La libertad de cuidar a los otros
Muchos trabajadores de salud (TS) están muriendo por su trabajo ante la pandemia. Suele escucharse que se les llama “héroes”, aunque ellos no terminan de aceptarlo. Quizá sea porque la ética del héroe evoca una virtud mayor, el valor, que en su origen es propia del guerrero. Como en Héctor o en Aquiles. Y si es verdad que el valor también es una virtud del hacer ético de los TS, ellos no se consideran guerreros porque su valor ante la enfermedad y la muerte no es su único rasgo ético.
Los trabajadores de salud, aunque comparten con el héroe guerrero la virtud del valor, tienen con ellos una gran diferencia: la finalidad de sus actos. Y el fin es la esencia misma de la ética. El guerrero muestra su valor en la batalla del matar o el morir. Es el valor de exponer la vida para la guerra ante otros guerreros. Y su virtud suele consagrarse con la mayor violencia y cantidad de muertes que logra. Las profesiones de la salud, en cambio, muestran su valor en sus luchas contra la enfermedad y la muerte. Es el valor de exponer la vida propia para la paz o el bienestar de la vida y la salud de los otros. Su virtud se consagra en la mansedumbre de la mayor cantidad de vidas que se puedan salvar y en el mayor número de personas saludables que se alcance. La diferencia ética es abismal.
A los trabajadores de salud también se les podría llamar “santos”, en tanto otra de sus virtudes coincide con la mayor de las virtudes cristianas: la caridad. Pero si bien puede decirse que todas las profesiones de la salud comparten uno de los dos supuestos de la caridad cristiana, el amar al prójimo como a sí mismo, en cambio no es exigible en las sociedades seculares que todos ellos compartan el primer supuesto de la caridad cristiana que es el amar a Dios por sobre todas las cosas.
Esas diferencias ya fueron señaladas hace varios siglos por Rodrigo de Castro en El médico político. Tratado sobre los deberes médico-políticos (1614), al buscar una base humanística no religiosa para la conducta médica: “Ante quienquiera que demande asistencia médica individual, el médico debe atenderlo e intentar curarlo con diligencia, ya sea cristiano, judío, turco, o pagano, porque todos están vinculados por el derecho de humanidad, y la humanidad requiere que todos ellos sean tratados igualitariamente por el médico”.
Visto de este modo, los trabajadores de salud que mueren en su lucha contra la enfermedad por coronavirus y el riesgo de muerte de los otros, sus pacientes, no son héroes ni santos, son personas que hacen de la justicia como igualdad su proyecto de vida. Son justos. Frente a otras opciones de ejercicio de la libertad, ese es el ejemplo de la suya en el acto diario de haber elegido un trabajo con el que comprometieron su vida por quienquiera que la tuviera en peligro, antes y durante esta pandemia en la que murieron.
Reducir y enmascarar
La creciente mercantilización del mundo de la vida va reduciendo toda moral y toda ética heredada a cálculos de utilidad. Y las profesiones de la salud han quedado en el epicentro de un desarrollo tecno-científico que en los medicamentos o las tecnologías biomédicas se asocia a uno de los mayores mercados mundiales. En este contexto, a los trabajadores de salud les cuesta resistir con su ética ante movimientos sociales y políticos que van achicando lo público, reduciendo sus presupuestos, promoviendo el individualismo, y precarizando cada día más sus condiciones de trabajo y sus sueldos y honorarios.
Hoy los TS vienen siendo reducidos progresivamente al rol de operadores técnicos de estrategias mercantiles que se miden por la eficacia y utilidad de sus productos antes que por una visión igualitaria de la vida y la salud.
Y sin embargo, la ética de las profesiones de la salud va indisociablemente unida a un actuar que tiene como fin a la integridad del paciente como persona. Su actuar técnico, científicamente fundado, no puede abandonar esa su finalidad que es el bienestar del paciente ante quien profesan su compromiso.
Es en este estado de la cuestión que enmascara la condición humana de pacientes y trabajadores de la salud, donde la pandemia se cobra a diario la muerte de muchos de ellos. Y es por eso, quizá, que no tenemos un listado de aquellos que murieron honrando la vida y el vivir con el sacrificio de la vida propia. No tenemos una lista oficial de los nombres de esos justos. Eso no está bien.
Por eso es que aquí ofrecemos una lista tan depurada como hemos podido de esos nombres, con un número cercano a la cifra de 60 TS que suele repetirse. Los listados que circulan son incompletos y algunos imprecisos ya que registran la muerte de TS “en contextos de pandemia”, lo que hace que algunos de ellos hayan muerto por accidentes. No hemos incluido estos nombres. En unos pocos casos sólo hemos encontrado la mención de un nombre y la hemos registrado con el fin de buscar más información. Cuando hemos podido, recogemos algunas señas de las semblanzas dadas por familiares, amigos o compañeros de trabajo.
El lecho de los justos
Luis Agüero, enfermero del Hospital Materno Infantil de La Rioja; José Aguirre, 56, enfermero del Hospital Rivadavia, tucumano, cuatro hijos, hipertenso, hombre de pocas palabras, no merecía morir solo; Daniel Aguirre, enfermero del Hospital Thompson de San Martín; Mónica Albornoz, 56, enfermera del Hospital Provincial de General Pacheco, Tigre, “segunda mamá” de médicos residentes; Pamela Amaru; Alex Aquiño, enfermero del Hospital Bocalandro de Loma Hermosa en Tres de Febrero; Paulino Arjona, enfermero del Hospital Posadas, salteño; Patricia Barreiro; Julieta Bogado; Héctor Bornes, 56, médico clínico del Hospital Marzetti de San Vicente, nunca le gustó estar en las noticias, era de perfil bajo; Cimar Terceros Castillo, 38, médico cardiólogo del Hospital Municipal Raúl Larcade de San Miguel, boliviano, pluriempleado; Claudio Cisneros, 58, enfermero del Hospital Materno-Infantil Eduardo Oller de Solano, Quilmes; Miguel Ángel Codino, 61, enfermero del Hospital Eva Perón de San Martín, nunca dudaba en ayudar a quien lo necesitara y encabezó un reclamo por mejores condiciones de trabajo ante la pandemia; Silvio Cufré, 47, enfermero del Instituto Médico de Brandsen, tenía buena mano para las inyecciones, salió para hacerse un chequeo y nunca volvió, murió sin saber que tenía Covid, al cementerio pudieron ir cinco personas, y amenazaron a su familia con quemarles la casa; Silvia Chiappa, enfermera del Hospital Eva Perón de San Martín; Ernesto Dragoevich, trabajador en la Morgue del Hospital Posadas, nació en ese hospital en 1975 y sus padres debieron exiliarse; Miguel Duré, 53, médico, jefe de terapia intensiva en el Hospital Perrando de Resistencia, Chaco, bostero de alma, le gustaba jugar algún picado cuando tenía tiempo; María Laura Estanga, médica neonatóloga del Hospital Rivadavia; Horacio Ejilevich Grimaldi, médico psicólogo del Hospital Municipal San José, creador de la Fundación Jung de psicología analítica; Mirtha Godoy Rodríguez, 49, enfermera del Sanatorio del Oeste de Ituzaingó, paraguaya; Noemí Gómez, 32, enfermera del Hospital Municipal Sanguinetti de Pilar, dos hijos; Francisca González, enfermera del Hospital Materno Infantil Eduardo Oller de Solano, Quilmes; Julio Gutiérrez, 52, enfermero del Hospital Durand, asmático, no fue licenciado; Ariel Herrera, 45, enfermero del Centro de Salud N°17 de San Martín, comprometido con la salud y la universidad pública; Isabel; Carlos Jaime, 52, enfermero del Centro Javier Sábato de Berazategui y del Hospital Presidente Perón de Avellaneda, diabético, hipertenso; Eugenio Kosamel; María Ester Ledesma, 50, enfermera del Hospital Gandulfo de Lomas de Zamora, diabética, obligada a trabajar, contagió a su madre que también falleció; Grover Licona Díaz, 45, enfermero del Hospital Durand, boliviano, con enfermedad de Chagas, dos hijos; Cristina Lorenzo, 62, enfermera del Hospital Central Melchor Posse de San Isidro; María Silvina Loza, 45, enfermera; Miguel Luna, camillero, Hospital Thompson de San Martín; Ernesto Maldonado, enfermero-camillero del Hospital Eva Perón de San Martín; Francisco Marín, 61, médico cardiólogo, director de Salubridad en Resistencia, Chaco, su hija dijo que enseñó que el amor al prójimo, sea quien sea, tiene que estar presente; Mónica Manrique, enfermera del Sanatorio San Juan de Lanús; Julio May; Pablo Ariel Mené, auxiliar de esterilización del Hospital Posadas, siempre de buen humor, fanático de River, escuchaba a Metallica todas las mañanas; Carlos Moyano; Mónica Moyano, de 33, enfermera de la Unidad Médica Educativa Uncaus de Saénz Peña, Chaco; Bernardo Muñiz, 40, enfermero del Penal de Choele-Choel, solidario, si podía darte una mano te la daba; Juana Núñez; Lucila Nuñez, 57, enfermera del Hospital Gandulfo de Lomas de Zamora; Javier Ortiz Miranda, camillero de la Clínica Privada La Merced de Martín Coronado, Tres de Febrero, obeso, asmático, con una hija de tres años; Isidoro Olivares; Gustavo Olivera; Alejandro Passarelli, 59, médico del Hospital Castro Rendón de Neuquén; Laura Pérez; Félix Manuel Ramirez Sosa, 61, médico cardiólogo de la Clínica Privada Gral. Belgrano de Quilmes; Ramona; Martín Ramos, enfermero del Hospital de Clínicas y el Hospital Fiorito de Avellaneda; Sergio Rey, 59, enfermero del Hospital Evita de Lanús; Elia Ríos García; Elena Rojas, 62, médica terapista de la Clínica San Carlos de Escobar, trabajaba con adultos mayores; Guillermo Romero; Marcelo Romio, 64, enfermero de la Municipalidad de Florencio Varela, cuidaba a pacientes afectados de Covid; Liliana del Carmen Ruiz, 52, médica pediatra del Hospital Vera Barros de La Rioja, durante su infancia jugaba con muñecas de trapo; Laura Venturi; Virginia Viravica, 61, enfermera del Hospital Durand; Benito Yucra, 65, médico del Sistema de Emergencias Médicas de Florencio Varela y del Hospital Thompson de San Martín.
La deuda con Esculapio
En el Fedón, Platón relata el momento de la muerte de Sócrates y menciona las últimas palabras que le dice a uno de sus discípulos después de haber bebido la cicuta: “Critón, debemos un gallo a Esculapio, no te olvides de pagar esta deuda”. La frase refiere a una ofrenda que se hacía al dios de la medicina para agradecerle por la curación brindada a alguien.
Las autoridades sanitarias deberían abrir un registro permanentemente actualizado de los trabajadores de salud muertos por Covid en el ejercicio de sus tareas durante la pandemia. Ese registro no sólo sería un homenaje permanente a cada uno de esos trabajadores, sino que al final de este drama que hoy vivimos, ya tendríamos dispuesta la lista con sus nombres y sus datos para construir el memorial de la salud que les debemos.
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