La delación como una de las bellas artes

Del Lava Jato a los Cuadernos Gloria

En Brasil se llama delação premiada, que es poco eufemístico: se premia a un delator. En Argentina se sigue hablando en general de “arrepentimiento”: un delincuente se arrepiente y habla/ da pruebas para que se condene a otro. Con nombres distintos, es el mismo recurso, la misma herramienta judicial. En Brasil, la aplicación indiscreta por parte del juez Sérgio Moro y los fiscales Janot y Dallagnol del recurso de delación premiada fue la clave de la Operación Lava Jato: una verdadera canilla libre de delatores, que hasta marzo de 2018 alcanzaba los 121 acuerdos de colaboración firmados con empresarios y políticos locales. En todos los casos, el mecanismo es el siguiente: junto con asumirse culpable, el implicado delata a otros y entrega algo (dinero que se guardó y/ o pruebas concretas —además de su propio testimonio— que servirán para detener a otros). El “premio” que recibe suele ser prisión domiciliaria, o bien reducción significativa de pena, y a veces llega a liberación plena. A la fecha son más los delatores premiados que los inculpados. Por eso los críticos de esta herramienta dicen que es política y que su objetivo es mover cielo y tierra sólo para meter presos a un par de enemigos grandes, establecidos a priori.

El juez Moro (modelo de nuestro Bonadío) y el fiscal Dallagnol (que hace muy poco, en junio de 2018, dio un suerte de seminario en Buenos Aires para fiscales argentinos) vienen desde hace muchos años preparando el terreno para la delación premiada. En concreto, lo vienen haciendo desde sus días de (post)doctorados en universidades de Estados Unidos y seminarios a cargo del US Department of State. Allí se les enseñó la herramienta. A los estadounidenses, a su vez, la herramienta se la enseñaron los juristas y jueces italianos que la usaron por primera vez en el famoso caso Mani Pulite, para meter presos a varios integrantes de la mafia.

La delación premiada es el tema de Moro. En 2004, recién vuelto de Estados Unidos y bastante antes del Lava Jato, Moro escribió y publicó un artículo: “Considerações sobre a Operação Mani Pulite”. En él sostiene que el éxito del proceso italiano se basó en el tridente encarcelamiento-delación-divulgación. Las detenciones tendrían la función de mostrarle a la sociedad la “seriedad del crimen” incluso antes de la condena, es decir, muestran la pérdida de la libertad como una consecuencia inmediata. Esto es interpretado como una señal de que, aun en “sistemas judiciales morosos”, la justicia puede prevalecer. El segundo punto de apoyo, las delaciones premiadas, se presentaban como “la única vía” para llegar a los cabecillas de una organización delictiva. Por último, el artículo cuenta cómo los italianos usaron los medios para divulgar el proceso. El tridente cierra en un “círculo virtuoso”: “Los encarcelamientos, las confesiones y la publicidad de la información recabada generaron un círculo virtuoso que es la única explicación posible para dar cuenta de la magnitud de los resultados logrados por la Operación Mani Pulite”. En el mismo texto Moro es explícito: “En Brasil se encuentran presentes varias de las condiciones institucionales necesarias para la realización de una acción judicial similar”.

Pero hay otro texto que muestra el interés específico del juez Moro sobre uno de esos factores de la tríada: la delación. En este caso no se trata de un artículo surgido de su propia pluma sino de su traducción de un texto de su colega Stephen Trott, miembro de una corte de apelaciones de la Justicia Federal estadounidense. “The use of criminal as a witness” fue traducido y publicado por Moro en la revista CEJ (núm, n. 37, abr./jun. 2007) bajo el título “O uso de um criminoso como testemunha” o "El uso de un delincuente como testigo". Y ahí lo curioso es que, mientras Trott discurre acerca de las ventajas y los riesgos de usar el testimonio de un delincuente en el proceso (piénsese que el premio al delator va de la reducción significativa de pena a la excarcelación), el traductor Moro lo corrige en notas al pie. La suya es una traducción sarmientina, que no vacila en intervenir el original. Por ejemplo, una de esas notas dice: “El uso del reo como delator no habilita dudas en sí mismo, la única duda pasa por cómo y cuándo debe hacerse ese uso”.

¿Qué pasa cuando hacen falta delatores premiables? Es decir, ¿qué pasa cuando está la herramienta judicial —notablemente publicitada como “única vía para llegar a los cabecillas de una organización delictiva”— y está también el presunto implicado, pero este sólo cuenta con su voluntad de delatar (para mejorar su propia situación) y le falta el resto (o bien cientos de miles de dólares ocultos o bien algunas pruebas contundentes para inculpar a otros)?

Ante estos casos, el manual de Moro/Dallagnol  deja puntos suspensivos. Ahí entra el arte, la novela. “Novela”, de hecho, es la palabra del día en Argentina ante lo que también se está publicitando como “el inicio de un Lava Jato argentino”: los cuadernos de Centeno (que no será El guardián en el centeno de Salinger pero tiene lo suyo). “Es todo una novela”, dijo Cristina; es “una gran novela de poder y corrupción”, dijo Clarín vía la columna de Ricardo Roa, “El remisero que anotaba todo”. Las partes coinciden en el diagnóstico: esto es novela, ya superamos el “relato”.

Lo curioso de esta novela es que quien sin duda será convertido hoy o mañana en delator premiado, el chofer Centeno, no rankea para delator. Siendo chofer, por estructura no participaba de las grandes conversaciones. Desde noviembre de 2017 en que su ex pareja lo incriminó hasta junio de 2018 en que seguía siendo investigado por Bonadío, Centeno era considerado un cómplice, o sea que su condición lo habilitaba, en principio, a volverse delator premiado, pero era eso, un chofer, no un empresario o un político (como los 121 delatores del modelo brasileño), o sea que su situación no hacía prever una “buena delación”, rica en dineros ocultos (a Centeno se le confiscaron 35.000 dólares) o papeles probatorios de la implicación de otros. Durante nueve meses, Centeno fue eso. En ningún momento de esos nueve meses fue otra cosa (lo reflejan distintas notas en periódicos).

La súbita aparición de los “cuadernos de Centeno” es el gran tema de la semana: cuadernos que “lo prueban  todo”. En esos cuadernos surge una imagen de Centeno como paladín ético que minuciosamente fue anotando los chanchullos ajenos para diferenciarse de ese mundo de corrupción que entonces él no podía denunciar “porque me quedaba sin trabajo”. Son tan probatorios que hasta tienen este problema: hacen posible que ahora sí Centeno sea un delator premiado, alguien que puede arrepentirse, y a la vez le dan un pasado libre de culpa.

 

El análisis de los cuadernos

Hasta hoy no se dio a difusión la totalidad de los cuadernos; sólo se muestran algunas páginas. Fueron aportados, al parecer, por el periodista de La Nación Diego Cabot, que los habría recibido de una fuente secreta en enero de este año. Cabot, que también es militante de Cambiemos (participó en distintos seminarios organizados por Cambiemos en el interior del país), se los habría entregado al juez Bonadío en el mes de abril. En su declaración reciente, Bonadío dijo que se trataba de fotocopias de los originales. Aunque lo que se muestra en la prensa son algunas páginas (y las tapas) de los cuadernos originales.

La originalidad, de todos modos, es un misterio y está en el centro del misterio. A Centeno alguien se los habría sacado en diciembre de 2017 (o antes), de otro modo no podrían haber pasado a manos de Cabot en enero de 2008. No estaban o no fueron encontrados en el allanamiento de Bonadío a la casa de Centeno en noviembre de 2017, cuando se le secuestraron 35.000 dólares. Para la verosimilitud interna de los cuadernos, de entrada es necesario creer/crear un marco externo verosímil en el que Centeno perdió de vista esa documentación tan detallada y comprometedora en diciembre del año pasado y se quedó en el molde hasta hoy. Difícil creer eso en alguien que, ahora sí, según lo poco que conocemos del contenido de los cuadernos, era una persona minuciosa y que no perdía de vista nada, incluso poniendo en riesgo su vida. Un trecho del cuaderno dice: “Bajaron el Licenciado y el Ingeniero y trajeron dos bolsos con dinero también (mientras los esperaba observé los otros bolsos anteriores y comprobé que poseían dinero, sería aproximadamente 1.300.000 dólares cada uno)”.

Otra de las escasas páginas hechas públicas dice: “Entramos y el Licenciado bajó a entrevistarse con el Dr. Néstor Kirchner, mientras yo esperaba en el cuarto con los bolsos, lo conté y había fajos de cien mil dólares, cada bolso contenían: uno tenía 800.000 U$S ochocientos mil dólares, y el otro tenía 700.000 U$S (setecientos mil dólares)”.  O sea,  además de “precisión de orfebre” (la frase es de Cabot), Centeno poseería una determinación de kamikaze, al punto de estar en la habitación contigua al Presidente de la Nación y animarse a abrir bolsos y contar billetes.

Esperamos la divulgación de los cuadernos, aunque quizás la clave ya esté dada en algún lugar, en algún rincón. Pienso en la nota al pie en la traducción de Sergio Moro: “El uso del reo como delator no habilita dudas en sí mismo, la única duda pasa por cómo y cuándo debe hacerse ese uso”.

 

 

Cristian De Nápoli es poeta.
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