La banda de los Corazones Solitarios
El año pasado fue récord la infelicidad en el planeta, que crece desde hace una década
En una edición reciente del semanario británico The Economist, el directivo de una corporación global dedicada al análisis de la opinión pública y afines dispara sus reflexiones sobre el estado de ánimo del ciudadano de pie tras la pandemia. Los datos que alimentan las cavilaciones los proporcionó una encuesta reciente hecha por la empresa bajo su mando (Gallup), en la que se entrevistó a 150.000 personas en más de 140 países para conocer las emociones que experimentan por la marcha del mundo en sí y por el encierro de los dos años de pandemia. Un dato clave que no es moneda corriente, pese a su importancia, es el aumento global de la infelicidad. Los habitantes de nuestro país se inscriben de lleno en esta tendencia mundial.
Aunque el año pasado las emociones negativas alcanzaron un récord, el resultado ratifica una tendencia creciente que esa encuesta viene detectando desde hace una década. La empresa de análisis de opinión pública comenzó a rastrear la infelicidad global en 2006. La infelicidad es una categoría en las que tallan el estrés, la tristeza, la ira, las preocupaciones y el dolor físico. Gallup establece cinco causas principales que explican el aumento de la infelicidad global: 1) Pobreza; 2) Desintegración de la vida comunitaria; 3) Hambre; 4) Soledad; 5) Empleos disponibles poco gratos.
El mundo actualmente está habitado por alrededor de 7.800 millones de personas, 5.000 millones de las cuales están comprendidas en el rango etario de 15-64 años. Usualmente, es la llamada población económicamente activa (PEA). Según la encuesta de Gallup, 800 millones de seres humanos de esa PEA mundial hallan “muy difícil” sobrevivir con sus ingresos actuales. En cuanto a los lazos sociales del barrio donde moran, 2.000 millones de personas no le recomendarían a nadie que se mude a esas cuadras. Se sienten en un planeta diferente al de sus vecinos. El desasosiego del hambre avanza porque de acuerdo a la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) en 2014, casi el 23 % de las personas en todo el mundo padecía inseguridad alimentaria moderada o extrema. Ahora superan el 30%.
Para saber cuánto es lo que afecta la soledad, se acude a los datos de otra consultora especializada en análisis de opinión pública, la que en 1990 constató que el 2% de las mujeres y el 3% de los hombres respondían que no tenía amistades cercanas. En 2021, la respuesta a la misma pregunta saltó a 10% entre las mujeres y 15% entre los hombres. En un planeta en el que los comportamientos tienden a globalizarse, no quita relevancia que esa encuesta corresponda a un solo país. En lo que respecta de estar a gusto en el trabajo, una quinta parte responde que no, que está muy lejos de eso. Esa respuesta –al menos desde 2009– crece año a año, lo que habla del grado de estrés e inquietud entre los trabajadores.
Para Gallup, en estas tendencias hacia la inopia pesa bastante el auge de las redes sociales, por eso de las comparaciones odiosas que estos ingenios facilitan por su inmediatez, penetración y muy bajo costo. No obstante, es menester consignar que una quinta parte de los que sufren en el mundo se encuentran en lugares donde no se accede ampliamente a las plataformas sociales, para desazón del homo celularis. De resultas de todo este panorama, 1.000 millones de seres humanos adultos no creen que las cosas mejoren y otro tanto entiende que peor no les puede ir. Estamos como queremos.
BS
De esta infeliz junta del hambre con las ganas de comer, cabe considerar que Gallup destaca tanto la consciencia inédita entre los pobres de este mundo de lo que les falta, como el áspero horizonte político que traza esa ausencia. Lo mejor y lo peor de lo que es percibido por la consciencia lleva a este análisis de Gallup a referenciarse en George Ward, un científico del comportamiento del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), para el cual un estado de ánimo aterido por la tristeza tiene –en principio, pero no siempre– gran probabilidad de cambiar la dirección del voto hacia las variantes populistas. Esta, entendida como demagogia de derecha, una mueca de los ultras. Vale, entonces, darle un par de vueltas de tuerca más a la dada por Gallup, por las implicancias para la Argentina.
Entre sus trabajos académicos, uno de 2015 –cuando todavía el populismo y su amenaza seria de derrapar hacia el fascismo no habían devenido en la fuerza política con expectativas electorales de la actualidad– permite inferir el revés de esta trama, lo que se palpa en el cierre de otro trabajo de 2019. En el de 2015, titulado: “¿Es la felicidad un predictor de los resultados electorales?”, presentado en la London School of Economics, el citado Ward se pregunta: “¿Es de interés de los políticos centrar la política en el bienestar subjetivo (BS)? Muchos gobiernos y las organizaciones internacionales han comenzado recientemente a medir el progreso, al menos en parte, en términos de BS o 'felicidad' de la población (…) Utilizando datos de panel entre países, el análisis muestra que el destino electoral de los partidos gobernantes está asociado no sólo con el estado de la macroeconomía, como sugiere en lo sustancial la literatura sobre el 'voto económico', sino también con el bienestar más amplio del electorado. El nivel agregado de SB de un país puede explicar una mayor parte de la variación en el voto al gobierno que las variables macroeconómicas estándares, (lo que) tiene implicaciones para los incentivos que enfrentan los políticos para actuar en interés de los votantes”. De fondo, en este tipo de análisis se supone que la distribución del ingreso no cambia.
Para su aproximación, Ward informa que sigue las recomendaciones de la Comisión Stiglitz sobre la Medición del Progreso Social y Económico (2010), así como los informes de la Unión Europea (2009), la OCDE (2013) y el Consejo Nacional de Investigación de los Estados Unidos, a raíz de las cuales muchos países y organizaciones internacionales están comenzando a recolectar datos sobre bienestar (o felicidad) de su sociedad civil para medir el progreso social y guiar la formulación de políticas. Son iniciativas para ir más allá del Producto Interno Bruto (PIB) como indicador de bienestar. Ward advierte que “no está claro si los propios ciudadanos evalúan el progreso y el desempeño en estos mismos términos, o si es de interés electoral de los políticos centrar la política en el bienestar subjetivo (BS)”.
Con la combinación y complementariedad de las métricas macroeconómicas del progreso nacional con una medición más amplia del BS, en un análisis estándar de la votación económica comparado entre naciones, Ward intenta demostrar que el nivel de satisfacción con la vida de un país es un predictor sólido de los resultados electorales. Dice Ward que “la magnitud de la relación –controlada por el estado de la macroeconomía– es sustancialmente importante: un cambio de una desviación estándar (…) en el bienestar (…) de un país a lo largo del tiempo está asociado con una oscilación en la proporción de votos de los candidatos que van por la reelección de alrededor de 8,5%”. Por el lado positivo, para Ward, “los datos sugieren que los candidatos que van por la reelección disfrutan de una recompensa electoral no sólo por mejorar materialmente la situación de los votantes, como sugiere la evidencia existente de votación económica, sino también por garantizar un nivel más amplio de bienestar subjetivo del electorado”.
En el trabajo de Ward, inserto en el World Happiness Report 2019 (Informe Mundial de la Felicidad) y editado por John F. Helliwell, Richard Layard, y Jeffrey D. Sachs, el académico del MIT epiloga su análisis preguntándose: “¿Es igualmente probable que los votantes de derecha e izquierda basen su toma de decisiones políticas en su nivel de felicidad? ¿Hasta qué punto y cómo han logrado los movimientos políticos populistas exitosos aprovechar la infelicidad de la gente? Si es cierto que las personas más infelices votan por los populistas, ¿podrán los populistas en el poder conservar su apoyo? ¿Y qué hace que algunas personas infelices recurran al populismo de derecha y otras al populismo de izquierda?” Son análisis importantes pero incipientes, con un largo camino por delante para recorrer.
El garrón de extramuros
Dice Ward, en el trabajo de 2015, que en la literatura sobre el voto por la reelección (retrospectivo, en la jerga académica: la noción de que los ciudadanos votan de acuerdo con lo bien que le ha ido al país durante el mandato del que va por la reelección) es extensa, pero que “se concentra casi exclusivamente en el desempeño de la economía nacional. Dado que los gobiernos actúan en una variedad de dominios de políticas, parece haber pocas razones a priori para que los votantes evalúen el desempeño del candidato que va por la reelección únicamente en función de los resultados económicos”. En el centro de la acumulación mundial suena lógico. Pero, ¿entre los gobiernos de la periferia? En sus análisis, hasta el momento Ward no toma en cuenta la fractura del mundo y como –en ese mundo agrietado– la zona sur (por lo general) trata de arreglar sus problemas macroeconómicos estropeando la distribución del ingreso, o no mejorándola, cuando se trata de una injusticia económicamente ineficiente.
Un cuerpo cardinal de trabajo empírico vincula las posibilidades de reelección de los gobiernos con el estado de la economía y ha demostrado que los votantes tienden a recompensar con la reelección a los que titularizan los períodos de prosperidad y los castigan durante las recesiones. Preguntarse por las consecuencias del bienestar subjetivo corre cuando no hay hambre, dado que comer es el primer imperativo del desarrollo. Posiblemente, entre nosotros, el BS sea de utilidad para diseccionar con fines electorales las actitudes del 15% de la población ubicado en la cúspide de la pirámide de ingresos. El abrumador resto, que práctica la desangelada tarea de procurarse alimentos a los saltos por un bizcocho, de momento no está para esas sutilezas.
Se podría especular que algo de eso hubo en la elección de 2015. La situación económica era para las mayorías mucho mejor de lo que vino a continuación. Pero es preferible tener prendido el foco que Ward quiere apagar cuando critica que se cae en una simplificación si se concibe que el electorado, para tomar sus decisiones de voto, “se concentra casi exclusivamente en el desempeño de la economía nacional”. Eso –de examinarse así– lleva a análisis sesgados y por la tanto ineficaces, establece Ward. El punto –por defecto– está ahí: el único problema de buena parte del electorado que votó oposición, si se centró en el “desempeño de la economía nacional”, es que lo desconectó de la economía mundial. La oposición machacó que el bienestar faltante se debía al latrocinio y la mala gestión económica. El oficialismo no halló la fórmula para retrucar que si no se avanzó más fue por las limitaciones que le imponía el funcionamiento de la economía mundial. Los opositores agravaron todos los problemas generados por esos obstáculos.
Esas limitaciones, que no son insalvables, en los días que corren van camino a agravarse en las finanzas y en el comercio mundiales. Maurice Obstfeld, quien fuera economista jefe del FMI y hace unas tres décadas hiciera un manual de economía internacional junto a Paul Krugman en el que no falta ninguna fórmula para convencer al buen salvaje de las ventajas del libre comercio, publicó a fines del año pasado un paper académico (actualmente se desempeña en Berkeley) en el que observa que la economía internacional de la posguerra acordada en Bretton Woods en 1944 no imaginó nada como el amplio y fluido mercado global de capitales de hoy. Obstfeld dice sobre esa realidad que “desafortunadamente, la libre movilidad transfronteriza del capital financiero puede comprometer la capacidad de los gobiernos para alcanzar los objetivos económicos y sociales nacionales de varias maneras”. Sugiere al respecto que “podría surgir una reacción más fuerte si los gobiernos nacionales no logran mejorar la cooperación multilateral para gestionar los bienes comunes financieros”. Para Obstfeld, “la administración Biden está abordando algunos de los daños causados por la evasión de impuestos y la corrupción internacionales, y ciertamente adoptará un enfoque regulatorio financiero más estricto que el que adoptó su predecesor”. Obstfeld no cree que se llegue a un nuevo Bretton Woods, pero sí que es más probable que la movida “produzca una versión más segura, más beneficiosa y más sostenible de la globalización financiera que un camino alternativo de desregulación empobrecedora. Al final, el atractivo electoral del paquete de política económica general del Presidente (Joe) Biden bien puede ser el factor principal que determine el futuro del mercado de capitales global”.
A todo esto, el dólar index subió un 9% en lo que va del año. O sea: se revaluó respecto de las principales divisas mundiales. El dólar es una moneda más atractiva cuando las tasas están subiendo. Y eso que los agresivos pasos de la Reserva Federal norteamericana de aumentar la tasa de interés recién son los primeros. Los bancos centrales deben seguirle los pasos hacia arriba para evitar importar inflación. Si el costo es una recesión global, por ahora no se ven detractores de tal jugada alcista. Para que la alegría sea completa, entró en vigencia una ley que prohíbe la entrada de productos a Estados Unidos si tienen vínculos con Xinjiang, que es la región del lejano oeste de China donde las autoridades han reprimido a los musulmanes uigures y otras minorías étnicas. Los acusan de trabajo esclavo. No es la primera prohibición, pero sí la que va más lejos. En esa región se produce el 40% del polisilicio del mundo (insumo para hacer electrónicos), 25% de la pasta de tomate, 20% del algodón, 15% del lúpulo y de aproximadamente una décima parte de las nueces, pimientos y rayón del mundo. Tiene el 9% de las reservas mundiales de berilio (insumo para el cobre y la actividad nuclear) y ahí se localiza el mayor fabricante de turbinas eólicas de China, que es responsable del 13% del mercado mundial. Se infiere que entre el dólar al alza y las importaciones recortadas por el peso de esta región de China en el mercado mundial, la inflación importada goza de excelente salud.
La derecha argentina se va a ver en hondas dificultades si pretende –como siempre– abrir la cuenta capital y jugar al librecambio mientras se llena la boca de que va a controlar la inflación. No tiene la más remota idea de cómo se hace. El monetarismo ramplón del déficit fiscal es su gran mito. Así es como la probabilidad de la reelección pinta baja y la del desorden a los palos muy alta en medio de un feo estado de ánimo colectivo.
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