La apertura al mundo de Macri

Los vientos globales que azotan a un país indefenso

El país asiste azorado al huracán de una corrida cambiaria que, alcanzando un récord histórico, llevó en pocos días al gobierno de Macri a buscar refugio en el FMI y a pesar de ello, todavía continua sin visos de parar. El salvavidas de 50.000 millones de dólares –cifra inédita en la historia del FMI— aparece ahora como un señuelo que atrae a las fieras de “los mercados”. Acurrucado en el ojo del huracán, Macri se congratula por el apoyo de las más altas finanzas del primer mundo, un apoyo que le daría tiempo para llegar a 2019 y planear su triunfo electoral. Sin embargo, el cielo que contempla desde allí no es ni celeste ni sereno. Aparece cada vez más cubierto por la sombra siniestra de enormes plumas negras que, en caóticos círculos concéntricos y cerrados, marcan el descenso vertiginoso de los fondos buitres sobre un país cada vez más timbeado y enredado en los tentáculos del endeudamiento externo. Esta corrida, que continúa con brío, ha arrojado un potente haz de luz no solo sobre el significado y los límites de la “apertura al mundo” de Macri, sobre los protagonistas de esta aventura y sus objetivos, sino también sobre las condiciones de la coyuntura económica global que la hacen posible.

Mientras las corridas cambiarias ocurridas durante los gobiernos K tuvieron por protagonistas principales a los bancos y grandes grupos económicos locales, esta corrida fue detonada por grandes bancos extranjeros y fondos de inversión, líderes en el mercado financiero internacional y socios de este gobierno en el negocio del endeudamiento externo. El JP Morgan, uno de los seis principales bancos norteamericanos, ha tenido un rol decisivo en la colocación de la deuda argentina desde 2016. Fue además el primero en dolarizar su enorme cartera de LEBACs antes del vencimiento de las mismas el 15 de mayo pasado. Su ejemplo cundió rápidamente y Merrill Lynch y otros bancos y fondos de inversión extranjeros se sumaron a la liquidación de la tenencia de las LEBACs, desatándose así una corrida hacia el dólar que pronto sumó a los clásicos  protagonistas de la especulación financiera local:  los bancos locales y otras instituciones privadas, las grandes empresas, y un poco más tarde el chiquitaje minorista.

En esta corrida dos poderosos fondos buitre tuvieron un rol central en lo que pareció ser un intento de salvataje del gobierno. Así, ante la posibilidad de desmadre de la corrida en días previos al vencimiento de las LEBACs el 15 de mayo pasado, Luis Caputo, Ministro de Finanzas, impuso al presidente del Banco Central una estrategia para controlar la corrida que consistió en poner a disposición del mercado unos 5.000 millones de dólares de las reservas del Banco Central con un dólar a 25 pesos. Al mismo tiempo que erigía este supuesto muro de contención, el Banco Central abría sin notificación previa una emisión de bonos en pesos a tasa fija (sugestivamente llamados BOTES, 2023 y 2026) y, por arte de magia, dos poderosos fondos buitre (Templeton y BlackRock) que muy poco antes habían dolarizado tenencias de LEBACs a 20.20$, ahora ingresaban del exterior 3000 millones de dólares a 24.95$ para adquirir los BOTES. Esta fuerte oferta de dólares frescos puso freno momentáneo a la corrida, rescatando al gobierno del desmadre desatado por algunos de sus socios. El muro de contención logro mantener al dólar orillando por debajo de los 25 pesos hasta el viernes 8 de mayo y permitió que el gobierno renovara la totalidad de las LEBACs que vencían, a una tasa del 40%. Con un costo mensual de aproximadamente 800 millones de dólares, el gobierno postergó la solución al engendro maléfico que él mismo creara. La frutilla del postre de esta jugada fue el desplazamiento del Banco Central del manejo de la política cambiaria y la concentración de la misma en manos de Caputo.

La intervención de BlackRock y Templeton en el salvataje no parece haber sido casual. Los dos participaron del negocio de la compra de bonos defaulteados de deuda argentina bajo jurisdicción del juez norteamericano Thomas Griesa. El primero es además viejo conocido de Caputo. El segundo es representado por un ex funcionario del FMI, socio de Templeton en el Grupo SBS, Gustavo Cañonero. Y como siguiendo el viejo principio de que “todo tiene que ver con todo”, de la noche a la mañana el país amaneció estrujado por el chaleco de fuerza impuesto por el FMI, no solo a este gobierno, sino al que será electo en el 2019. Sugestivamente, la zambullida de los fondos buitre en búsqueda de BOTES fue precedida por una conversación telefónica entre Macri y Trump ocurrida el día anterior. Esto último y la rapidez con que se gestionó el acuerdo con el FMI, la magnitud del dinero puesto a disposición del gobierno argentino, y los considerandos políticos que lo justifican muestran la voluntad política de los países centrales de apoyar a un gobierno comprometido explícitamente en destruir al populismo, un gobierno que, azotado por la furia de “los mercados”, corría el riesgo de perder las elecciones del 2019 o de no llegar a ellas.

La corrida, sin embargo, no ha sido detenida. Muy por el contrario, el 12 de junio, dos días después de retirar el muro de contención de los 5.000 millones de dólares y de anunciar la flotación del dólar impuesta por el acuerdo con el FMI, el Banco Central tuvo que volver a intervenir vendiendo en un día 700 millones de dólares para contener una nueva ola de la corrida. Esto llevo al ministro Caputo a anunciar que el 20 de junio (¡Día de la Bandera!) pondría a disposición del mercado 7.500 millones de dólares del préstamo del FMI. La gravedad de la situación se evidencia en el hecho de que el Banco Central perdió 14.000 millones de dólares de sus reservas desde que se inició la corrida, cifra casi igual al primer desembolso del acuerdo stand-by. A pesar de este anuncio, la corrida no se detuvo y dos días después del anuncio de Caputo la marea desatada por la corrida se llevaba al presidente del Banco Central, quien fue sustituido por el propio Caputo. Y en un acto no exento de enorme significación, Caputo nombro a Cañonero, representante de Templeton como vicepresidente de la máxima autoridad monetaria del país. De continuar esta corrida, todo parece indicar que los dólares del FMI entrarán por una puerta y saldrán rápidamente por otra, dejando al país cada vez más endeudado y sediento de dólares inexistentes, en la antesala de un default inminente, de un nuevo corralito y de un nuevo escenario de cuasi monedas y trueque.

¿Como se llegó a esta situación? Esta corrida se dio en un contexto de fuerte oposición popular al tarifazo, de pérdida de credibilidad de un gobierno que, habiendo roto todas las promesas electorales, se mostró incapaz de controlar la inflación y anegado por internas de todo tipo en su gabinete; y que además tuvo la osadía (o la ignorancia) de pretender acotar la” independencia “del Banco Central recordándoles así a los mercados que los argentinos somos seres impredecibles. Sin embargo, otros factores incidieron en esta esta corrida, factores de origen externo a la idiosincrasia del país. Por un lado, la suba de las tasas de interés de la Reserva Federal norteamericana. Pareciera entonces que más allá del caldo de cultivo argentino, hay elementos en la coyuntura económica internacional que contribuyen a detonar una dinámica impredecible de serias consecuencias para los países emergentes.

 

La coyuntura económica global

Históricamente, las crisis económicas han sido inherentes al desarrollo del modo de producción capitalista y se han caracterizado por un movimiento doble: por un lado, la destrucción de bienes, activos y fuerzas productivas, por el otro lado la creciente concentración del capital y de la riqueza acumulada. Desde fines de la década de los '60 del siglo pasado, estas crisis se han multiplicado periódicamente, culminando este proceso en la gran crisis financiera del 2008. A diferencia de otras crisis en décadas recientes, la del 2008 detonó en el centro del capitalismo mundial, los Estados Unidos, y desde allí reverberó hacia los otros países centrales y hacia el resto del mundo, contribuyendo a  desnudar la enorme concentración de la riqueza y la magnitud de la desigualdad social imperante en el primer mundo.

Esta crisis financiera tuvo causas estructurales que subyacen a la acumulación del capital desde principios de los '70. La introducción creciente de alta tecnología al proceso productivo a lo largo de las últimas décadas ha generado una acumulación intensiva en capital que ha impulsado la restricción del mercado de trabajo, el desempleo creciente, el estancamiento y la caída de los salarios, una menor demanda de consumo, sobreproducción, deflación, y la caída de la rentabilidad y de la inversión productiva. Estos procesos desembocaron en una tendencia al crónico estancamiento de la producción y en un endeudamiento creciente para impulsar la acumulación del capital en los países centrales. Asimismo, la búsqueda de solución a las causas estructurales del crecimiento letárgico de la producción dio origen a distintos fenómenos entre los que se destacan la expansión de las inversiones directas hacia las regiones más atrasadas del mundo, la integración de la producción mundial en cadenas de valor global, el creciente gasto militar, el enorme gasto superfluo y el impulso dado al consumo a partir de un endeudamiento creciente de la población. En este contexto la deuda y su crecimiento pasaron a jugar un rol crucial en la expansión de la acumulación del capital. Esto ha creado una brecha creciente entre la tasa de crecimiento de la economía real de los países centrales y el crecimiento exponencial de la deuda y de sus intereses, generando así las condiciones para una crisis sistémica de índole global e inédita.

Si en vísperas de la crisis financiera del 2018 la deuda global era grande, desde ese entonces ha aumentado en más de 70 trillones de dólares. Hoy supera los 237 trillones de dólares, y equivale a 327% del Producto Bruto Global. Así, cada dólar de crecimiento del Producto Bruto Global requiere de 5.4 dólares adicionales de deuda (Institute of International Finance. (www.iif.com/publication/global-debt-monitor/global-debt-monitor-april-2018) No solo la deuda global ha alcanzado niveles inéditos en la historia de la humanidad. Lo mismo ocurre con la deuda total de los países centrales. En los Estados Unidos, la deuda total (pública y privada) llegó en 2017 a los 70 trillones de dólares y crece a un ritmo muy superior al crecimiento del Producto Bruto Total, siendo matemáticamente imposible cubrir la brecha. Mientras que entre 1950 y 1970 la deuda total y el producto bruto crecían en forma pareja, en la década del '70 esta relación fue de 1,5 dólares; en los '80 y '90 fue de 3 y 3.5 dólares respectivamente. Este fenómeno siguió escalando y entre el 2000 y el 2017 cada dólar de crecimiento del producto bruto norteamericano requería 4 dólares adicionales de deuda (BEA, Board of Governors y fred. St Louisfed.org)

Hoy como ayer persiste la amenaza estructural de recesión y deflación en un contexto de creciente desigualdad social e inestabilidad política. En este contexto, la estructura de poder global se reproduce a partir de la absorción sin límites del excedente, las ganancias, la riqueza acumulada, los recursos naturales, y los ingresos de la población mundial a través de rentas obtenidas gracias al control monopólico ejercido sobre todos los aspectos de la vida en sociedad: sean estos económicos, políticos o ideológicos. Hoy tenemos una estructura productiva y una estructura financiera estrechamente integradas a nivel mundial que, más allá de las ideologías y de los sistemas políticos vigentes, concentra el poder económico en una red de monopolios y oligopolios multinacionales, privados y públicos interconectados de distintas maneras. El eje que estructura las relaciones de poder que se derivan de esta integración productiva/ financiera es la necesidad permanente de obtener y maximizar rentas monopólicas (productivas, financieras, servicios etc.) Este capitalismo global monopólico no elimina los conflictos sociales y políticos, sino que estos se intensifican y hoy tenemos un conflicto creciente por los espacios (territorial, estratosférico, marítimo, ciberespacial), los mercados, los recursos naturales de importancia estratégica y la información. Los alardes de proteccionismo económico actual, los conflictos por controlar mercados cada vez más restringidos por el estancamiento económico y el creciente conflicto por el  control de áreas y regiones con reservas de recursos no renovables en vías de extinción que son de importancia crítica, no bastan para destruir la realidad subyacente de un proceso productivo integrado mundialmente en cadenas de valor global dominadas por el control monopólico de la tecnología de punta en determinados eslabones  estratégicos de estas cadenas. En estas circunstancias, la competencia por controlar la información, el ciberespacio y el espacio estratosférico fogonean cada vez más un desarrollo tecnológico que, robotizando el proceso productivo y la producción de armamentos, amenaza a las fuentes de trabajo a nivel mundial y pone en cuestión el futuro de la especie humana en el planeta.

 

La deuda externa en la Argentina de Macri

La política económica seguida por este gobierno desde que asumió a fines del 2015 ha tenido por principal objetivo la destrucción de toda posibilidad de un crecimiento económico independiente e integrado. A tal fin ha buscado atar el país a la coyuntura económica internacional a partir de un endeudamiento creciente, bajo la tutela de los grandes bancos norteamericanos. Por un lado, se liberaron todas las trabas existentes a los flujos comerciales y financieros. Estas políticas redundaron en un rápido y enorme crecimiento de importaciones que, teniendo por aparente objetivo  “terminar con la ineficiencia”, lograron desarticular a la pequeña y mediana empresa nacional que produce para el mercado interno, al mismo tiempo reforzaron la actual inserción de nuestra economía en cadenas de valor global totalmente dominadas por el capital monopólico internacional: desde la industria automotriz y otros sectores industriales, incluidas la agro-industria y la industria alimenticia, a la producción de bienes primarios, la energía y los minerales. Estos procesos agravaron el fenómeno de la restricción externa, inherente a la dependencia tecnológica, que culminó en un gran deterioro del balance comercial y en el creciente endeudamiento externo para enfrentar la falta de divisas y financiar el déficit público. Por otro lado, se persiguió una integración creciente a la economía global a partir de la dolarización de los precios de los combustibles y tarifas públicas.

Esta política ha perseguido el mismo objetivo que buscara la convertibilidad de Cavallo, sólo que ahora se ha intentado plasmarlo de un modo “gradual”. En otra nota hemos visto el significado de esta dolarización en términos de la lucha entre grandes grupos económicos locales, que paradójicamente constituyen el “núcleo duro” de la clientela del gobierno de Macri. 

El objetivo de colocar al endeudamiento externo en el centro de la escena política ha seguido también otros caminos. La sustitución de los estímulos al desarrollo de la producción por políticas que impulsaron la especulación financiera y el carry trade con el dólar han impuesto garfios de hierro que acollaran la economía argentina a las vicisitudes de la coyuntura económica global y a las turbulencias del mercado financiero internacional. Estas políticas han impulsado el rápido crecimiento de la deuda externa y enfeudado al mercado financiero local a la vorágine especulativa de las altas finanzas internacionales. Esto explica la activa participación de los grandes bancos y fondos de inversión extranjeros en la timba local con las LEBACs y otros instrumentos financieros. De este modo se les dio poder de veto sobre la política económica local utilizando para ello el simple recurso de salir y entrar a las finanzas locales tantas veces como se les ocurriera y mientras durase la garantía de una rentabilidad en dólares asegurada por un tipo de cambio “planchado”. Esta posibilidad empezó a tambalear desde diciembre pasado enrareciendo la confianza de los “mercados” y especialmente de los capitales extranjeros invertidos en la especulación. Desde principios de este ano estos capitales empezaron desprenderse gradualmente de su tenencia de LEBACs y corrieron hacia el dólar para fugarlos. El deterioro de la credibilidad política de Macri y sus CEOs en los últimos meses y la suba de las tasas de interés por la Reserva Federal norteamericana imprimieron un mayor ritmo a la corrida. Sin embargo, éste no parece haber sido  el único condicionante externo.

En este contexto de endeudamiento creciente no nos puede extrañar que la banca privada local haya sido el principal aliado y beneficiario de las políticas de este gobierno, ni que familiares, amigos y entenados de Macri junto con sus CEOs y otros destacados representantes de la “patria contratista” mantengan sus cuantiosos dineros en cuevas offshore y, aprovechando  las circunstancias, amplíen raudamente sus negocios asociándose al capital extranjero  e invirtiendo en sectores tan disimiles como los combustibles, la infraestructura, la energía no renovable y el transporte. No por casualidad, estos campos de inversión tienen algo en común: son fuente de fuertes rentas monopólicas. Tampoco puede extrañar que el corolario de este endeudamiento creciente y rápido haya sido colocar al país a merced del vuelo rasante de los fondos buitres, bajo la tutela de los grandes bancos norteamericanos y el férreo control operativo del FMI.  Sin embargo, no está todo dicho.  Ni las causas que erosionan la legitimidad y “eficiencia” de las políticas económicas de este gobierno han sido eliminadas, ni los conflictos sociales que producen, tanto entre los grandes grupos económicos locales como entre estos y los que menos tienen, han sido superados. Muy por el contrario, el futuro inmediato se presenta cargado de tensiones, y es altamente probable que estos conflictos se intensifiquen rápidamente, por el desarrollo de las contradicciones aparentemente insolubles que plagan al mundo de las finanzas internacionales y rebotan en los países emergentes a través de corridas cambiarias y fuga de capitales.

(Continuará).

 

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