La autonomía en política exterior
La política exterior del gobierno de Alberto Fernández tendrá por delante enormes desafíos.
Hace tres semanas El Cohete a la Luna anticipó que Felipe Solá sería el canciller de Alberto Fernández. De confirmarse, se tratará de una gran noticia. Lejos del comentario de escasa estatura pronunciado por el actual ministro de Relaciones Exteriores, Jorge Faurie, quien al ser consultado sobre su eventual sucesor señaló que Solá “debía aprender a hablar primero”, la llegada del dirigente bonaerense al Palacio San Martín supondría un primer paso hacia la indispensable reorientación estratégica de la Argentina en materia de política exterior.
El comentario de Faurie, tan insustancial como una carrera diplomática forjada en base a conocimientos de ceremonial y protocolo, apunta a deslucir a un dirigente reconocido por propios y ajenos como un muy buen ex gobernador de la compleja provincia de Buenos Aires. Entre los méritos de Solá se cuenta, ni más ni menos, haber conducido esa jurisdicción en un contexto social y económico devastador como el de la crisis de 2001/2002. Tras la huida del entonces gobernador Carlos Ruckauf –justamente para asumir como ministro de Relaciones Exteriores de Duhalde–, Solá asumió la conducción de Buenos Aires con firmeza, designando un equipo ministerial de alto nivel y encarando reformas en áreas muy sensibles. Entre otras en el sector de la seguridad, en el que a diferencia de su antecesor (Ruckauf) y de su sucesor (Scioli) –quienes al igual que María Eugenia Vidal delegaron el manejo de la seguridad en la Policía Bonaerense–, Felipe implementó cambios muy significativos que mejoraron los resultados en la lucha contra el delito y quebraron el tradicional modelo de autogobierno policial. Cuestiones demasiado complejas para la superficial mirada de Faurie.
La política exterior del gobierno de Alberto Fernández tendrá por delante enormes desafíos. La fragmentación regional, con crisis y tensiones de diversa magnitud y origen, marcan la pauta del delicado escenario en el que deberá moverse el próximo gobierno. Solá ya dio algunas precisiones que exhiben a un hombre capaz de hacer lecturas más sofisticadas sobre la complejidad de los problemas de la región. (Ver, por ejemplo, la siguiente entrevista radial en donde expresa su opinión sobre los acontecimientos de Chile y Ecuador de las últimas semanas.) En efecto, no se trata sólo de hablar alambicadamente entre canapé y canapé, sino de diseñar y articular políticas esclarecidas que sean capaces de discernir dónde reside el interés nacional.
A esta altura queda claro que la tan declamada “vuelta al mundo” del gobierno de Mauricio Macri no fue más que una reedición empeorada del alineamiento irrestricto con los Estados Unidos, implementado durante los gobiernos de Carlos Menem y Fernando de la Rúa. Aquellas “relaciones carnales” con Washington, aun cuando se las considere completamente desacertadas, partieron de una apreciación estratégica global que interpretaba el fin de la Guerra Fría, la globalización económico-financiera y el auge del poderío estadounidense como un punto de inflexión de la historia reciente. No se trataba de un escenario internacional como el actual, atravesado por “guerras comerciales” y pujas geopolíticas entre grandes potencias como los Estados Unidos, China y Rusia. En consecuencia, tras aquella decisión de la década de 1990 de encolumnar a la Argentina con la Casa Blanca de Bush padre y de Clinton, existían argumentos discutibles, planteados por hombres intelectualmente más sólidos que quienes conforman la armada Brancaleone que asesora a Macri en estos temas en tiempos de su “gira despedida”. Un abismo separa a Guido Di Tella, Carlos Escudé, Jorge Castro u Oscar Camilión de Jorge Faurie, Fulvio Pompeo, Julio Martínez u Oscar Aguad.
Así las cosas, se avecinan tiempos en los que habrá que desplegar una política internacional inteligente, despojada de cualquier rastro de seguidismo acrítico con los Estados Unidos, pero también desmalezada de todo vestigio de confrontacionismo estéril. Ya sabemos que la interpretación macrista del mundo nos llevó a una apertura comercial indiscriminada y a un endeudamiento externo y una fuga de capitales sin precedentes. El empobrecimiento de la población, el industricidio y la inflación galopante nos muestran que existe un delicado hilo rojo que anuda la política interna con la externa. El pugnaz e inestable escenario internacional, así como la delicada situación regional, nos obligan a pensar una política exterior mucho más sofisticada, estructurada en torno a la defensa de la soberanía nacional, la integración regional y el multilateralismo. En esa articulación, la cuestión Malvinas (ligada estratégicamente al Atlántico Sur y a la proyección sobre la Antártida), y el objetivo de que la política exterior sea una herramienta para un desarrollo que privilegie el bienestar de las mayorías, deben ocupar un lugar preponderante.
Es en este contexto que recupera visibilidad la cuestión de la autonomía, un término que nunca tuvo centralidad entre quienes diseñaron la política exterior del periodo 2015-2019. Para países como la Argentina, que no disponen de una sobreabundancia de atributos materiales de poder, el vínculo estratégico con el sistema internacional exige agudeza para tratar de “ejercer influencia sin poder” [1] y restringir la incidencia de actores extrarregionales. Se trata, en definitiva, de resignificar el concepto de autonomía, que alude básicamente a la “habilidad de un país para realizar políticas que sirvan a sus intereses manteniendo y ampliando sus márgenes de libertad” [2].
En ese marco, sería deseable que la política exterior argentina recuperase, con equilibradas dosis de idealismo y pragmatismo, las mejores tradiciones de pensamiento en torno a la cuestión. Se trataría, en definitiva, de implementar un enfoque heterodoxo en el que convergieran, dependiendo del asunto de agenda y de la interpretación del contexto específico, la autonomía tal como la pensó el “realismo de la periferia” (Helio Jaguaribe y Juan Carlos Puig) con la “autonomía relacional” (Roberto Russell y Juan Gabriel Tokatlian). Los primeros, inspirados por el pensamiento de Raúl Prebisch, plantearon el rechazo al status quo mundial, políticas activas de industrialización y acciones multilaterales para revertir la situación periférica de América Latina. Los países como la Argentina debían aprovechar los “márgenes de permisibilidad” del sistema internacional, sobre la base de políticas que impulsaran la ideología y el capitalismo nacional, el reformismo, la concertación política y la integración económica regional. Los segundos revisaron a principios del siglo XXI aquellos postulados, entendiendo que la globalización, el fin de la Guerra Fría y los procesos de integración y democratización habían modificado el “contexto para la acción”. Se debía pasar de una autonomía por oposición a una autonomía relacional, en la que lo determinante fuera la contribución a los intereses nacionales y no el grado de oposición o confrontación con los poderes centrales. (Por ejemplo, con los Estados Unidos.) [3]
El dirigente político que Alberto designe al frente de la Cancillería tendrá que desplegar una política exterior sustantiva, en la que convivan los mejores aspectos de ambas concepciones de la autonomía. Por momentos se impondrá la resistencia frente al avasallamiento de los países centrales, mientras que en otras etapas deberá primar la colaboración inteligente. El gobierno argentino deberá ser muy perspicaz a la hora de detectar dónde reside el interés nacional en cada agenda de negociación. La aguda fragmentación regional y el contexto mundial “no hegemónico” [4] exigen un liderazgo político esclarecido. No se trata de las livianas formas de la diplomacia que extasían a Faurie sino, como sentenció alguna vez Hans Morgenthau, del interés nacional definido en términos de poder.
[1] Miller, Karina (2000). Influencia sin poder: el desafío argentino ante los foros internacionales. Buenos Aires, Nuevo Hacer
[2] Russell, R. y Tokatlian, J. (2010). Autonomía y neutralidad en la globalización: Una readaptación contemporánea, Buenos Aires, Capital Intelectual.
[3] Russell, Roberto y Tokatlian, Juan Gabriel (2001).“De la autonomía antagónica a la autonomía relacional: Una mirada teórica desde el Cono Sur”. En Postdata, N°7, mayo.
[4] Cox, Robert (1994). "Fuerzas sociales, estados y órdenes mundiales: más allá de la teoría de las relaciones internacionales". En Vasquez, John, Relaciones Internacionales. El pensamiento de los clásicos, Barcelona, Limusa.
* Doctor en Ciencias Sociales (UBA). Ex Director General de Planeamiento y Estrategia del Ministerio de Defensa.
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