La corrupción está en la naturaleza del capitalismo
¿Quién le pone el cascabel a los beneficiarios de la perversión estructural?
A dos años de gobierno sin resultados positivos a la vista, votantes del macrismo admiten que "no están saliendo bien las cosas… ¡Es que se llevaron todo!", mientras los bombardean con fotos de Boudou, De Vido, Zannini y Milagro Sala detenidos, a pesar de que ninguna academia de derecho del mundo occidental avalaría esos encarcelamientos, ni siquiera aunque por principio de equidad se pusiera en prisión también —por hallarse en las mismas condiciones procesales— al Presidente y a buena parte de sus ministros.
Nuestro país estuvo siempre dentro del sistema de producción capitalista. La corrupción es inherente a su funcionamiento: desde el meollo de la apropiación privada de la producción colectiva y el mayor valor emergido de la parte no pagada, se filtran el egoísmo individualista, la entronización del dinero como sinónimo de éxito, las categorías morales acordes y las múltiples formas de corrupción en el literal sentido de pervertido, vicioso, venal. En el plano de lo vulgarmente llamado corrupción, las empresas consideran el delito de cohecho una inversión que puede ser necesaria para desplazar competidores. Hasta hace poco en países de la Unión Europea era legal deducir de impuestos lo "invertido" en sobornos en el extranjero. Ahora los concretan ilegalmente.
En nuestra nación siempre capitalista, no hubo gobierno durante el cual no se hubiese cometido algún acto de corrupción, en imprescindible colusión entre personas privadas y funcionarios públicos. (Aunque, hay que decirlo, hubo un salto cuanti y cualitativo en la dictadura cívico-militar de 1976 y en la década de los 90.) Luego vinieron los que “se robaron todo”, que tomaron un país en 2003 con 100.000 millones de dólares de PBI y lo dejaron en 2015 con 600.000 millones, logro en minoría de poder, dentro del marco de la institucionalidad democrática a la cual, además, mejoraron. Pero además de ese crecimiento sin precedentes históricos, también hubo denuncias de corrupción. Se actuó prestamente y se investigó el caso Skanska —constructora sueca— denunciado por la AFIP; se avanzó en tenaz investigación sobre "el valijero" Antonini Wilson, pero Estados Unidos negó su extradición porque era un colaborador del FBI; se procesó y condenó a la ministro de Economía por el hallazgo de dinero en su escritorio; los medios "olvidaron" una denuncia contra la ministra de Defensa Nilda Garré cuando se comprobó que nada sucio había ocurrido; igual tránsito tuvo el asunto de "la embajada paralela" en Venezuela, que apuntaba tanto a los Kirchner como a Chávez; se juzgó y condenó a empresarios considerados amigos del gobierno, directivos de Southern Winds; se procesó y se está a la espera del juicio oral, por dádivas y enriquecimiento ilícito, al secretario de transportes Ricardo Jaime; los medios periodísticos dejaron de interesarse por Ulloa y Albistur. Sólo he mencionado algunos de los casos que trata mi libro Los orígenes del derrumbamiento ético argentino, pero todos ellos —y además la experiencia adquirida en la Oficina Anticorrupción— me permitieron afirmar que "…a nivel de los actos de corrupción conocidos o sospechosos con verosimilitud, pretender que prolifera la corrupción en los actos de gobierno [kirchnerista] en igual medida o mayor que en la época menemista, es una falsedad enorme".
Desde diciembre de 2015 hemos vuelto al mundo. Lo que significa que cambiamos radicalmente —literal— y rogamos entrar sin condiciones, con decisión y alegría, en el corazón del capitalismo neoliberal globalizado, al mando del gran capital financiero. En un robo al futuro —¿será corrupción?— el gobierno compuesto por CEOs de grandes empresas, con conflictos de intereses sin igual, toma deuda en dólares en cantidad récord en el mundo y el Banco Central paga intereses en pesos, estimulando que los financistas planetarios nos aspiren cantidades fabulosas de divisas con solo traer su dinero, comprar bonos y con los intereses comprar dólares para llevárselos, cerrando así el negocio más seguro y redituable de Occidente. La producción social de los trabajadores argentinos de todos los niveles es sumergida en una timba global que mueve 6.000 millones de dólares diarios, donde la deuda total de privados y estados es de unos 200 billones de dólares, esto es, tres veces el PBI de todos los países juntos. Como afirmó el diario El País, de España, el 9 de julio de 2016, “el exceso de liquidez que actualmente encontramos en la economía mundial no se utiliza para invertir en la producción industrial, de alimentos, de fuentes de energía o de obras de infraestructura. Al revés, se emplea, fundamentalmente, en la realización de transacciones financieras, que en lugar de contribuir a crear un tipo de riqueza material que satisfaga la demanda de los consumidores, crea, más bien, un tipo de riqueza artificial fundamentado en papeles comerciales… todo eso desborda la imaginación y toda capacidad de raciocinio". En el plano superestructural, han dado un salto cualitativo. Crean subjetividad en la que se carece de frenos morales, no hay regla ética respetable, no interesan la ley ni las instituciones democráticas y la república ni la patria; obviamente, tampoco la verdad y la justicia. Ningún ser viviente los desvela, o mejor: ningún ser humano que no sean ellos, abocados a producir dinero a más y más velocidad, destruyendo en el camino cuanto se les oponga. Es la corrupción total.
¿Se puede hacer algo? Muchísimo. Desde cualquier lugar que desarrolle lucha por necesidades/derechos se entrará en zona turbia, pero llegado el momento, hallaremos el centro del poder. Desde mi experiencia en la Oficina Anticorrupción (1999/2003), tengo la convicción incomprobada de que el ámbito de la actividad estatal donde se desarrollaban prácticas corruptas con frecuencia era la obra pública. Las investigaciones indican que, antes de que funcionarios entraran en trámites, las grandes constructoras actuaban cartelizadamente y, de consuno, desplegaban tramposas variadas tácticas en las licitaciones. Por ejemplo, preadjudicarse entre ellas las obras licitadas, conviniendo los montos a ofertar cada uno y el orden de los sucesivos ganadores en las siguientes. Desde el falseado triunfador aparecían luego los incumplimientos, los reclamos por ajustes debidos a supuestos mayores costos "imprevisibles", incontables modos de succionar el dinero público sin la prestación debida. Cada corrección era ocasión, en principio, para potenciar el fraude al Estado a cuenta de las empresas, con o sin cohechos activos y pasivos. Ya dijimos que el sistema capitalista no estimula actos lícitos o morales. Como postura inicial, sólo cabe sospechar que los millones mal habidos van al circuito financiero y con preferencia a las guaridas fiscales.
Por lo expuesto y habida cuenta de que entre 2003 y 2015 el Estado de los que "se llevaron todo" invirtió en obra pública 110.000 millones de dólares, no considero exagerado valorar que la propuesta de auditar toda la obra pública desde 2003 hasta el presente tiene significativas derivaciones estratégicas en el diseño de los ejes ideológicos del conglomerado democrático, nacional y popular, a fin de rescatar la patria de manos de la oligarquía y sus socios. La base cultural perdura en lo íntimo de nuestro pueblo. No se equivocó Eric Hobsbawm cuando en sus últimos días dijo que América Latina es el lugar en el mundo donde permanecen vivas aún las raíces de la Ilustración. Hacer ese estudio importaría dar un fuerte golpe a la corrupción de los beneficiarios de la perversión estructural y sería un modelo de educación de masas, que protagonizarían nuevamente una refundada democracia participativa, popular y nacional. Las pruebas esenciales a examinar son documentales y no es posible negar su acceso público.
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