Desde hace varios años, el ex presidente oriental Julio María Sanguinetti publica en distintos medios rioplatenses artículos de opinión en los que asimila los cuestionamientos a las políticas del Estado de Israel como antisemitas. En 1975 la Asamblea General de las Naciones Unidas equiparó al sionismo con racismo y en 1991 anuló esa fórmula, cuando el portavoz israelí ante la Asamblea era el actual premier Benjamín Netanyahu. En una retorsión de esas posiciones, Sanguinetti asimila antisionismo con antisemitismo. En su última publicación, describe un desplazamiento del antisemitismo de la derecha tradicional al antisionismo de izquierda.
Ninguna de estas demasías facilita la comprensión ni ayuda a resolver los complejos problemas derivados de la reivindicación de un mismo territorio por dos pueblos distintos que se acusan recíprocamente de usurpadores, uno en tiempos bíblicos, el otro en la actualidad.
Sanguinetti repite como verdad revelada la versión oficial del Estado de Israel, según la cual los palestinos no tienen su Estado como lo preveía la resolución de las Naciones Unidas de 1947 de partir el territorio en dos, porque los países árabes se negaron a aceptar el suyo, por odio a Israel, que se continúa hoy en el terrorismo de Hamas.
Historiadores e intelectuales judíos sostienen por su parte que hubo una política deliberada de masacres de mujeres y niños por parte del primer gobierno israelí para sembrar el terror y forzar el éxodo palestino. Aquí se ahorrarán las descripciones de esos hechos atroces, con cumbres inenarrables como Sabra y Shatila. Incluso el ministro de Relaciones Exteriores y luego segundo primer ministro de Israel, el moderado Moshé Sharett, dejó testimonio en su diario, publicado luego de su muerte, de la repulsión que le provocaba esa política. “Es una mancha indeleble que no podremos borrar durante muchos años”, escribió en 1953, convencido de que "cada operativo de represalia enciende un nuevo mar de odio”. El principal agente de esa política, justificada con el argumento de que no volvería a derramarse sangre judía en forma impune, fue el comando militar y luego primer ministro Ariel Sharon.
El video que acompaña esta nota muestra la reproducción en el presente de las posiciones enfrentadas de Sharon y Sharet, en el extraordinario diálogo entre el músico Daniel Barenboim y la ministra de educación israelí, Miri Regev, la misma que fulminó a Messi por la cancelación del partido en Jerusalén. La calidad del video es mediocre, pero su contenido es excepcional. Transcurre durante la ceremonia en la que Barenboim recibió el importante premio de la Fundación Wolf por sus relevantes posiciones musicales y humanistas. En su discurso de aceptación, Barenboim recordó que emigró de la Argentina a Israel a sus 10 años, en 1952, cuando sólo habían pasado cuatro años de la declaración de la independencia del país en el que hasta hoy vive, si bien viaja por el mundo como director de grandes orquestas, en Berlín y Chicago. Con un tono calmo y reflexivo leyó estos fragmentos de la declaración de la Independencia, que consideró inspiradores para el ideal que los convirtió de judíos en Israelíes: “El Estado de Israel se consagrará al desarrollo del país para el bienestar de todos sus habitantes. Se funda sobre los principios del derecho y la libertad y del bienestar de todos, guiado por las visiones de los profetas de Israel, sin considerar diferencias de raza, religión o sexo. Garantiza a todos sus ciudadanos iguales derechos sociales y políticos, su libertad de culto, de opinión, de lengua, de educación y de cultura”.
Sus firmantes, agregó Barenboim, se comprometieron en nombre de todos a la paz y la buena vecindad con todos los estados fronterizos y sus pueblos. Se declaró hondamente dolorido y preguntó si el estado de ocupación y control de otro pueblo era compatible con la declaración de la independencia, si es congruente la independencia de un país con la violación de los derechos fundamentales de otro. “¿Puede el pueblo judío, cuya historia se ha caracterizado por el sufrimiento y la persecución permitirse ser indiferente hacia los derechos fundamentales y el sufrimiento de un Estado vecino?” Consideró un sueño irreal la solución ideológica del conflicto y propuso en cambio un arreglo pragmático y humanitario basado en la justicia social. Reiteró su descreimiento en una solución militar. Agregó que en vez de esperar a que se encuentre una solución fundó junto con su difunto amigo palestino Edward Said un taller musical para jóvenes de todos los países de Medio Oriente, árabes y judíos, ya que por su naturaleza la música puede elevar los sentimientos y el poder de imaginación de israelíes y palestinos. “Por eso he decidido donar la dotación económica del premio a actividades de educación musical en Israel y Ramallah”, concluyó.
La ministra de Educación, Cultura y Deporte, Miri Regev, se declaró “consternada” y acusó a Barenboim de elegir el escenario del premio para “atacar al Estado de Israel”. Mientras la audiencia se dividía en aplausos y silbidos, Barenboim regresó al atril y ya sin papeles, apasionado pero con serenidad propia de quien está muy seguro de su posición, dijo que no había ofendido al Estado de Israel. “Sólo me he tomado la libertad de citar partes de la declaración de la independencia y de formular unas cuantas preguntas retóricas. Señora ministra, usted tiene derecho de dar otras respuestas”.
Desde la ciudad donde Barenboim y yo nacimos con pocos meses de diferencia, sólo me permito lamentar que este ejemplo de respeto y tolerancia entre quienes sostienen posiciones antagónicas no se extienda a los habitantes árabes que sobreviven como ciudadanos de segunda en el Estado de Israel.
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