La doctrina del shock
La crisis como oportunidad para el ajuste, según las enseñanzas de Milton Friedman
El gobierno ha propiciado una atmósfera de crisis económica permanente, con la finalidad de eliminar una serie de resistencias lógicas a sus medidas que podrían tener lugar por parte de aquellos que sufren las políticas puestas en marcha.
No hay resquicios para la duda. La reforma previsional, la flexibilización del mercado cambiario, la degradación de los Ministerios de Salud y de Trabajo, la dolarización de las tarifas energéticas, la creciente inflación producto de la feroz devaluación, la recesión o el incremento de la pobreza se transforman en hechos que la opinión pública no cuestiona porque el gobierno y los medios afines los presentan como “la única opción”.
Si se lo piensa un minuto, la explicación a esta hipótesis tiene mucho que ver con el shock o, lo que algunos denominan la “doctrina del shock”: el gobierno la está aplicando hace ya algunos meses con excelentes resultados para lo que es el parámetro que mensura sus efectos. En rigor son pocos los elementos de los que se sirve esta doctrina: miedo, coerción, oportunismo y un set de medidas. Fue ideada en su momento por el economista Milton Friedman, padre del liberalismo, y puesta en práctica por presidentes estadounidenses, dictadores tercermundistas, autócratas rusos, académicos o directores del Fondo Monetario Internacional. También ha sido ampliamente difundida en el libro de Naomi Klein El auge del capitalismo del desastre. ¿En qué consiste?
Se trata de esperar a que se produzca una crisis de primer orden o estado de shock y aprovechar ese momento desde el gobierno para introducir reformas –generalmente de carácter neoliberal– que en otras circunstancias serían rechazadas con mayor empeño por parte de la sociedad. Para ponerlo en otro orden: el gobierno se sirve de la crisis para abordar un tratamiento de choque económico que receta ‘descargas eléctricas’ de manera contínua.
Arriesguemos la hipótesis, entonces: no sólo el Gobierno aprovechó la crisis financiera para introducir cambios dramáticos y profundizar la dirección de la política económica que venía aplicando; sino que, en gran medida, esa crisis fue buscada y agravada en forma intencional para poder hacerlo.
Mutis por el foro
No existió expectativa oficial severa de “estabilizar la nave” económica porque nunca se echó mano de las herramientas que se tenían cerca. En la secuencia para evidenciarlo, basta tomar el primer set de medidas que aceleró la fuga de capitales, el déficit externo y, finalmente, la falta de divisas, el talón de Aquiles de lo que fue utilizado después como idea-fuerza para imponer recortes y ajustes draconianos. Mantener la libre compra de dólares sin ningún límite –el 40 por ciento del total de adquisiciones se realizó por montos superiores a los 50.000 dólares mensuales, un comportamiento reservado para los sectores de ingresos altos en la Argentina– y los portones abiertos de par en par para que esas divisas salgan del país, implican una garantía de desequilibrio e inestabilidad permanente.
Dos de las primeras medidas que tomó Cambiemos al llegar al poder buscaron responder a la demanda de los sectores agroexportadores, que pedían la reducción de los aranceles de exportación de granos, y a los sectores importadores y exportadores que reclamaban el fin de la regulación del mercado de acceso a las divisas.
Desde que se abrió el denominado cepo en diciembre de 2015, el gobierno insistió: el shock de confianza que garantizaba un modelo liberal iba a reducir la demanda de dólares; además la lluvia de inversiones compensaría una mayor devaluación del peso.
La desregulación financiera como incentivo a los capitales especulativos y la desregulación cambiaria, que permite a las grandes fortunas comprar todos los dólares que deseen, terminaron de conformar el fenómeno de la falta de dólares. A eso se sumó la avalancha de importaciones que se come las divisas y profundiza el deterioro de la industria nacional y la carga de intereses de la deuda.
Lejos de recuperar la confianza de los inversores, el combo de medidas de Cambiemos resultó insuficiente para generar un efecto de reactivación en la economía. Esto no fue condición suficiente para que las autoridades cambiaran de plan: la única respuesta consensuada fue sostener las políticas puestas en marcha y financiar los déficits que se generaban asumiendo más deuda, lo que generaba en el tiempo mayor presión para pagar intereses y nuevas tandas de endeudamiento para pagar lo anterior. Hasta que los mercados se cerraron.
La anunciada suba de la tasa de interés de Estados Unidos sumada a la pelea comercial con China propició un cambio en el vector adoptado por el flujo de los capitales internacionales. Rápido de reflejos, el gobierno aprovechó esta circunstancia para acudir al FMI. La crisis financiera de las cuentas externas, es decir la falta de dólares, fue sólo el comienzo. De alguna forma todo fue usufructuado como un caballo de Troya para introducir nuevas y más contundentes reformas en la economía. La llegada del FMI sacudió a la opinión pública y terminó actuando como un dispositivo que evidenciaba que se estaba en una situación terminal: el salvataje del Fondo y un paquete de medidas monetarias y fiscales contractivas, fue la respuesta buscada.
El gobierno amplificó la crisis y nunca buscó menguar sus causas. Lo que vino después es sencillamente el ajuste exorbitante y el repliegue del Estado, que durante buena parte del mandato el gobierno insinuó que debía pero no quería hacer, al señalar el supuesto gradualismo que se veía obligado a cultivar. Parte de ese ajuste se ha materializado en el proyecto de ley de Presupuesto que hoy discuten los legisladores. Pero también, en la escalofriante devaluación de más del 50 por ciento que el Gobierno implementó y en los distintos recortes en el gasto público que implementó bajo la bandera del déficit cero. El último capítulo de esta saga parece ser el nuevo mecanismo de compensación en cuotas retroactivas que presentó el secretario Iguacel esta semana y que si el gobierno no hubiera retractado deberían afrontar los hogares de la Argentina.
Al pie de la letra
Subyace siempre la lógica perversa de la doctrina del shock: con la excusa de responder a la crisis, se impone más crisis para crear una modificación permanente a través de recortes drásticos en derechos y servicios sociales. En las palabras del propio Friedman: “Solo una crisis —real o percibida— da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que flotan en el ambiente. Creo que ésa ha de ser nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable”.
Es cierto que podría pensarse que la única salida que imaginó el gobierno para contener las presiones devaluatorias es la recesión. Si se lo piensa con lógica cambiemita, mientras más pronunciada sea la caída de la actividad económica, menor demanda de dólares generará la economía y más posibilidades habrá de cerrar el desequilibrio del sector externo que puso en jaque el experimento de Cambiemos.
Sin embargo, lo que aparece como la sumatoria de sacrificios inevitables, la devaluación y la creciente inflación, la destrucción de empresas, empleos y el deterioro en la calidad de vida de millones de personas, son consecuencia de la doctrina y del shock, antes que de una azarosa combinación o de factores externos. El costo de asumir el vector ideológico de Cambiemos se ve también en el ecosistema generado de ajuste, recesión, desempleo, pobreza, pérdida de soberanía económica y capacidad de repago de los compromisos asumidos.
El gobierno siempre señaló que llegaba para impulsar la vaga consigna de “cambiar la cultura de los argentinos”, es decir “la batalla cultural”, en especial en su vínculo con el Estado. Hoy parece haberse cristalizado esta militancia gracias al encorsetamiento que impuso la crisis y después la llegada del FMI, pero que fue utilizado por el gobierno para profundizar su política.
Esta estrategia depende en buena medida de los grados de tolerancia social al ajuste. Se corrobora que desde el inicio de la gestión del Presidente Macri a la fecha, la política económica carece de un horizonte para el desarrollo nacional, no ofrece soluciones a problemas estructurales ya declarados como la insuficiencia relativa de divisas, la inflación o las debilidades de la producción industrial golpeada por la caída del consumo. Con nueva deuda por más de 100.000 millones de dólares en dos años, préstamos del FMI que superan los 50.000 millones de dólares y tasas de interés a niveles récord para captar capitales especulativos o para evitar que los pesos emitidos se dirijan al dólar, las miradas se dirigen todas a los interrogantes que quedan por responder. Esto es, qué pasará cuando los dólares de la nueva deuda con el Fondo Monetario se consuman por la fuga de capitales o qué desenlace tendrá la bicicleta del carry trade cuando finalmente se detenga.
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