¿La apuesta desarrollista?

Por sus credenciales ante el poder fáctico, Massa no precisa ganar confianza mostrando intrascendencia.

 

Contextos

Cuando el kirchnerismo repite, por tercera vez, el nombramiento de un candidato que no viene de sus filas, ya deja de ser un accidente, una decisión producto de las circunstancias puntuales, sino que se trata de una práctica reiterada. Esa práctica refleja un problema que no puede superar: la dificultad para crecer y expandir su influencia política e intelectual.

El kirchnerismo, una suerte de ala izquierda que ayudó a regenerar la confianza popular hacia todo el peronismo, se encuentra reiteradamente con que su entorno cercano –gobernadores, sindicalistas, intendentes, funcionarios— es bastante más conservador o “de centro” que lo que relata de su propia identidad. Para armar candidaturas votables por el amplio espectro pan-peronista, debe ofrecer candidatos que no puedan ser estigmatizados como “k”. Los enemigos del kirchnerismo no sólo están afuera del movimiento.

La designación de Massa no es desorientación sino un rumbo político establecido. Cristina ha llamado de mil formas a algún tipo de pacto económico, social, político, con todo el mundo, incluidos los “medios”, sus archienemigos responsables de parte del rechazo irracional de sectores sociales a su figura y en parte instigadores del atentado que sufrió. La designación de Alberto fue una mano tendida hacia los poderes fácticos, y ahora la unidad en torno a Massa continúa en esa misma línea, ampliándola también hacia los norteamericanos.

Ocurre que el kirchnerismo y Cristina fueron definidos como algo demoníaco por el poder más concentrado, un espacio político a aniquilar, tal cual repiten sin pruritos democráticos los candidatos de la derecha. Si bien se las ha ingeniado para sobrevivir en un entorno tan hostil y violento, no puede revertir una ofensiva permanente que se vuelca constantemente sobre su jefa y sus seguidores. En los 8 años transcurridos desde su paso al llano, no ha logrado resolver políticamente la cuestión de cómo fortalecerse para transformar o neutralizar parte del entorno hostil. Y por eso Massa.

Ni republicanos, ni democráticos

Tan aberrante como los acontecimientos que vienen ocurriendo en el Jujuy de Gerardo Morales ha sido el apoyo unánime dado por el espacio político de Juntos por el Cambio a lo que se vive en esa provincia. La situación de completa irregularidad jurídica, la arbitrariedad institucional sistemática desde la reforma de la Corte Suprema, la detención de Milagro Sala hasta la reforma inconstitucional de la Constitución provincial, acompañada por el atropello a los derechos de trabajadores públicos y pueblos originarios, para dar espacio “legal” a la explotación del litio, muestran a una agrupación política que no tiene ningún compromiso con los valores que dice sustentar, cuyo núcleo central es la facilitación de negocios a sectores locales y extranjeros asociados. Todo el resto es discurso de marketing, para facilitar la adhesión de reaccionarios o incautos.

La novedad de la utilización de técnicas represivas ilegales que incluyen la infiltración de agentes para realizar actos de violencia y depredación, la circulación de vehículos civiles sin identificación a la caza de manifestantes, el asalto a casas particulares con objetivo de amedrentamiento, o las detenciones sin acceso al derecho legal a la defensa, ponen en acto un anticipo de lo que piensan realmente de las instituciones y de los derechos humanos los “moderados” entre los macristas. Nos avisan sobre qué pueden ser capaces de hacer con tal de controlar a la sociedad para amoldarla a las necesidades de los poderes fácticos.

Todo esta ofensiva antipopular se encubre con el argumento grotesco, de que “el kirchnerismo violento intenta desestabilizar los gobiernos democráticos exitosos”, como sería el de Morales. A su vez ese panfleto se basa en un guión que se viene escribiendo previamente, para consumo de público fanatizado, que Alfonsín y De la Rúa cayeron por culpa de complots peronistas.

Para que todo ese desquicio institucional pueda funcionar ha sido necesaria la total complicidad del justicialismo jujeño, que parece no entrar en el radar del Partido Justicialista nacional. Se ve que las noticias llegan muy despacito desde una provincia tan lejana, como si estuviéramos en 1810.

 

¿Qué se puede esperar de un eventual gobierno de Massa?

Massa no es Alberto. Durante buena parte de su gestión Alberto se ocupó de defender su lapicera para no usarla, o para no hacer lo que le proponía Cristina. Lo importante era no quedar mal con los poderosos, ni recibir una editorial condenatoria de La Nación. La falta de decisión y acción llevaba a un evidente inmovilismo.

No será el caso desde 2024: Massa tendrá la lapicera y la usará desde el primer día.

El tema de la eficacia no es menor. La acción gubernamental que se pueda desplegar desde el primer día es fundamental, y la iniciativa que muestren las máximas autoridades, fortalece a toda la administración. La vocación de hacer cosas, de construir, de marcar la realidad, es vital para que un gobierno logre la adhesión de la gente.

Un gobierno naciente, que cuenta con un cercano aval electoral, puede hacer más cosas, como bien sabe y promete la derecha. En el caso de ese sector, se trataría de utilizar el supuesto aval electoral para proceder con una fuerte agresión a las mayorías, argumentando que la ciudadanía ha votado mayoritariamente a favor de la agresión, como se le venía anticipando públicamente.

Si triunfa Unión por la Patria será necesario aprovechar ese primer impulso para realizar un plan de estabilización, que deberá evitar afectar a los sectores más dañados estructuralmente. A Massa, seguramente, no se le pasarán los primeros 90 días de gestión demostrando lo bueno que es, como hizo Alberto. Entre otras cosas, porque Massa cuenta con credenciales ante los poderes fácticos para no tener que ganar confianza mostrando intrascendencia.

En todo caso, para los que esperan un shock distributivo, la condición necesaria pero no suficiente para que se pueda lograr ese punto, es que pare la carrera de precios. Lo dijimos y lo repetimos: que baje la inflación, incluso a cero, no es lo mismo que se abarate el costo de vida y mejore el salario real. Para que eso ocurra, que es lo que realmente le interesa a los trabajadores, hay que trabajar en diversos frentes, entre ellos el productivo, para que los ingresos de las mayorías crezcan en serio. Ojalá, en ese sentido, sirva la mala experiencia de la actual gestión, y se comprenda la irrelevancia de la apelación a la responsabilidad social de quienes carecen de ella.

No sabemos qué está pensando Massa en ese sentido, pero en su actual gestión muestra resistencia a evitar deterioros salariales significativos, como ocurriría con la gran devaluación que le vienen reclamando el FMI, los exportadores y los especuladores locales, mientras trata de sostener el poder adquisitivo de franjas importantes de asalariados con desgravaciones impositivas y alivios crediticios.

Hay en su gestión como ministro de Economía, una preocupación para mostrar ortodoxia en las medidas económicas y los números que exhibe frente al establishment local y el Fondo, altamente ideologizados y equivocados. Pero también se advierte una preocupación por sostener el nivel de actividad, a pesar del complicadísimo cuadro de reservas nulas y remarcaciones monopólicas existente.

¿Qué hará Massa con el catálogo conocido de demandas del poder económico?

¿Qué pasará con la reforma laboral precarizadora, con la reforma previsional pro-curro financiero, con las privatizaciones de empresas públicas interesantes para los grupos privados, con los recursos naturales que pretenden apropiar locales y extranjeros, con los puertos extranjerizados del Paraná, con la construcción del canal Magdalena y con los vencimientos de las concesiones menemistas que están acabando este año? ¿Las fronteras seguirán siendo un colador? ¿Los recursos naturales se seguirán controlando mediante “declaraciones juradas” de los exportadores?

No lo sabemos. Tampoco conocemos si estos temas se están conversando en la cúpula de la actual coalición. La experiencia que está terminando no es muy auspiciosa en ese sentido: hubo una mezcla de falta de sentido estratégico de la acción gubernamental, con trabas y discrepancias producto de diferentes visiones de la relación Estado-mercado. Se percibe que no hay conducción ni orientación, y eso alienta las peores prácticas rentistas privadas.

Massa ha mostrado posturas reaccionarias en diversos temas desde el llano, cuando era candidato de parte del establishment a gobernar la Argentina contra el kirchnerismo. No tiene sentido omitir estos antecedentes, disponibles en abundancia en archivos y redes. También hay que poner esos elementos junto al pragmatismo que lo caracteriza y a un sentido político y olfato del humor social mucho más agudo que el de muchos otros personajes que habitan todo el espectro político nacional. Cómo terminaron otros que compartían aquel libreto “pro mercado” que supo repetir, tampoco es ajeno a su conocimiento.

 

La discusión sobre desarrollismo y neoliberalismo

¿Massa sería una repetición del menemismo de los '90? Parece imposible, dado que esas reformas estructurales en parte ya se hicieron y no se revirtieron, y porque otras fracasaron. Pero seguro que habrá fuerte presión privada para capturar nuevas rentas y negocios cedidos por el Estado. Es lo que festejaban en estos días. Pero la experiencia noventista tampoco parece repetible, porque dejó un cierto grado de aprendizaje social y de aprehensión a fórmulas económicas mágicas.

En ese sentido, ¿tendrá un gobierno de Unión por la Patria alguna capacidad de compatibilizar los planes del capital global respecto al país, con la necesaria industrialización argentina?

Está claro que los negocios que les interesan a las multinacionales y a los grupos locales no tienen espontáneamente nada que ver con un proceso de desarrollo, salvo que se hagan las cosas necesarias para enganchar esos procesos de inversión con el entramado productivo y de empleo local. Sobran ejemplos internacionales de políticas públicas inteligentes para aprovechar ciertos impactos inversores para construir una trama local moderna y competitiva.

Pero para eso es imposible contar con la espontaneidad de “los mercados”. Es un trabajo que debe encarar el Estado. Todo el caso del gasoducto Néstor Kirchner es un buen ejemplo de un conjunto de iniciativas que tomó el Estado, con un rol importante para empresas privadas, que va a tener un final muy feliz. Estado, planificación, producción de riqueza, endeudamiento fácilmente pagable gracias a la producción y fuerte decisión política.

En la visión neoliberal, que ya fue vivida en plenitud durante la experiencia de Carlos Menem y de Mauricio Macri, el Estado funciona como bien lo describía Marx en su juventud: como un comité de negocios de la burguesía. Su única preocupación era facilitarle los negocios a diversos grupos y fracciones corporativas, sin importarle ni la macroeconomía, ni la estabilidad social, ni mucho menos el desarrollo.

Massa, si se autonomizara de UP y quisiera ejecutar políticas neoliberales, siempre podría contar con el apoyo de una parte de la bancada de la derecha para promulgar algunas leyes para favorecer intereses puntuales, y no necesitaría contar con un consenso de su espacio de referencia. Si es para virar hacia la derecha, tendrá casi siempre apoyo parlamentario, mediático y judicial.

Los tres factores que podrán impedir una deriva del gobierno en esa dirección –la de la piñata de negocios de las corporaciones—, son:

  • La existencia efectiva de organización política y de movilización popular;
  • la composición del propio frente oficial, los acuerdos y las presiones internas; y
  • la propia inteligencia política de Massa, que seguramente le aconsejará no serruchar la rama en la que está parado.

¿Es posible transformar una piñata de negocios empresarios (el neoliberalismo) en un plan de desarrollo nacional con impacto claro sobre la calidad de vida de lxs argentinxs?

Sí. A condición de neutralizar las exigencias subdesarrollantes del FMI y de desplegar capacidad estatal para conducir organizadamente un fuerte proceso de inversión productiva: no todas las inversiones privadas son buenas, y seguramente no cubren todas las inversiones requeridas por el país.

¿Alguien está pensando en un programa de reconstrucción del Estado para que esté en condiciones de conducir un proceso de desarrollo sofisticado, con fuerte participación social y con plena utilización de nuestras propias capacidades científicas y tecnológicas? No parece, pero se trata de una condición necesaria para que las inversiones que van a venir no generen un mero archipiélago extractivo con bajo impacto sobre el país.

Esta semana se detectó, por ejemplo, que empresas que operan en el sector minero estaban sacando litio por la frontera con Chile sin pagar un peso a nadie. Eso es neoliberalismo en estado puro. Ahora, no en el futuro. No podemos seguir así, sin Estado, sin Ley, en este grado de anomia que se extiende a la totalidad de las actividades extractivas. Hoy, bajo el gobierno del Frente de Todos,  no sabemos en realidad cuánto se produce (de petróleo, de gas, de minería, del agro, de la pesca), cuánto se exporta, y cuánto le deberían pagar al Estado según lo que establece la Ley.

Cristina Kirchner se cansó de decir, cuando fue Presidenta, que su proyecto era “crecimiento con inclusión”, algo que debería ser elemental para cualquier grupo político o económico sensato. Sin embargo fue percibido como intolerable por parte de sectores altos y medios.

Sergio Massa es percibido de otra forma por parte del alto empresariado, como lo mostró la reacción de algunos mercados frente a su designación. ¿Puede usar esa predisposición positiva para promover el desarrollo de las fuerzas productivas, protegiendo y mejorando el nivel de vida de la población? Otra meta que debería ser de sentido común, pero que la derecha realmente existente no acepta.

La economía nacional viene creciendo en la actual gestión, pero hay un divorcio marcado entre este crecimiento y el bienestar de muchísima gente. Es evidente que espontáneamente el crecimiento de la producción y de las exportaciones, no mueven el amperímetro social, a menos de que exista una fuerte opción política por parte del Poder Ejecutivo.

Si Massa lograra avanzar en esa dirección, se pondría en el centro de la escena política del peronismo. Seguramente su ambición lo empuja en ese sentido.

Pero si no logra construir un esquema institucional desarrollista, sólo se quedará administrando los negocios particulares de unas cuantas grandes firmas multinacionales, y correrá con los mismos problemas que los gobiernos neoliberales argentinos: estallido de crisis macro económicas y sociales, con desestabilización política.

Es el horizonte previsible de los candidatos de Juntos x el cambio y de sus políticas catastróficas lo que explica por qué cada día que pasa se calzan más el casco de guerra.

 

 

 

 

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