La economía de la crueldad
Siempre hay más para perder
"Cuando se toca fondo
y se mastica el polvo,
te das cuenta, aprendés,
que aún no lo has perdido todo,
que hay más para perder,
que el fondo, en realidad, no tiene fondo
que aún se puede descender
y descender.
Se piensa que ya no se puede estar más solo
y sin embargo, sí se puede…
hay más soledad, te lo aseguro”.
Marisa Wagner, fragmento del poema “Juego de espejos”
en Los montes de la loca, 2020.
La pandemia y el impulso de muerte
La presencia social de la muerte en la pandemia dejó sus secuelas tanto a nivel psico-social como a nivel político. Esto se pudo ver en todo el mundo —Washington 2021, Brasilia 2022 por mencionar sólo dos episodios—, pero hoy se expresa en nuestro horizonte electoral. La muerte y la crueldad cruzan todo el espectro de las opciones electorales en menor o mayor medida. Se intensifica claramente cuando se afirma que hay que “exterminar” o “terminar” con el adversario electoral. Se ofrecen necropolíticas, políticas de la muerte.
Milei parece ser, de forma nítida, un modo de procesar un impulso de muerte después de años en los que la muerte estuvo en el aire y nos amenazó a todos. Quizás por eso los anti-vitalismos seducen, atraen, apelan. La muerte avanza. En libertad.
Más allá de las contradicciones, hay algo de festivo en toda la expresión del malestar gritando, algo de sádico con los otros, pero también de masoquista con uno mismo, de auto-castigo, de auto-laceración con cierto goce, también de falta de control en ese acto, como una ansiedad auto-lesiva, una emoción auto-destructiva. Se quiere participar en la destrucción como un rito colectivo, como una fiesta catártica. Hay años de abandono acumulado, de bronca fermentada que nunca se escuchó, que el sistema político decidió ignorar. Desde lugares recónditos del sistema federal se expresó ese hastío, se sintió el abandono estatal que sin duda empeorará con menos Estado. Sabemos que se puede actuar o votar contra uno mismo de múltiples formas. La opción más extrema no debe hacernos olvidar sus alternativas.
No es exclusivo de nadie y hubo prácticas en todo el espectro político. Fueron años de una práctica social de crueldad sostenida y expansiva. “¿A quién linchamos/cancelamos hoy?” Se hizo de la supresión de los demás un espectáculo atractivo que convierte a cada espectador en un gozante verdugo de una purga participativa. La violación de derechos humanos como proceso inclusivo, participativo, en la que la mentalidad de enjambre no aceptó freno, donde primero se actuaba y luego se examinaba el daño provocado. No tengo pruebas, pero no tengo dudas. En tiempos donde hubo/hay patrullas de corrección política, enjambres de crueldad y acciones demenciales, la muerte es la censura definitiva, la cancelación perfecta, el ostracismo final. El linchamiento ideal del pecador para los puritanos, para los inquisidores bienintencionados.
No es extraño que luego de esos procesos de sugestión colectiva hoy se propongan más necropolíticas. Lo podemos ver con claridad en la propuesta de construir más cárceles que son monumentos a la muerte, al dolor y a esa deshumanización sin freno. El principal disfrute es la promesa de dolor ajeno. Hay un erotismo en la muerte, en la destrucción. ¿Dónde está el erotismo del vivir, dónde está el placer y el goce en la vida, en la amistad, en el encuentro, en construir comunidad, incluso en cumplir con la obligación y en la responsabilidad de proteger lo que se quiere? ¿Dónde está el placer de hacer lo que se debe hacer incluso cuando sea contra viento y marea? ¿Dónde está el placer sano e inclusivo que se vivió en los festejos populares de diciembre del 2022? ¿Quién busca construir políticamente desde algo parecido a ese goce festivo?
La organización del caos y sus usos
Los usos del caos son parecidos a los usos del pánico. El caos se organiza para después sacar provecho con los diversos usos del desgobierno y construir un nuevo orden. Se regala miedo para vender falsa seguridad y en el medio suprimir los derechos que quedan, saquear más recursos, acumular más poder. La crueldad se puede cosechar, el pánico se puede orquestar y la negación ante lo atroz se puede estimular con distracción, con pensamiento mágico y optimismo superficial. Muchos bienintencionadamente y otros con cinismo extremo serán funcionales a ese caos diseñado y organizado.
La imaginación política parece hoy impotente, castrada, sin capacidad de atracción, eclipsada por un sol negro. No se puede boxear la niebla por más espesa que sea. Se necesita apelar a nuevos sentidos y nuevas formas de imaginación política, en definitiva, nuevas acciones.
Los influencers del deterioro cognitivo y de las militancias contraproducentes, de los lugares comunes que son puentes de madera podrida, hacia la mismísima nada, no se llamarán a silencio. Muchos de ellos se sacan selfies mientras cabecean las granadas de humo e indignación buscando status y le hacen juego al troll. La ansiedad por contestar dichos orquestados y pensados para indignar demuestra la sintonía fina y la habilidad para apelar a los reflejos pavlovianos del progresismo de la superioridad moral que dejó de funcionar hace años. Entre libertarios autoritarios y progresismos reaccionarios, las sombras dialogan en la oscuridad.
Tu derecho a indignarte termina donde comienza toda la atención y dimensión política que le estás transfiriendo a quien únicamente quiere suprimirte. Tu corrección política es destrucción política, destrucción de la política. La incapacidad de salir de los guiones establecidos, del chiste que ya no hace ninguna gracia es pasmosa. Tu derecho a indignarte termina donde comienza tu obligación democrática de pensar antes de actuar, de no alimentar el troll que crece con tu reacción condicionada.
Se reacciona dogmáticamente, se actúa con imprudencia ante una estrategia comunicacional que es una trampa funcional. Una vez activada, la fragilidad es total, la ganancia asegurada. Ciertos sectores que hicieron de sus dogmas autorreferencias, los pilares de sus cámaras de ecos, hacen que sus defensas sean más canónicas que la propia iglesia católica. De hecho, la censura y los fuertes incentivos a la autocensura de hoy en día fueron impulsados en cruzadas realizadas de forma tan religiosa, integrista y sectaria que son fuente de envidia por los sectores más rancios de las viejas y nuevas iglesias con intereses políticos. Estas últimas creciendo en el territorio de lo real, en cada calle de barrio, con un trabajo más silencioso, sostenido y subterráneo, esperando pronto ocupar el escenario, transformar toda pantalla en un altar.
Plebiscitar la violencia
Se está por plebiscitar la violencia observada en procesos públicos de crueldad durante estos últimos ocho años. Crueldad cruzada que estuvo creciendo y creciendo, alimentada con demencias por un lado y por otro, en el corazón de la sociedad y un sistema político que pareció olvidar que tiene que ser comunidad de sentido, además de comunidad de negocios. Las guerras culturales hacen que la sociedad se derrote a sí misma, en la híper-fragmentación y en la desconfianza como forma de vida. Hace que la autogestión de los malestares genere acciones dementes que son aprovechadas por las elites para saquear y concentrar más riqueza mientras la sociedad está en pánico auto-destructivo, casi imposible de contener.
Algunos abandonaron las garantías y los derechos humanos bajo una agenda que solo podía traer más violación de derechos humanos y garantías para todos, una guerra cultural que sólo cosechó más traumas distribuidos en la fragmentación social de clase, género, distribución geográfica y etaria. En última instancia, un caos que invita la expansión del Estado punitivo y represivo.
Con el abandono de las garantías constitucionales se logró un milagro diabólico, se conjuró la biblia negra de la negación de los derechos, se construyó a los garantistas de derecha (hoy candidatos de fórmulas provinciales) discutiendo con grupos autoproclamados progresistas que realizaron procesos demenciales de manipulación, miedo y pánico, persecución y castigo abierto negando toda garantía constitucional.
La segmentación hace que para ciertos casos ciertos grupos sean garantistas y para otros sean antigarantistas. Procesos por delitos de función pública, delito juvenil, delitos sexuales, delitos de lesa humanidad tienen garantismos fragmentados, constituciones distintas y hasta opuestas. Eso se ve de un lado y de otro. La Corte y Comodoro Py son híper-garantistas en ciertos casos, en otros no. En todos usan la cronoterapia que es una forma de negación de derechos y garantías. Según la Constitución nacional, las garantías constitucionales no dependen de las personas bajo acusación.
Los constituyentes de la Convención Constitucional de 1853, hermosos oligarcas, conservadores, rancios, varones, blancos, católicos, machirulos, racistas, propietarios —lo digo un poco en chiste y un poco fiel a la historia— fueron en este punto más garantistas, prudentes y razonables —en la letra de la Constitución— que los que dicen luchar contra la corrupción, los que dicen luchar contra la inseguridad, los movimientos de derechos humanos y la vanguardia de reforma social del siglo XXI. Las guerras judiciales como fenómeno global se conectan con las guerras culturales, muchas de ellas, expresadas en procesos judiciales que tienen más de espectáculo circense y distracción manufacturada que de expediente judicial en búsqueda de la verdad. Esos procesos sociales y judiciales son centralmente problemáticos para los derechos humanos, las garantías constitucionales y el debido proceso.
Esos procesos de guerras culturales y judiciales, de organización de patrullas y policías de pensamiento, de censura y autocensura, cancelación, linchamiento y crueldad cruzada se están plebiscitando. Sus efectos son de largo plazo en la cultura política. No se van a contener con las mismas estrategias que multiplicaron las heridas y la división social ante una urna de cartón que procesa un tsunami de broncas, miedos y ansiedades dentro de un sobre de papel.
Expandir la crueldad, concentrar la economía
Mientras se fragmenta a la sociedad, se la distrae con procesos participativos de crueldad, las economías globales se vuelven más feudales y concentradas. La sociedad es invitada a participar en su propio deterioro cognitivo, en procesos que la distraen, que apelan a un narcisismo patológico y adictivo, mientras las corporaciones quieren privatizar todo lo que sea privatizable, desde la intimidad (hoy inexistente) hasta los Estados-Nación también entre la cooptación, la fragmentación tribal de sus espacios y su fragilidad estructural.
Negar es fácil, evitar el pánico es lo difícil. El pánico se usa para justificar la parálisis y no tenemos ni tiempo para eso. No podemos darnos ese lujo.
El peligro es una crisis social y política que lleve a la destrucción lisa y llana del Estado. Salvo en su faz judicial y represiva, abiertamente punitiva y carcelaria. El Estado mínimo es un Estado tan mínimo que no tiene Estado de derecho. Mucho menos garantías constitucionales. Después del derecho, después de la ley, no sabemos qué habrá, pero podemos imaginarlo, entre memoria y perspectiva. En ese escenario, se tomará la represión como espectáculo y alimentará el goce del dolor ajeno. La crueldad que comentamos, que vemos tanto en la calle, en los medios y en las redes sociales, expandirá su potencia en las calles si las protestas emergen, más allá que sea un derecho constitucional ejercido por todas y todos, generando un espiral peligrosísimo que invite a la derecha a un escenario ideal para sus fantasías retro-futuristas. Los militares nuevamente en las calles, impulsados por un gobierno constitucionalmente elegido. Algo que otros gobiernos ya coqueteaban de diversas formas.
Así, con la atención desplazada, el Estado será parcelado y puesto a una nueva liquidación en tiempos donde necesitamos al Estado para evitar diversas catástrofes económicas, sociales y naturales. Esfuerzos generacionales perdidos en un contexto donde necesitamos al Estado como herramienta colectiva para contener la catástrofe ambiental, para controlar daños y salvar vidas.
El federalismo también estará a merced de un proceso de concentración de poder nunca visto, que hará al Estado más unitario, a los gobernadores y los intendentes más débiles, resolviendo problemas sin la asistencia o concurrencia del Estado federal que las propias provincias empezaron a crear hace 200 años. Gobernadores e intendentes son despreciados por la casta financiera, que los ve como meros obstáculos. La elite libertaria ni siquiera es realmente porteña o unitaria, sino es más financiera y eugenésica. Desprecia a las provincias, su preexistencia y actual existencia, su pueblo, historia y cultura, y solamente quiere sus recursos, su tierra, su agua, en un contexto económico en extremo delicado para las propias provincias, sus poblaciones, o sea, para todos los argentinos. Solamente la acción puede evitar la autodestrucción.
Siempre hay más para perder —como decía Marisa Wagner—, pero no todo está perdido. En ese contexto, hay que salir del Estado de negación sin entrar en el Estado de pánico. Profundizar la acción con más acción, evitando entrar en las trampas discursivas y no caer en las arenas movedizas de la indignación reactiva. Hay que reparar lo roto, repararlo todo. Sin descanso.
* Lucas Arrimada es docente de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho.
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