una, que el descomunal aumento de la intensidad y la productividad industrial hace ahora, como hizo antes con el agro, que se necesite cada vez menos trabajo para una producción cada vez mayor (cambios en las relaciones de producción). El conflicto del bienvenido ahorro de trabajo es el de siempre: que ese aumento del producto por menos trabajo se capitalice o no a favor de los trabajadores. Con los robots inundando el cercano porvenir, el conflicto cambia de grado, no de naturaleza. Para que la industrialización sea sinónimo de desarrollo, no puede ser la correspondiente a la de un enclave exportador, como la pretendida por el gatomacrismo en medio de sus acentuadas incongruencias.
En cuanto a la hipótesis de la financiarización, cualquiera sea lo que signifique, en tanto la postulen como causa de la debacle actual y no la relacionen con los problemas de la tasa de ganancia como origen de las crisis que vislumbró Karl Marx, desarrolló teóricamente Arghiri Emmanuel y en la práctica capitalista remedió John M. Keynes, al menos se abre un paréntesis considerable de duda sobre su pertinencia. Eso, junto al obviado efecto del avance de productividad, vacía de contenido el maridaje de la dominante renta financiera sobre la industrial.
De manera que aquellos como Navarro, y no son pocos, que afirman que el subdesarrollo es alguna cosa cualitativamente diferente a un retardo del desarrollo, y niegan la posibilidad de lograr lo segundo por la naturaleza perenne de lo primero, no pueden demostrar fundamentos adecuados para sus tesis. Y cuando Garfagnini señala que la sindicalización de los humildes es un error, pone al descubierto que el desarrollo socialmente satisfactorio propugnado por Navarro implica que objetivamente la transformación de las relaciones sociales de producción perseguidas por el programa político al que adscribe, no es otra cosa que la organización de la pobreza sobre la base de que el orden establecido no puede ser desafiado. Esto es, que el desarrollo no es posible. Mismo criterio para los otros puntos del debate que quedaron en el tintero.
Coincidencias y síntesis
Garfagnini y Navarro coincidieron en que el empleo es central para organizar la vida de la gente. Los términos en que lo plantearon sugieren tener en cuenta lo prevenido por el economista francés Charles Bettelheim, al puntualizar que "desde el punto de vista económico, más puestos de trabajo sólo tienen sentido si significan más producto y un standard de vida más elevado [de lo contrario] es hacer virtud de la ineficacia", por lo que "el principio que, sin duda, debe determinar la elección a tomar entre las diferentes técnicas [...] es el principio de la economía del trabajo".
Si hoy, por efecto del gatomacrismo, la economía del trabajo se traduce en economía en el empleo con efectos negativos para los trabajadores, es una contradicción que constituye un problema aparte del que resuelve que el trabajo organiza la vida de la gente. En otras palabras, eso no quita que la técnica más intensiva en capital siga siendo a largo plazo siempre mejor, puesto que maximiza el excedente disponible para la inversión y por tanto, el producto de mañana. Y menos propender hacia medidas francamente contradictorias y entonces políticamente debilitantes, como las que preconizan la reversión de éxodo rural y al mismo tiempo abogan por las enunciadas técnicas mano de obra intensiva (de cuya existencia nos permitimos dudar) supuestamente creadoras de empleo, sin tomar en cuenta que esa creación de empleo en las urbes es la que estimula el éxodo rural.
En el balance, la economía política de Milagro Sala expresada en el espíritu de los objetivos enunciados por Garfagnini, va en la dirección correcta de los intereses bien entendidos del movimiento nacional, mientras que lo planteado por Navarro carece de fundamentos atendibles y debe ser descartado en pos de la síntesis del frente también electoral, que con buena inteligencia reclamaron ambos. Al fin y al cabo se trata de avanzar en “la búsqueda de agentes subjetivos capaces de estrategias efectivas para desalojar unas estructuras objetivas”, conforme lo estipulado por el pensador inglés Perry Anderson.
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