La cultura de la cama al living
Cada vez se venden menos libros, discos, y entradas y se consumen cada vez más contenidos digitales
The time is out of joint
Hamlet, de W. Shakespeare
Cuando hablamos de culturas nos referimos a procesos comunitarios sumamente complejos que impactan en nuestros hábitos, en cómo nos relacionamos con otras personas, qué nos gusta y que no, nuestras creencias religiosas, nuestro vínculo con la tecnología, entre muchas otras. En ese sentido, lo cultural puede ser analizado desde distintas perspectivas. Se puede reflexionar sobre la producción y creación simbólica desde una mirada social, o una artística; o desde la antropología, la historia o la economía.
En los últimos años el análisis económico del sector cultural se ha concentrado en desentrañar y entender la revolución productiva que implicó, para todos los subsectores de la cultura, la convergencia digital. En tiempos de proceso histórico, desde hace poco y aceleradamente, la manera de crear, distribuir y acceder a los contenidos culturales se transformó. Cada vez se venden menos libros, discos, y entradas, pero se consumen cada vez más contenidos digitales.
La canasta básica de acceso a contenidos culturales cambió. Hoy, para ver, escuchar o leer contenidos culturales hay que tener acceso a Internet, un dispositivo inteligente y un usuario de Facebook, YouTube, Spotify, Netflix, entre otras plataformas que nos ofrecen su menú. Este proceso profundizó posiciones dominantes de los promotores y gestores de la creación, circulación y acceso a la cultura, y al mismo tiempo incorporó nuevos y pesados actores: telcos, proveedores de internet, productores de software y hardware, plataformas de streaming.
Y toda esta transformación en el acceso a contenidos culturales, con la pandemia se salió de quicio.
En la emergencia
A partir del aislamiento obligatorio se paralizaron los productores de contenidos culturales que cuentan con una reproducción analógica: en vivo, como la música y el teatro, o en unidades físicas, como el libro en papel, que si bien incorpora a partir de la pandemia la novedad de envíos a domicilio, está paralizada en tanto edición e impresión de nuevos libros.
Pero en el mismo acto, se produjo una intensificación exponencial del consumo digital. Los contenidos que íbamos a ver al cine, al teatro, o al centro cultural, ahora pasamos a verlos en Netflix, YouTube, plataformas audiovisuales, redes sociales, Spotify o hasta en WhatsApp. Antes de la cuarentena todavía repartíamos nuestros consumos culturales: un poco analógico, un poco digital. De un día para el otro, por obligación, para cuidarnos, el consumo desapareció de un lado y creció brutalmente de otro.
Así es como la emergencia sanitaria impacta a la cultura. Algunos subsectores, por un lado, se ven negativamente afectados, en la medida en que no pueden desarrollar su actividad: el teatro, la música, la danza, también las editoriales, las librerías, y todas las actividades que les dan soporte (técnicos, productores, managers, tiqueteros, fletes, seguridad, etc). En tanto que otros subsectores continúan su actividad parcialmente, por ejemplo, los diarios y revistas.
Sin embargo, hay otro sector que intensifica su actividad de forma impresionante: la distribución de contenidos en formato digital, como los portales, plataformas pagas en su gran mayoría extranjeras, pero también la televisión, la radio e Internet en general. Pero esos contenidos a los que accedemos desde el encierro no son diferentes. No es que los contenidos digitales van por un lado y los analógicos por otro: son las mismas músicas, las mismas obras de teatro, las mismas letras, las mismas noticias, que circulan por uno u otro espacio. Se genera un dislocamiento.
Ahora que tenemos más tiempo en casa, probablemente consumimos más noticias, textos, música, series, películas, espectáculos grabados. Y sin embargo, al no poder salir a ver un concierto, una obra de teatro, una película, o a comprar un libro, la actividad económica se frena. Entonces ese dislocamiento es problemático para la vida de artistas, productores, creadores, editores y trabajos vinculados con el quehacer cultural. Pero también es problemático en términos creativos: si se traba una parte de la producción de contenidos, eso en breve va a impactar en el entorno digital, donde van a faltar novedades, para ver, escuchar y leer.
En términos económicos entonces, está dislocada la producción cultural, sobre todo en el mundo editorial y escénico. Y, por el lado de la diversidad cultural, está potencialmente trabada la producción y preservación de contenidos nacionales, mientras que se profundiza la monotonía que genera esta formidable concentración. La generación de contenidos y su circulación son dos dimensiones del mismo proceso de creación de sentido. De esta forma, la crisis sanitaria provoca que la demanda de contenidos culturales sólo pueda circular por canales-autopistas digitales, en tanto que, desde la oferta, estos contenidos solo pueden ser monetizados por los dueños de esos canales-autopistas.
¿Qué hacer?
¿Cómo se hace para sostener la pluralidad y la sustentabilidad económica en este escenario?, ¿Cuál es el rol del Estado en este contexto? Se trata de pensar qué hacer para que se sigan generando contenidos y circulando, hasta que podamos volver a ampliar los espacios y los canales a los contenidos culturales.
La crisis generó diferentes reacciones. Se propusieron ventas a futuro de libros o entradas a espectáculos para poder sortear la urgencia económica y no cerrar editoriales, teatros, pequeñas librerías, o para pagar salarios. También se propusieron esquemas de aportes voluntarios en el espacio digital. Pero todo esto funciona como un parche de corto plazo. La realidad es que no se puede, de un día para el otro, trasladar la producción cultural autogestiva a un esquema virtual a la gorra. La idea de aporte voluntario, mecenazgo virtual, es antieconómico en el mediano y largo plazo. Más bien se trata de reorganizar el ingreso y a partir de eso, redistribuir.
De esta forma, si suponemos que esta forma de acceder a los contenidos persistirá en el mediano plazo, podríamos pensar entonces en la organización de un fondo de emergencia que junte los aportes voluntarios dispersos y que apele a la colaboración de los empresarios vinculados a la cultura que no sufren el impacto del confinamiento poblacional, y sí se benefician de que existan muchos y buenos contenidos culturales disponibles en la nube. Un fondo que redistribuya y, así, permita que continúe la producción de contenidos locales independientes y comerciales. Y llegado el caso que el aislamiento continúe, no redunde en la disminución de la creación, especialmente en estos momentos que es cuando más se necesitan nuevos contenidos que sigan la coyuntura de crisis; que contengan, expliquen, acompañen. Es importante que la producción se sostenga al ritmo del consumo.
Organizar con números
Para conocer el tamaño del daño, la celeridad del crecimiento del consumo virtual, los contenidos a los que se accede y el impacto económico, es fundamental tener números. Números que mensuren la crisis, los ingresos y los consumos. Y que además tiren pistas respecto a cuánto se necesita para reparar y de dónde puede salir. La buena noticia en este sentido es que los números están a la mano sin enormes esfuerzos de relevamiento.
Por un lado, a través de la Cuenta Satélite de Cultura del INDEC, es posible estimar la pérdida económica por una morigeración o un parate de la actividad económica de algunos sectores culturales. Hay entonces información económica y de empleo que puede servir de base para una estimación altamente confiable.
Y por otro lado está la Big Data. Todos los clicks que hacemos en el espacio digital son también un dato. La información sobre qué, cuándo y dónde accedemos a contenidos queda registrado en el espacio digital. Si Google, Apple, Netflix, Flow, etc., compartiesen con el Estado estos datos, siempre con fines estadísticos, entonces habría información suficiente como para hacer ensayos, pruebas, alquimia, que permita encontrar la fórmula que calce, que reencauce, el flujo económico al de contenidos.
Los datos pueden aportar la información necesaria para desarrollar una forma de redistribución del ingreso cultural en pandemia. No por voluntad asistencial, sino para que no se rompa la máquina de contenidos, por una cuestión económica. Y también, claro y fundamentalmente, para preservar la cultura argentina. Los contenidos necesitan renovarse, y tan importante como la renovación es que haya siempre nueva oferta de contenidos argentinos, que acompañen, expliquen, reflexionen y recomienden en esta crisis pandémica que vivimos, pero desde nuestro acervo simbólico, desde nuestra mirada, nuestra forma de hablar, sentir y pensar. Es, en suma, indispensable mantener la máquina de contenidos culturales encendida para preservar nuestra identidad nacional.
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