La derrota del principio precautorio
Hacia un balance 2020 del COVID
El nivel sanitario
En este 2020 se enfrentaron distintas alternativas para lidiar con una pandemia generada por un virus desconocido:
- La opción por el “principio de precaución” que recomendaba, ante la falta de conocimiento con respecto a las características del virus, su letalidad o sus secuelas, apostar a la “supresión” del mismo por la vía de cuarentenas estrictas y sistemas de trazabilidad que permitieran el manejo de los nuevos focos,
- La opción por el “contagio controlado” que buscaba que la circulación del virus fuera más lenta para permitir fortalecer el sistema de salud y graduar su uso, impidiendo de este modo las muertes adicionales que podría producir su colapso (sintetizada en la expresión “aplanar la curva”) y
- La opción por la “inmunidad de rebaño”, que minimizaba cualquier medida de control de la circulación del virus con la expectativa de crear cuanto antes una “inmunidad natural”. Esto tuvo expresiones muy distintas desde intentos por cuidar a la población más vulnerable (como en la experiencia sueca, bastante fallida) hasta negacionismos que plantearon la inexistencia o exageración de la presencia del virus como Brasil o Estados Unidos.
Entre los argumentos que se oponían al principio precautorio se encuentran formas de negación o relativización (el virus no existe, su letalidad es ínfima, muere más gente en el mundo anualmente de gripe o de accidentes de tránsito que de COVID, se trata de un pánico artificial que busca controlar nuestras vidas) pero también reflexiones de carácter epidemiológico que se mostraron erradas (que la inmunidad se construía con el 10 o 15% de contagios, que era posible aislar a la población más vulnerable, que autorizar las reuniones públicas desalentaría las reuniones clandestinas, entre otras).
Al cabo de un año, los resultados ratifican lo que se había aprendido en otras pandemias, muy en especial en la gripe española de hace un siglo. Aquellas sociedades que optaron por el principio precautorio salvaron vidas y tuvieron un mejor desempeño económico en términos relativos, ya que la supresión del virus permite la recuperación de la actividad en tanto que la persistencia del mismo genera costos de todo tipo e impactos mayores en la economía que las semanas de cierre.
Como era imaginable esperar, algunos de los peores pronósticos no se cumplieron y otros sí, a saber: la letalidad del virus no fue tan alta pero sí resultó muy superior a la de la gripe (en el orden del 0,1% de muertes anuales sobre el total de la población en países que permitieron la circulación masiva como EEUU, Brasil, México, Argentina, Italia, Reino Unido, etc.). Dicha letalidad se encuentra focalizada especialmente en algunos grupos (personas mayores de 60 años o con problemas cardíacos o respiratorios, entre otros). La inmunidad natural no se construye con números bajos sino que requiere de un contagio muy masivo. Al cabo de un año no se cuenta con tratamientos exitosos, pero han aparecido algunas vacunas que parecen efectivas aunque requieren ser implementadas masivamente para confirmarlo. Parece más ratificado que el virus se contagia a través del aire (por aerosoles, lo que explica la velocidad de propagación) y que los asintomáticos pueden tener cargas virales igual de altas que quienes tienen síntomas y por tanto contagiar sin saber que se encuentran infectados.
A su vez, algunos temas siguen sin tener respuestas claras como la duración de la inmunidad (sea natural o vía vacuna), la gravedad de las secuelas (neurológicas, cardíacas, respiratorias, comportamentales) de quienes cursaron la enfermedad. Estos temas se conectan a otro que sigue sin tener respuestas claras y remite al riesgo de reinfección y el nivel de gravedad de la misma.
El nivel sociológico
La conclusión más grave de lo vivido en 2020 en gran parte del mundo occidental, sin embargo, no se mide en términos sanitarios (aun cuando las conclusiones han sido muy graves) sino en la disputa por las representaciones y sus consecuencias a futuro.
La derrota del principio precautorio no constituye solo un problema de salud sino que incide en los lazos sociales e irradia hacia otros fenómenos, como comienza a verse en la creciente dificultad para enfrentar la segunda ola de contagios en Europa.
El principio precautorio[1] constituye un modo de representarse nuestra relación con la comunidad en la que vivimos. Cuando decidimos implementar un conjunto de cuidados ante un virus desconocido (no solo para no contagiarnos sino fundamentalmente para no contagiar a los demás) asumimos la cooperación como guía comportamental. Hacemos algo por otro con la esperanza de que otro lo hará por nosotros y encontramos ratificación y estímulo al observar los resultados positivos de las medidas de cuidado.
En circunstancias en las que el Estado se retira de su rol de proveedor de información confiable, de guía para las medidas de protección e incluso de instancia de sanción administrativa o penal de las violaciones a este lazo social de cuidado, la situación se invierte. Aquel que implementa cuidados comienza a sentirse desamparado e inútil. Sus esfuerzos no se ven recompensados con resultados positivos (los niveles de contagio y muerte suben igual) y por tanto la tentación para imitar comportamientos irresponsables se hace más fuerte.
En el intercambio cotidiano se debilita la capacidad de interpelación de quienes apuestan por el cuidado, potenciando la explicitación del descuido y aislando en la impotencia o el silencio a quien continúa convencido de la necesidad de actitudes responsables.
Tanto las representaciones como los comportamientos son dinámicos. Más allá de grupos pequeños, la mayoría de la población oscila, cambia a partir del contexto y evalúa cotidianamente sus acciones a partir de sus resultados y de la observación y análisis de las acciones de los demás.
La disputa en la Argentina
Más allá de los elementos comunes con otros países de la región o del mundo occidental, en Argentina esta disputa por las representaciones tiene su especificidad.
La cuarentena temprana y la contundencia del discurso oficial en los meses de marzo y abril fortalecieron una cultura del cuidado, aun cuando la información disponible en aquellos meses todavía no era certera, lo cual resulta lógico al tratarse de un virus nuevo. Así fue que se impuso el lavado de manos, la limpieza de superficies o el uso del alcohol en gel, actitudes relevantes aunque que hoy haya quedado acreditado que resultan menos importantes para evitar la propagación del virus que la disminución de reuniones en lugares cerrados o mal ventilados, el uso correcto del barbijo, el registro de contactos o los auto aislamientos previos antes de visitar a personas en situación de mayor vulnerabilidad.
Sin embargo, el desmanejo del retorno de los argentinos en el exterior, la incapacidad o falta de voluntad para implementar una trazabilidad adaptable a los usos argentinos, la errada insistencia en que los asintomáticos no contagiaban y la apuesta a la llegada de una vacuna antes de que se produjera el pico fueron errores propios que se sumaron a la fuerte presión de los grupos económicos, de gran parte del periodismo masivo y casi toda la oposición política para restablecer todas las actividades más allá de su distinto valor económico, su incidencia diferencial en el incremento de los contagios e incluso su repercusión en acciones privadas sin incidencia económica pero con fuerte impacto en los contagios como las reuniones sociales.
La inexistencia de políticas efectivas de comunicación o reducción de daños generó el efecto asociado de que incluso contingentes importantes de la población que tienen la voluntad de cuidarse lo terminen haciendo mal, desde comerciantes que insisten en rociar a sus clientes con alcohol en gel mientras permiten que estén durante largos intervalos en locales sin circulación de aire hasta familias que están preparando las reuniones de fin de año más preocupados por los desinfectantes que por el número de asistentes o las condiciones de ventilación. Es lógico cuando se recibe el mensaje de autoridades participando de reuniones sociales en lugares cerrados sin barbijo pero que se declaran tranquilas porque “tienen una ducha de alcohol”, algo que se copia en los ejemplos planteados previamente.
Pero, más allá de los aciertos y errores gubernamentales, lo grave de la derrota argentina por las representaciones de lo vivido en 2020 va más por el lado del desprestigio de las políticas de cuidado, de la sensación de que da lo mismo tomar medidas o no tomarlas así como da lo mismo tener o no tener un sistema de rastreo. La percepción de que la “cuarentena más larga del mundo” (otro de los mitos argentinos) no sirvió para nada, que los muertos se iban a producir de todos modos, que sin cuarentena la economía del 2020 no hubiese tenido problemas, que tenían razón los negacionistas e incluso que quienes violaron los principios de cuidado nos hicieron un favor acelerando la llegada del pico (argumento que circula ya no solo en las fracciones radicalizadas de la oposición).
Esta es la herencia más grave que deja la derrota en la lucha contra la pandemia, en tanto acicate a los sectores partidarios del comportamiento individualista y egoísta frente a quienes apostaron al principio precautorio y a las respuestas solidarias y cooperativas.
Sin asumir las condiciones de esta derrota parcial no habrá posibilidad de producir reversión alguna y tanto una eventual segunda ola como cualquier otro evento social futuro de cualquier otro tipo partirán de ese piso de aprendizajes realizados en el 2020, ya que el conocimiento se construye fundamentalmente por analogía.
Este constituye el problema político más importante generado en este 2020 para la sociedad que se viene. Ojalá seamos capaces de percibirlo, llevar a cabo un balance crítico e intentar acciones para su reversión.
De poco servirá hacernos los tontos o ponernos excusas porque los comportamientos sociales dependen de los aprendizajes generados en los procesos previos y no de los discursos abstractos y ocasionales con los que buscamos justificar lo que no supimos o no pudimos hacer.
[1] El principio precautorio tiene una tradición que se remonta a los años 70 pero fue definido y asumido como tal a comienzos del siglo XXI por entidades como la Comisión Mundial de Ética del Conocimiento Científico y la Tecnología de UNESCO en 2005 y por el Comité Nacional de Ética en la Ciencia y la Tecnología argentino.
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