En la Argentina, desde hace varias décadas, la demanda de trabajo y el empleo no acompañan al crecimiento poblacional; el sistema económico no genera trabajo por sí mismo —más allá de relativas mejoras del empleo por cortos períodos, producto de erráticos impulsos promocionales del Estado— ni siquiera con las diversas y múltiples políticas públicas promocionales implementadas a tal fin (programas de promoción de la oferta laboral, de promoción de la demanda de trabajo, sociales). O sea, la inclusión social esperable de un sistema económico no resulta tal y por ello la cantidad de personas sin trabajo e ingresos para sostener el hogar aumenta casi sin cesar. Mientras el tope de la pirámide social incrementa sus riquezas, la pobreza y la indigencia se profundizan y las necesidades insatisfechas de los hogares más pobres se van acumulando por la falta de trabajo e ingresos. Paralelamente, las expectativas de volver a trabajar de los desocupados disminuyen al observar que los vecinos del barrio permanecen sin conseguir nuevos trabajos. En muchos casos esto se torna sumamente angustiante, ya que imaginan —no sin razones— un futuro negro que les provoca depresiones, recrudecen el alcoholismo y demás adicciones a sustancias tóxicas, la violencia intrafamiliar y barrial, sumado a la desatención de las necesidades de los hijos.
Concomitantemente, la situación comunitaria/barrial registra deterioros de diverso tipo, con necesidades sociales insatisfechas que se suman a las de los hogares, agravando las condiciones de vida, particularmente en épocas de crisis del Estado como la actual. De ahí que sectores de la economía popular desde hace años han ido ensayando con diverso éxito la atención de problemáticas comunitarias básicas en barrios populares, como ser la alimentación en comedores barriales, la salud barrial (con notables avances en la pandemia Covid-19), el cuidado de los niños, la escolaridad, el trabajo informal de manera cooperativa, especialmente con el reciclado de residuos hogareños urbanos.
De esa manera, en función de la realidad del mercado de trabajo en la Argentina y a partir del desarrollo de formas organizativas del sector social como la CTEP (Confederación de Trabajadores de la Economía Popular), la UTEP (Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular) y el Movimiento Evita entre otros, la economía popular y sus trabajadores y trabajadoras se han ido constituyendo en alternativas autónomas y efectivas para encarar las principales problemáticas sociales y ambientales de los barrios populares de los mayores centros urbanos del país. Al respecto, se observa que en períodos en que el Estado apoya y facilita su desarrollo, la economía popular adquiere mayores alcances y efectividad; cuando nada de ello sucede, se debilita aunque sigue existiendo debido a los esfuerzos de los trabajadores, ya que la existencia misma de las personas (y familias) involucradas está en juego en esas actividades [1].
Para dar una idea de la inmensidad que abarca el campo de los cuidados, señalo a título indicativo algunos de ellos, especialmente relacionados con barrios populares bonaerenses:
Requerimientos de cuidados
- Personales/hogareños/familiares (con relación a adultos mayores, niños, minusválidos).
- Comunitarios (comedor, sala para niños, espacio de adultos mayores, salón de usos múltiples, salita de salud, alumbrado público, recolección de residuos, calles peatonales, plazas y demás espacios verdes).
- Barriales (agua potable, cloacas, descontaminación de áreas degradadas, limpieza de cauces, tratamientos por roedores e insectos).
La inmensa mayoría de esos cuidados transcurre como trabajos sin retribución, no remunerados; eventualmente, cuando son personales y realizados por alguien de fuera del propio hogar, recompensados mediante trueque o canje.
Ello se debe a que tradicionalmente han sido tareas realizadas por mujeres, considerados trabajos menores, llevados a cabo por quien “naturalmente” estaba más en el hogar: las mujeres. Y ello sucedía así porque esas actividades no eran reconocidas como trabajo por el mundo de poder masculino. Recientemente, con el advenimiento de los movimientos feministas, se las empieza a reconocer como un trabajo —en lugar de ser consideradas obligaciones de las mujeres de la familia— y se empieza a visibilizar que requieren, para su realización apropiada, de condiciones humanas especiales que no cualquiera tiene, junto al merecido reconocimiento. Y que si no existieran esos trabajos de cuidado, la sociedad (hogares y sus entornos) se resquebrajaría como vemos en la actualidad que sucede con los hogares y ambientes populares, degradados social y ambientalmente hasta límites impensables por falta de atención y descuido de las relaciones humanas y espacios comunes erróneamente considerados de poca importancia, sin nadie que se ocupe de ellos.
En reconocimiento de esta realidad económica y social no exclusiva del país, sino de alcance global, el Foro Económico Mundial (WEF) integrado por los dueños de los principales grupos económicos del planeta señala que nunca se ha concentrado tanto la riqueza al tiempo que se ha incrementado la pobreza. Ante semejante situación, a comienzos de 2024, difundió un informe acerca de la economía de los cuidados, reconociendo que esta es la llave de la prosperidad y el crecimiento de los países e instando a los gobiernos a readecuar sus programas para facilitar el crecimiento y sostenibilidad de la economía de los cuidados. Concluye el informe indicando que, para transformar la actual crisis de los cuidados en una virtuosa oportunidad para cada sociedad, el punto crítico pasa por la construcción de las alianzas fundamentales que lo viabilicen.
Mientras tanto, en la Argentina 2024 estamos en serios problemas al respecto, ya que frente a la difícil situación económica y social, el gobierno actual no ha hecho más que agravarla deliberadamente, dejando a las decenas de millones de personas involucradas a merced de la buena voluntad de las fuerzas del cielo mientras un millón de niños se va a dormir todas las noches con hambre.
[1] Cabe señalar al respecto que la acción estatal activa con relación a aquellas alternativas sociales no requiere necesariamente de aportes monetarios, ya que existen mecanismos como el poder de compra estatal (referido a los requerimientos habituales para el funcionamiento del propio aparato estatal) que pueden favorecer a la economía popular si ese poder de compra es dirigido hacia ella como proveedora de esos bienes y servicios en tiempo y forma.
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