La casa trampa

Y el agua en tiempo de virus

 

Siempre hablo de la memoria del cuerpo. Me lo digo cuando subo al auto camino a la ruta hacia la costa, por ejemplo. Aunque haya pasado días de locura desbordada de trabajo, esa sola instancia de subirme al auto lanza mi cabeza irremediablemente hacia otros viajes. Lo mismo ocurre cuando me apoyo por primera vez en la arena, el pasado de ese instante no son los días de trabajo previos. El tiempo se sustrae para colocar en el pasado inmediato las arenas de otros viajes.

Sabemos de esa memoria a través de los relatos de los y las sobrevivientes de los centros clandestinos. Algo ocurre con el tiempo cuando alguno o alguna vuelve al lugar que fue espacio de encierro. Eso empieza a simbolizarse y a no ser lo mismo cuando esa vuelta no es corpórea, sino a través del regreso intermitente de las palabras. Recuerdo, sin embargo, el tránsito de uno de ellos del que ni siquiera retengo el nombre, al atravesar las puertas del ahora Museo Sitio de Memoria de la ESMA. Llegaba después de cuarenta años como deambulante durante una de esas noches de los museos en los que la Ciudad de Buenos Aires abre las puertas de todo tipo de lugares hasta la madrugada, y en la zona los circuitos pueden conectar la casa de Victoria Ocampo con el horror del centro clandestino. Aquel hombre, abrumado en medio de las filas, salió de la hilera, una de esas noches cuando alguien le advirtió que ya no había lugares ni tiempo para entrar a ese lugar porque la noche de los museos se estaba acabando. Él dijo algo. Tal vez, soy de acá. Fui de acá. Soy sobreviviente. Las puertas, entonces, volvieron a abrirse. Y lo vi entrar, y arrastrase con el cuerpo doblado hacia el altillo de Capuchita buscando tocar las marcas de su propio fantasma en esas escaleras.

En casa, durante estos días, el tiempo volvió a comprimirse. A hacerse añicos, quizá podría decir. Ya no había arenas en la imagen que antecedía, ni recuerdos de rutas de verano. El tiempo volvió a insertarse con el tiempo de la muerte. Ana, mi hija menor, recién nacía cuando una pesadilla sanitaria sacó de la casa a mi compañero por varios meses. La idea de sostener a esa niña en una casa con caños de agua que se averiaban, truenos capaces de hacerme imaginar inundaciones aterrantes, calefacción que también dependía de estar atenta, volvieron a convertir la casa en una trampa. En un corazón viviente que late por mérito propio, y hace sus apuestas.

El miércoles tarde la trampa volvió a soltarse. El agua que en la era del coronavirus es agua bendita dejó de salir por las canillas. Había aseado la casa, lavado ropa. Había hecho circular entre mis gentes las últimas informaciones sobre subsidios para quienes están en las puertas del infierno. Dije algo. Tal vez, algo falló. Se rompió. Tal vez, el caño que sube al tanque como ocurre cada tanto volvió a averiarse, sólo que esta vez nuestro experto en plomería, compañero nestorista, estaba recluido en otro de los confines del mundo, en la localidad vallada de Ezeiza.

Hicimos lo obvio. Hasta enloquecer. Tocamos tímidamente los caños de siempre. Sacudimos el plástico que sube al tanque. Temimos que todo fuera peor, pero el agua no aparecía. ¿Qué hacer en un mundo de confinamiento cuando todo lo que somos depende de otros, otras y otres? Cuando no hay forma de reponer el agua que nos aísla de la peste. Llamé a Lucho a su casa de Ezeiza, y algo comenzó a cambiar. Subí al techo, dijo, mañana por la mañana, y prendé el teléfono: desde acá yo te voy a ir guiando. Busqué opciones más cercanas. ¿Un plomero en el barrio? ¿Quién no estaría dispuesto a ayudarnos ante algo que parecía una emergencia? El único plomero del barrio sólo dijo no salgo. El maestro mayor de obra, padre de una amiga de mi hija, dijo que no sabía nada de caños. Pero, en medio de las llamadas apareció mi vecino Antonio, a quién sólo conozco porque desde su ventana muy alta observa que las enredaderas de mi patio se están comiendo cada tanto las canaletas de desagüe. Antonio no sabía qué decirme. No hay encargados en su edificio hace años. Podía bajar y buscar algún número. Pero estaba seguro de que no iba a encontrar a nadie para resolver este tema. El tema, para hacerla corta, se resolvió cuando recordamos que en esta vida de clase media tenemos una compañía de seguros que cubre problemas de mantenimiento de las casas con servio de plomería de emergencia que incluso funciona en cuarentena. Cuando me confirmaron hora y día de visita, me envió un mensaje uno de los muchos plomeros a los que había llamado. Su nombre todavía no lo conozco, pero lo agendé con el nombre de otra de mis vecinas. Plomero de Susi, le puse y entonces recordé quién era cuando él llamó. Plomero de Susi, me explicó, ya por la mañana, todo lo que podía estar pasando con la casa, el agua, el tanque y esa torre de marfil de plástico que lleva el agua hasta la parte más alta de la casa. Abrí la llave de paso de nuevo, me dijo. Y abrí las canillas de la parte de abajo. Así, todas juntas, ahora, hacelo. Yo espero de este otro lado, explicó. Seguramente los caños están llenos de aire por eso no sale el agua, ¡abrilos! Te llamo en una hora. Dejá que expulsen todo el aire que se tragaron.

La llamada había entrado a las nueve. Una hora después, había vuelto el agua a la casa. El servicio de la aseguradora halló el problema de fondo que era un flotador reventado, pero cuando el operador llegó, el tanque ya estaba en funcionamiento incluso con el flotador malherido y la casa volvía a llenarse de agua bendita y los pisos de agua lavandina.

Aquel Plomero de Susi, aquel plomero de Ezeiza, aquel Antonio en el balcón, y hasta mi amiga Yamila que se prendió un pucho a la noche después de acostar a los y las niñas sólo para decirme que estaba cerca, sacaron a la casa de la trampa. De la primera de las trampas que seguramente llegarán en este tiempo, por eso escribo: para que estemos preparados.

 

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí