La carta de Walsh, la voz de Alfredo Alcón

Un documento estremecedor

 

Yo no sabía que Alfredo Alcón había grabado una versión de la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar. Me lo hizo saber Ernesto Korovsky, el guionista, a modo de comentario al artículo sobre Walsh que publiqué en este lugar el domingo pasado. A partir de ese dato, empecé a tirar del piolín. Horacio Verbitsky me hizo saber que Walsh había conocido a Alcón a través de Osvaldo Bonet, que dirigió su primera obra de teatro, La granada —donde Bonet también actuaba, en el papel de Fuselli— en 1965. Ese fue un tiempo en que Walsh pareció entregarse al viento, abierto a lo que el destino le pusiese en frente; ya era el autor de Operación masacre pero todavía no era quien llegaría a ser. "La vida de nadie está en un papel escrito, ni en un millón de papeles escritos", decía el Soldado, protagonista de la obra. Como él, Walsh parecía dispuesto a que la vida lo sorprendiese. "Aun ahora hay momentos en que me siento disponible para cualquier aventura —escribió por entonces—, para empezar de nuevo, como tantas veces".

De La granada tomé el principio para la novela que dediqué a Walsh. En la obra es el Teniente quien dice "Escuche, escuche" a sus compañeros de arma. En El negro corazón del crimen es el gordo Valerga quien pide "Escuchen", a los clientes del bar que no han oído aún los tiros con que se reprimía en La Plata a los rebeldes peronistas en 1956 y, por extensión, a todos los argentinos de hoy que —eso imaginaba al escribir, al menos— todavía no estaban en condiciones de entender la que se nos venía encima.

Para todos los que en efecto estén en disposición de escuchar, va esta lectura histórica en voz de un actor a quien Walsh conoció y por el que sentía un aprecio que Alcón reciprocaba. El texto que lee tiene algunos tijeretazos aquí y allá, pero no daña el conjunto. Bastaría aggiornar algunos nombres para que la Carta sonase como si hubiese sido escrita mañana.

Al final de mi libro puse que era homenaje a un tipo al que, a pesar de que lo habían asesinado hace cuarenta años —cuarenta y uno, casi—, seguía escribiendo y pensando cada vez mejor. Escuchen este texto en la voz de Alcón (escuchen, escuchen) y díganme si exagero.

 

 

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